2016-05-04

Aprendiendo a pensar

La mayoría de las personas prefiere morir antes que tener que pensar demasiado, y la mayoría así lo hace.
--Bertrand Russell
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Una caricaturización del Efecto Dunning-Kruger es que la gente estúpida es demasiado estúpida para entender que es estúpida.  Ciertamente he conocido a algunos así pero, ¿se puede corregir esto? ¿Y puede uno saber que el estúpido no es uno mismo? No solamente pienso que la respuesta a estas preguntas es afirmativa, sino que la manera de lograr esta meta no es revolucionaria ni novedosa. Existen maneras de mejorar cómo pensamos, y están bien respaldadas desde hace miles de años. ¿Por qué, entonces, resultan ser tan poco practicadas entre la población en general? Parece ser que el buen Russell ya lo había identificado:

La manera de hacerse mejor para algo es practicarlo constantemente. ¿Quieres poder hacer más lagartijas? Ponte a hacer lagartijas. ¿Quieres jugar ajedrez mejor? Ponte a jugar ajedrez. ¿Quieres ser más certero en el baloncesto? Consigue un balón y ponte a tirar al aro. En cada uno de estos casos hay cuestiones secundarias de técnica, constancia, sobreentrenamiento y supervisión que hay que considerar, pero la estrategia básica es la misma. No hay procesos milagrosos ni ejercicios de tres minutos diarios para lograr ninguna de estas habilidades. El talento, si existe tal cosa, es fruto de la obsesión controlada. Cuando hay gente que está en excelente condición física, por ejemplo, y uno les pregunta qué hacen para estar así, la respuesta nunca es que pasan cinco minutos diarios en el increíble AbMasterPro 5000-XR que estaba en promoción un domingo en la mañana que veían televisión. La respuesta siempre es que se pasan horas entrenando todos los días y cuidando lo que comen. Entonces, ¿cómo puede uno mejorar su pensar? Pues pensando, y pensando acerca de cosas más difíciles, por más tiempo, con más disciplina y constancia y técnica. Y eso (pensar) es algo que la mayoría de la gente prefiere evitar.

¿Pero por qué preferirían evitarlo? ¿Acaso alguien quiere permanecer tonto?  No he sabido si Russell explicó el por qué detrás de su observación, pero creo que tiene que ver con el miedo a encontrarse con que uno está equivocado o, peor aún, que gente amada y respetada por uno ha estado equivocada y uno les ha creído. Parece ser que el sobrepeso o la inhabilidad para competir en un juego son poca cosa comparada con la posibilidad de estar equivocado o, digámoslo francamente, de ser estúpido. Y si hay algo peor que pensar que uno es estúpido, es pensar que mamá y papá lo son.

Pero al igual que en las otras habilidades, esta es una barrera que se puede superar. Uno aprende que es parte del juego, cuando uno va empezando, que le pongan una paliza. Y entonces se levanta y vuelve a jugar. Y el conocimiento humano es tan vasto y tan variado, que uno puede estar garantizado de ser un idiota para algo en cualquier momento. Pero en todas los ámbitos de conocimiento—perdón, todos los ámbitos de conocimiento que valen la pena—la técnica es la misma.

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Aquí un argumento válido:

Los osos son peludos.
Yogui es un oso.
Por lo tanto, Yogui es peludo.

Lo sé, no es muy impresionante. Pero sirve para ilustrar una clase de error común que comete muchísima gente, todo el tiempo. Aquí un ejemplo:

Los osos son peludos.
Yogui es peludo.
Por lo tanto, Yogui es un oso.

En ambos argumentos, los primeros dos enunciados (las premisas) pudieran ser completamente ciertas y no se contradicen. Pero en el segundo caso, la conclusión es completamente inválida, porque hay muchas cosas peludas aparte de los osos. El error en el segundo silogismo no proviene del contenido de las premisas, sino de la estructura del argumento—su forma. La lógica formal es la que permite deducir si un argumento es válido o no simplemente por su forma, independientemente del contenido de las premisas.  (Si no encuentra problema con el segundo silogismo, usted realmente es muy estúpido y quizá quiera dejar de leer en este punto porque no tiene caso seguir.)

Una vez que se puede poner un argumento en forma silogística, hay recetas para deducir si la lógica es válida o no. Este proceso de desmenuzar un argumento puede ser muy complicado y las recetas para diagnosticar la validez son numerosas, con nombres en latín y todo lo demás, pero la idea es la misma que en el ejemplo anterior. Los libros de lógica competentes contienen todos estos artificios y más (yo consulto mucho el de Copi y Cohen, pero hay muchos muy buenos). Aquí hay dos ejemplos más para contemplar, como ejercicio para el lector, en lenguaje “ordinario” (encuentre si el razonamiento es válido o no):
Aunque estos libros de texto pretenden ser una guía universal para el conocimiento de gran valía e importancia, hay un único indicio aislado que apunta en la otra dirección. En los seis años que enseñé en la ciudad y en escuelas rurales, nunca nadie robó un libro de texto.
-W. Ron Jones, Changing Education, 1974
No creo que podamos tener ninguna libertad en absoluto, en el sentido filosófico, porque actuamos no únicamente bajo coacción externa, sino también por necesidad interna.
-Albert Einstein, Mi visión del mundo
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Ahora, aparte de las falacias formales, están las informales. Estos son errores que no tienen que ver con la forma del argumento, sino con los sesgos cognitivos que puede cometer el abogante. Falacias informales las hay de muchas categorías y subcategorías, pero algunas de las comunes son:
  • Argumento desde la ignorancia: si parte de un argumento incluye alguna versión de “no se sabe”, entonces cualquier “por lo tanto” que le siga después es inválido. Básicamente todos los argumentos a favor de lo sobrenatural cometen esta falacia.
  • Argumento desde la popularidad: el número de personas que cree algo no tiene nada que ver con qué tan cierto es ese algo. La historia de la humanidad es básicamente la documentación de cómo la mayoría de la gente ha estado equivocada acerca de la mayoría de las cosas la mayor parte del tiempo.
  • Petición de principio: es un argumento circular en el que la conclusión está implícita en las premisas. Siempre son argumentos válidos, pero porque básicamente están diciendo que “A=A”, no que “A implica B, que lleva a C, que junto con D, nos lleva a ...”  Un ejemplo crudo: “¿Cómo sé que Fulanito dice la verdad? Pues porque Fulanito me lo dijo.” Cada vez que alguien cite la verdad de un libro “sagrado” haciendo referencia a el libro mismo, está repitiendo lo que les dijo un Fulanito.
  • Argumento ad hominem: atacar al que propone un argumento en vez de atacar el argumento. Si un libro de nutrición es escrito por alguien obeso,  podemos decir que el autor es incongruente o hipócrita, pero no que está equivocado—para eso habría que ver qué dice el libro.
  • Hombre de paja: esto es de lo más común. Se ataca una versión distorsionada (o completamente fabricada) de un argumento en vez de atacar al argumento original. Para ejemplos varios y floridos, véase cualquiera de las idioteces dichas por negadores de la evolución; cosas como “Si venimos de los changos, ¿por qué todavía hay changos?”.  Ningún biólogo dice que venimos de los changos; dicen que los changos y nosotros alguna vez tuvimos un ancestro común, que es completamente distinto.
  • Apelo a la autoridad: con este hay que tener cuidado, porque algunas personas realmente sí son expertas y su opinión cuenta más—cuando están hablando de su tema. Que mi dentista me recomiende una pasta dental es muy distinto a que me recomiende por quién votar. Por otro lado, hay temas completos en los que los expertos son charlatanes por definición: por más doctorados que alguien tenga en teología, no hay por qué tomar en serio nada de lo que diga, especialmente acerca de teología.
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La lista de errores que uno puede cometer al pensar es interminable, pero vale la pena familiarizarse con los más comunes para ahorrar tiempo. Una ayuda enorme nos la proporcionan ciertos principios generales que pudiéramos llamar “reglas de dedo”. Estas reglas son pocas, fáciles de recordar, y funcionan casi todo el tiempo. Todas las religiones, teorías de conspiración y medicina alternativa sucumben ante alguna combinación de estos principios básicos de razonamiento antes de ser rematadas por las armas que ya vimos en la sección anterior:

La navaja de Occam: antes de proponer una teoría complicada para explicar algo, verifica que las teorías más sencillas realmente no son suficientes. Como corolario, podríamos agregar que las teorías más complicadas requieren más evidencia para ser creídas que las teorías sencillas (en palabras de Carl Sagan, “declaraciones extraordinarias requieren evidencia extraordinaria”). Volviendo a la religión, la teoría de que el Universo natural existe es más sencilla que la teoría de que el Universo existe y además hay un Dios que pudiera intervenir o no misteriosamente. Por eso son los creyentes y no los ateos quienes tienen que proporcionar argumentos y evidencia. Otra versión de esto es la navaja de Hitchens: aquello que es declarado sin evidencia no necesita evidencia para ser descartado.

Una navaja hermana de la de Occam es la de Hanlon: no atribuyas a la malicia lo que se explica mejor por la incompetencia. Ser perverso es realmente difícil: requiere inteligencia, premeditación, planeación, ejecución, encubrimiento y más. Por otro lado, ser meramente inepto es fácil. Durante la campaña presidencial mexicana en 2012, a Peña Nieto se le gritaba “¡Asesino!” en manifestaciones por haber presidido como gobernador la represión en Atenco en 2006 pero, como ha confirmado constantemente desde entonces, no tiene las facultades para ser un asesino; meramente es inepto.

La Ley de Godwin: en cualquier argumento lo suficientemente prolongado (sobre todo en Internet) alguien mencionará a Hitler o a los nazis. En general, a menos que el tema sea la Segunda Guerra Mundial, esa persona automáticamente pierde el argumento.

El mismo Bertrand Russell dejó un decálogo sumamente útil y elocuente acerca del tema que nos ocupa (bueno, técnicamente se trata de cómo ser un buen maestro, pero igual vale para cómo pensar mejor). Se encuentra en su Autobiografía, que a su vez es una obra maestra de lucidez y claridad, al lado de su Historia de la Filosofía Occidental. Si pudiera elegir tener una “vocecita” en mi cabeza que me asesorara al cavilar, sería sin duda la de Russell.
1. Nunca estés absolutamente seguro de nada.
2. Nunca creas que vale la pena ocultar evidencia, porque siempre sale a la luz.
3. Nunca aconsejes a alguien dejar de pensar, porque seguramente tendrás éxito.
4. Cuando encuentres oposición, aún si es de tu cónyuge o hijos, esfuérzate por superarla por medio de argumentación y no por autoridad, pues una victoria que depende de la autoridad es ilusoria.
5. No respetes la autoridad de nadie, pues siempre habrá autoridades contrarias disponibles.
6. No uses el poder para reprimir opiniones que te parezcan perniciosas, pues si lo haces las opiniones te reprimirán a ti.
7. No temas tener una opinión excéntrica, pues todas las opiniones aceptadas actualmente alguna vez fueron excéntricas.
8. Procura disfrutar más de disentir inteligentemente que de asentir pasivamente pues, si valoras la inteligencia, la primera de estas opciones implica un mayor acuerdo con este valor que la segunda.
9. Sé escrupulosamente honesto, aún si la verdad es inconveniente, pues es más inconveniente si tratas de esconderla.
10. No sientas envidia por la felicidad de aquellos que viven en un paraíso de tonterías, pues solo los tontos pensarán que eso es felicidad.
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Entonces, todo eso el la técnica de cómo pensar bien, o al menos mejor. Pero lo más difícil es convertir las herramientas que proporciona la lógica en recursos que generen argumentos auténticamente poderosos y robustos. Esta etapa es la de unir la lógica fría y dura con la elocuencia y, de ser necesario, la pasión. No hay ningún sustituto para la práctica constante de la lectura, la escritura y, cuando la ocasión lo permita, la conversación.

Pero hay, en todo esto, una trampa: creer que se está usando la razón y la elocuencia para la buena argumentación cuando en realidad se está generando oscurantismo y, dicho en lenguaje coloquial, puras mamadas. Quizá los antiguos griegos hubieran preferido llamarle a las dos corrientes la retórica y la sofistería. Entonces, ¿cómo hace uno para no ser un Deepak Chopra cualquiera?

En su libro A Manual For Creating Atheists (Un Manual Para Crear Ateos) el filósofo Peter Boghossian define el pensamiento crítico como (1) un conjunto de habilidades y (2) una disposición. Las habilidades incluyen algunas de las herramientas vistas arriba aplicadas a la conversación, como haría el personaje de Sócrates en los Diálogos. Pero la actitud es la parte difícil: uno tiene que aplicar el kit de la lógica a uno mismo. ¿Cómo saber si nos engañamos a nosotros mismos? ¿Cómo distinguir entre ser necio y tener la razón? ¿Cómo puede uno saber que tiene la mente abierta, pero no tanto que se le salga el cerebro?

Para cada proposición que uno crea, Boghossian propone lo siguiente: piensa en un argumento o, mejor aún, evidencia que te haría cambiar de opinión. ¿Cree alguien que el ataque a las Torres Gemelas fue una “falsa bandera” (auto-atentado)? Pregúntale qué evidencia lo convencería de que no fue así. Esto obliga a otros, y a uno mismo, a abrirse a la posibilidad de estar equivocados—tanto, que se llega a visualizar. Si no se puede producir una condición en la que alguien pudiera cambiar de opinión, realmente se está ante una mente cerrada.
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Finalmente, uno tiene que estar dispuesto a seguir la lógica y la evidencia a donde lleven, sin importar si es un lugar desagradable. Poniendo mi propio caso como ejemplo, hay varias cuestiones en las que he cambiado de opinión constantemente, y otras aún en las que nunca he tenido claro qué concluir. En algunas pocas cosas he estado seguro desde siempre, pero eso pudiera cambiar si hubiera nueva información al respecto. Inclusive entre gente que se esfuerza por ser lo más racional posible existen desacuerdos, pero estos suelen ser de un nivel y naturaleza muy distintos a la de la mayoría de la gente. Para usar el lenguaje de Boghossian, hay una mesa para los adultos y otra mesa para los niños. Si uno quiere estar en la mesa de los adultos y ser tomado en serio, tiene que apegarse a las reglas del pensamiento crítico. Pero más importante es tener la actitud correcta: si estoy equivocado en algo, quiero saberlo.

Para finalizar, dejo algunas posiciones a las que he llegado, para ilustrar a lo que lleva este camino (y que es un camino interminable, por cierto).  Adjunto a cada una un número del 1 al 5, que indican menor o mayor confianza de que tengo la razón. Algunos de estos elementos ameritan uno o varios artículos al respecto (¡y algunos de esos artículos ya están agendados o ya los escribí!). Va:
  • No existe ningún dios (5; supongo que ahí no sorprendo a nadie de los que me conocen).
  • En el conflicto entre palestinos e israelíes, si hubiera que escoger a unos como “los buenos”, estos serían, por mucho, los israelíes (4).
  • Todo lo que existe se puede reducir a partículas elementales y las leyes que operan sobre ellas (4).
  • No existe el libre albedrío, como lo entiende casi todo mundo (5).
  • Lo sobrenatural y lo imaginario son lo mismo (5).
  • La ética debería ser, en principio, una ciencia (5 los lunes, martes y viernes; 3 los martes y jueves; 2 los fines de semana).
  • Los mayores peligros existenciales para la humanidad son el cambio climático (5), la inteligencia artificial (3) y el Islam (4).
  • El básquet es un deporte superior al futbol (4.9999999).
  • Los alimentos transgénicos no son solamente seguros, sino necesarios (5).
  • Jesucristo siempre ha sido un personaje puramente mitológico (4.5).
  • Entre las muchas cosas que pudiéramos hacer para empeorar nuestra democracia en México, la peor es reducir el número de diputados y senadores (4.5).
  • Las repúblicas democraticas representativas son la mejor forma de gobierno o la menos peor, como se le quiera ver (4).