He evitado a cuantas personas he podido desde mi infancia. Recuerdo a mi madre y mi abuela, todavía cuando vivíamos en el Distrito Federal—perdón, Ciudad de México—presentándome a una hermana de una prima de no se quién que me quería conocer, y que mi respuesta fue sentir miedo y preguntar para qué quería conocerme. Debí tener unos cuatro o cinco años y estábamos en alguna fiesta, tal vez una posada navideña. Había piñatas, dulces, música, muchas personas y muchos otros niños. No recuerdo si conocí a la persona a fin de cuentas. No quería conocer a nadie. Sólo quería irme a mi casa.
En algún momento me ofrecieron pegar a la piñata y sentí pánico de pasar frente a todos; había estado mirando con miedo de que me fueran a dar un palazo. No recuerdo si lloré o solamente me abracé de la pierna de mi madre y sacudí la cabeza, pero a fin de cuentas me salvé de pasar. Traté de evitar la atención de la gente y, como resultado, todos me estaban mirando de todos modos, el niño que no quería pegarle a la piñata. Mi madre me dijo que ella podía ir a recoger dulces por mí cuando la rompieran, y que me podía quedar a ver solamente. No recuerdo qué contesté, pero sí recuerdo que si no había llorado antes, en ese punto ya lo estaba haciendo y quería esconderme en algún lado inmediatamente. Ahora que lo pienso no parece gran cosa desde fuera ver a un niño tímido que no quiere pasar al frente, 'pobrecito, ya se le pasará'. Pero en aquel entonces me sentía desnudo en el patíbulo de la plaza pública.
Probablemente mis padres notaron que sufría en eventos muy concurridos, porque poco a poco me fueron evitando el sufrimiento de tener que ir, ya fuera dejándome en casa de algún familiar que me cuidara a mí y a mi hermana menor, o permitiéndome quedarme solo en casa cuando incluso ella quería salir. Después de mudarnos a Guadalajara cuando tenía 5 años y dejar atrás a toda la familia extendida, fue menos necesario hacer arreglos para que me pudiera quedar en casa. Pero, para mi desgracia, al poco tiempo de llegar a la nueva ciudad mis padres hicieron amigos y a veces llegaban de visita. Entonces adopté la estrategia de hacerme el dormido cada vez que hubiera visitas, lo que seguramente no engañó a nadie muchas veces pero daba el resultado efectivo de que mis papás preferían no arriesgarse a parecer tiranos interrumpiendo el sueño de un inocente niño. Después de un tiempo ni siquiera fue necesario hacerme el dormido. Solamente me quedaba en mi cuarto en silencio y era entendido que no iba a bajar a saludar a nadie.
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Pero esa no era una opción disponible en el colegio. El pinche colegio. Cruel, cabrón y obligatorio.
Olvidamos que no hay nada sagrado en el aprendizaje en salones y grupos grandes, y que organizamos a los estudiantes de este modo porque es lo más eficiente en costo, ¿y qué más se supone que haríamos con nuestros hijos cuando los adultos están en el trabajo? Si tu hijo prefiere el trabajo autónomo y socializar uno a uno, no tiene nada de malo; solo no encaja con el modelo predominante. El propósito de la escuela debería ser preparar a los niños para el resto de su vida, pero muchas veces los niños acaban necesitando prepararse para sobrevivir a la escuela misma.Rodeado de gente pendeja, abusiva, insoportable, o combinaciones de las anteriores a la vez, fue en la escuela donde la timidez y ansiedad forjaron mi franca misantropía. ¿Sabe qué es peor que ser terrorizado por otros niños? Ser exasperado por ellos. Para mí la muerte era tener que soportar las lecturas compartidas en las que la maestra pedía a cada niño leer un párrafo de algún texto. Las manecillas del segundero del reloj en la pared se paralizaban mientras el pinche Richard (de veras, así se llamaba el güey) no podía pronunciar una sola palabra de dos sílabas o más sin trabarse, volver al principio, pronunciar perfectamente una palabra que no era la que estaba en la hoja, ser corregido por la maestra, y repetir el proceso con la siguiente palabra. La maestra le preguntaba qué quería decir lo que acababa de leer y obtenía como respuesta solamente una mirada en blanco porque, si de por sí pronunciar era una labor cognitiva demasiado intensa para Richard, comprender era francamente imposible. Luego la profe hacía la pregunta a los demás y obtenía lo mismo, obviamente, porque los demás hacía mucho que ya habían recurrido a dibujar en su cuaderno o pasarse papelitos o, como yo, a soñar despiertos con que un mundo mejor debía existir en algún lado. Y entonces era el turno del niño siguiente y así, hasta completar el tiempo de clase.
—Susan Cain en Quiet.
Los recreos no eran mucho mejores. De hecho, estoy seguro que eran peores. Uno escapaba de lo inane para caer en lo pavoroso. Tenía miedo constante de que otros niños me fueran a quitar mis cosas, que me humillaran, que me jugaran bromas pesadas o me golpearan. Vi cómo esto pasaba a otros niños, en particular los más callados o aplicados en la escuela, y todo el tiempo miraba sobre mi hombro. Creo que mis temores solo se vieron justificados en una o dos ocasiones cuando mucho, y ni siquiera recuerdo qué fue lo que me pasó, pero siempre tuve miedo. Durante la primaria no fui un buen alumno, meramente cumplía y ya. No llamaba la atención aparte de que no llamaba la atención. Recuerdo que tenía solamente un amigo, Humberto, que entonces era bajito y gordito y la pasó muy mal. Yo era muy delgado y poco a poco crecía más que los demás, pero en general pasé desapercibido. Aún así, el temor de ser detectado como víctima potencial permaneció y cada vez que llegaba a casa de la escuela sin ningún incidente suspiraba de alivio. A la inevitable pregunta de mi papá de cómo me iba en la escuela, siempre contestaba 'bien' y eso era todo.
En un principio me refugié en el deporte y llevaba mi balón de basquet para tirar en los recreos. Lamentablemente para mí, el basquet es un deporte de equipo y otros niños se acercaban a jugar conmigo y, como eran muchos y generalmente más grandes, pues jugaba, aunque quisiera decirles que no. Poco a poco fui yo el que creció más, mejoró en el basquet y luego empezó a ir al gimnasio, aunque para entonces los otros niños ya estaban interesados en otras cosas (las niñas) y por fin pude quedar solo. Para la secundaria ya era el único con un balón tirando durante el recreo, a veces compartiendo la cancha con los de la escolta que ensayaban a esa hora. Dado que tenía toda la tarde para jugar basquet y más, opté por dejar el balón en casa y dedicar mis recreos a refugiarme en la biblioteca, y frecuentemente terminaba mi tarea minutos después de que me fuera asignada. Ésta comúnmente era solicitada después por otros alumnos porque, decían, estaba muy difícil o no habían tenido tiempo de hacerla. Y si no se las pasaba, pues era 'mala onda', ¿y quién quería ser mala onda? Pues yo, naturalmente.
Y es que hacer las cosas como se deben y seguir las reglas es suficiente para hacerlo a uno mala onda ante los demás, o amargado, o como sea que se le diga. Si había que leer algo pues yo lo hacía y, si al día siguiente el profesor preguntaba quién había leído, yo levantaba la mano sin entusiasmo, pero con seguridad. Si los demás no habían hecho la tarea de cálculo por haber estado toda la tarde y noche chateando, y si la maestra preguntaba cómo nos había ido con las derivadas que nos había dejado, yo decía que bien, que habían estado fáciles y que me había tardado 15 minutos, porque así había sido y pues ella preguntó. A la hora de los exámenes nos daban hora y media, pero yo entregaba todo a los 20 minutos. Cuando el profe me preguntaba si estaba seguro y si había revisado mi trabajo, yo le decía que ya lo había hecho y estaba todo bien. En la preparatoria ya sacaba 9 y 10 en todo sin mayor esfuerzo.
Aprendí a quedarme callado cuando era momento de trabajar en equipo. Si había que hacer algo en conjunto con otros alumnos, yo no decía nada hasta que quedara solo y pues ni modo, qué lástima, lo acababa haciendo solo. Muchas veces mis maestros no se enteraban que estaba por mi cuenta hasta el momento de entregar el trabajo o pasar al frente a exponer. Me preguntaban por qué estaba solo si habían dicho que el trabajo era en equipos de tres o lo que fuera, a lo que yo contestaba que así trabajaba mejor, que los otros dos o tres solamente hacían mi trabajo más lento, que se hacían pendejos de todos modos y que mi trabajo individual era igual o mejor al trabajo grupal de los demás. Y me tenían que dejar en paz, porque era cierto.
Recuerdo una materia de historia en la preparatoria en la que la profesora nos asignó a grupos de tres por dedazo para exponer un tema. Me tocó con dos compañeros ineptos, para variar. El tema era la Revolución Rusa. Convenientemente había leído el ladrillo A People's Tragedy de Orlando Figes el verano anterior (porque para eso es el verano, naturalmente), así que mi parte ya estaba resuelta. Entonces hice lo mejor para todos: hablé con los compañeros y les dije 'no se preocupen, déjenme hablar a mí, nomás dicen que ustedes hicieron la investigación y que me la dieron a mí para que la presentara en 40 minutos'. "Sacamos" diez.
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Creo que mi misantropía esquizoide llegó a su ápice en un par de incidentes al inicio de la preparatoria, cuando mis compañeras de año celebraban sus sendas fiestas de 15 años. Fui invitado a una y, sin saber en lo que me estaba metiendo, acepté. La invitación decía que todo comenzaba a las 8:00 p.m. y a esa hora llegué. No había nadie más que la cumpleañera (que ni siquiera estaba lista), su familia, y unos pocos meseros (nadie es puntual para estas cosas en México, lo usual es poner una hora y dar por entendido que es conveniente llegar hora y media después, al menos).Después de pasar una hora más o menos tomando refresco y comiendo cacahuates solo, los demás compañeros empezaron a llegar a cuentagotas. No recuerdo exactamente cuándo comenzó la música, pero inmediatamente me paralicé y me sentí como a los cuatro años, aterrado. Igual que como habían llegado, poco a poco los compañeros se levantaron para ir a la pista de baile y me volví a quedar solo con mis cacahuates. Un par de veces una compañera trató de rescatarme y me invitó a bailar, lo cual solo me produjo más desesperación, y luego me dijo que bueno, que no bailara con ella, pero que seguro debía bailar con Fulanita que por ahí andaba. En cuanto tuve la oportunidad hice como que iba al baño y, sin decir nada a nadie, salí a la calle a esperar a que pasaran por mí (no sabía manejar todavía, y no había celulares en aquel tiempo). Me senté a esperar en una jardinera, escondido en la oscuridad, y un par de horas después llegó mi mamá a la hora acordada. ¿Todo bien? Sí, todo bien.
El segundo incidente fue el complemento del primero. Habían pasado ya varias fiestas similares a las que había sido invitado y simplemente no acudí. Ni siquiera le comunicaba las invitaciones a mis papás. Guardaba los boletos, fingía demencia hasta que llegara la fecha y simplemente no iba. Poco a poco las invitaciones empezaron a escasear y el ciclo de fiestas de 15 a terminarse, y yo sentía alivio. Pero hubo una compañera de las más populares que, un día temprano cuando entramos al salón, nos invitó a todos y repartió boletos para su fiesta. Cuando recibí el mío ni siquiera lo miré y tardé menos de medio segundo en voltearme con el compañero de al lado y, sin disimulo alguno, le dije 'Toma, lleva a un amigo'. No supe si la muchacha se dio cuenta, y a esas alturas era claro que me invitaba solo por compromiso y educación, pero deduje por las risas y miradas de los demás que no fue socialmente aceptable hacer eso. Pero no me importó. Al confirmar mi inasistencia a una fiesta más, solo sentí alivio.
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Nadie escoge ser como es. La gente cree que uno se despierta una mañana y piensa: ¿Saben qué sería buena idea? Pelear con todos, odiar a todos, sentirme aburrido por todos, ser excluido por todos. Tener como refugio solo mi propia mente, que al cabo la puedo llevar conmigo a todos lados, y abandonar este mundo a conveniencia con los ojos fijos en la nada. Sentir ansiedad cada vez que alguien me jala de regreso al mundo y me pregunta qué estaba pensando. Tener miedo constante de ser lastimado y de estar aburrido. Desesperación constante por la ineptitud, la impuntualidad, el desperdicio del tiempo de uno. Urgencia, porque la vida es corta y la maldita cajera del Oxxo está haciendo corte de caja con diez personas en una fila y la otra caja atendiendo a un idiota que va a pagar diez recibos y hacer dos depósitos. Rascarme la cabeza, morderme las uñas, tamborilear los dedos índice y medio contra el pulgar hasta deshacer la piel. Dar vueltas en la cama. Apretar los dientes todo el día durante años hasta deformarme el maxilar inferior y necesitar un guarda bucal para dormir. Hablarle golpeado a la gente, especialmente a la que más me quiere. Considerar una invitación a bailar como un crimen de lesa humanidad. Hacer chistes que nadie entiende y ser víctima de chistes que yo no entiendo. Tener que ir a terapia para aprender a saludar a la gente. Tomar antidepresivos y sedantes y antipsicóticos para poder siquiera estar en condiciones de saludar a la gente. Sí, claro que eso es lo que quiero hacer con mi vida. Suena fabuloso.
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Las cosas mejoraron después del colegio. En la ingeniería pude conocer gente nueva y la mayoría era mucho más agradable que la del colegio. Después de eso hice la transición hacia la educación pública para estudiar música y eventualmente física, y me encontré con que el más desagradable probablemente era yo. Fui a dar al desarrollo de software un tiempo y ahí también me di cuenta que era uno de muchos bichos raros de la sociedad. Aún así, prefería pasar el tiempo dedicado a mis estudios y mis libros. La mayoría de la gente pasó de ser irritante a meramente aburrida y las cosas mejoraron. Hasta pude tener una que otra novia y una inclusive se casó conmigo. Viendo solo los metadatos de mi vida, creo que mucha gente estaría dispuesta a cambiar lugares conmigo. Frecuentemente escuchamos historias de cómo los niños y niñas más introvertidos crecen y acaban siendo no solamente exitosos, sino prácticamente dueños e inventores de todo. Esto se considera como una especie de transformación milagrosa, cuando simplemente es reflejo de que a medida que uno crece es más fácil escoger su entorno y compañía.
Después de la primer vez que mi psiquiatra me mencionó la frase 'personalidad esquizoide' llegué a casa a investigar en Internet, aunque ella me había recomendado en particular un libro que ya no recuerdo. Al parecer la literatura sobre la gente como yo es escasa, porque generalmente preferimos no llamar la atención y muchos aprenden a 'actuar' como gente bien adaptada a la sociedad. Lo que sí encontré fueron listas de síntomas y me parecieron como que no encajaban conmigo inicialmente. Debía cumplir con al menos cuatro para ser considerado de personalidad esquizoide, pero cumplía con solo dos según mis cuentas. Le mostré las listas a mi esposa y me dijo 'uy, pues yo te cuento como siete.' Chale. Y es que esos síntomas son lo que se percibe desde fuera, no lo que uno oye en su monólogo interno. Por ejemplo, una de las señales es una aparente indiferencia a la crítica o la alabanza de parte de otras personas hacia uno, pero yo siento que reacciono profundamente y me agovio por cualquier comentario. Desde fuera, sin embargo, apenas muestro reacción. Si me dicen que me veo bien o que me muera yo digo 'ah, ok' por igual.
Como en el colegio, todavía siento irritación y aburrimiento con la mayoría de la gente, y me cuesta trabajo pasar tiempo o compartir espacio con gente tonta. Igual que con Richard en el colegio, que no podía pronunciar las palabras simples que tenía enfrente y que yo podía ver, me desespero cuando la gente no puede juntar las ideas simples que tiene enfrente. Dicen tres palabras y ya sé todo lo que van a decir después, pero son incapaces de decirlo competentemente y me exaspero. A todos les pasa, por más inteligentes que sean, que se atoran de vez en cuando en expresar una idea relativamente simple. No es eso a lo que me refiero: me refiero a que pierdo la paciencia con las mentes simples, que es muy distinto. Esto es algo instintivo y no lo puedo controlar. Quizá la mejor analogía que puedo hacer es con el desprecio que uno le tiene al reggaetón o la música de banda una vez que sabe que existe el rock y la música clásica o, en algunos casos, aún si saberlo.
No hay cura para la gente como yo, y ni siquiera hay consenso de que debamos ser curados. El enfoque preferido es el método adaptativo, que consiste en conceder que no voy a 'encajar' haga lo que haga y no vale la pena hacerlo. Es preferible saber cómo relacionarse con la gente y no necesitarlo, que necesitarlo y no saberlo, así que una cierta cantidad de entrenamiento en terapia es recomendable. Los medicamentos no son obligatorios pero casi siempre recomendables, y los he usado para lubricar la interacción de mi mente con la de los demás y con el mundo real. Pero en general, si una persona me molesta, pues la evito y ya. Sí, pueden resultar heridas, pero lo que ellas sufren por mi rechazo es insignificante comparado con lo que sufro yo por tener que aguantarlos. Si yo fuera así de molesto para alguien, le comprendería que me hiciera a un lado también. Es solo cuestión de autocompasión. Pedirme que me esfuerce por alivianarme o convivir es como pedirle a un paciente con Alzheimer que se esfuerce por recordar. Pero a diferencia de alguien con Alzheimer, yo no desarrollé lo que sea que tengo. Así soy.
Melvin Udall, interpretado por Jack Nicholson en Mejor, Imposible (As Good as it Gets). El personaje es una exageración, pero no por mucho. Si hablara menos sería prácticamente como yo. |
Para una visión 'pop' de la introversión ligera, pueden ver el sitio de Susan Cain, Quiet Revolution. Inicialmente este artículo comenzó como una reseña de su libro pero lo encontré, irónicamente, sumamente superficial. Está bien escrito y muy bien investigado, pero a pesar de eso no menciona al autismo, esquizoidismo, misantropía, Apsergers ni nada remotamente interesante en casi 400 páginas y más de 70 referencias. Es un buen libro si no te interesa saber mucho de la introversión hardcore y te gustan los equivalentes literarios de luz y sonido, pero para mí fue una oportunidad desperdiciada por parte de Cain.
Hablando de introversión hardcore, los detalles los pueden encontrar, en una versión algo burda, en el fascinante (y aveces perturbador) sitio esquizoide.net, de parte del psicólogo y esquizoide extremo Mikel Martínez. En cierto modo este ensayo es un breve punto medio entre la introversión light de Cain y la supercargada de Martinez. (Actualización 2019: parece que ha desaparecido el sitio de Martínez, pero se puede encontrar una versión archivada aquí.)