2021-12-05

El Pueblo No Existe

Es una pregunta recurrente en filosofía cómo es que ésta logra progresar, si acaso. Para esto he encontrado dos respuestas que me han servido mucho, ambas de parte de físicos sumamente ilustrados en filosofía. La primera, escuchada a Tim Maudlin en un podcast que ya no puedo encontrar, es que efectivamente, la filosofía avanza y lo hace constantemente. Lo que sucede es que en cuanto esclarece problemas y logra "aterrizarlos", éstos se desprenden de la filosofía para convertirse propiamente en especialidades, y frecuentemente acaban como ciencias. Un ejemplo claro y actual de este proceso es la transición (o fusión, si prefieren) de la filosofía de la mente con la neurociencia, la neurología y la psicología. Antes, la política, economía e incluso lo que hoy llamaríamos "ciencias duras" eran parte del quehacer de filósofos (recordemos que "filosofía natural" era el término para lo que hacían, digamos, Galileo o Newton).

La segunda respuesta proviene de Sean Carroll, en un podcast reciente en oposición al filósofo Phillip Goff, debatiendo sobre panpsiquismo. Me desviaría mucho en explicar el tema, pero el punto que quiero rescatar es que, como dice Carroll ahí, la ciencia no solamente hace preguntas, sino que las contesta y procede con lo que sigue o, incluso, las descarta como mal planteadas o irrelevantes. (Ocasionalmente también las puede revisitar, si las descartó indebidamente.)

En la ciencia, y especialmente en la física, uno aprende que la intuición y el sentido común son poco o nada útiles para entender cómo funciona el mundo real. En el mejor de los casos, uno tiene que reentrenar su intuición o, con mucha frecuencia, hacerla a un lado por completo y ver qué dicen los cálculos y la evidencia. Mucho de lo que intuimos del mundo está mal o—como decimos en la física—ni siquiera está mal.

Lo anterior me hace pensar que algunos "problemas" filosóficos clásicos, como el problema de qué define la identidad de una persona, llevan miles de años debatiéndose porque no se pueden traducir a términos coherentes que se puedan ligar a la realidad. No es que sean problemas irresolubles; es que ni siquiera son problemas. (Esta es la observación que hizo Wittgenstein, al menos en su etapa temprana.)

Lectores de este sitio verán que escribo y leo mucho sobre temas de política y democracia—para ser un físico dedicado al software, al menos—. Algo frecuente que encuentro en libros y artículos sobre política es la discusión extensa sobre quién es, y quién representa, a "el pueblo" en una democracia. A veces el término se da por entendido, mientras que otras veces se dedican capítulos enteros a definir y debatir qué es, quién cuenta como parte de él, y quién lo representa. Por razonamiento como el expuesto aquí arriba, he llegado a la conclusión algo Thatcheriana de que "el pueblo" no existe. 

Súbditos es un término fácil de definir y comprender, sin necesidad de filosofía política o de la que sea. Ciudadanos requiere algo más de espacio, pero también es claro. Pueblo es un punto medio que, dependiendo del contexto, puede referirse a una u otra cosa, o a ninguna. Es un recurso retórico que usan los populistas para evitar los otros dos términos, porque éstos no les convienen.

Los AMLOs del mundo, los Erdogans, los Morales, los Maduros y demás autoritarios populistas piensan en sus gobernados como súbditos pero, por más tontos que son, saben que no pueden decirles así en voz alta (aunque AMLO ha llamado a sus seguidores mascotas y solovinos). Saben que en una democracia son, legal o aspiracionalmente al menos, ciudadanos. Pero eso implica que tienen obligaciones, derechos y, crucialmente, igualdad legal ante el gobernante—y eso no lo pueden permitir—. Pueblo es un término cómodo, lo suficientemente ambiguo para que los populistas no tengan que preocuparse por delatarse o exponerse retóricamente.

Esto no quiere decir que lo hagan a propósito. El típico autoritario bananero latinoamericano no llega a tanto. Es un ser necesariamente limitado—de lo contrario no sería populista—. Usar el vocablo pueblo es el camino de menor resistencia, cosa que la gente menos competente toma por naturaleza. Incluso tiene menos sílabas que los otros. (La excepción a esta regla pudiera ser Putin, pero probablemente es porque, aunque su retórica es populista, su mente y su propósito no: es un gángster medianamente competente dedicado a ordeñar su país mientras puede, cobrando cuotas de "protección" a una veintena de oligarcas que hacen el trabajo sucio de saquear a la ciudadanía.)

El avance de la vida democrática, como el de la filosofía, depende de que podamos liberarnos de conceptos huecos y supersticiosos que nos desvían de las preguntas bien planteadas que deberían estarnos preocupando, y que pudieran desecharse por incoherentes, sugerir una línea de investigación bien definida o, incluso, tener respuestas decisivas y contundentes. Yendo al grano: ¿queremos ser súbditos o ciudadanos?

2021-08-08

2021-07-24

Russell, AutoMatizado

Pueden leer o escuchar la primer publicación de AutóMata en inglés en Substack. El ícono negro servirá para designar a las publicaciones en esa plataforma de ahora en adelante. Aunque uno puede subscribirse a través de Substack directamente con los links que ahí se proporcionan, también pueden encontrar el podcast en Apple Podcasts también, buscando "AutoMata" (sin acento) y el logo negro.


No voy a reproducir el texto completo de aquella publicación aquí, aparte de contarles que es una variación sobre un ensayo clásico de Bertrand Russell, What I Believe (1925), que usé como plantilla para escribir mis propios pensamientos. Creo que es una buena introducción a AutóMata en general.

Hablando de Bertrand Russell, que he estado leyendo últimamente, tiene un ensayo tristemente muy apropiado para nuestros tiempos: Why I am not a Communist (1956) que creo que vale la pena reproducir íntegro aquí. El original es relativamente fácil de encontrar, pero en español no tanto, así que lo siguiente es una traducción entera que hice. 

Con algunas adaptaciones menores puede trasladarse muy bien a nuestros tiempos, sobre todo si sustituyen a "Unión Soviética" por "Cuba" y "Asia" por "América Latina". Hay que recordar que en 1956 estaba arrancando el conflicto en Vietnam, en ese momento liderado principalmente por los Franceses.

Por qué no soy un comunista

Bertrand Russell (1956)

En relación a cualquier doctrina política hay que preguntar dos cosas: 1) ¿Son sus principios teóricos ciertos? 2) ¿Es probable que sus políticas prácticas aumenten la felicidad humana?  De mi parte, creo que los principios teóricos del comunismo son falsos, y creo que sus máximas prácticas son tales que producen un aumento inmesurable de miseria humana.

Las doctrinas teóricas del comunismo derivan en su mayoría de Marx. Mis objeciones a Marx son de dos tipos: primero, que era de pensamiento embrollado; y también, que su pensamiento estuvo inspirado casi puramente por odio. A la doctrina del plusvalor, que supuestamente demuestra la explotación de los asalariados bajo el capitalismo, se llega por (1) la adopción subrepticia de la doctrina poblacional de Malthus, que Marx y sus discípulos repudian explícitamente, y (2) por la aplicación de la teoría del valor de Ricardo a los sueldos, pero no a los precios de los productos manufacturados. Se queda completamente satisfecho con el resultado, no porque concuerda con los hechos o porque tenga coherencia lógica, sino porque calcula que provocará furia en los asalariados. La doctrina de Marx de que todos los eventos históricos están motivados por el conflicto entre clases es una extensión imprudente y falsa hacia la historia mundial de algunos rasgos de la Inglaterra y Francia de hace cien años. Su creencia en una fuerza cósmica llamada Materialismo Dialéctico, que gobierna la historia humana independientemente de la voluntad humana, es mera mitología. Sus errores teóricos, sin embargo, no hubieran importado tanto de no ser que, como Tertuliano y Carlyle, su principal deseo fue ver castigar a sus enemigos, importándole poco lo que le pasara a sus amigos durante el proceso.

La doctrina de Marx ya era de por sí mala, pero los eventos por los que pasó bajo Lenin y Stalin la hicieron mucho peor. Marx enseño que habría un periodo revolucionario transitorio después de la victoria del proletariado en una guerra civil, y que durante ese periodo el proletariado, de acuerdo con la práctica usual tras una guerra civil, despojaría del poder político a sus víctimas. Este periodo iba a ser el de la dictadura del proletariado. No debe ser olvidado que la visión profética de Marx era que la victoria del proletariado llegaría cuando éste constara la mayoría de la población. La dictadura del proletariado, concebida de esta manera por Marx, no era esencialmente antidemocrática. En la Rusia de 1917, sin embargo, el proletariado era una minoría de la población, siendo la gran mayoría campesinos. Fue decretado que el partido Bolchevique era la parte del proletariado con consciencia de clase, y luego que un pequeño comité de sus líderes era la parte del partido Bolchevique con consciencia de clase. La dictadura del proletariado entonces pasó a ser la dictadura de un pequeño comité, y ultimadamente la de un solo hombre: Stalin. Siendo el único proletario consciente de clase, Stalin condenó a millones de campesinos a morir de hambre y millones más a trabajo forzado en campos de concentración. Incluso llegó al punto de decretar que las leyes de herencia serían distintas de ahí en delante, y que la germen-plasma seguiría decretos soviéticos pero no a aquel clérigo reaccionario, Mendel. No encuentro cómo entender cómo es que gente tanto humanista como inteligente pudiera encontrar algo qué admirar en el vasto campamento de esclavos producido por Stalin.

Siempre he estado en desacuerdo con Marx. Mi primer crítica hostil a él fue publicada en 1896. Pero mis objeciones contra el comunismo moderno van más allá que mis objeciones a Marx. Es el abandono de la democracia lo que encuentro particularmente desastroso. Una minoría depositando su poder en las actividades de una policía secreta está obligada a ser cruel, opresiva y oscurantista. Los peligros del poder irresponsable fueron reconocidos en lo general durante los siglos XVIII y XIX, pero aquellos que han sido deslumbrados por el aparente éxito actual de la Unión Soviética han olvidado todo lo que tan dolorosamente fue aprendido durante los días de monarquía absoluta, y han regresado a lo que fue lo peor del Medioevo con el curioso delirio de que están a la vanguardia del progreso.

Hay señales que el régimen soviético pudiera tornarse más liberal con el tiempo. Pero, aunque esto es posible, no es para nada seguro. Mientras tanto, todos quienes valoren no solo el arte y la ciencia sino también una suficiencia de pan de cada día y libertad de no temer que un descuido verbal de sus hijos a un profesor los condene a trabajos en un campo en Siberia, deben hacer lo que esté en su poder para preservar en sus propios países una forma de vida menos servil y más próspera.

Hay aquellos quienes, oprimidos por los males del comunismo, llegan a la conclusión de que la única forma efectiva de combatir estos males es mediante una guerra mundial. Creo que esto es un error. Tal política pudo ser posible en cierto punto, pero ahora la guerra se ha vuelto tan terrible, y el comunismo tan poderoso, que nadie puede decir qué quedará en pie tras una guerra mundial, y lo que pudiera quedar probablemente sería tan malo como el comunismo actual. Esta predicción no depende de qué bando, si acaso alguno, resulte victorioso. Solamente depende de los efectos inevitables de la destrucción masiva vía bombas de hidrógeno y cobalto, y quizá de plagas diseminadas ingeniosamente. La forma de combatir al comunismo no es con la guerra. Lo que se requiere además de los armamentos que disuadan a los comunistas de atacar a Occidente es una disminución de las bases del descontento en las partes menos prósperas del mundo no-comunista. En la mayoría de los países de Asia, hay una abyecta pobreza que Occidente debería aliviar en tanto esté en su poder hacerlo. También hay una gran amargura causada por los siglos de dominación insolente de Asia por Europa. Esto debe tratarse con una combinación de tacto paciente y anuncios dramáticos renunciando a los remanentes de dominación blanca que prevalecen en Asia. El comunismo es una doctrina nutrida de la pobreza, odio y conflicto. Su esparcimiento solo puede ser atrofiado disminuyendo las áreas de pobreza y odio.



2021-07-08

Primer publicación en Substack

 Ya está arriba la primer publicación en Substack, plataforma que estaré usando a modo de prueba para contenido en inglés pero también algunas cosas en español.

Tomé un ensayo clásico de Bertrand Russell, What I Believe (Lo que yo creo) como plantilla para hacer un pequeño manifiesto introductorio a AutóMata para angloparlantes. El audio lo encuentran ahí mismo, aunque yo recomendaría buscar el podcast en Apple Podcasts como "AutoMata" (así, sin acentos) y buscar el logo con fondo negro:


La idea es retomar las publicaciones tanto en español ("AutóMata" y logo blanco) como en inglés. Este sitio servirá como un hub con todo o, al menos, enlaces a todo.

¡Gracias por leer y escuchar!

2021-05-21

Avisos: Substack y Anchor

He tenido un 2021 muy productivo, pero lamentablemente no para mis escritos y podcast. La intención es remediar eso con acciones que incluyen lo siguiente:

Estaré probando la plataforma Substack, que me permite la distribución de mis textos por listas de correo e incluso tiene capacidad de alojamiento y distribución de podcasts. También puedo separar contenido en secciones, digamos en inglés y español o cosas así. Por lo pronto, la dirección de los episodios de audio anteriores ha cambiado a la plataforma Anchor, donde puedo tener alojamiento y difusión gratuita. Si todavía siguen la dirección anterior de Libsyn todo debería seguir funcionando, o al menos se supone que configuré todo para que lo haga. Aunque Substack permite tener suscripciones pagadas, no tengo planes de implementarlo en el corto ni mediano plazo. (Ambos son servicios gratuitos si uno los quiere usar así, tanto para uno como para los lectores / escuchas.)

Muy seguramente estaré cambiando el formato del podcast, pero todavía no estoy seguro cómo va a quedar. No me llama la atención tanto tener invitados y además sería duplicar el trabajo para el que de por sí tengo muy poco tiempo. Pero sí es la intención retomarlo y regularizar su publicación en algún momento. Lo que sí tengo más o menos claro es que mi prioridad será la producción de texto antes que audio, aunque por supuesto lo ideal sería tener un output balanceado de ambos. Para ambas ramas, texto y audio, empezaré a producir contenido en español e inglés, procurando no meramente repetirlo con traducciones.

Procuraré mantener este sitio actualizado con avisos generales y usarlo como un hub de contenido. Poco a poco iré actualizando las páginas de información y contacto con lo que les comento aquí. Aunque me gusta Substack (y estoy suscrito a varios autores de ahí), no tiene la capacidad de desplegar matemáticas con \(\LaTeX\) y eso me limita en algunas cosas; para un típico ensayo de puro texto e imágenes es más que suficiente, pero para algo más técnico probablemente publicaré aquí.

La idea es seguir en la misma línea usual de AutóMata: ciencia, filosofía, política, reseñas y alguno que otro ensayo personal, y ya está en línea un primer artículo en esa nueva plataforma: La desigualdad no es el problema


2020-11-28

Libertad de Expresión


Hay una confrontación total entre la mente irónica y la literal: entre todo tipo de comisario e inquisidor y burócrata y aquellos que saben que, cualquiera que sea el rol de las fuerzas sociales y políticas, las ideas y los libros deben ser formuladas y escritos por individuos.

—Christopher Hitchens, For the Sake of Argument

El respeto es el enemigo de la tolerancia.

—Nick Cohen, You Can’t Read this Book

Si tienes la razón acerca de alguna cuestión y te encuentras con alguien que está equivocado, puede que te sientas confundido, frustrado, o incluso ofendido. Si estás equivocado acerca de esa cuestión y te encuentras con alguien que tiene la razón, puede que te sientas confundido, frustrado o incluso ofendido también. Incluso si estás equivocado y discutes con otra persona equivocada de un modo distinto te sentirás confundido, frustrado u ofendido. Por lo tanto, los sentimientos que provoquen los puntos de vista de los demás son irrelevantes para determinar qué tan correctos son los puntos de vista en sí. Además, si tienes la razón acerca de algo, ¿no quisieras poder contarlo, para poder persuadir a quienes están equivocados? Si estás equivocado acerca de algo, ¿no quisieras poder saberlo, para poder dejar de estar equivocado? Cuando no está disponible la vía de la persuasión, solamente queda la de la imposición. ¿Acaso es necesario, a estas alturas, explicar por qué esto es indeseable?

Los argumentos a favor de la libertad de expresión no son difíciles pero, a pesar de que ésta ha demostrado su superioridad con resultados concretos desde hace cientos de años en las sociedades donde se practica, requiere una defensa constante. Ya sabemos que los países que más limitan o prohíben la expresión son los países fallidos donde nadie quiere vivir—ni siquiera los populistas, islamistas, comunistas o fascistas que los crearon—. Las sociedades cerradas no pueden mantenerse salvo parasitando a las sociedades libres, aprovechándose de los recursos, derechos y libertades que éstas protegen pero que los tiranos prohíben en casa. Y saben que pueden hacerlo porque la naturaleza humana es tal que siempre habrá gente, incluso en las sociedades más libres y exitosas de la historia, que añore la sumisión: idiotas útiles que se desinforman solitos para defender a Trump, Putin o Maduro; impostores intelectuales que se dediquen a justificar o negar genocidios; alquimistas del lenguaje que inventen crímenes imaginarios agregando “-fobia” al final de “ruso” o “islam”; charlatanes relativistas que quieren “descolonizar” la ciencia o las matemáticas; fascistas, anarquistas o comunistas que buscan “derrocar al sistema” que les da la libertad de decir sus idioteces; todos estos enemigos del progreso y la modernidad, y muchos más que no alcanzo a citar por cuestión de espacio, existen y se expresan incluso en las sociedades más avanzadas.

Y, en cierto modo, así debe ser. Porque el costo que paga una sociedad que da libertad de expresión a todos sus miembros—incluso los más equivocados e indeseables—es menor que el costo que se paga al censurar. Decir que los nazis tienen puntos de vista indeseables y prohibirlos es fácil. Donde se pone interesante es cuando consideramos que todos los avances intelectuales y morales que nos han llevado a la modernidad fueron considerados extremos, obscenos o radicales en algún momento. Consideren, por ejemplo, que las mujeres no pudieron votar en muchos países (incluyendo México) incluso años después de que se derrotara rotundamente a los nazis. Y consideren, también, que ese logro fue el resultado de mucho debate y no de una guerra.

La libertad de expresión es la madre de las demás libertades, porque nos permite discutir cuáles deberían ser las demás libertades. Es el valor que permite definir y defender a los demás valores, o cuestionar si deberían ser valores en primer lugar. Sin la libertad de expresar y criticar a quienes se expresan, estamos a la merced de la imposición y la arbitrariedad. 

Por esto, el costo que pagan las sociedades cerradas no es solamente en desaparecidos, prisiones secretas o alambres de púas, sino en desarrollo. Una vez que un régimen totalitario se consolida y se asume como correcto por definición, necesariamente se estanca o retrocede porque no permite que sus errores sean siquiera señalados—mucho menos corregidos—. El mismo mecanismo que permite aplastar los puntos de vista indeseables, incluso suponiendo que fueran de los casos fáciles, necesariamente aplasta también a la curiosidad y la innovación, porque en los regímenes totalitarios éstas son indeseables por definición. Por otro lado, el costo que pagan las sociedades abiertas es tener que lidiar con las opiniones de algunos tontos incómodos.

Hablando de tontos incómodos, ¿a quién se le daría el trabajo de decidir qué podemos ver, leer o escuchar los demás? ¿Qué especie de burócrata sería el indicado para realizar esta labor? ¿Acaso debería haber un comité, o un politburó? ¿Deberíamos dejarlo a votación, quizá, y que decida “el pueblo” qué películas se pueden verse, libros leerse, u oradores escucharse? Incluso si pudiéramos llegar a un consenso de qué contenido sería permitido y prohibido, ¿cuántos recursos habría que destinar en aplicar dicha ley? ¿No tienen mejores cosas qué hacer las fuerzas del orden—particularmente en países en desarrollo—que andar confiscando pinturas, música, libros y películas, arrestando a quienes se resisten y combatiendo un mercado negro intelectual y artístico?

El lente totalitario/autoritario también es útil para entender dónde poner los límites a la expresión, si acaso. Aquí es sumamente útil la distinción entre lo público y lo privado, y la observación de que el totalitarismo es la abolición de los límites entre éstos, notada en distintas formas por gente como Hannah Arendt y George Orwell. Este análisis tiene el beneficio adicional de empatar con nuestras intuiciones sobre la privacidad y la propiedad privada: por más que uno crea en la libertad de tránsito y de asociación, nadie quiere que un extraño lo siga a todos lados, ni que transite hasta y dentro de la casa de uno. Con un mínimo de imaginación, podemos extender esta consideración hacia otros también y concluir que nadie quiere vivir en un mundo así. Con la expresión es lo mismo: lo que la gente decida exponer de sí para el mundo es cancha reglamentaria; lo que mantenga en privado, no. El daño de cualquier cantidad de críticas o insultos públicos a una persona (que ya vimos es irrelevante para el mérito de los puntos de vista) es trivial comparado con el daño que puede ocasionar divulgar su domicilio o su lugar de trabajo, que bien puede terminar con su vida.

La mayor parte de la historia humana careció de la libertad para expresarse. Es un fenómeno reciente y, me parece, indebidamente controversial en nuestros tiempos. Tristemente, todavía son muchos los países del mundo que aún no la han conocido y no hay ninguna ley de la Historia que diga que la vayan a conocer. Los argumentos y los resultados a favor de la libre expresión son fáciles de entender y apreciar, y sin embargo requieren defensa constante incluso donde ésta existe. Algo así pasa con la evolución, el materialismo o el liberalismo democrático en general; los debates decisivos ya ocurrieron, e incluso hace mucho, aunque tantos siguen sin enterarse. Habrá que decirles.

2020-11-24

Fascismo?

Hace apenas unos días se conmemoraron los aniversarios de Kristallnacht y la caída del Muro de Berlín. Marcaron una especie de comienzo y fin de un ciclo, apuntalando la realidad destructora del fascismo y el fin de su terrible contraparte, el comunismo. Ahora los términos siguen en el aire e incluso cada vez más, siendo que no existen eventos actuales que se les puedan comparar en la magnitud de su destrucción. 

Me parece que el lenguaje es un reflejo del pensamiento y, más aún, que es un precursor a él. No podemos pensar con claridad si no hablamos con claridad, y si nuestras palabras cambian de significado tanto o tan seguido que pueden significar lo que sea. Los términos “fascista” y “comunista” son ejemplos sobresalientes de esto (es un tema recurrente aquí en AutóMata que realmente se refieren a lo mismo). 

Es una excelente noticia que Trump, con todo y sus berrinches, vaya de salida. El tipo es un narcisista sumamente limitado, incapaz de la menor introspección o autocrítica, y francamente peligroso. Ha llevado a la democracia estadounidense al límite, todo el tiempo con un tipo que le sigue a todos lados cargando los códigos nucleares. 

Pero no es un fascista. Y los eventos de la Kristallnacht conmemorados el 9 de noviembre pasado dejan claro que esa palabra es especial. En aquella noche fueron destruidos miles de negocios y sinagogas judías, murieron y fueron violadas docenas de personas, y 30 mil hombres judíos fueron enviados directo a los campos de concentración años antes de que empezara formalmente la 2a Guerra Mundial. Fue el mayor de los pogroms hasta entonces, y estuvo flanqueado antes y después por detenciones de opositores políticos, asesinatos, torturas, violaciones y exilios. 

Nada remotamente parecido sucedió en la gestión de Trump. Como ya dije, el tipo es un narcisista, mentiroso y sumamente incompetente, pero es autoritario solamente en el sentido de que está quiere que se haga lo que él diga—cosa que rara vez logra, por cierto—. En el sentido político del término, es un autoritario muy pobre pues, como no le importa la vida de nadie más que la de él, no mostró el menor interés en acumular poder para controlar la vida de nadie más. Doscientos tarados neonazis se reunieron en Charlottesville en 2017, y una joven murió atropellada por uno de ellos al día siguiente. Terrible, pero no Kristallnacht. El año siguiente, en la supuesta marcha masiva de supremacistas blancos en Washington, acudieron apenas una veintena. Todos los días arrestan a más vándalos de Antifa tan solo en Portland. 

Trump demostró plenamente su desinterés por ser un tirano durante la crisis del COVID, que historiadores de renombre como Timothy Snyder o Jason Stanley señalaron como el Incendio del Reichstag en el que se avecinaba un golpe autoritario. Aprovechando una crisis así, el playbook fascista es claro: toque de queda, ley marcial, atribución de poderes de especiales, disolución del congreso y arresto de políticos incómodos de la oposición y cualquiera que se oponga, para empezar... Pero en vez de hacer eso... ¡Trump se fue a jugar golf! Cada vez que tuvo la oportunidad de hacerse de más poder, simplemente se hizo pendejo: le echó la culpa a otros, dijo que el virus se iba a quitar solo, que qué querían que hiciera, y a jugar golf… algo me dice que un Hitler hubiera hecho más. (Como ya han notado muchos, Hitler sí hubiera podido echar para atrás el Obamacare.) 

Y si estiramos la definición de fascismo para que cubra a Trump, por sus insultos a la prensa, su trato indigno de los migrantes, su falta de empatía y competencia en general, ciertamente esa nueva definición cubre también a Maduro, ¿no? ¿Erdogan? ¿Putin? ¿Orbán? ¿Assad? ¿Los chinos? ¿Los iraníes? ¿Los cubanos? Todos éstos tienen a sus opositores presos, perseguidos, exiliados o muertos. Los chinos tienen campos de concentración, tal cual, y Corea del Norte literalmente tiene una frontera de minas y alambre de púas. Si de falta de pericia y empatía se trata, de la destrucción de las instituciones democráticas y el maltrato de la prensa, por no decir de autoritarismo, incluso AMLO entra a ese club fácilmente... y todos sabemos que AMLO es tan estúpido que ni siquiera es comunista. 

Esta gente es nefasta, pero ¿deberían estar en la misma categoría que Hitler, Mussolini, Stalin, Pol Pot, Mao o Franco? Tal vez me la pensaría con los casos de Putin, Hussein o Assad, ¿pero a los tarados de AMLO o Maduro? ¿De qué sirve una clasificación política que aplica a lo que sea? 

Si Trump era un dictador, ¿por qué perdió una elección? Caray, ¿por qué siquiera hubo una elección? Es un golpista muy raro el que acude a instancias judiciales a disputar los resultados, pierde y, ahora, coopera con el equipo de transición de su opositor, ¿no? Seamos honestos: llamar fascista a un enemigo político es una manera fácil de autoproclamarse parte de la heroica resistencia desde la comodidad de tu teclado. Es un insulto exagerado, nada más; activismo de Starbucks. Y trivializa y diluye las duras lecciones que se aprendieron (espero) en el siglo XX, acerca de lo que los verdaderos fascistas y comunistas son capaces de hacer. Nadie en el mundo desarrollado, y casi en ningún lado en general, enfrenta nada como los pogroms Nazis, y ni qué decir de la Segunda Guerra Mundial o la red de campamentos y calabozos soviéticos. Estos fueron eventos completamente fuera de proporción con los que nos enfrenamos ahora. Las palabras tienen significados, y estos importan.