2019-10-14

Harari 2: El Futuro de la Humanidad


El mayor descubrimiento científico ha sido el de la ignorancia.

Dios está muerto—pero está tomando tiempo deshacerse del cadaver.

Y. N. Harai, en Homo Deus

La capacidad de los humanos para crear y compartir historias ha sido su clave para dominar al mundo. Mientras que otros animales están atorados con las verdades objetivas y subjetivas del mundo—como es en realidad y como ellos lo perciben—el ser humano tiene una tercer alternativa: la realidad intersubjetiva. Es ahí donde existen las historias que los humanos cuentan y creen. Las corporaciones, las religiones, el dinero, las leyes y los derechos no existen en el mundo más allá de la imaginación de los humanos. Estas realidades imaginadas han permitido que millones de desconocidos cooperen por fines comunes—o que peleen hasta la muerte.

Las realidades imaginadas también han facilitado la descentralización de las labores humanas, logrando que éstas se organicen en módulos altamente especializados: unos se dedican a extraer petróleo, otros a los cultivos, otros a la manufactura, algunos cuantos a la ciencia y la tecnología, otros pocos a las artes. Así, Homo sapiens ha logrado desacoplar su antigua necesidad de pertenecer a una tribu de sus contribuciones directas a ella, para bien o para mal. Gracias a las realidades intersubjetivas, la tribu de un sapiens es la que quiera: la nación, la compañía, el barrio, el partido político, el equipo deportivo.

Al mismo tiempo, el conocimiento objetivo del mundo que ha logrado Sapiens le ha permitido entender y manipular las cosas que sí existen fuera de su imaginación, en la realidad objetiva. Los humanos pueden poner satélites en órbita, erradicar enfermedades y fusionar átomos en el mundo real, no sólo en su imaginación. Poco a poco, han descubierto que la vida misma es un sistema modular también. Sus cuerpos son colecciones de máquinas biológicas altamente especializadas que trabajan en conjunto, aunque no todas sepan o entiendan de las demás.

En resumen, el actual dominio humano de la Tierra se debe a la mancuerna de sus realidades intersubjetivas con su ciencia. La evolución que siga esta combinación será lo que determine el futuro de la humanidad.

*   *   *

No es lo que parece cuando uno ve las noticias, pero en términos absolutos la humanidad nunca había estado mejor. Ahora, una guerra a gran escala entre las mayores potencias es casi inimaginable, y mucha más gente muere por las consecuencias de la obesidad que por las de la desnutrición. Las enfermedades prevenibles son, casi siempre, prevenidas, y los brotes que hay suelen ser por la necia superstición de la gente y no por la falta de capacidad técnica. Habiendo derrotado a la hambruna, la guerra y la enfermedad en términos prácticos, ahora la humanidad se dedica cada vez más a lo que sigue: lograr la felicidad y, eventualmente, la inmortalidad. Un tercer gran objetivo de la humanidad en el siglo que comenzamos será adquirir poderes de creación y destrucción comparables con los de los dioses tradicionales, convirtiendo a Homo sapiens en Homo deus.

Antes de ver cómo es que hemos llegado a este punto y cómo pudiéramos seguir hacia delante, vale la pena revisar algunas aclaraciones que hace el mismo Harari:
  • Primero, no todos los miembros de la humanidad se dedicarán a estas cosas en el Siglo XXI;
  • Segundo, éstas son predicciones históricas, no manifiestos políticos;
  • Tercero, dedicarnos a estos objetivos no significa que los lograremos; y
  • Cuarto, éstas predicciones no son profecías tanto como puntos de partida para discutir las opciones ante nosotros en nuestro presente.
Cuanto más sabemos, más podemos usar nuestro conocimiento para cambiar nuestras acciones y prioridades y, por lo tanto, el futuro. Por esto se hace cada vez más difícil hacer predicciones, ya que nuestro conocimiento mismo sobre lo que es posible afecta lo que acabaremos haciendo. Dos citas más de Harari sobre este punto:
Los historiadores estudian el pasado no para evitar repetirlo, sino para liberarse de él.
Y:
Las predicciones salpicadas por este libro son solo un intento de discutir dilemas actuales y una invitación a cambiar el futuro. 
*  *  *

Llegamos a la posición en la que estamos ahora gracias al conocimiento. A diferencia de tiempos anteriores, en los que la riqueza de una nación se determinaba sacando cuentas de todos los recursos que poseía, ahora la fuente principal de riqueza y prosperidad es el conocimiento:
Mientras que uno puede conquistar yacimientos petroleros con la guerra, no puede adquirir conocimiento así. Por lo tanto, a medida que el conocimiento se convirtió en el recurso económico más importante, la rentabilidad de la guerra bajó, y ahora ésta ocurre principalmente en aquellas regiones del mundo—como el Medio Oriente y África central—donde las economías todavía siguen los modelos anticuados basados en recursos materiales.
El conocimiento ha facilitado este desacoplamiento de la prosperidad y los recursos materiales o, mejor dicho, en el mundo moderno los recursos son inútiles sin el conocimiento (véase a Venezuela) y hay casos de países prácticamente sin recursos que son de los más prósperos (véase a Singapur o a Israel). Dicho conocimiento ha sido obtenido, en todos los casos, de hacer ciencia: comparar lo que se cree contra la realidad, ajustar, y volver a comparar. Como se vio en Sapiens, la mancuerna de la ciencia y el capitalismo fue lo que hizo la diferencia entre el mundo desarrollado y el resto.

Las explicaciones naturales del mundo—por no decir materiales—han sido las que nos han llevado a su comprensión; lo sobrenatural ha quedado mordiendo el polvo en todas las áreas. Esto nos lleva a que
[...] con la excepción de algunas subdisciplinas de la filosofía, ningún artículo en una publicación científica con revisión por pares toma en serio la existencia de Dios. Los historiadores no argumentan que los Aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial porque Dios estuvo de su lado, ni los economistas culpan a Dios por la crisis financiera de 1929, ni los geólogos invocan Su voluntad para explicar los movimientos de placas tectónicas.

El mismo fin le ha tocado al alma [...]
Ni una sola pieza de la prosperidad que la humanidad disfruta hoy se le puede atribuir al pensamiento mágico, sobrenatural o religioso. Aún así, ser capaces de distinguir entre la realidad y la ficción, y entre la ciencia y la religión, será cada vez más vital en el Siglo XXI, y cada vez más difícil. (Aquí hay que recordar que Harari usa "ficción" y "religión" en un sentido muy amplio, que incluye a cualquier forma de relato que la gente cuente y cualquier orden sobrehumano en el que crea. Para Harari, el Marxismo y el Islam caen en la misma categoría de fantasía religiosa.)

La modernidad es mejor entendida como un pacto entre la ciencia y el humanismo. La ciencia genera conocimiento para mejorar las condiciones materiales de la humanidad, a cambio de que el humanismo se las ingenie para darle a la gente un sentido de pertenencia y propósito en sus vidas, pero sin apelar a los esquemas de las religiones tradicionales. En un Universo puramente material carente de propósito, incluso las religiones tradicionales han tenido que cambiar sus argumentos a enfoques humanistas, y hablan cada vez más de los sentimientos, deseos, pensamientos y bienestar de los humanos más que los de Dios.

En el Siglo XX, el humanismo se dividió en tres ramas principales que pelearon a muerte: el humanismo liberal, el socialista y el fascista. Tras cientos de millones de muertos, prisioneros políticos y economías devastadas, al final el liberalismo triunfó. Todavía quedan algunos adeptos a cada uno de estos grupos derrotados, o inclusive muchos, pero ya sabemos que sus ideas están en la bancarrota total, tal y como lo sabemos de las ideas de las religiones tradicionales. Esto no significa que la victoria sea irreversible, ni mucho menos que el humanismo liberal sea perfecto (de hecho el tercer libro de Harari es justamente sobre ese tema).

Aunque las religiones tradicionales, junto con el socialismo y el fascismo sigan teniendo muchos adeptos—e incluso una mayoría abrumadora—Harari nos recuerda que
Cierto, cientos de millones pueden seguir creyendo en el Islam, el Cristianismo o el Hinduísmo. Pero los números no cuentan para mucho en la historia. La historia es formada por grupos pequeños de innovadores y no por las masas retrógradas. 
Las religiones tradicionales ahora son meramente reactivas, mientras que antes eran ellas las que daban forma al mundo. No ofrecen una alternativa viable al liberalismo si lo que se quiere es mantener nuestra prosperidad, y ni se diga de aumentarla.

*  *  *

El liberalismo sí enfrentará retos en al menos tres frentes:
  • Los humanos perderán su utilidad económica y militar
  • La individualidad del humano típico perderá su valor
  • Los individuos que sí sean valiosos probablemente pertenecerán a una clase de superhumanos
La producción industrial a gran escala ya no depende de labor humano a gran escala, sino de automatización a gran escala. Antes, era necesario tener miles de empleados altamente entrenados para poder hacer algo como un coche; ahora, las plantas automotrices son prácticamente puros robots. Lo mismo ha pasado en el frente militar: es mucho más letal un escuadrón de marines, con tecnología y soporte aéreo, que una división iraquí completa. Ahora pagamos nuestro estacionamiento a cajeros automáticos y no a personas a la salida, delegamos nuestro sentido de la orientación al GPS del teléfono, y ya contamos con algorítmos que pueden redactar artículos sobre un tema dado o hasta componer música, como el siguiente coral al estilo de Bach creado por los algoritmos del compositor y programador David Cope:


No es necesario que las máquinas hagan las cosas a la perfección (aunque algunas ya se acercan): tan solo basta con que las hagan mejor que los humanos, que no es tan difícil. Los avances tecnológicos irán desplazando a cada vez más personas, hasta crearse lo que Harari llama una clase inútil de personas: gente que no solamente no tiene empleo, sino que ni siquiera hay empleos que darles, porque no los podrían hacer mejor que las máquinas que sí los pueden hacer. Si un radiólogo humano pudiera detectar el 80% de los tumores y un algoritmo detectara el 99%, ¿pagaría usted el doble, solo por darle algo qué hacer al primero? Considere entonces que esto ya se logró para el cáncer de pulmón y la neumonía.


Los humanos que sí hayan atinado a elegir profesiones difíciles de automatizar tendrán que ingeniárselas para reentrenarse constantemente, para poder adaptarse a las nuevas tecnologías o cambiar de profesión por completo. Incluso esta clase de gente útil estará delegando cada vez más funciones y decisiones a algoritmos que les indiquen qué comprar, por quién votar, con quién salir y más. Los algoritmos no nos harán sus esclavos por la fuerza al estilo Matrix o Terminator, sino que serán tan buenos para evaluar y tomar decisiones que sería una locura no hacerles caso.

En el futuro podremos ver desigualdad biológica entre ricos y pobres, a medida que nuevos tratamientos o mejoras sean disponibles a precios estratosféricos. Considere el sencillo ejemplo del acné. ¿Cómo es la vida del típico adolescente que sufre de acné, comparada con la del que no lo sufre? Si pudiera uno garantizar que sus hijos estuvieran libres de acné para siempre, con una simple intervención al momento de una fertilización in vitro, ¿quién no lo haría? ¿Y si costara uno que otro millón de dólares? Ahora imagine lo mismo para la estatura, la inteligencia o rasgos de personalidad (¡y no me vayan a salir con que estas cosas no son importantes o que no dependen en algo de genética!).

Quizá el mayor impacto de esta disrupción tecnológica sea en la política—impacto que, por cierto, ya estamos viendo. Considere esta reflexión de Harari:
Precisamente porque la tecnología se mueve tan rápido, y los parlamentos y dictadores están tan sobrepasados por los datos que no pueden procesar suficientemente rápido, los políticos actuales piensan en escalas mucho menores que sus antecesores de hace un siglo. Consecuentemente, ahora la política ya no tiene grandes visiones. Gobernar se ha convertido meramente en administrar. Manejan el país, pero ya no lo lideran. El gobierno se encarga de que se le pague a los maestros y que los drenajes no se tapen, pero no tiene idea de dónde estará el país dentro de 20 años.
El liberalismo no solamente está en riesgo porque no ofrece más que observar pasivamente cómo la tecnología lo rebasa, sino que la misma tecnología puede fortalecer a sus competidores. Otra cita, ya casi para terminar:
El capitalismo no derrotó al comunismo porque fuera más ético, porque las libertades individuales sean sagradas o porque Dios estuviera enojado con los infieles comunistas. Más bien, el capitalismo ganó la Guerra Fría porque el procesamiento descentralizado de la información es más eficiente que el centralizado, al menos en los periodos de aceleración tecnológica.
Pero ahora es posible que las mejoras tecnológicas y de cómputo hagan más fácil el control centralizado, sinónimo de autoritarismo. Estamos en un periodo crítico, en el que las tecnologías pueden usarse para la comunicación y la democratización, o para el control y la censura totales. Lo mismo puede usarse una red social para comenzar una revolución (como en Egipto) que para identificar y aplastar a disidentes en cuanto salgan a las calles (como en Rusia o Venezuela) o incluso antes (como en Turquía y China).

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No es claro qué podemos hacer personalmente para navegar estos cambios que vienen. Quizá el mejor enfoque sea el de los antiguos estoicos: no puedes controlar lo que te pasa, pero sí puedes controlar tu reacción a ello. Esto es difícil y, en este contexto, suena alarmista o paranóico. Pero las señales de lo que viene son claras: taxistas manifestándose contra aplicaciones en México, manifestantes usando máscaras para evitar ser identificados en Hong Kong, servicios de streaming que deciden por ti lo que te gustaría ver, aplicaciones de redes sociales en tu teléfono que no puedes desactivar aunque quieras, publicidad sobre algo que mencionaste casualmente por la mañana apareciendo por la tarde, y la competencia sin fin por ser un nodo con más y más conexiones dentro de una red, sea la que sea. La individualidad de uno se pierde entre tanto "contenido". Concluye Harari:
En tiempos antiguos, tener poder significaba tener acceso a todos los datos posibles. Hoy, tener poder significa saber qué es lo que hay que ignorar.