2019-10-28

Harari 3: El liberalismo en crisis



Tras algo de introspección, he elegido la discusión libre en vez de la auto-censura. Sin criticar al modelo liberal, no podremos reparar sus fallas ni avanzar más allá de él. Pero por favor note que este libro solamente pudo ser escrito gracias a que la gente todavía es relativamente libre de pensar lo que quiera y expresase como desea. Si valora este libro, también debería valorar la libertad de expresión.

— Y. N. Harari, 21 Lessons for the 21st Century

En este momento hay grandes protestas alrededor del mundo, en democracias consolidadas y otras naciones que quisieran serlo. Uno puede recurrir a los periodistas, politólogos y otros expertos para entender los detalles de cada una de estas situaciones y tener un buena idea de qué está pasando en cada caso. (Aquí en AutóMata están en la agenda varios libros sobre esto, como The Strange Death of Europe de Douglas Murray, The Road to Unfreedom de Timothy Snyder y Why Nations Fail de Acemoglu y Robinson.) Pero las razones de fondo, al estilo de un observador extraterrestre que no está viendo los detalles particulares de cada situación, sea Chile, Líbano o Hong Kong, sino los fundamentales—los de la humanidad—no las encontrará en un típico artículo o programa de análisis político. Por fortuna, hay entre nosotros algunos humanos cuasi-extraterrestres como Yuval Noah Harari que a eso se dedican, como en su libro 21 Lessons for the 21st Century.

* * *


El cronocentrismo es la percepción de que el momento actual es particularmente especial. Casi siempre es un error, si tomamos en cuenta la historia de la humanidad a gran escala. Por miles de años, las cosas fueron, básicamente, iguales. Si uno nacía en el año 1100, podía mirar doscientos o trescientos años en cualquier dirección y ver, básicamente, lo mismo. Los mismos sistemas políticos, las mismas historias de héroes y villanos, el mismo arte, la misma tecnología, si se le pudiera decir así. Uno podía predecir qué iba a ser necesario hacer o conseguir para que sus hijos pudieran estar igual o mejor y era fácil ser política y socialmente conservador, porque adaptarse al cambio no solamente era innecesario, sino que el cambio en sí era impensable. Había un rey amparado por un dios, una nobleza, y fieles súbditos que trabajaban para ellos a cambio de protección del otro rey, amparado por otro dios que estaba con sus súbditos en el reino de al lado. Sabiendo eso y un oficio, una persona común ya sabía prácticamente todo lo que se podía saber.

Todavía hace unas décadas, este modelo era suficiente. El paso del cambio aumentó desde la Revolución Científica, pero todavía era manejable. Uno no usaba las mismas herramientas para dedicarse a los mismos oficios que sus padres, pero básicamente había un cambio importante una vez por generación, cuando mucho. Era posible, en la mayoría de las profesiones y oficios, pertenecer a una familia que se dedicaba a lo mismo desde hacía siglos, ya fuera la agricultura o las leyes. Uno cambiaba los animales por tractores y las máquinas de escribir por computadoras, pero la naturaleza del trabajo era básicamente la misma.

Al alba del siglo XXI, esto ya no es cierto. Dejarse llevar por las corrientes del cambio es una receta para el naufragio seguro. Esto sí es, sin duda, un momento único en la historia de la humanidad. El liberalismo derrotó primero al fascismo y luego al comunismo, y parecía ser la única opción viable. Ahora, es el liberalismo el que está entrando en crisis, en parte debido a la misma abundancia material que facilitó. Aunque la crisis empezó hace décadas, los síntomas más agudos se han visto desde las elecciones en EU y Reino Unido en 2016. No parece haber una opción más disponible en caso de que falle el liberalismo.


Solía ser que el liberalismo tenía como protagonista a la persona común, valorando su libertad, su voto, su trabajo y su bienestar, a diferencia del fascismo y el comunismo. No era perfecto, pero el liberalismo ofrecía una marcada diferencia para bien ante los otros sistemas políticos, y la persona común en una democracia liberal podía confiar en que el futuro iba a ser mejor. Pero ahora, los temas en la agenda de la humanidad están muy alejados no solamente de la comprensión de la persona común, sino de las personas comunes en sí. El mundo está avanzando tan rápido que la gente ordinaria es completamente ignorada o, en el mejor de los casos, arrastrada por asuntos que le parecen remotos o incomprensibles, como la automatización, la inteligencia artificial, las criptomonedas, la bioingeniería y otros temas altamente especializados.

Antes, la tecnología desplazaba a los humanos en labores físicas y los humanos se adaptaban enfocándose a labores cognitivas. Pero una vez que éstas ya se deleguen a algoritmos e inteligencia artificial, no queda claro qué labor humana todavía será necesaria. En el pasado, inclusive los gobiernos fascistas y comunistas más autoritarios necesitaban cuidar algo a su gente: las necesitaban para que produjeran, que lucharan, que se reprodujeran. Con gran organización y valor, era posible coordinarse para hacer un paro y exigir mejoras en las condiciones de vida. Por más drástica que fuera la situación, uno podía refugiarse en que el régimen no los podía fusilar a todos y, por más censura y mano dura que aplicara, no podía leerles los pensamientos. Los disidentes escuchaban estaciones de radio extranjeras o tenían sus propias publicaciones clandestinas mientras se presentaba la oportunidad de cambiar de régimen o, al menos, de huir de él. En las sociedades democráticas, además se podía cambiar de rumbo mediante el voto.

¿Pero qué pasa con la gente común cuando ya es necesaria para nada? Si la innovación solo está al alcance de un puñado de genios, si la producción está hecha cada vez más por las máquinas y algoritmos que estos mismos manejan, y si las decisiones las toman élites que no necesitan responder a lo que la gente quiere, ¿qué queda para la persona común que ve su vida estancarse? Alrededor del mundo, la gente siente cada vez más que ya no es importante su voto ni su trabajo. Sí, tienen una máquina de entretenimiento instantáneo en su bolsillo, pero no entienden ni cómo funciona ni cuál fue su papel, en la sociedad, para ayudar a producirla. Al menos en el fascismo y el comunismo quedaba claro el lugar de uno en la lucha por defender al régimen o, más bien, en la lucha por defenderse de él.

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Al mismo tiempo que son cada vez menos relevantes, los humanos pueden ver las diferencias entre distintos países y culturas, y están votando cada vez menos con las boletas y cada vez más con sus pies:
En mis viajes a través del mundo he encontrado mucha gente que quisiera emigrar a los Estados Unidos, Alemania, Canadá o Australia. He encontrado a algunos que quisieran ir a China o Japón. Por ahora no me encontrado con una sola persona que sueñe con irse a vivir a Rusia.
Mientras que la humanidad se enfrenta a los tres grandes problemas de disrupción tecnológica, cambio climático y la persistente amenaza de aniquilación nuclear, también está atorada con el viejo sistema político diseñado para actuar solamente cuando las cosas cambian lentamente y se ha logrado un consenso abrumador sobre el camino a seguir. Pueden ver cómo la tecnología cambia todo a su alrededor, pero también ven cómo sus gobiernos siguen iguales y sus niveles de vida también.

Ante la desesperación y la incertidumbre, los que pueden irse a los lugares donde las cosas son mejores lo hacen; los que ya están en esos lugares, percibiendo que no hay alternativas para salir de su estancamiento, y desconfiados de los recién llegados, ya no saben qué hacer. Resurgen los candidatos que prometen hacer las cosas simples como antes, cuando la gente ordinaria entendía cuál era su lugar y cuáles eran las reglas para asegurar que sus hijos vivieran mejor que ellos. En particular, tienen atractivo los candidatos que ofrecen volver a una política nacional, en la que no sea necesario pensar en las complejidades del mundo moderno global.

El nacionalismo tiene su lado bueno: para empezar, permite la cooperación con millones de extraños, que de otra manera sería imposible. Los países sin un sentido nacional fuerte se desmoronan, como es el caso de Afganistán, Congo, Somalia o Irak. Pero aún así,
Ahora tenemos una ecología global, una economía global, y una ciencia global—pero seguimos atorados con política a nivel nacional.
[…]
En el Siglo XXI, para cuidar de tus compatriotas, debes cooperar con extranjeros. Así que ahora los buenos nacionalistas deberían ser globalistas.
Ningún país puede, por sí solo, manejar la disrupción tecnológica. No hay muros ni políticas migratorias que mantengan fuera los gases invernadero ni la radiación nuclear. Es imperativo evitar que lleguen al poder políticos que no entiendan esto.

En el Siglo XXI, nos enfrentamos a tres tipos generales de problemas:

1. Problemas técnicos: ¿cómo debemos hacer las cosas?
2. Problemas políticos. ¿cuáles cosas deberíamos hacer?
3. Problemas identidad: ¿a quién nos referimos con “nos”?

Dividir al mundo en naciones, cada una resolviendo estas cuestiones por su lado, ya no es factible. Ningún nacionalismo tiene una respuesta para los problemas urgentes que enfrentamos, y ciertamente ninguna religión la tiene tampoco. ¿Cuál es la postura musulmana acerca de la inteligencia artificial? ¿Y la cristiana?

* * *
Por miles de años, filósofos y profetas nos han exhortado a conocernos a nosotros mismos. Pero este consejo nunca había sido tan urgente como en el Siglo XXI porque, a diferencia de los tiempos de Laozi o Sócrates, ahora tenemos competencia seria.

¿Qué sí podemos hacer ante todo esto?

Por ahora estamos en una etapa de transición, en la que todavía hay algo de trabajo hecho con manos y mentes humanas, aunque sea cada vez menos relevante, y los votos todavía cambian a los gobernantes, aunque casi todos sean iguales. Estamos pasando por un umbral de acceso a la información que todavía se puede, con algo de esfuerzo, procesar. Estamos a tiempo de evitar una distopía y asegurar nuestra superviviencia como especie.

Para empezar, debemos recordar que la desinformación y la propaganda no son fenómenos nuevos. El ejemplo más fácil es la religión, pero también los gobiernos se han dedicado a las fake news. Recordando lo explicado en Sapiens (episodio 2), hemos prosperado como especie gracias a nuestra capacidad para crear y creer historias. Ahora, ante la abrumadora cantidad de historias que nos inunda, debemos estar preparados para valorar la información de la que nos alimentamos—esto es, valorarla con dinero; y segundo, debemos estar dispuestos a esforzarnos por leer la ciencia correspondiente a los temas que nos interesan. A su vez, los científicos tienen que mejorar más la comunicación de su trabajo a la población. Como decía Carl Sagan, vivimos en un mundo cada vez más dependiente de la ciencia y la tecnología, en el que cada vez menos personas entienden de ciencia y tecnología.

En cuanto a nuestra capacidad de creer historias, debemos entender que no podremos, de aquí en adelante, derivar propósito o significado de ellas o, al menos, de las tradicionales. A nuestro mejor entendimiento científico, las historias religiosas, nacionalistas o tribales sencillamente no son ciertas. El Universo simplemente no funciona como una historia. La gente debe asimilar, de alguna manera, que no son una historia (y de una vez, que no tienen libre albedrío: quienes creen que lo tienen son los más fáciles de manipular). La pregunta importante no es el significado de la vida—porque no lo tiene—sino cómo aprovecharla ya que sí la tenemos.
...el verdadero misterio de la vida no es lo que pasa después de la muerte, sino lo que pasa antes.
Debemos ser especialmente precavidos con políticos que hablen de sacrificio, pureza, restauración o redención. Ante cualquier político, debemos preguntarle cuál es su propuesta para lidiar con el cambio tecnológico, el climático, y la amenaza nuclear. Los candidatos que no puedan articular una visión clara y global sobre estos tres temas deben ser descartados. En general,
… yo confío más en quienes admiten ignorancia que quienes dicen tener todas las soluciones. Si quieres que tu religión, ideología o visión del mundo lidere el mundo, mi primer pregunta para ti es: ¿Cuál ha sido el mayor error que tu religión, ideología o visión del mundo ha cometido? ¿En qué se ha equivocado? Si no puedes contestar algo serio, al menos yo no confiaría en ti.

2019-10-14

Harari 2: El Futuro de la Humanidad


El mayor descubrimiento científico ha sido el de la ignorancia.

Dios está muerto—pero está tomando tiempo deshacerse del cadaver.

Y. N. Harai, en Homo Deus

La capacidad de los humanos para crear y compartir historias ha sido su clave para dominar al mundo. Mientras que otros animales están atorados con las verdades objetivas y subjetivas del mundo—como es en realidad y como ellos lo perciben—el ser humano tiene una tercer alternativa: la realidad intersubjetiva. Es ahí donde existen las historias que los humanos cuentan y creen. Las corporaciones, las religiones, el dinero, las leyes y los derechos no existen en el mundo más allá de la imaginación de los humanos. Estas realidades imaginadas han permitido que millones de desconocidos cooperen por fines comunes—o que peleen hasta la muerte.

Las realidades imaginadas también han facilitado la descentralización de las labores humanas, logrando que éstas se organicen en módulos altamente especializados: unos se dedican a extraer petróleo, otros a los cultivos, otros a la manufactura, algunos cuantos a la ciencia y la tecnología, otros pocos a las artes. Así, Homo sapiens ha logrado desacoplar su antigua necesidad de pertenecer a una tribu de sus contribuciones directas a ella, para bien o para mal. Gracias a las realidades intersubjetivas, la tribu de un sapiens es la que quiera: la nación, la compañía, el barrio, el partido político, el equipo deportivo.

Al mismo tiempo, el conocimiento objetivo del mundo que ha logrado Sapiens le ha permitido entender y manipular las cosas que sí existen fuera de su imaginación, en la realidad objetiva. Los humanos pueden poner satélites en órbita, erradicar enfermedades y fusionar átomos en el mundo real, no sólo en su imaginación. Poco a poco, han descubierto que la vida misma es un sistema modular también. Sus cuerpos son colecciones de máquinas biológicas altamente especializadas que trabajan en conjunto, aunque no todas sepan o entiendan de las demás.

En resumen, el actual dominio humano de la Tierra se debe a la mancuerna de sus realidades intersubjetivas con su ciencia. La evolución que siga esta combinación será lo que determine el futuro de la humanidad.

*   *   *

No es lo que parece cuando uno ve las noticias, pero en términos absolutos la humanidad nunca había estado mejor. Ahora, una guerra a gran escala entre las mayores potencias es casi inimaginable, y mucha más gente muere por las consecuencias de la obesidad que por las de la desnutrición. Las enfermedades prevenibles son, casi siempre, prevenidas, y los brotes que hay suelen ser por la necia superstición de la gente y no por la falta de capacidad técnica. Habiendo derrotado a la hambruna, la guerra y la enfermedad en términos prácticos, ahora la humanidad se dedica cada vez más a lo que sigue: lograr la felicidad y, eventualmente, la inmortalidad. Un tercer gran objetivo de la humanidad en el siglo que comenzamos será adquirir poderes de creación y destrucción comparables con los de los dioses tradicionales, convirtiendo a Homo sapiens en Homo deus.

Antes de ver cómo es que hemos llegado a este punto y cómo pudiéramos seguir hacia delante, vale la pena revisar algunas aclaraciones que hace el mismo Harari:
  • Primero, no todos los miembros de la humanidad se dedicarán a estas cosas en el Siglo XXI;
  • Segundo, éstas son predicciones históricas, no manifiestos políticos;
  • Tercero, dedicarnos a estos objetivos no significa que los lograremos; y
  • Cuarto, éstas predicciones no son profecías tanto como puntos de partida para discutir las opciones ante nosotros en nuestro presente.
Cuanto más sabemos, más podemos usar nuestro conocimiento para cambiar nuestras acciones y prioridades y, por lo tanto, el futuro. Por esto se hace cada vez más difícil hacer predicciones, ya que nuestro conocimiento mismo sobre lo que es posible afecta lo que acabaremos haciendo. Dos citas más de Harari sobre este punto:
Los historiadores estudian el pasado no para evitar repetirlo, sino para liberarse de él.
Y:
Las predicciones salpicadas por este libro son solo un intento de discutir dilemas actuales y una invitación a cambiar el futuro. 
*  *  *

Llegamos a la posición en la que estamos ahora gracias al conocimiento. A diferencia de tiempos anteriores, en los que la riqueza de una nación se determinaba sacando cuentas de todos los recursos que poseía, ahora la fuente principal de riqueza y prosperidad es el conocimiento:
Mientras que uno puede conquistar yacimientos petroleros con la guerra, no puede adquirir conocimiento así. Por lo tanto, a medida que el conocimiento se convirtió en el recurso económico más importante, la rentabilidad de la guerra bajó, y ahora ésta ocurre principalmente en aquellas regiones del mundo—como el Medio Oriente y África central—donde las economías todavía siguen los modelos anticuados basados en recursos materiales.
El conocimiento ha facilitado este desacoplamiento de la prosperidad y los recursos materiales o, mejor dicho, en el mundo moderno los recursos son inútiles sin el conocimiento (véase a Venezuela) y hay casos de países prácticamente sin recursos que son de los más prósperos (véase a Singapur o a Israel). Dicho conocimiento ha sido obtenido, en todos los casos, de hacer ciencia: comparar lo que se cree contra la realidad, ajustar, y volver a comparar. Como se vio en Sapiens, la mancuerna de la ciencia y el capitalismo fue lo que hizo la diferencia entre el mundo desarrollado y el resto.

Las explicaciones naturales del mundo—por no decir materiales—han sido las que nos han llevado a su comprensión; lo sobrenatural ha quedado mordiendo el polvo en todas las áreas. Esto nos lleva a que
[...] con la excepción de algunas subdisciplinas de la filosofía, ningún artículo en una publicación científica con revisión por pares toma en serio la existencia de Dios. Los historiadores no argumentan que los Aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial porque Dios estuvo de su lado, ni los economistas culpan a Dios por la crisis financiera de 1929, ni los geólogos invocan Su voluntad para explicar los movimientos de placas tectónicas.

El mismo fin le ha tocado al alma [...]
Ni una sola pieza de la prosperidad que la humanidad disfruta hoy se le puede atribuir al pensamiento mágico, sobrenatural o religioso. Aún así, ser capaces de distinguir entre la realidad y la ficción, y entre la ciencia y la religión, será cada vez más vital en el Siglo XXI, y cada vez más difícil. (Aquí hay que recordar que Harari usa "ficción" y "religión" en un sentido muy amplio, que incluye a cualquier forma de relato que la gente cuente y cualquier orden sobrehumano en el que crea. Para Harari, el Marxismo y el Islam caen en la misma categoría de fantasía religiosa.)

La modernidad es mejor entendida como un pacto entre la ciencia y el humanismo. La ciencia genera conocimiento para mejorar las condiciones materiales de la humanidad, a cambio de que el humanismo se las ingenie para darle a la gente un sentido de pertenencia y propósito en sus vidas, pero sin apelar a los esquemas de las religiones tradicionales. En un Universo puramente material carente de propósito, incluso las religiones tradicionales han tenido que cambiar sus argumentos a enfoques humanistas, y hablan cada vez más de los sentimientos, deseos, pensamientos y bienestar de los humanos más que los de Dios.

En el Siglo XX, el humanismo se dividió en tres ramas principales que pelearon a muerte: el humanismo liberal, el socialista y el fascista. Tras cientos de millones de muertos, prisioneros políticos y economías devastadas, al final el liberalismo triunfó. Todavía quedan algunos adeptos a cada uno de estos grupos derrotados, o inclusive muchos, pero ya sabemos que sus ideas están en la bancarrota total, tal y como lo sabemos de las ideas de las religiones tradicionales. Esto no significa que la victoria sea irreversible, ni mucho menos que el humanismo liberal sea perfecto (de hecho el tercer libro de Harari es justamente sobre ese tema).

Aunque las religiones tradicionales, junto con el socialismo y el fascismo sigan teniendo muchos adeptos—e incluso una mayoría abrumadora—Harari nos recuerda que
Cierto, cientos de millones pueden seguir creyendo en el Islam, el Cristianismo o el Hinduísmo. Pero los números no cuentan para mucho en la historia. La historia es formada por grupos pequeños de innovadores y no por las masas retrógradas. 
Las religiones tradicionales ahora son meramente reactivas, mientras que antes eran ellas las que daban forma al mundo. No ofrecen una alternativa viable al liberalismo si lo que se quiere es mantener nuestra prosperidad, y ni se diga de aumentarla.

*  *  *

El liberalismo sí enfrentará retos en al menos tres frentes:
  • Los humanos perderán su utilidad económica y militar
  • La individualidad del humano típico perderá su valor
  • Los individuos que sí sean valiosos probablemente pertenecerán a una clase de superhumanos
La producción industrial a gran escala ya no depende de labor humano a gran escala, sino de automatización a gran escala. Antes, era necesario tener miles de empleados altamente entrenados para poder hacer algo como un coche; ahora, las plantas automotrices son prácticamente puros robots. Lo mismo ha pasado en el frente militar: es mucho más letal un escuadrón de marines, con tecnología y soporte aéreo, que una división iraquí completa. Ahora pagamos nuestro estacionamiento a cajeros automáticos y no a personas a la salida, delegamos nuestro sentido de la orientación al GPS del teléfono, y ya contamos con algorítmos que pueden redactar artículos sobre un tema dado o hasta componer música, como el siguiente coral al estilo de Bach creado por los algoritmos del compositor y programador David Cope:


No es necesario que las máquinas hagan las cosas a la perfección (aunque algunas ya se acercan): tan solo basta con que las hagan mejor que los humanos, que no es tan difícil. Los avances tecnológicos irán desplazando a cada vez más personas, hasta crearse lo que Harari llama una clase inútil de personas: gente que no solamente no tiene empleo, sino que ni siquiera hay empleos que darles, porque no los podrían hacer mejor que las máquinas que sí los pueden hacer. Si un radiólogo humano pudiera detectar el 80% de los tumores y un algoritmo detectara el 99%, ¿pagaría usted el doble, solo por darle algo qué hacer al primero? Considere entonces que esto ya se logró para el cáncer de pulmón y la neumonía.


Los humanos que sí hayan atinado a elegir profesiones difíciles de automatizar tendrán que ingeniárselas para reentrenarse constantemente, para poder adaptarse a las nuevas tecnologías o cambiar de profesión por completo. Incluso esta clase de gente útil estará delegando cada vez más funciones y decisiones a algoritmos que les indiquen qué comprar, por quién votar, con quién salir y más. Los algoritmos no nos harán sus esclavos por la fuerza al estilo Matrix o Terminator, sino que serán tan buenos para evaluar y tomar decisiones que sería una locura no hacerles caso.

En el futuro podremos ver desigualdad biológica entre ricos y pobres, a medida que nuevos tratamientos o mejoras sean disponibles a precios estratosféricos. Considere el sencillo ejemplo del acné. ¿Cómo es la vida del típico adolescente que sufre de acné, comparada con la del que no lo sufre? Si pudiera uno garantizar que sus hijos estuvieran libres de acné para siempre, con una simple intervención al momento de una fertilización in vitro, ¿quién no lo haría? ¿Y si costara uno que otro millón de dólares? Ahora imagine lo mismo para la estatura, la inteligencia o rasgos de personalidad (¡y no me vayan a salir con que estas cosas no son importantes o que no dependen en algo de genética!).

Quizá el mayor impacto de esta disrupción tecnológica sea en la política—impacto que, por cierto, ya estamos viendo. Considere esta reflexión de Harari:
Precisamente porque la tecnología se mueve tan rápido, y los parlamentos y dictadores están tan sobrepasados por los datos que no pueden procesar suficientemente rápido, los políticos actuales piensan en escalas mucho menores que sus antecesores de hace un siglo. Consecuentemente, ahora la política ya no tiene grandes visiones. Gobernar se ha convertido meramente en administrar. Manejan el país, pero ya no lo lideran. El gobierno se encarga de que se le pague a los maestros y que los drenajes no se tapen, pero no tiene idea de dónde estará el país dentro de 20 años.
El liberalismo no solamente está en riesgo porque no ofrece más que observar pasivamente cómo la tecnología lo rebasa, sino que la misma tecnología puede fortalecer a sus competidores. Otra cita, ya casi para terminar:
El capitalismo no derrotó al comunismo porque fuera más ético, porque las libertades individuales sean sagradas o porque Dios estuviera enojado con los infieles comunistas. Más bien, el capitalismo ganó la Guerra Fría porque el procesamiento descentralizado de la información es más eficiente que el centralizado, al menos en los periodos de aceleración tecnológica.
Pero ahora es posible que las mejoras tecnológicas y de cómputo hagan más fácil el control centralizado, sinónimo de autoritarismo. Estamos en un periodo crítico, en el que las tecnologías pueden usarse para la comunicación y la democratización, o para el control y la censura totales. Lo mismo puede usarse una red social para comenzar una revolución (como en Egipto) que para identificar y aplastar a disidentes en cuanto salgan a las calles (como en Rusia o Venezuela) o incluso antes (como en Turquía y China).

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No es claro qué podemos hacer personalmente para navegar estos cambios que vienen. Quizá el mejor enfoque sea el de los antiguos estoicos: no puedes controlar lo que te pasa, pero sí puedes controlar tu reacción a ello. Esto es difícil y, en este contexto, suena alarmista o paranóico. Pero las señales de lo que viene son claras: taxistas manifestándose contra aplicaciones en México, manifestantes usando máscaras para evitar ser identificados en Hong Kong, servicios de streaming que deciden por ti lo que te gustaría ver, aplicaciones de redes sociales en tu teléfono que no puedes desactivar aunque quieras, publicidad sobre algo que mencionaste casualmente por la mañana apareciendo por la tarde, y la competencia sin fin por ser un nodo con más y más conexiones dentro de una red, sea la que sea. La individualidad de uno se pierde entre tanto "contenido". Concluye Harari:
En tiempos antiguos, tener poder significaba tener acceso a todos los datos posibles. Hoy, tener poder significa saber qué es lo que hay que ignorar.



2019-10-06

Aborto legal: un argumento sencillo



En este momento, en todo el mundo y seguramente en nuestra propia ciudad, alguien necesita urgentemente un donador de sangre. La vida de esta persona depende de que esta sangre sea recibida cuanto antes, y debe ser del tipo correcto además. Afortunadamente, existen personas que donan su sangre cuando pueden, ya sea para responder a una emergencia en particular o como parte de un ritual cívico-ético que practican con regularidad. Pueden sentirse algo mareadas o cansadas al terminar, pero al poco tiempo de donar se recuperan por completo y tienen la satisfacción de haber ayudado a salvar a alguien.

También en este momento, también en todo el mundo y en nuestra propia ciudad, alguien necesita urgentemente un donador de riñón. En general uno puede vivir con un solo riñón tan bien como con dos, aunque definitivamente no es tan fácil desprenderse de uno como lo es con la sangre. Los requerimientos de compatibilidad son aún más estrictos, y es mucha menos la gente que ofrece un riñón así nomás, por ayudar, pero sí la hay. Es un paso tan grande donar un órgano—inclusive uno que se tiene por duplicado—que mucha gente no lo hace ni cuando está muerta, aunque entonces ya no les sirva para nada y aunque haciéndolo pudieran salvar la vida de otra persona.

Habiendo estos actos tan claros de máxima virtud, y de dificultad tan baja en el caso de la donación de sangre, solo una proporción minúscula de la población los practica. Aunque se celebre merecidamente a quienes donan sangre, a nadie se le reprueba si no lo hace; y de negarse a donar un riñón, ni se diga. ¿Pero quisiéramos vivir en un país donde la donación de sangre o de un riñón fuera obligatoria, bajo pena de cárcel o siquiera una multa? Suponiendo que tal cosa fuera posible, ¿qué pasaría con la virtud que tenían esos actos? ¿La virtud debería ser obligatoria?

Si no podemos, y ni siquiera queremos, hacer que sea obligatoria la donación de sangre o de órganos, ¿cómo podemos estar a favor de que sí sea obligatoria la donación de todo el cuerpo de una mujer durante un embarazo que ella no desea, y que no dejará su cuerpo como estaba antes? No hace falta debatir embriología, ni el estatus del feto de estar vivo, de ser humano o ser persona o lo que sea. Ya concedemos todas esas cosas con personas que necesitan sangre u órganos todo el tiempo y no hacemos obligatorio, bajo pena de cárcel, salvarlas. Incluso cuando alguien resulta herido gravemente a propósito por alguien más, digamos en un crimen, no le pedimos a ese criminal que repare el daño con su sangre ni con sus órganos, ni para la víctima ni para nadie más. ¿Por qué para las mujeres embarazadas sí? Cuando se dice que la posición pro-vida es misógina, ésta es la razón.

Ahora, yo en lo particular no concedo que una docena de células sea un humano ni mucho menos una persona, pero me frustra que tanto del debate se estanque en este punto, por el argumento que expuse arriba: aún si se concede por completo el estatus de persona al producto del embarazo, esto es irrelevante para el argumento. Los argumentos a favor del aborto legal suelen ser algo abstractos, basándose en debatir lo que dicen o no la bioética o la embriología, o basándose en la autonomía sobre el propio cuerpo y la salud reproductiva. Sí, estos argumentos son correctos, pero siento que no tienen efecto sobre los opositores porque no conectan con sus intuiciones y, más importante, no les provocan disonancia cognitiva: esa sensación incómoda de que dos o más cosas que uno cree están en tensión o claro desacuerdo y que es el primer paso para cambiar de opinión.



Nota: Esta audiocolumna sí será pública, pero otras audiocolumnas de este mes serán solo para suscriptores en patreon.com/automataPodcast.