2020-05-10

Pandemónium


pandemónium: 1) lugar en el que hay mucho ruido y confusión.
2) capital imaginaria del reino infernal.
pandemia: enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a la mayoría de los habitantes de una población.
Lo que ha logrado el COVID-19 es fusionar, trágicamente, los distintos significados y etimologías de estas palabras. Lo que hace una enfermedad así es igualar al demos con el daemonium ; a obligarnos a suponer, hasta que se demuestre lo contrario, que nuestros conciudadanos son portadores del mal. Al tiempo que el mundo frena casi por completo, el ruido y la confusión se propagan y aceleran.

El diluvio de información o desinformación no es lo nuevo; lo nuevo es que, a diferencia de antes, las dosis de realidad que uno se podía administrar saliendo ya no están disponibles. Antes uno vivía el ruido y confusión pero, desde el tráfico o haciendo fila en el súper, o comiendo con la familia o en centros comerciales, se podía poner en contexto y minimizar o enfatizar según mereciera. Ahora, que la vida sigue es algo que no se comprueba sino meramente se supone.

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Yo trabajaba desde casa antes de que fuera necesario. Me daba unas dosis de tráfico y juntas presenciales dos veces a la semana, pero generalmente hacía lo mismo que podía hacer desde el estudio en mi casa, que es programar. Mis tiempos libres también los pasaba aquí, donde ahora escribo y grabo esto, leyendo, estudiando, o de ocioso también. No solo tenía dominado el confinamiento en mi casa: estaba acostumbrado a confinarme en un solo cuarto entre 8 y 10 horas al día.

Las pocas veces que salía de casa, o incluso cuando me encontraba físicamente en la oficina, ya procuraba evitar a la gente. Puedo convivir, o aparentar convivir, por periodos cortos en los que puedo emular a una persona "normal", cosa que me costó muchos años de práctica. He experimentado con pequeños actos de vandalismo de la etiqueta, como no decir nada cuando alguien más estornuda o, si estornudo yo y alguien dice "salud", contestar nada o "sí". Generalmente paso mi tiempo profundamente concentrado o al menos intentando estarlo, y me molesta que se considere buena educación interrumpirme con una superstición medieval y que además se espere de mí que esté agradecido. Al virus no le importan los buenos deseos de la gente.

Ah sí, el virus. Contrario a lo que uno pudiera pensar por lo anterior, o por tanto más que he dicho aquí en AutóMata, yo estoy a favor de la humanidad. Ni creo que "el virus somos nosotros", ni que ésta sea una "venganza de la naturaleza" ni nada así. Rescatando algunas de las lecciones de David Deutsch en el episodio pasado, la humanidad es, objetivamente, un fenómeno raro y especial en el universo. Casi cualquier punto que uno escoja al azar en el cosmos está vacío y muerto; aun donde hay materia, es demasiado fría o demasiado caliente para que pudiera albergar vida. La vida parece ser extremadamente escasa en el universo, al menos por unidad de volumen. Y el conocimiento es generado solamente por una especie en el universo conocido: nosotros. En nuestros laboratorios podemos crear elementos que ningún colapso ni colisión astrofísica puede crear; medimos distorsiones en el espaciotiempo diez mil veces más pequeñas que un protón; usamos las propiedades de partículas subatómicas para enviar y almacenar energía e información; superamos los límites de nuestra naturaleza para resolver problemas que los humanos primitivos—ya no se diga nada de animales y otros bichos—no podrían siquiera imaginar. Ningún virus va a construir, nunca, una catedral gótica o un acelerador de partículas. El coronavirus es uno más de muchos problemas que la humanidad puede resolver y que nada más en el universo puede.

Puedo pensar en algunos humanos en particular que quisiera que quedaran extintos, como cualquiera. No que murieran, necesariamente: islamistas, fascistas, comunistas y anarquistas pudieran desaparecer muriéndose, pero también si tan solo entendieran un poco mejor cómo funciona la realidad. La presencia de humanos tan destructivos es en sí un problema que podemos resolver como lo hemos hecho antes: generando y aplicando conocimiento. Como el virus del VIH-SIDA, los virus mentales que aquejan a tantos individuos quizá no se pueden eliminar por completo, pero sí se podrían controlar y podríamos vivir con ellos indefinidamente.

Así que siempre he estado a favor de la humanidad. Solamente que de lejecitos, por favor.

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Entonces la primer reflexión que valdría la pena hacer es sobre cómo se ha logrado contener, parcialmente, al virus que nos aqueja ahora. Incluso los chinos, tan sumergidos en sus supersticiones tecno-comunistas y de medicina "tradicional", recurrieron a soluciones de la realidad objetiva para contener la pandemia: laboratorios, antirretrovirales, cuarentenas. No medicina tradicional, no acupuntura. Es por la omisión, negación e incompetencia del régimen chino que estamos en esta situación en primer lugar, pero es alentador que incluso en la dictadura más grande del mundo la realidad se imponga.

Hablando de incompetencia china, a la OMS también se le impuso la realidad. Toda credibilidad que hubiera tenido antes la perdió por convertirse, básicamente, en un aparato de propaganda china. Primero dijeron que no había evidencia de transmisión del virus entre humanos. Luego, que sí la había pero China ya tenía todo bajo control. Después, que las mascarillas no eran efectivas contra el virus, aunque curiosamente los médicos y enfermeros sí las necesitaban. Finalmente, que siempre sí, que cubrirse es mejor que no hacerlo. Y por supuesto, el colmo de la situación lo aportó el Dr. Bruce Aylward, asesor de la OMS, en una entrevista con la cadena RTHK de Hong Kong. Con poquísimos casos y muertos, Taiwan es una provincia casi completamente autónoma y democrática separada de China, que la considera como su propiedad y no reconoce a su gobierno independiente. Cuestionado sobre la excelente respuesta de Taiwan a la pandemia, Aylward simplemente se hizo el loco:
Eso es lo que pasa cuando los compromisos ideológicos y políticos chocan con la realidad.

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Vivo al fondo de una pequeña calle cerrada que es a su vez tributaria de una avenida a las afueras de la ciudad, prácticamente carretera. Afortunadamente, a cinco minutos caminando y todavía dentro de mi calle, hay un minisúper relativamente bien abastecido. Salgo de mi casa solo para comprar ahí y pasear al perro, excepto cada tres o cuatro días que voy al cajero más cercano manejando tres minutos (porque no tienen pago con tarjeta en ese changarro, que gracias a los vecinos ha podido funcionar como siempre). También he retomado el ejercicio, procurando salir a correr temprano dos o tres veces por semana, simplemente de ida y vuelta por los trescientos metros de mi calle recta.

Es interesante observar el comportamiento de mis vecinos cuando salgo. La mayoría parecen seguir como si nada, aparte de que algunos están en casa cuando usualmente no estaban. Un porcentaje importante sigue saliendo a trabajar, pero no sé bien si sean la mayoría. El minisúper tiene un letrero a la entrada pidiendo que entre solo una persona por familia o grupo y que usen mascarilla, lo que la mayoría de los clientes sí cumple. Por otro lado, frecuentemente hay fiestas y reuniones, infantiles y de adultos; no se nota ninguna diferencia con los tiempos antes de la pandemia. Todos los niños que veía salir por las tardes lo siguen haciendo igual. Los primeros días usaban cubrebocas, pero hace semanas que ya no.

Cuando salgo caminando procuro mantenerme alejado de otros que estén afuera, cruzándome la calle si es necesario. Cuando camino voy con cubrebocas; cuando corro no, pero solo corro temprano cuando no hay gente. Pero en general no le he visto ese comportamiento a otros vecinos, que parecen pasearse por la calle, saludarse y abrazarse como si todos los días fueran domingo por la tarde,  solo que en pants o shorts (y sin cubrebocas). Por supuesto que esto es un efecto de auto-selección: la gente mordiéndose las uñas de la angustia está encerrada donde no la veo.

En casa mis días pasan como antes, con trabajo entre semana e incluso más juntas que antes. Se supone que una de las lecciones de la pandemia era que al fin se entendería que tanta junta no era necesaria, pero cuando uno está en una industria que (afortunadamente) puede seguir operando de manera físicamente distribuida, ocurre lo contrario. Hace poco notó el autor y profesor de ciencias computacionales, Carl Newport, que el trabajo remoto disminuye la cantidad de señales indirectas a los demás de que estamos ocupados. Cuando alguien no está en su lugar, o tiene aspecto agobiado, o pasa de manera apurada de un lado a otro en la oficina, es más difícil que nos animemos a interrumpirlo. Pero por medios digitales esas señales de fricción desaparecen por completo y se nos hace fácil enviar un mensaje, invitación o correo que—ignoramos—es inoportuno. Todo mundo pone su estatus en "ocupado" cuando no lo está de todos modos, pensamos, así que ahí va la invitación a la junta o el correo preguntando cuándo va a estar listo aquello.

Pero uno mismo sabotea su tiempo también. Ahora que no tengo que ganarle al tráfico ni terminar antes de que llegue mi familia a la casa a hacer ruido y exigir atención, se me hace fácil estirar o recorrer el tiempo dedicado al trabajo. No hay una señal clara de inicio o corte de actividades: todo es urgente y todo lo puedes hacer a la hora que sea porque todas las horas son iguales. Puedo estar en una junta y comer al mismo tiempo; puedo ejecutar un programa que tarda veinte minutos y jugar en el celular mientras termina. El otro día me llamaron para una reunión al momento que iba camino a la tienda con mi perro, y de regreso me encontré además con un repartidor de paquetería esperándome afuera de mi casa. Recibí, firmé, me metí y acomodé las cosas en el refri, todo mientras seguía en la junta. Todo está revuelto.

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En 2018 México se subió a la ola populista y autoritaria que ha afectado a tantos otros países, notablemente en Europa y Estados Unidos. Al igual que en aquellos países, la realidad está desnudando a los populistas: la incompetencia cuesta, sea la de Trump, Johnson, o Bolsonaro. Por ahora el descenso en la aprobación de AMLO es todavía modesto, pero la tendencia es claramente a la baja desde al menos el inicio del año. Casi todos los días nos regala unas dos horas de evidencia de lo orgulloso que está de su limitado intelecto y, trágicamente para quienes vivimos bajo su liderazgo (es un decir), de su desapego de la realidad.

Ya dediqué un episodio detallado a AMLO y su gestión, por lo que no quisiera abundar demasiado en eso aquí. Pero sí quiero rescatar otra lección importante de estos días de pandemia motivado por algo que él dijo hace unos días: "La pandemia solo ha puesto en evidencia el fracaso del modelo neoliberal en el mundo." Ya no queda claro a qué le llama él neoliberal—de hecho, ya no me queda claro de qué habla nadie que use ese término—. Sí puedo, sin embargo, tomarle la palabra a AMLO, rescatar algunas definiciones que he usado antes aquí en AutóMata, y concluir que, para variar, no tiene la más remota idea de nada de lo que dice. (Un par de días después lo volvió a decir, pero ahora agregó que la economía del mundo iba mal desde antes del coronavirus, debido al modelo neoliberal. No especifica de qué mundo está hablando.)

El virus se originó y se propagó, como mencioné antes, desde China, dictadura completa con todo y censura total y campos de concentración para quienes la desafían. Después pegó durísimamente en Irán (una teocracia medieval militarizada) y los países europeos con gobiernos populistas. Italia, España y Reino Unido negaron la epidemia, luego la administraron pésimamente, y ahora se dedican a contar muertos. En Rusia, supuesto paraíso anti-neoliberal, los doctores saltan de las ventanas. Con dos meses de tiempo para prepararse, la administración de Trump, Tarado Antisistema en Jefe,  observó estos eventos y decidió hacer, precisamente, nada. Ahora llevan 80 mil muertos y contando, y eso que la pandemia todavía no llega del todo a los estados rurales. En México la respuesta ha sido, hasta ahora, igual o peor a la de estos otros países.



Obviamente países con gobiernos no populistas se han visto afectados también (notablemente Francia) pero sus respuestas han sido, en algunos casos, inmejorables. Nueva Zelanda ha logrado bajar el número de casos nuevos a cero, tras un total de menos de 1500 casos y 21 muertos. Corea del Sur, Australia y Alemania ya están levantando sus confinamientos. Como quieran llamarle a los gobiernos de estos países, no son populistas. No sé qué cree AMLO que está haciendo, pero no es lo mismo que hicieron estos países, ni Taiwan o Singapur.

El deseo de volver a un mundo "desglobalizado", una especie de "cadena de fortalezas", como la llama Yuval Noah Harari, es simplemente infantil. Ya intentamos eso y sabemos que no funciona: era el mundo pre-moderno, donde casi todos eran pobres. Caray, lo podemos ver hoy en Corea del Norte, Venezuela y Cuba. El aislamiento solo beneficia a los tiranos. Y si de pandemias se trata, ¿cómo creen que se propagó la peste bubónica, cuando todo era feudalismo rodeado de muros? ¿Cómo lo hizo la influenza española en 1918? Aislarse no es deseable ni factible. No todos los países, medievales ni modernos, tienen los mismos recursos. No todos tienen petróleo, uranio, una salida al mar, turismo o siquiera agua potable. Los países pobres se benefician, por mucho, de comerciar con los ricos; así es como la pobreza extrema se ha reducido de 94% en 1820 a menos de 5% hoy.  La obsesión por la soberanía, autosuficiencia y autodeterminación, invocadas casi siempre para defender dictaduras, simplemente no funciona.


La muerte del neoliberalismo, la globalización y el capitalismo en general, ha sido pronosticada ya incontables veces desde tiempos del mismo Marx hace 150 años. Profetas socialistas la proclamaron apenas en 2008, cuando insistían que, ahora sí, ahí viene el colapso. No ha sucedido. Además sabemos lo que pasa, con lujo de detalle estadístico,  cuando se provoca el colapso a propósito. Ya lo hemos comentado mucho en AutóMata pero vale la pena repetir:  el modelo que funciona es una república democrática fuerte que administra un capitalismo, también fuerte, al que cobra impuestos para pagar un estado de bienestar. Los países que rechazan ese modelo, se llame como se llame, son los países de los que la gente literalmente se sale nadando. Y cuando lo hacen, nadan hacia los países que sí implementan el modelo. En todo caso el problema no es el modelo, sino que no le ha llegado a suficiente gente y, por su naturaleza que da primacía a la libertad y la democracia, no se puede imponer.

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Hablando de capitalismo, aislamiento y choques con la realidad, me ha llamado enormemente la atención la confusión moral que tiene tanta gente cuando trata de hablar de la intersección de estos temas. En particular hay una tendencia, importada de los resentidos posmodernos franceses de los 60s, de llamarle "privilegio" al resultado del mérito, casualidad, o incluso a lo que es simplemente un derecho. Dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo: que es una tragedia que millones de personas no puedan quedarse en casa por la naturaleza de su trabajo, y que esto no sea culpa ni responsabilidad de las que sí pueden.

Hay una especie de puritanismo económico que parece decir que, si no se puede ayudar a todos, entonces no se debe ayudar a nadie. El puritanismo social, que hace de la privación física una virtud, tiene su equivalente en el económico, que hace lo propio con la pobreza. Esto lleva a conclusiones trivialmente inmorales. Viridiana Ríos, doctorada en politología por Harvard y supuestamente inteligente, proporcionó un ejemplo casi al mismo tiempo que yo empezaba a escribir este artículo:
("Eso ya se acabó" es algo que tendría que ser demostrado, por cierto.) La lógica parece ser algo así como que "ya que algunos están jodidos, ahora a los que no lo están hay que joderlos también." En todo caso, ¿por qué no proponer ayudar a los jodidos y ya? Si saben sacar cuentas, sabrán que "rescatar" a algunos es mejor que rescatar a nadie, ¿no? ¿Y quiénes creen que trabajan en las empresas grandes? Cuando llamo al servicio técnico de Telmex, no es Carlos Slim el que me atiende, que yo sepa. Un país con 50 millones de pobres es terrible; uno con 100 millones es peor. Si un barco con 100 personas se hunde y solo tengo lanchas para cincuenta, ¿mejor no salvo a nadie, porque sería injusto? Si un barco con 100 personas se hunde y cincuenta saben nadar, ¿deberíamos amarrarles los brazos para que no puedan? Si su idea de "hacer justicia" aumenta el total de gente jodida, es momento de reconsiderar lo que creen que significa esa palabra.

Otro ejemplo, también reciente, lo dio el economista del ITESO, Nacho Román, en el podcast Cuentas Claras. Es sorprendente como una mente ágil, que sabe de números y estadísticas, pierde la cabeza por completo cuando su ideología choca con la simple aritmética de que ayudar a unos es mejor que ayudar a nadie.
Su contraparte, el también economista del ITESO, Sergio Negrete, lo lleva de la mano con suma gentileza y empatía pero, aun así, semana tras semana, Román colapsa en un torbellino de histeria soviética. Si el barco se va a hundir, es imperativo asegurarse de que se ahoguen todos.

El coronavirus ha acentuado la característica principal de los marxistas-leninistas y, ahora, bolivarianos y morenistas: son resentidos sin mérito que no saben contar, ya sean muertos, pobres, desempleados, barriles de petróleo o lo que sea. La igualdad—cosa que para variar nunca definen explícitamente—es propuesta automáticamente como la meta suprema a pesar de que, en el mundo real, ni somos todos iguales ni quisiéramos serlo. Algunos son más atractivos, más inteligentes o más atléticos; hay quienes no pueden bajar de peso y quienes no pueden subir, y otros que suben y bajan según convenga; nadie escoge a sus padres, ni cuáles genes de cada uno le van a tocar; nadie escoge su temperamento, ni las enfermedades congénitas que va a tener o no.  Nadie escoge ninguna de estas cosas y vaya que son importantes. Por otro lado, las personas pueden superar sus limitaciones naturales a través de las decisiones que toman en sus vidas, algo de suerte, y sí, apoyo deliberado de otros. También pueden perder o desperdiciar sus atributos de muchas maneras. Todas éstas cosas se combinan para formar el mérito que va acumulando la gente para sí, que en cada una es distinto.

Y entonces, si entendiéramos "justicia" como "cada quién obtiene lo que se merece", entonces en un mundo perfectamente justo habría desigualdad, porque las personas no tienen los mismos méritos. Mientras las personas sean distintas, la igualdad y la justicia serán fundamentalmente incompatibles. Al mismo tiempo, diseñar una sociedad en la que los menos afortunados no la pasen tan mal no implica, ni remotamente, castigar a los que la pasen bien. La meta, perfectamente alcanzable, es que todos la pasen bien en la medida posible. Sabemos que es alcanzable porque ya se logró en los países que implementan el modelo que mencioné antes.

Creo que el origen de esta confusión y su fracaso moral es que en el pensamiento populista la economía es un juego de suma cero, donde unos ganan a expensas de otros y el dinero proviene de la acumulación de recursos naturales finitos. Pero la realidad no es así. Puedo comprar una casa, y luego construir otra y rentarla, sin quitarle un solo ladrillo a la casa de nadie más. No hay una cantidad fija de riqueza, esperando ser repartida entre todos. Simplemente se crea y se destruye a conveniencia según los recursos disponibles, incluyendo el recurso del conocimiento, que es inagotable y se puede repartir entre todos sin que se degrade ni se devalúe. Sin el recurso del conocimiento, el petróleo, el litio o el uranio son inservibles; pero con suficiente conocimiento se puede superar la escasés de cualquier recurso natural. Si esto no es claro, comparen los recursos naturales disponibles, y los resultados que producen, en países como Venezuela y Singapur, o incluso México y Corea del Sur.

En fin, reprocharle a quienes sí pueden quedarse en casa o trabajan en una empresa formal, sea grande o no, no ayuda en nada a los demás. Si los morenistas consideraran también el hecho de que son los primeros quienes principalmente pagan impuestos, y si agregaran algo de esa justicia económica que tanto dicen valorar, verían que no es una estrategia que les conviene. Si aun así insistieran en dejar a la deriva a las empresas "grandes", pudieran entonces empezar con la mayor de todas y que rescatamos millonariamente todos los días con nuestros impuestos (quienes sí los pagamos) y que es, por supuesto, PEMEX.

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Afortunadamente, aparte del trabajo, mi desconexión física de la gente se ve reflejada en mi comunicación electrónica. No estoy en grupos de chat y generalmente pasan días o semanas sin que alguien me llame o escriba por asuntos personales. Así que no tengo que lidiar con la desinformación, conspiración y simple estupidez de la gente más allá de la que yo busque observar, desde lejos, por mi cuenta. Por lo que veo, las cosas van mal.

Ya está muy agotado, aunque sigue siendo importante, el tema de las noticias falsas y conspiraciones. Lo que me interesa más a mí es que hay una abrumadora cantidad de información cierta que, si uno trata de digerir, también lleva a la confusión y desesperanza, especialmente en lo nacional. Realmente no nos habíamos enfrentado a algo así antes, o al menos no en tiempos modernos. Tantas cosas están pasando tan rápidamente que la confusión es inevitable. En tiempos de la pre-pandemia, uno podía dejar de ver las noticias por una semana y ponerse al corriente en una hora, si sabía dónde buscar. Ahora las noticias importantes son diarias y por lo general más de una, a nivel nacional e internacional.

El coronavirus me preocupa, pero no tanto como la situación política de México, que se degrada cada vez más. Otros países ya están empezando a reactivarse, algún día habrá un medicamento o vacuna efectivo para esto, y la humanidad seguirá adelante. No será una vuelta a la normalidad de antes, pero será otra normalidad. Sin embargo, en México estamos atorados con un régimen de ineptos autoritarios y sus idiotas útiles al menos hasta 2024, y ya íbamos en recesión desde antes de la epidemia. La recuperación económica que experimentará el resto del mundo, me temo, no la veremos aquí.

Fuente: México ¿cómo vamos? ESTIMACIÓN OPORTUNA DEL PIB

Paradójicamente, entonces, mi aislamiento informativo en cuanto a personas se refiere no me ha salvado de perder gran parte de mi tiempo libre siguiendo las distintas noticias, tramas y sub-tramas (o "narrativas", como les dicen ahora). Los muertos e infectados por el virus, el petróleo, la economía, los populismos, las democracias, el desastre que es nuestra política nacional; cada una por sí sola tiene eventos e implicaciones que lo mantendrían a uno fascinado o perplejo. Todas revueltas, lo dejan a uno paralizado. Y sí, algo tuvo que ver eso con el atraso de este episodio (y con su cambio de tema, yo que hace un mes pensaba hablar de la estructura fundamental de la realidad).

Esto fue lo que me motivó, desde hace como una semana, a hacer ejercicio, retomar la lectura, bajarle a las noticias, rechazar una que otra junta y, por supuesto, rededicarme a AutóMata. He procurado apegarme a un horario de oficina, así como a usar el tiempo recuperado del tráfico para actividades realmente provechosas. Por ejemplo, he aprendido lo básico de algunos paquetes multimedia, como OBS Studio y Shotcut, y también logré grabar el sonido de mi piano eléctrico directamente en la compu. Es muy pronto todavía, por lo que no puedo negar ni confirmar que esto tenga alguna aplicación para AutóMata en este momento. También me he inscrito a un curso gratuito de economía en la Marginal Revolution University, del genial economista y polímata Tyler Cowen, y retomé un curso de certificación como Administrador de Sistemas Linux, que me será muy útil si México completa su venezuelización y debo emigrar. Solo espero que no sea nadando.