2019-10-28

Harari 3: El liberalismo en crisis



Tras algo de introspección, he elegido la discusión libre en vez de la auto-censura. Sin criticar al modelo liberal, no podremos reparar sus fallas ni avanzar más allá de él. Pero por favor note que este libro solamente pudo ser escrito gracias a que la gente todavía es relativamente libre de pensar lo que quiera y expresase como desea. Si valora este libro, también debería valorar la libertad de expresión.

— Y. N. Harari, 21 Lessons for the 21st Century

En este momento hay grandes protestas alrededor del mundo, en democracias consolidadas y otras naciones que quisieran serlo. Uno puede recurrir a los periodistas, politólogos y otros expertos para entender los detalles de cada una de estas situaciones y tener un buena idea de qué está pasando en cada caso. (Aquí en AutóMata están en la agenda varios libros sobre esto, como The Strange Death of Europe de Douglas Murray, The Road to Unfreedom de Timothy Snyder y Why Nations Fail de Acemoglu y Robinson.) Pero las razones de fondo, al estilo de un observador extraterrestre que no está viendo los detalles particulares de cada situación, sea Chile, Líbano o Hong Kong, sino los fundamentales—los de la humanidad—no las encontrará en un típico artículo o programa de análisis político. Por fortuna, hay entre nosotros algunos humanos cuasi-extraterrestres como Yuval Noah Harari que a eso se dedican, como en su libro 21 Lessons for the 21st Century.

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El cronocentrismo es la percepción de que el momento actual es particularmente especial. Casi siempre es un error, si tomamos en cuenta la historia de la humanidad a gran escala. Por miles de años, las cosas fueron, básicamente, iguales. Si uno nacía en el año 1100, podía mirar doscientos o trescientos años en cualquier dirección y ver, básicamente, lo mismo. Los mismos sistemas políticos, las mismas historias de héroes y villanos, el mismo arte, la misma tecnología, si se le pudiera decir así. Uno podía predecir qué iba a ser necesario hacer o conseguir para que sus hijos pudieran estar igual o mejor y era fácil ser política y socialmente conservador, porque adaptarse al cambio no solamente era innecesario, sino que el cambio en sí era impensable. Había un rey amparado por un dios, una nobleza, y fieles súbditos que trabajaban para ellos a cambio de protección del otro rey, amparado por otro dios que estaba con sus súbditos en el reino de al lado. Sabiendo eso y un oficio, una persona común ya sabía prácticamente todo lo que se podía saber.

Todavía hace unas décadas, este modelo era suficiente. El paso del cambio aumentó desde la Revolución Científica, pero todavía era manejable. Uno no usaba las mismas herramientas para dedicarse a los mismos oficios que sus padres, pero básicamente había un cambio importante una vez por generación, cuando mucho. Era posible, en la mayoría de las profesiones y oficios, pertenecer a una familia que se dedicaba a lo mismo desde hacía siglos, ya fuera la agricultura o las leyes. Uno cambiaba los animales por tractores y las máquinas de escribir por computadoras, pero la naturaleza del trabajo era básicamente la misma.

Al alba del siglo XXI, esto ya no es cierto. Dejarse llevar por las corrientes del cambio es una receta para el naufragio seguro. Esto sí es, sin duda, un momento único en la historia de la humanidad. El liberalismo derrotó primero al fascismo y luego al comunismo, y parecía ser la única opción viable. Ahora, es el liberalismo el que está entrando en crisis, en parte debido a la misma abundancia material que facilitó. Aunque la crisis empezó hace décadas, los síntomas más agudos se han visto desde las elecciones en EU y Reino Unido en 2016. No parece haber una opción más disponible en caso de que falle el liberalismo.


Solía ser que el liberalismo tenía como protagonista a la persona común, valorando su libertad, su voto, su trabajo y su bienestar, a diferencia del fascismo y el comunismo. No era perfecto, pero el liberalismo ofrecía una marcada diferencia para bien ante los otros sistemas políticos, y la persona común en una democracia liberal podía confiar en que el futuro iba a ser mejor. Pero ahora, los temas en la agenda de la humanidad están muy alejados no solamente de la comprensión de la persona común, sino de las personas comunes en sí. El mundo está avanzando tan rápido que la gente ordinaria es completamente ignorada o, en el mejor de los casos, arrastrada por asuntos que le parecen remotos o incomprensibles, como la automatización, la inteligencia artificial, las criptomonedas, la bioingeniería y otros temas altamente especializados.

Antes, la tecnología desplazaba a los humanos en labores físicas y los humanos se adaptaban enfocándose a labores cognitivas. Pero una vez que éstas ya se deleguen a algoritmos e inteligencia artificial, no queda claro qué labor humana todavía será necesaria. En el pasado, inclusive los gobiernos fascistas y comunistas más autoritarios necesitaban cuidar algo a su gente: las necesitaban para que produjeran, que lucharan, que se reprodujeran. Con gran organización y valor, era posible coordinarse para hacer un paro y exigir mejoras en las condiciones de vida. Por más drástica que fuera la situación, uno podía refugiarse en que el régimen no los podía fusilar a todos y, por más censura y mano dura que aplicara, no podía leerles los pensamientos. Los disidentes escuchaban estaciones de radio extranjeras o tenían sus propias publicaciones clandestinas mientras se presentaba la oportunidad de cambiar de régimen o, al menos, de huir de él. En las sociedades democráticas, además se podía cambiar de rumbo mediante el voto.

¿Pero qué pasa con la gente común cuando ya es necesaria para nada? Si la innovación solo está al alcance de un puñado de genios, si la producción está hecha cada vez más por las máquinas y algoritmos que estos mismos manejan, y si las decisiones las toman élites que no necesitan responder a lo que la gente quiere, ¿qué queda para la persona común que ve su vida estancarse? Alrededor del mundo, la gente siente cada vez más que ya no es importante su voto ni su trabajo. Sí, tienen una máquina de entretenimiento instantáneo en su bolsillo, pero no entienden ni cómo funciona ni cuál fue su papel, en la sociedad, para ayudar a producirla. Al menos en el fascismo y el comunismo quedaba claro el lugar de uno en la lucha por defender al régimen o, más bien, en la lucha por defenderse de él.

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Al mismo tiempo que son cada vez menos relevantes, los humanos pueden ver las diferencias entre distintos países y culturas, y están votando cada vez menos con las boletas y cada vez más con sus pies:
En mis viajes a través del mundo he encontrado mucha gente que quisiera emigrar a los Estados Unidos, Alemania, Canadá o Australia. He encontrado a algunos que quisieran ir a China o Japón. Por ahora no me encontrado con una sola persona que sueñe con irse a vivir a Rusia.
Mientras que la humanidad se enfrenta a los tres grandes problemas de disrupción tecnológica, cambio climático y la persistente amenaza de aniquilación nuclear, también está atorada con el viejo sistema político diseñado para actuar solamente cuando las cosas cambian lentamente y se ha logrado un consenso abrumador sobre el camino a seguir. Pueden ver cómo la tecnología cambia todo a su alrededor, pero también ven cómo sus gobiernos siguen iguales y sus niveles de vida también.

Ante la desesperación y la incertidumbre, los que pueden irse a los lugares donde las cosas son mejores lo hacen; los que ya están en esos lugares, percibiendo que no hay alternativas para salir de su estancamiento, y desconfiados de los recién llegados, ya no saben qué hacer. Resurgen los candidatos que prometen hacer las cosas simples como antes, cuando la gente ordinaria entendía cuál era su lugar y cuáles eran las reglas para asegurar que sus hijos vivieran mejor que ellos. En particular, tienen atractivo los candidatos que ofrecen volver a una política nacional, en la que no sea necesario pensar en las complejidades del mundo moderno global.

El nacionalismo tiene su lado bueno: para empezar, permite la cooperación con millones de extraños, que de otra manera sería imposible. Los países sin un sentido nacional fuerte se desmoronan, como es el caso de Afganistán, Congo, Somalia o Irak. Pero aún así,
Ahora tenemos una ecología global, una economía global, y una ciencia global—pero seguimos atorados con política a nivel nacional.
[…]
En el Siglo XXI, para cuidar de tus compatriotas, debes cooperar con extranjeros. Así que ahora los buenos nacionalistas deberían ser globalistas.
Ningún país puede, por sí solo, manejar la disrupción tecnológica. No hay muros ni políticas migratorias que mantengan fuera los gases invernadero ni la radiación nuclear. Es imperativo evitar que lleguen al poder políticos que no entiendan esto.

En el Siglo XXI, nos enfrentamos a tres tipos generales de problemas:

1. Problemas técnicos: ¿cómo debemos hacer las cosas?
2. Problemas políticos. ¿cuáles cosas deberíamos hacer?
3. Problemas identidad: ¿a quién nos referimos con “nos”?

Dividir al mundo en naciones, cada una resolviendo estas cuestiones por su lado, ya no es factible. Ningún nacionalismo tiene una respuesta para los problemas urgentes que enfrentamos, y ciertamente ninguna religión la tiene tampoco. ¿Cuál es la postura musulmana acerca de la inteligencia artificial? ¿Y la cristiana?

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Por miles de años, filósofos y profetas nos han exhortado a conocernos a nosotros mismos. Pero este consejo nunca había sido tan urgente como en el Siglo XXI porque, a diferencia de los tiempos de Laozi o Sócrates, ahora tenemos competencia seria.

¿Qué sí podemos hacer ante todo esto?

Por ahora estamos en una etapa de transición, en la que todavía hay algo de trabajo hecho con manos y mentes humanas, aunque sea cada vez menos relevante, y los votos todavía cambian a los gobernantes, aunque casi todos sean iguales. Estamos pasando por un umbral de acceso a la información que todavía se puede, con algo de esfuerzo, procesar. Estamos a tiempo de evitar una distopía y asegurar nuestra superviviencia como especie.

Para empezar, debemos recordar que la desinformación y la propaganda no son fenómenos nuevos. El ejemplo más fácil es la religión, pero también los gobiernos se han dedicado a las fake news. Recordando lo explicado en Sapiens (episodio 2), hemos prosperado como especie gracias a nuestra capacidad para crear y creer historias. Ahora, ante la abrumadora cantidad de historias que nos inunda, debemos estar preparados para valorar la información de la que nos alimentamos—esto es, valorarla con dinero; y segundo, debemos estar dispuestos a esforzarnos por leer la ciencia correspondiente a los temas que nos interesan. A su vez, los científicos tienen que mejorar más la comunicación de su trabajo a la población. Como decía Carl Sagan, vivimos en un mundo cada vez más dependiente de la ciencia y la tecnología, en el que cada vez menos personas entienden de ciencia y tecnología.

En cuanto a nuestra capacidad de creer historias, debemos entender que no podremos, de aquí en adelante, derivar propósito o significado de ellas o, al menos, de las tradicionales. A nuestro mejor entendimiento científico, las historias religiosas, nacionalistas o tribales sencillamente no son ciertas. El Universo simplemente no funciona como una historia. La gente debe asimilar, de alguna manera, que no son una historia (y de una vez, que no tienen libre albedrío: quienes creen que lo tienen son los más fáciles de manipular). La pregunta importante no es el significado de la vida—porque no lo tiene—sino cómo aprovecharla ya que sí la tenemos.
...el verdadero misterio de la vida no es lo que pasa después de la muerte, sino lo que pasa antes.
Debemos ser especialmente precavidos con políticos que hablen de sacrificio, pureza, restauración o redención. Ante cualquier político, debemos preguntarle cuál es su propuesta para lidiar con el cambio tecnológico, el climático, y la amenaza nuclear. Los candidatos que no puedan articular una visión clara y global sobre estos tres temas deben ser descartados. En general,
… yo confío más en quienes admiten ignorancia que quienes dicen tener todas las soluciones. Si quieres que tu religión, ideología o visión del mundo lidere el mundo, mi primer pregunta para ti es: ¿Cuál ha sido el mayor error que tu religión, ideología o visión del mundo ha cometido? ¿En qué se ha equivocado? Si no puedes contestar algo serio, al menos yo no confiaría en ti.