2016-10-09

La Tragedia de la Teología

¿Hay tan siquiera una sola cosa que sepamos hoy, que no sabríamos de no ser por la teología? En un sentido trivial, sí: sabemos lo trágico que es derrochar miles de años de intelecto en el estudio sofisticado de la superstición. Para colmo, también hemos aprendido que la superstición incluye en sus mecanismos de defensa la exigencia de respeto, a manera de un bluff, al conocimiento genuino; y hemos aprendido que la defensa del conocimiento comienza con tomarle la palabra a la superstición y enfrentarla, porque realmente no tiene las cartas que amenaza tener en su mano.

El biólogo Jerry Coyne aprendió esto de la manera difícil a partir de la publicación de su libro Why Evolution is True, un compendio ameno y completo de la evidencia que se tiene para la evolución de las especies por selección natural. Pensó que, si tan solo la gente supiera cuál era la evidencia para la teoría, no les quedaría de otra que aceptarla. Para su sorpresa, recibió multiples comentarios acerca de cómo su libro y sus charlas eran muy convincentes, pero la gente no le creía de todos modos. Una y otra vez, la razón que le dieron era que la fe les decía que simplemente no debían creerle a un científico acerca de la evolución o, para efectos prácticos, cualquier cosa que se opusiera a sus credos. Coyne se dio a la tarea de entender de dónde proviene esta actitud, y acabó escribiendo todo un libro acerca de ello, Faith Versus Fact (la broma en su sitio web es que Jerry Coyne pasó tres años estudiando teología para que los demás no tuviéramos que hacerlo).

Existen, pues, cuatro maneras básicas de defender la religión ante la ciencia: 1) señalar que existen científicos prominentes creyentes y declarar que esto implica compatibilidad de las dos áreas; 2) argumentar que la ciencia y religión son áreas de conocimiento distintas e independientes una de la otra; 3) declarar que existen distintos tipos de conocimiento o, al menos, distintas maneras de llegar a él; y 4) atacar a la ciencia misma para desacreditarla.

Como suele suceder, la primera de estas estrategias es la más y usada y la más equivocada, así como la más fácil de refutar. Primero, uno debe señalar que la coexistencia de dos ideas no es lo mismo que su compatibilidad. Que científicos puedan mantener en su cabeza dos ideas contradictorias es evidencia del seccionamiento de la mente humana, no de la armonía entre dichas ideas. Por ejemplo, sabemos que los cigarros son cancerígenos y, también, que hay médicos—inclusive oncólogos—que fuman. Para usar otros ejemplos del mismo Coyne, siguiendo esa lógica sería evidente que el catolicismo es compatible con la pederastia, ya que hay clérigos católicos que son pederastas; la infidelidad es compatible con el matrimonio, ya que hay esposos infieles, y así. El punto que no se debe perder es que, cuando están haciendo ciencia, todos los científicos actúan como ateos. No es como si, en medio de un cálculo, un físico se detuviera a decir "Bien, en este punto ocurre un milagro y este término se hace cero; aquel lo puedo sustituir por un \(-\pi\) gracias a una revelación personal que he tenido, y ya me queda el resultado."


Por cierto, los números de creyentes entre la población general y la científica deberían ser similares, si es que una cosa no le estorba a la otra. Pero el caso es muy distinto: entre la población general de Estados Unidos, el porcentaje que se identifica como ateos es de 4%, mientras que el número de creyentes es de 83% (el resto se identifica como "nada en particular"). Sin embargo, cuando este sondeo se limita a científicos, ahora los ateos son 41% y los creyentes 33%; al incluir solamente a científicos con un posgrado, la cifra es de 62% contra 23%; y en la Academia Nacional de Ciencias, donde se encuentra la élite, la tasa de ateísmo es de 93%, contra solo 7% de creyentes1.

Irónicamente, la idea de que la ciencia y religión tratan con temas distintos proviene de un científico ateo marxista, Stephen Jay Gould (más irónicamente aún, fue sinodal en el examen doctoral de Coyne). Esta visión la denominó Non-Overlapping Magisteria (NOMA, "Magisterios que no se empalman") y básicamente consiste en que la ciencia se encarga del mundo empírico, mientras que la religión se encarga del mundo espiritual y moral. Convenientemente, Gould definió la religión "apropiada" como la religión que no se metía en asuntos empíricos... ¡pero todas lo hacen! Es por esto que inclusive los creyentes rechazan NOMA, al menos subconscientemente: es un hecho empírico que Dios existe o que no; o Mahoma fue su profeta, o no; o Cristo murió por los pecados de la humanidad, o no; o el Sol se detuvo por un día para que Josué completara su batalla contra los amoritas (Josué 10:13), o no; y así sucesivamente. Decir que las religiones no hacen declaraciones empíricas es decir que no hacen declaraciones acerca del mundo real; pero todas las religiones presumen ser ciertas, esto es, corresponder a la realidad. Quienes dicen cosas como "La Biblia no pretende ser un texto de Ciencia" básicamente están diciendo "La Biblia no pretende tratarse de la realidad."

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Cuando trabajaba como pastor, comentaba rápidamente sobre el choque entre la visión científica del mundo y la religiosa. Decía que las percepciones de la ciencia no eran una amenaza para la fe porque la ciencia y la religión eran "distintas formas de saber" y no estaban en oposición porque trataban de responder a distintas preguntas. La ciencia se enfocaba en el "cómo" de las cosas y la religión en el "por qué". Estaba completamente equivocado. No hay distintas formas de saber. Está el saber y el no saber, y esas son las únicas dos opciones en este mundo.

—Mike Aus

Quizá la parte más nutritiva del libro (y la que más controversia le ha valido a Coyne, incluso desde el lado ateo) es la correspondiente al conocimiento y cómo se obtiene. Coyne toma la definición del diccionario Oxford, que traducida es algo como "la aprehensión de un hecho o verdad por la mente; percepción clara y certera de los hechos o la verdad; el estado o condición de conocer los hechos o la verdad." (Yo procuro tener siempre en mente la definición platónica de "creencia justificada y cierta", que siento que es más efectiva y económica, a pesar de algunos corto-circuitos a los que es susceptible.) La tesis de Coyne en este aspecto, con la que concuerdo mayormente, es que si se entiende a la ciencia en un sentido amplio como un método lógico-deductivo anclado en la evidencia, entonces prácticamente todo lo que reconoceríamos como conocimiento es, necesariamente, conocimiento científico—hay solamente dos excepciones: las matemáticas, que deducen verdades absolutas independientemente del mundo real (y por lo tanto no son ciencia), y todos los ejemplos triviales de otras disciplinas como el que inicia este ensayo.

Por ejemplo, las artes gráficas no nos pueden decir nada acerca de cómo funciona el mundo, aparte de la relación de éste con las artes gráficas: ¿Cómo sería distinto un retrato de Penélope Cruz pintado por Caravaggio de uno pintado por Hieronymus Bosch? Bueno, pues ponemos a un artista que los pueda imitar y averiguamos. Pero aparte de casos triviales así, el punto es que las artes adornan la realidad (lo que no tiene nada de malo), mas no la descubren, ni mucho menos la explican. Las artes tienen fin y efecto estético, pues, y no epistémico.

Por otro lado, la religión se basa en la fe, que Coyne define como creer sin razón o evidencia; yo agregaría que es creer a pesar de la razón y la evidencia o, como dice el filósofo Peter Boghossian, "hacer de cuenta que sabes cosas que no sabes" (la Biblia está de acuerdo con esto, por cierto). En fin, el problema de los teólogos es que todo su método consiste en hacer de cuenta que saben cosas que no saben, para luego todavía derivar conclusiones erróneas de ellas. Cuando se les señala que la fe, lejos de ser una virtud es un vicio intelectual, los creyentes equivocan el sentido de la palabra, cambiándolo por algo más nebuloso como optimismo o esperanza. Basta sustituir estas palabras en credos religiosos para detectar la trampa que hacen: "Tenemos la esperanza de que Dios existe y, si le entendimos bien, quizá mandó a su hijo a morir por nuestros pecados. Nos gusta pensar que, si seguimos las reglas que posiblemente nos dejó, pudiéramos llegar a la vida eterna."

Y aquí viene el punto crucial y, si fuera a recordar solo una cosa de este artículo, es ésta: los teólogos no saben más que los creyentes de a pie. Los argumentos que usan los teólogos "sofisticados" son los mismos que usan todos, y sus errores también; solamente usan palabras más grandes (a veces en latín, como si eso importara) y redacción más rebuscada. Han estado inventándolo todo sobre la marcha desde hace miles de años y no tienen manera de resolver ningún desacuerdo, porque no están discutiendo acerca de nada en el mundo real. Basta hacer el ejercicio siguiente: busque, amable lector, la opinión de teólogos cristianos sobre, digamos, si Cristo sabía quién era. Es una pregunta sencilla, con respuesta monosilábica, aún si ésta fuera "no sé". Nunca va a encontrar una respuesta clara de un teólogo que no sea negada por otro. Y luego, piense en que todavía ni siquiera le ha preguntado a los teólogos judíos ni musulmanes. Como dice Dan Barker: los teólogos no estudian nada, aparte de lo que han dicho otros teólogos.

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Finalmente, arrinconados con semejante vergüenza, los teólogos se defienden tratando de desacreditar a la ciencia de toda manera posible.  Reclaman que los científicos se están saliendo de su territorio, que la ciencia no es confiable, que también usa la fe y que ocasionalmente ha hecho daño.

La primer acusación es conocida como scientism ("cientificismo"), y tiene más o menos el significado de señalar que la ciencia indebidamente trata de abarcar más de lo que le corresponde. Digo más o menos porque, cuando la ciencia confirma algo que le gusta a los creyentes, éstos no dudan en olvidarse de la demarcación entre ciencia y religión y proclaman victoria a los cuatro vientos. El filósofo Daniel Dennett lo dijo mejor: "Cientificismo es simplemente un insulto para la ciencia que no te gusta."

En cuanto a la confiabilidad de la ciencia, el argumento es una versión de lo siguiente: "La ciencia constantemente cambia, ayer nos decían que algo era saludable y ahora que no; ayer nos decían que existía cierta fuerza en la naturaleza y ahora que no; uno no sabe qué esperar con la ciencia." Primero, creo que vale la pena hacer una distinción dentro del conocimiento que nos aporta la ciencia: por un lado, la ciencia arroja datos del mundo; por otro, propone explicaciones de esos datos. Siempre hay que tener clara la distinción entre estas dos categorías. Además, hay datos científicos que son irrevocables: por ejemplo, por más que aprendamos acerca de la química en el futuro, la composición del agua seguirá siendo H2O. A medida que se recaban más datos, las explicaciones se van refinando o reformulando completamente. En una palabra, la ciencia aprende. Eso es bueno.

Básicamente, la ciencia funciona como un juego de Sudoku: tenemos unos cuadros que están dados, y otros en los que estamos tan seguros que podemos escribir los números con pluma, otros tantos más en donde provisionalmente ponemos las respuestas en lápiz, y otros tantos que tenemos que dejar en blanco por ahora. El proceso de llenar estos cuadros y revisar que estén bien es simplemente una forma de aprendizaje y es, por mucho, mejor que hacer de cuenta que sabemos qué números van en dónde y sin siquiera voltear a ver el papel. Para rematar, piense en un fenómeno que alguna vez tuvo una explicación sobrenatural y que ahora tiene otra explicación natural mejor (relámpagos \(\rightarrow\) Zeus \(\rightarrow\) electrostática en las nubes). Ahora, piense en una explicación natural que haya sido suplantada por una explicación sobrenatural mejor... (no se puede, porque no hay ninguna).

Ahora, una vez que se tiene conocimiento, lo que se haga con él depende de quién lo tenga. El poder implica una responsabilidad, y los científicos generalmente son los más conscientes acerca del impacto de sus trabajos. El abuso de estos conocimientos no ha sucedido porque la gente fuera demasiado razonable, ni demasiado exigente con su evidencia, sino al contrario. Parafraseando a Voltaire, para cometer atrocidades primero se debe creer absurdos.  Finalmente, acusar a la ciencia de usar la fe es irrisorio y no le voy a dedicar un párrafo completo.

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Justo después de la dedicatoria del libro, Coyne coloca una cita por parte del legendario Robert Green Ingersoll que usaré a manera de conclusión aquí, pues me parece insuperable (mi traducción):

Ya hemos comparado los beneficios de la teología y la ciencia. Cuando el teólogo gobernaba el mundo, estaba cubierto de chozas y casuchas para muchos, y palacios y catedrales para pocos. Para casi todos los hijos de todos los hombres, leer y escribir eran artes desconocidas. Los pobres vestían trapos y pieles—devoraban migajas, roían huesos. Llegó el alba del día de la Ciencia, y los lujos de siglos pasados son las necesidades de hoy. Hombres en los rangos medios de la vida tienen más conveniencias y elegancias que los príncipes y reyes de tiempos teológicos. Hay más de valor en el cerebro de una persona de hoy—de un mecánico, un químico, un naturalista, o un inventor, que la que había en el cerebro de todo el mundo hace cuatrocientos años.

Estas bendiciones no vinieron de los cielos. Estos beneficios no cayeron de las manos de los clérigos. No se encontraron en catedrales ni escondidos tras un altar—tampoco se buscó por ellos a la luz de velas santas. No fueron descubiertos con los ojos cerrados de la oración, ni llegaron como respuestas a súplicas supersticiosas. Todos son hijos de la libertad, del don de la razón, la observación y la experiencia—y por todos ellos, el hombre está endeudado con el hombre.



1: Ecklund, E.H. & Scheitle, C.P., "Religion Among Academic Scientists: Distinctions, Disciplines, and Demographics." Social Problems, 54:289-307.