Hay mejores y peores maneras de llegar al conocimiento. Para propósitos de este artículo podemos dejar la definición en estatus de “lo reconozco cuando lo veo” y, en ese espíritu, también voy a suponer que tener más conocimiento, en general, es mejor (esto no es tan obvio en algunos casos). Si yo quisiera saber, por ejemplo, cuánto mide una pared en la que quiero poner un librero, hay mejores y peores maneras de hacerlo. Puedo, por ejemplo:
Medir la pared con cinta métrica, flexómetro o similar;
Obtener el dato a partir de los planos de la casa;
Proyectar sobras sobre la pared y determinar sus dimensiones por trigonometría;
Estimar “a ojo”;
Preguntar a otras personas;
Lanzar unos dados;
Leer cartas de Tarot;
Esperar la respuesta en un sueño o una aparición;
Rezar.
La calidad de la respuesta en cada caso, y lo apropiada y práctica que es para resolver el problema, al menos comparada con las demás, es obvia. Y sin embargo, en el mundo real, preguntas cualitativamente equivalentes a “¿cuánto mide mi pared?“ son abordadas con todas estas estrategias y más, cuando es claro que algunas dan mejores resultados que otras, y otras no dan resultado alguno. Aunque sean mucho más difíciles de contestar en la práctica, preguntas como qué deberíamos hacer sobre el cambio climático, cómo la mente es generada por el cerebro, qué modelo económico deberíamos seguir o cuánta vida hay en el universo se pueden responder de mejores o peores formas también.
El término escepticismo es ahora una especie de mancha de tinta cuyo significado depende de quién lo usa y para qué. Por un lado se refiere a la actitud loable de siempre procurar usar los mejores métodos para “medir” e interpretar al mundo. Por otro lado se le asocia con la falta de una virtud, específicamente, la fe (esto no es un problema para nada porque la fe no es una virtud, pero ese es otro artículo). Finalmente, es simplemente usado como un disfraz para el negacionismo. Que deberíamos usar los mejores métodos para medir y pensar parecería algo incontrovertible, hasta que uno especifica qué es lo que quiere medir y sobre qué quiere pensar y, entonces, siempre hay quienes se oponen a que se mida y se piense.
En su mejor versión el escepticismo tiene un efecto curioso: ¡el escéptico cree un montón de cosas y con gran convicción! Resulta que, por más limitados que pudiéramos ser como humanos, sabemos cada vez más y, poco a poco, aplicando los mejores métodos que tenemos para llegar al conocimiento, acumulamos mucho de éste y lo usamos para cambiar nuestro mundo y a nosotros mismos, así comprobando que algo sabemos. Ser escéptico en este sentido es, parafraseando a David Hume, creer en proporción a la evidencia. Y tenemos un montón de evidencia para un montón de cosas. Cada cosa que sabemos destapa otra que no, y así el proceso se repite continuamente y, con él, el conocimiento se acumula.
Por esto es tan frustrante para quienes nos suscribimos a esta forma de escepticismo—cual imperfectamente—ver el término usado por “escépticos” del cambio climático, la vacunación, la llegada a la Luna o incluso el Holocausto. Estos individuos saben del prestigio intelectual que tiene el escepticismo en el otro sentido y lo aplican a sí mismos, castrado, mutilado e invertido. Una cuidadosa consideración de la evidencia y de cómo pudiéramos estarla interpretando mejor o peor es precisamente lo que no están haciendo. Se escudan tras una actitud pseudocrítica para evitar ser, justamente, críticos (“¿Qué? Si yo solo estoy haciendo preguntas, como buen escéptico”). Su meta no es buscar el conocimiento, sino suprimirlo. Es por eso que, en el buen sentido del término, no hay tal cosa como un “escéptico del cambio climático” o “escéptico de la vacunación” o, mejor dicho, los escépticos son quienes más creen estas cosas, porque no solo han hecho las preguntas sino que también han considerado las respuestas y los métodos para obtenerlas, y han reconocido que algunas son realmente mejores que otras. Los otros son solamente negacionistas que, lejos de acumular conocimiento, en el mejor de los casos acumulan solamente superstición.
Introducimos el naturalismo en el Episodio 7, donde explicamos que es la posición de que solamente existe un mundo, que es el mundo natural: no existe tal cosa como lo sobrenatural, lo espiritual ni lo divino. En contextos más técnicos también se le conoce a esta visión como materialismo o fisicalismo, pero estos términos suelen ser usados menos porque se prestan a confusiones.
Una exposición moderna del naturalismo y sus consecuencias la encontramos en The Big Picture del físico teórico Sean Carroll. Carroll presenta un naturalismo "poético", la idea de que hay una sola realidad natural, pero muchas distintas maneras de hablar de ella y, particularmente, de describirla en términos de historias que contamos los humanos. En el naturalismo poético, es equivalente e igualmente legítimo hablar de la realidad a distintos niveles, según lo que quisiéramos describir o explicar. Una laptop es un montón de átomos, pero también lo es de circuitos integrados; de procesadores, disco y memoria; o es un aparato con un sistema operativo y aplicaciones que nos permiten realizar múltiples actividades. Todas son maneras equivalentes de describir al mismo objeto o fenómeno. Lo mismo aplica para seres vivos incluyendo, por supuesto, a los humanos.
Algo notable del libro de Carroll es que, contrario a otros libros comparables escritos por científicos "duros", es explícitamente interdisciplinario y, en particular, filosófico. Y no me refiero en el sentido de darnos un repaso de la física desde los antiguos griegos: me refiero a que piensa como filósofo, en al menos dos sentidos: primero, que es sumamente bien leído en el tema de la filosofía en sí (algo escaso entre muchos científicos "duros"); y segundo, en que busca entender la realidad y sus consecuencias para nosotros los humanos, en el espíritu—descrito por Wilfred Sellars—de reconciliar el mundo humano con el mundo científico. En palabras de Carroll (mi traducción):
Y sin embargo debemos vivir y actuar. Somo colecciones de campos cuánticos vibrantes, unidos en patrones persistentes y alimentándonos de energía libre del ambiente y según leyes de la naturaleza impersonales e indiferentes, y somos también seres humanos que toman decisiones y se preocupan por lo que nos pasa a nosotros y a los demás. ¿Cuál es la mejor manera de pensar acerca de cómo deberíamos vivir?
De todos modos Carroll dedica una parte sustancial de su libro al nivel fundamental de lo que existe, hasta nuestro mejor entendimiento: el mundo descrito por la Teoría Central, o Core Theory, mejor conocida como la combinación del Modelo Estándar de la física de partículas con la Relatividad General (el área general en el que yo hice mis estudios de doctorado). A estas alturas he perdido algo de perspectiva en cuanto a qué es un texto de divulgación entendible por el público general, habiendo estado inmerso en los detalles técnicos por unos años, pero me parece que Carroll hace una labor tan buena como se pudiera pedir (debo señalar que es uno de los pocos científicos en activo que son además grandes comunicadores, y que incluirían a una lista muy corta con gente como Janna Levin, Brian Greene, Hannah Fry, Adam Rutherford, Brian Cox, Neil deGrasse Tyson y, todavía, Richard Dawkins).
La Teoría Central es el resultado de echar a andar la maquinaria matemática de la Teoría Cuántica de Campos, en la que los bloques fundamentales de los que está hecho el universo son campos : objetos físicos distribuidos en todo el espaciotiempo y con un valor particular en cada punto. Existe un campo para cada partícula y fuerza de la naturaleza: los campos fermiónicos del electrón, muón, tau, electrón-neutrino, muón-neutrino, tau-neutrino, quark arriba, quark encanto, quark cima, quark abajo, quark extraño y quark fondo; y los campos bosónicos del gravitón, fotón, ocho tipos de gluones, los bosones W, Z y el ahora conocido Higgs. Todo lo que un humano ve en su vida diara está hecho de esto, y el humano también. Los bosones se "amontonan" para crear campos de fuerza como el electromagnetismo y la gravitación. Los fermiones ocupan espacio y le dan estructura y "sustancia" a la materia. No hay más.
La Teoría Central en una sola ecuación. Es válida para regímenes de gravedad débil (todo menos agujeros negros y el Big Bang).
En palabras de Frank Wilczek, creador del término Teoría Central, en su libro A Beautiful Question:
La Teoría Central completa, para propósitos prácticos, el análisis de la materia. Usándola, podemos deducir qué clase de núcleos atómicos, átomos, moléculas—y estrellas—existen. Y podemos orquestar el comportamiento de grandes ensambles de estos elementos confiablemente para hacer transitores, láseres, o Grandes Colisionadores de Hadrones. Las ecuaciones de la Teoría Central han sido probadas con mucha mayor precisión, y bajo condiciones mucho más extremas, que las requeridas para su aplicación en química, biología, ingeniería o astrofísica. Aunque ciertamente hay muchas cosas que todavía no entendemos... sí entendemos la materia de la que estamos hechos y la que nos encontramos en la vida diaria.
O como dice el propio Carroll: las leyes fundamentales de la física subyacentes a la vida diaria son completamente conocidas. Faltan cosas por descubrir o entender, pero o no son fundamentales (turbulencia, materia condensada, etc.), o no son relevantes para la vida diaria de un típico humano (materia oscura, energía oscura, gravitación cuántica). Si una partícula durara lo suficiente para interactuar con la materia ordinaria, con suficiente fuerza como para posiblemente tener efectos observables en la vida diaria, ya la hubiéramos producido en experimentos a estas alturas (en teoría de campos a esto se le conoce como crossing symmetry, o simetría de cruzamiento).
Diagrama de Feynman de un electron y un positrón aniquilándose para crear un fotón que decae a un muón y antimuón (el tiempo pasa de izquierda a derecha).
Las consecuencias de esto son contundentes: no se pueden doblar cucharas con la mente, la homeopatía y la astrología no pueden ser ciertas, no hay fantasmas y tampoco vida después de la muerte. Cualquiera que esté en desacuerdo es bienvenido a estudiar teoría cuántica de campos, demostrar dónde está mal, y pasar por su premio Nobel.
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Si nos alejamos del nivel de la física fundamental, observamos comportamiento interesante: a pesar de que las leyes de la física no distinguen la dirección del tiempo a nivel de partículas subatómicas, en el mundo macroscópico sí hay procesos irreversibles. Esto es por la segunda ley de la termodinámica, que dicta que la entropía de un sistema cerrado siempre aumenta y así marca la dirección de la flecha del tiempo. Podemos pensar en el Big Bang como un enorme resorte comprimido que repentinamente se soltó y hoy sigue expandiéndose, permitiendo que muchos procesos aprovechen el viaje mientras su energía se disipa poco a poco.
A algunos les inquieta cuál habrá sido la fuente de toda esa energía en primer lugar. La pregunta es ociosa y generalmente tiene la intención de postular un dios que ahí la puso, pero solamente recorre el problema un paso más (¿quién puso ahí al dios?). Además, hay un escenario perfectamente compatible con la evidencia, hasta donde sabemos, en el que la energía total del universo es cero :
En relatividad general tenemos una fórmula para la energía total del universo. Resulta que un universo uniforme—uno en el que la materia está distribuida de forma pareja por todo el espacio a grandes escalas—tiene energía precisamente cero. La energía de las "cosas" como la materia y la radiación es positiva, pero la energía asociada al campo gravitacional (la curvatura del espaciotiempo) es negativa, y exactamente suficiente para cancelar la energía de las cosas.
Ojo: decir que el universo provino de la nada y decir que tiene energía total cero no son lo mismo. Este malentendido es fuente de mucha confusión tanto en el público general como entre expertos, ¡incluyendo algunos físicos! No es fácil de imaginar sin saber relatividad general y teoría cuántica de campo, pero la idea básica es esta: el costo de crear materia a partir del vacío es que también debes crear más espacio más vacío.
El universo tuvo un comienzo simple, en términos termodinámicos, y su final lo será aún más: su muerte entrópica. El caso es que mientras esto sucede se forman estrellas, planetas, galaxias y también vida. El aumento de la entropía del universo es perfectamente compatible con el aumento (temporal) de la complejidad dentro de él. La Tierra recibe energía del Sol que después vuelve a irradiar hacia el espacio, pero con unas 20 veces más entropía. Esa energía fue degradada para echar a andar, entre otras cosas, a pequeñas máquinas disipadoras de energía que llamamos vida. Tan siquiera definir qué es la vida es todo un tema aparte y pertenece a la filosofía de la biología, que se alimenta de múltiples disciplinas. De cualquier manera:
Hemos logrado un progreso sorprendente en entender qué es la vida y cómo llegó a ser, y hay muchas razones para estar optimistas de que los avances continuarán hasta que al fin lo entendamos. El trabajo por hacer requerirá química, física, matemáticas y biología, no magia.
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El subtítulo del libro es Sobre los orígenes de la vida, el propósito y el universo mismo. Es en el propósito, o significado, que Carroll plantea explícitamente y con lujo de detalle lo que otros autores prefieren rodear o meter bajo el tapete: no hay tal cosa aparte de la que inventemos nosotros los humanos y, quizá, otros seres inteligentes. Al universo no le importó que no estuviéramos aquí durante sus primeros 13 mil millones de años, y no le importará cuando dejemos de existir tampoco. El significado o propósito en nuestras vidas es algo que construimos nosotros mismos a nuestra conveniencia, una manera de darle coherencia a lo que hacemos mientras disipamos la energía del Sol.
Los sistemas éticos también son construidos por nosotros los humanos y no están basados en nada eterno o fundamental. A esta posición se le conoce como constructivismo moral. Una vez construidos los valores éticos, entonces hay respuestas objetivas de cómo cumplirlos, pero no antes. Qué valores éticos construyamos depende solamente de nosotros y lo que queramos hacer con nuestro tiempo aquí. Un error común es confundir a los valores construidos con valores arbitrarios, que es precisamente lo que no son. Solo porque los preceptos morales sean inventados no quiere decir que no sean reales, o que cualquier conjunto dé igual: el constructivista moral no titubea en corregir a otros sistemas morales, sobre todo si están equivocados acerca de cuestiones empíricas (como los sistemas que se basan en lo sobrenatural). En otras palabras, no es lo mismo constructivismo que relativismo.
Un ejemplo que no usa Carroll pero yo sí considero útil es el juego del ajedrez: podemos imaginar perfectamente un universo en el que no existe sin caer en incoherencias lógicas (nuestro propio universo fue así casi siempre). Queremos un juego lo suficientemente entretenido, fácil de aprender y complejo como para que valga la pena jugar. Si es portátil y puede hacerse con materiales sencillos, mejor. Poco a poco lo construimos y vamos definiendo las reglas que cumplen con estos criterios y, una vez que está creado, definitivamente hay maneras mejores y peores de jugar, y hasta una computadora puede calcularlas. Pero el juego en sí lo inventamos nosotros. (No recuerdo dónde lo vi, pero me resultó útil la distinción entre lo objetivo y lo absoluto: la ética puede ser perfectamente objetiva, pero no absoluta. Dadas las reglas y metas éticas, hay respuestas correctas e incorrectas de cómo cumplirlas; pero las reglas no existen en el mundo más allá de los acuerdos que hagamos quienes vivimos con ellas).
A muchos esto los dejará sintiéndose un tanto a la deriva. Pero es también sinónimo de libertad. Sí vi a Carroll usar un ejemplo muy útil en muchas pláticas pero no lo incluyó por alguna razón en su libro. Imaginamos a un artista ante un lienzo en blanco, preguntándose: "¡Oh no! ¿Pero dónde están las líneas y números que me dicen qué debo hacer? ¿Cómo saber qué es lo que debo pintar aquí?" Absurdo: el punto es que podemos pintar lo que queramos, para bien o para mal. Entonces, deberíamos aprovechar para hacer gran arte. Al universo no le importará, pero ¿y qué? A nosotros nos importa. ¿Qué más quieren?
Y si no hay hechos que apunten al futuro que estás construyendo, ¿cuál es el atractivo de los hechos para ti? ¿Para qué quieres datos, si estos te dicen que tus hijos la tendrán más difícil que tú? ¿Y si dicen que ninguna versión del futuro es prometedora? ¿Y por qué deberías entonces confiar en los proveedores de estos hechos, los medios y académicos, centros de estudio, estadistas?
Así, el político que alardea de rechazar los hechos, que valida el placer de proferir sinsentidos, que se entrega a la completa, anárquica liberación de tener que ser coherente y lidiar con la sobria realidad, se vuelve atractivo.
El 17 de julio de 2014, el vuelo MH17 de Malaysia Airlines fue derribado al este de Ucrania por separatistas rusos, usando un sistema de misiles antiaéreo clase Buk introducido desde Rusia ese mismo día a través de la frontera y regresado después del ataque. Murieron 283 pasajeros y 15 tripulantes, la mayoría de Holanda, Australia y Malasia. Cuando los separatistas llegaron a la escena, tras creer que habían derribado un avión militar ucraniano y darse cuenta de su error, saquearon las pertenencias de los pasajeros y alteraron la escena, removiendo los fragmentos de misil que pudieron encontrar, incluyendo las esquirlas en los cuerpos de los pilotos. Esos son los hechos de lo que pasó.
A menos, esto es, que uno estuviera siguiendo la historia a través de un medio ruso, como RT, Sputnik o LifeNews, o el propio Ministerio de Defensa Ruso. En ese caso, los hechos anteriores fueron reportados solo como la versión "occidental" del suceso, contrapuesta con otrasversiones: 1) MH17 fue derribado por un caza Su-25 ucraniano; 2) sí fue derrbiado por un Buk, pero ucraniano; 3) sí fue derribado por un Buk ruso, pero porque el control aéreo ucraniano lo desvió a propósito para provocar la confusión; 4) fue derribado por los ucranianos porque pensaron que era un avión ruso y en él viajaba ni más ni menos que Vladimir Putin; 5) MH17 era en realidad el otro avión de Malaysia Airlines, MH370, que desapareció meses antes sobre el Océano Índico, precargado con cadáveres cuando despegó desde Ámsterdam; 6) MH17 fue detonado por una bomba a bordo en un atentado terrorista; 7) lo voló la CIA, nomás porque sí; 8) fue un atentado para acabar con la carrera de dos importantes investigadores de VIH-SIDA que iban a bordo; 9) fueron los de siempre: Illuminati, Mossad, o incluso el Fondo Monetario Internacional (!?).
La desinformación no es nueva, pero lo que sí es nuevo en nuestros tiempos es el uso de la democratización de la información como un arma contra la democracia misma. Aprovechando libertad de expresión que no permiten en sus propios países, los tiranos de hoy inundan el ambiente público de "contenido" con mucha producción, gráficos, presentadores caristmáticos y bien hablados, y todo tipo de "expertos" que ofrecen, simplemente, mentiras. Saben que decir una idiotez o una mentira siempre es más rápido y más fácil que refutarla. Yo mismo conozco gente supuestamente inteligente que se las arregla para creer que George Orwell era un agente de la CIA y que los niños sirios se bombarderon a sí mismos con armas químicas para hacer quedar mal al pobrecito de Assad. En palabras de Mark Twain, siempre es más fácil engañar a la gente que hacerle ver que ha sido engañada.
Peter Pomerantsev, hijo de exiliados del régimen soviético y ahora profesor en la London School of Economics escribe en This is Not Propaganda :
[...] aunque a uno no le guste lo que escriben los trolls, las mentiras no son en sí ilegales. En el libre mercado de las ideas, la mejor información—el credo periodístico con el que fui criado—es el antídoto a la mentira. ¿Después de todo, no es exactamente la libertad de expresión por lo que los disidentes democráticos, como mis padres, habían luchado?
Antes, lo que se conoce como guerra de información tenía el propósito de convencer al público de alguna versión de los hechos: que la guerra sí se está ganando, que el enemigo sí es tal o cual régimen, que nosotros sí somos los buenos. Pero en This is Not Propaganda, Pomerantsev explica que hoy el propósito de la desinformación no es convencer, sino confundir. En el caso ruso, y particularmente desde la invasión de Ucrania, además se aprovecha para inyectar mensajes favorables al régimen:
Un motif del relato del Kremlin era este: que el deseo de libertad no lleva a la paz y prosperidad, sino a la guerra y la devastación (un mensaje dirigido antes que nada a su propia población, para que no les entusiasme mucho la idea). Para hacer este cuento realidad, había que asegurarse que Ucrania nunca pudiera lograr la paz. El país debía sangrar.
Las conspiraciones ridículas no están ahí para convencer a nadie, aunque siempre hay algunos idiotas útiles que creen lo que sea. Más bien, están ahí para sofocar la verdad. Alguna vez escuché en un debate—sobre física teórica, curiosamente—que en una democracia la verdad siempre va en desventaja, porque todo mundo tiene su propia versión de los hechos, pero verdad solo hay una, así que por pura probabilidad deberíamos esperar estar desinformados en alguna medida. Esto es desalentador, pero es mejor que el caso en un régimen autoritario, donde la verdad es algo que se considera inexistente a priori.
Ya hemos visto aquí en AutóMata que las grandes corrientes ideológicas del siglo XX están muertas o en crisis. Ahora, sin una visión clara para el futuro, más y más sociedades y gobiernos adoptan una postura de lo que yo llamaría nihilismo epistémico:
En los regímenes de hoy, que batallan para formar una ideología coherente, la idea de que uno vive en un mundo de conspiraciones se convierte en una visión del mundo en sí. La teoría de conspiración reemplaza a la ideología con una mezcla de auto-lástima, paranoia, vanidad y entretenimiento.
Los regímenes como el de Putin promueven tanto las conspiraciones porque buscan dejar a los ciudadanos exhaustos e impotentes, resignados a que no tiene caso creer ni pelear por nada.
* * *
El caso ruso es el más distópico, pero es solo uno entre muchos (la distopía rusa moderna la describió ampliamente el mismo Pomerantsev en su sublime Nothing is True and Everything is Possible). Propaganda... inicia con un reportaje sobre los fabricantes de noticias en Filipinas, donde las noticias falsas y la manipulación a través de redes sociales llevaron al nefasto Rafael Duterte a la presidencia. También estudia el caso de México durante la administración de Peña Nieto, relatando cómo infiltradores cibernéticos del gobierno sabotearon la organización de manifestaciones contra el gasolinzaso y espiaron a periodistas con el software Pegasus. La desinformación también fue central, como sabemos, para la elección de Trump, en sí una máquina perpetua de verdades alternativas o, mejor dicho, mentiras.
Pudiera decirse que la desinformación es ya un hecho consolidado, tanto en regímentes autoritarios como en sociedades libres. Basta ver cualquier discusión en línea y sobre el tema que sea para ver que todos tienen sus propias fuentes, sus propios expertos y sus propios hechos. En las sociedades libres, no hace falta una campaña gubernamental de desinformación, porque los ciudadanos se encargan de desinformarse solos. El Internet hace a la gente inteligente más inteligente y a la tonta más tonta. Las redes sociales bajan el nivel de todas las conversaciones hasta el del participante más deshonesto, tonto o desinformado y, en conversaciones con millones de participantes, eso es una pésima noticia.
El populismo es una estrategia informativa: gana uniendo a muchos grupos pequeños que de otra manera no tendrían por qué estar del mismo lado. Para lograr esto, recurre a explotar una identidad tan ambigua que pudiera significar lo que sea, de modo que cualquier elector potencial pudiera identificarse con ella, como pudiera ser "el pueblo" o "los muchos". Al mismo tiempo, la campaña populista lanza mensajes extremadamente específicos a cada grupo que, por el abrumador volumen de información, los otros grupos no ven. No es importante si el mensaje tiene algo de cierto o no. Presentando a Hillary Clinton como el perverso establishment (que tiene algo de verdad), la campaña Trump-Putin logró unir a la clase trabajadora blanca con los republicanos evangélicos, al tiempo que convenció a socialistas y afroamericanos a quedarse en casa el día de la elección. En México, la campaña de AMLO utilizó esta estrategia para lograr el apoyo de grupos supuestamente enemigos, como evangélicos, feministas y socialistas bolivarianos.
Los hechos se vuelven secundarios bajo esta lógica. Uno no está, después de todo, tratando de ganar un debate público sobre conceptos políticos en torno a la evidencia. El objetivo es aislar al público tras un muro verbal. Es lo opuesto al centrismo... aquí, los grupos de electores no necesitan unirse en torno a nada.
[...]
Ya perdida la posibilidad de equilibrio, imparcialidad y exactitud en la información, todo lo que queda es ser más "genuino" que el otro lado: más emocional, más subjetivo, más heroico.
* * *
Pomerantsev aprovecha su historia familiar para resaltar la ironía de nuestros tiempos. Varios miembros de su familia fueron encarcelados o exiliados por los soviéticos por poseer o compartir libros prohibidos, o por tratar de sintonizar estaciones de radio occidentales. En el autoritarismo aplastante que todavía existe en China la gente es desaparecida por sus comentarios en redes sociales. Mientras tanto, las sociedades libres y modernas están paralizadas por la inundación de desinformación, proveniente de fuera y dentro. Para colmo, la libertad de expresión en estas sociedades se usa cada vez más para hacer apologías del autoritarismo, sea pasado, actual o futuro.
* * *
Poco después de que fuera derribado MH17, varios reporteros y presentadores de la cadena rusa RT renunciaron, como Sarah Firth en Londres y Liz Wahl en E.U. Firth anunció su renuncia en redes sociales, mientras que Wahl aprovechó su propio noticiero para hacer su renuncia en vivo:
Aunque la lista de ex-reporteros de cadenas de propaganda rusa es larguísima, no todos han denunciado lo mismo. Algunos realmente creen lo que dicen, cosa que RT aprovecha siempre que puede para tratar de maquillar su imagen y presentarse como un medio supuestamente libre y serio. El modelo ya es ampliamente copiado por otras cadenas "noticiosas", como Fox News en E.U. y Telesur en Latinoamérica.
Uno ya no sabe qué si es atribuible a Voltaire y qué no, pero tenía razón quienquiera que haya dicho que para cometer atrocidades primero se tienen que creer absurdos. La propaganda moderna ha creado una variante de esta formulación: no pretende necesariamente que la gente actúe, digamos para acusar a sus vecinos con la Gestapo a la Stasi. Basta con lograr que se queden pasivos, resignados a que no tiene caso actuar, porque todas las manifestaciones son financiadas por intereses oscuros, todos los árbitros están comprados, todas las revoluciones son orquestadas por manipuladores extranjeros, todos los concursos de belleza están arreglados, todos los articulistas están en la nómina de algún supervillano y todas las noticias son solo propaganda. Entonces sí, cuando los ciudadanos renuncien a su propia libertad, el camino estará abierto para quienes sí van a hacer algo atroz.
No está claro qué se puede hacer. La observación de Mark Twain que cité antes parece cumplirse con más rigor que las leyes de la termodinámica. Personas inteligentes voluntariamente se hacen lobotomías con el scroll infinito de desinformación que llevan en el bolsillo. Sí estoy seguro que Bertrand Russell dijo con razón que la mayoría de la gente preferiría morirse antes que tener que pensar demasiado, y la mayoría así lo hace. Pequeños actos de heroísmo como renunciar al aire son mejor que nada, pero no veo por ahora algo cercano al punto crítico que se logró al final de la Guerra Fría, cuando millones de personas en el bloque soviético, hartas de las mentiras, salieron a la calle a marchar por los hechos bajo el liderazgo de poetas, dramaturgos e historiadores.
Yo crecí en un momento único en la historia: soy suficientemente antiguo para recordar un mundo completamente analógico y suficientemente joven para vivir los primeros momentos de la era digital, ahora ya consolidada. No pienso que el pasado necesariamente haya sido mejor; de hecho, estoy convencido de lo contrario. No quisiera vivir en otro tiempo anterior a este. Espero que esto resulte ser un breve periodo de transición hacia más prosperidad y libertad, pero no se ve claro por ahora. Pomerantsev no parece ser optimista tampoco. Su consuelo son la literatura y la historia:
Cuando comencé a trabajar en los pasajes acerca de mis padres que incluyo en este libro, empecé por notar cuánto ha cambiado entre los siglos [XX y XXI], cómo las palabras calcificadas "libertad", "democracia", "Europa", incluso géneros completos de arte han tenido sus significados robados o hackeados. Entonces, me encontré despertando a las experiencias que dieron a esas palabras su poder, lo que que abre la posibilidad de su regeneración en el futuro.
La historia no solo sirve para entender cómo fue el pasado y cómo es que llegamos a donde estamos hoy. Sirve, ante todo, para recordarnos cuál era el futuro por el que, se supone, tanto estuvimos luchando.