2020-01-05

Esto no es propaganda


Y si no hay hechos que apunten al futuro que estás construyendo, ¿cuál es el atractivo de los hechos para ti? ¿Para qué quieres datos, si estos te dicen que tus hijos la tendrán más difícil que tú? ¿Y si dicen que ninguna versión del futuro es prometedora? ¿Y por qué deberías entonces confiar en los proveedores de estos hechos, los medios y académicos, centros de estudio, estadistas?

Así, el político que alardea de rechazar los hechos, que valida el placer de proferir sinsentidos, que se entrega a la completa, anárquica liberación de tener que ser coherente y lidiar con la sobria realidad, se vuelve atractivo.

El 17 de julio de 2014, el vuelo MH17 de Malaysia Airlines fue derribado al este de Ucrania por separatistas rusos, usando un sistema de misiles antiaéreo clase Buk introducido desde Rusia ese mismo día a través de la frontera y regresado después del ataque. Murieron 283 pasajeros y 15 tripulantes, la mayoría de Holanda, Australia y Malasia. Cuando los separatistas llegaron a la escena, tras creer que habían derribado un avión militar ucraniano y darse cuenta de su error, saquearon las pertenencias de los pasajeros y alteraron la escena, removiendo los fragmentos de misil que pudieron encontrar, incluyendo las esquirlas en los cuerpos de los pilotos. Esos son los hechos de lo que pasó.


A menos, esto es, que uno estuviera siguiendo la historia a través de un medio ruso, como RT, Sputnik o LifeNews, o el propio Ministerio de Defensa Ruso. En ese caso, los hechos anteriores fueron reportados solo como la versión "occidental" del suceso, contrapuesta con otras versiones: 1) MH17 fue derribado por un caza Su-25 ucraniano; 2) sí fue derrbiado por un Buk, pero ucraniano; 3) sí fue derribado por un Buk ruso, pero porque el control aéreo ucraniano lo desvió a propósito para provocar la confusión; 4) fue derribado por los ucranianos porque pensaron que era un avión ruso y en él viajaba ni más ni menos que Vladimir Putin; 5) MH17 era en realidad el otro avión de Malaysia Airlines, MH370, que desapareció meses antes sobre el Océano Índico, precargado con cadáveres cuando despegó desde Ámsterdam; 6) MH17 fue detonado por una bomba a bordo en un atentado terrorista; 7) lo voló la CIA, nomás porque sí; 8) fue un atentado para acabar con la carrera de dos importantes investigadores de VIH-SIDA que iban a bordo; 9) fueron los de siempre: Illuminati, Mossad, o incluso el Fondo Monetario Internacional (!?).

La desinformación no es nueva, pero lo que sí es nuevo en nuestros tiempos es el uso de la democratización de la información como un arma contra la democracia misma. Aprovechando libertad de expresión que no permiten en sus propios países, los tiranos de hoy inundan el ambiente público de "contenido" con mucha producción, gráficos, presentadores caristmáticos y bien hablados, y todo tipo de "expertos" que ofrecen, simplemente, mentiras. Saben que decir una idiotez o una mentira siempre es más rápido y más fácil que refutarla. Yo mismo conozco gente supuestamente inteligente que se las arregla para creer que George Orwell era un agente de la CIA y que los niños sirios se bombarderon a sí mismos con armas químicas para hacer quedar mal al pobrecito de Assad. En palabras de Mark Twain, siempre es más fácil engañar a la gente que hacerle ver que ha sido engañada.

Peter Pomerantsev, hijo de exiliados del régimen soviético y ahora profesor en la London School of Economics escribe en This is Not Propaganda :
[...] aunque a uno no le guste lo que escriben los trolls, las mentiras no son en sí ilegales. En el libre mercado de las ideas, la mejor información—el credo periodístico con el que fui criado—es el antídoto a la mentira. ¿Después de todo, no es exactamente la libertad de expresión por lo que los disidentes democráticos, como mis padres, habían luchado?
Antes, lo que se conoce como guerra de información tenía el propósito de convencer al público de alguna versión de los hechos: que la guerra sí se está ganando, que el enemigo sí es tal o cual régimen, que nosotros sí somos los buenos. Pero en This is Not Propaganda, Pomerantsev explica que hoy el propósito de la desinformación no es convencer, sino confundir. En el caso ruso, y particularmente desde la invasión de Ucrania, además se aprovecha para inyectar mensajes favorables al régimen:
Un motif del relato del Kremlin era este: que el deseo de libertad no lleva a la paz y prosperidad, sino a la guerra y la devastación (un mensaje dirigido antes que nada a su propia población, para que no les entusiasme mucho la idea). Para hacer este cuento realidad, había que asegurarse que Ucrania nunca pudiera lograr la paz. El país debía sangrar.
Las conspiraciones ridículas no están ahí para convencer a nadie, aunque siempre hay algunos idiotas útiles que creen lo que sea. Más bien, están ahí para sofocar la verdad. Alguna vez escuché en un debate—sobre física teórica, curiosamente—que en una democracia la verdad siempre va en desventaja, porque todo mundo tiene su propia versión de los hechos, pero verdad solo hay una, así que por pura probabilidad deberíamos esperar estar desinformados en alguna medida. Esto es desalentador, pero es mejor que el caso en un régimen autoritario, donde la verdad es algo que se considera inexistente a priori.

Ya hemos visto aquí en AutóMata que las grandes corrientes ideológicas del siglo XX están muertas o en crisis. Ahora, sin una visión clara para el futuro, más y más sociedades y gobiernos adoptan una postura de lo que yo llamaría nihilismo epistémico:
En los regímenes de hoy, que batallan para formar una ideología coherente, la idea de que uno vive en un mundo de conspiraciones se convierte en una visión del mundo en sí. La teoría de conspiración reemplaza a la ideología con una mezcla de auto-lástima, paranoia, vanidad y entretenimiento.
Los regímenes como el de Putin promueven tanto las conspiraciones porque buscan dejar a los ciudadanos exhaustos e impotentes, resignados a que no tiene caso creer ni pelear por nada.

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El caso ruso es el más distópico, pero es solo uno entre muchos (la distopía rusa moderna la describió ampliamente el mismo Pomerantsev en su sublime Nothing is True and Everything is Possible). Propaganda... inicia con un reportaje sobre los fabricantes de noticias en Filipinas, donde las noticias falsas y la manipulación a través de redes sociales llevaron al nefasto Rafael Duterte a la presidencia. También estudia el caso de México durante la administración de Peña Nieto, relatando cómo infiltradores cibernéticos del gobierno sabotearon la organización de manifestaciones contra el gasolinzaso y espiaron a periodistas con el software Pegasus. La desinformación también fue central, como sabemos, para la elección de Trump, en sí una máquina perpetua de verdades alternativas o, mejor dicho, mentiras.

Pudiera decirse que la desinformación es ya un hecho consolidado, tanto en regímentes autoritarios como en sociedades libres. Basta ver cualquier discusión en línea y sobre el tema que sea para ver que todos tienen sus propias fuentes, sus propios expertos y sus propios hechos. En las sociedades libres, no hace falta una campaña gubernamental de desinformación, porque los ciudadanos se encargan de desinformarse solos. El Internet hace a la gente inteligente más inteligente y a la tonta más tonta. Las redes sociales bajan el nivel de todas las conversaciones hasta el del participante más deshonesto, tonto o desinformado y, en conversaciones con millones de participantes, eso es una pésima noticia.

El populismo es una estrategia informativa: gana uniendo a muchos grupos pequeños que de otra manera no tendrían por qué estar del mismo lado. Para lograr esto, recurre a explotar una identidad tan ambigua que pudiera significar lo que sea, de modo que cualquier elector potencial pudiera identificarse con ella, como pudiera ser "el pueblo" o "los muchos". Al mismo tiempo, la campaña populista lanza mensajes extremadamente específicos a cada grupo que, por el abrumador volumen de información, los otros grupos no ven. No es importante si el mensaje tiene algo de cierto o no. Presentando a Hillary Clinton como el perverso establishment (que tiene algo de verdad), la campaña Trump-Putin logró unir a la clase trabajadora blanca con los republicanos evangélicos, al tiempo que convenció a socialistas y afroamericanos a quedarse en casa el día de la elección. En México, la campaña de AMLO utilizó esta estrategia para lograr el apoyo de grupos supuestamente enemigos, como evangélicos, feministas y socialistas bolivarianos.
Los hechos se vuelven secundarios bajo esta lógica. Uno no está, después de todo, tratando de ganar un debate público sobre conceptos políticos en torno a la evidencia. El objetivo es aislar al público tras un muro verbal. Es lo opuesto al centrismo... aquí, los grupos de electores no necesitan unirse en torno a nada.

[...]

Ya perdida la posibilidad de equilibrio, imparcialidad y exactitud en la información, todo lo que queda es ser más "genuino" que el otro lado: más emocional, más subjetivo, más heroico.
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Pomerantsev aprovecha su historia familiar para resaltar la ironía de nuestros tiempos. Varios miembros de su familia fueron encarcelados o exiliados por los soviéticos por poseer o compartir libros prohibidos, o por tratar de sintonizar estaciones de radio occidentales. En el autoritarismo aplastante que todavía existe en China la gente es desaparecida por sus comentarios en redes sociales. Mientras tanto, las sociedades libres y modernas están paralizadas por la inundación de desinformación, proveniente de fuera y dentro. Para colmo, la libertad de expresión en estas sociedades se usa cada vez más para hacer apologías del autoritarismo, sea pasado, actual o futuro.

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Poco después de que fuera derribado MH17, varios reporteros y presentadores de la cadena rusa RT renunciaron, como Sarah Firth en Londres y Liz Wahl en E.U. Firth anunció su renuncia en redes sociales, mientras que Wahl aprovechó su propio noticiero para hacer su renuncia en vivo:


Aunque la lista de ex-reporteros de cadenas de propaganda rusa es larguísima, no todos han denunciado lo mismo. Algunos realmente creen lo que dicen, cosa que RT aprovecha siempre que puede para tratar de maquillar su imagen y presentarse como un medio supuestamente libre y serio. El modelo ya es ampliamente copiado por otras cadenas "noticiosas", como Fox News en E.U. y Telesur en Latinoamérica.

Uno ya no sabe qué si es atribuible a Voltaire y qué no, pero tenía razón quienquiera que haya dicho que para cometer atrocidades primero se tienen que creer absurdos. La propaganda moderna ha creado una variante de esta formulación: no pretende necesariamente que la gente actúe, digamos para acusar a sus vecinos con la Gestapo a la Stasi. Basta con lograr que se queden pasivos, resignados a que no tiene caso actuar, porque todas las manifestaciones son financiadas por intereses oscuros, todos los árbitros están comprados, todas las revoluciones son orquestadas por manipuladores extranjeros, todos los concursos de belleza están arreglados, todos los articulistas están en la nómina de algún supervillano y todas las noticias son solo propaganda. Entonces sí, cuando los ciudadanos renuncien a su propia libertad, el camino estará abierto para quienes sí van a hacer algo atroz.

No está claro qué se puede hacer. La observación de Mark Twain que cité antes parece cumplirse con más rigor que las leyes de la termodinámica. Personas inteligentes voluntariamente se hacen lobotomías con el scroll infinito de desinformación que llevan en el bolsillo. Sí estoy seguro que Bertrand Russell dijo con razón que la mayoría de la gente preferiría morirse antes que tener que pensar demasiado, y la mayoría así lo hace. Pequeños actos de heroísmo como renunciar al aire son mejor que nada, pero no veo por ahora algo cercano al punto crítico que se logró al final de la Guerra Fría, cuando millones de personas en el bloque soviético, hartas de las mentiras, salieron a la calle a marchar por los hechos bajo el liderazgo de poetas, dramaturgos e historiadores.
Checoslovaquia, 1989.
Yo crecí en un momento único en la historia: soy suficientemente antiguo para recordar un mundo completamente analógico y suficientemente joven para vivir los primeros momentos de la era digital, ahora ya consolidada. No pienso que el pasado necesariamente haya sido mejor; de hecho, estoy convencido de lo contrario. No quisiera vivir en otro tiempo anterior a este. Espero que esto resulte ser un breve periodo de transición hacia más prosperidad y libertad, pero no se ve claro por ahora. Pomerantsev no parece ser optimista tampoco. Su consuelo son la literatura y la historia:
Cuando comencé a trabajar en los pasajes acerca de mis padres que incluyo en este libro, empecé por notar cuánto ha cambiado entre los siglos [XX y XXI], cómo las palabras calcificadas "libertad", "democracia", "Europa", incluso géneros completos de arte han tenido sus significados robados o hackeados. Entonces, me encontré despertando a las experiencias que dieron a esas palabras su poder, lo que que abre la posibilidad de su regeneración en el futuro.
La historia no solo sirve para entender cómo fue el pasado y cómo es que llegamos a donde estamos hoy. Sirve, ante todo, para recordarnos cuál era el futuro por el que, se supone, tanto estuvimos luchando.