2015-12-27

Dios no es una buena teoría


Por la última década, en lo que pudiera considerarse, en pos de la brevedad, como el movimiento del Nuevo Ateísmo, ha habido un pequeño pero importante detalle que me ha estado molestando. El asunto surge de que los Nuevos Ateos, entre los que me considero, ponen mucho énfasis en la ciencia y, más en general, en la evidencia. Constantemente exigimos que los creyentes proporcionen evidencia para sus creencias y, cuando fracasan en producirla, descartamos (correctamente) sus ideas como infundadas.

En el nuevo enfoque previsto por Peter Boghossian desde hace un par de años, se ha implementado un método sencillo y bien documentado de poner al frente la apertura y la disposición a cambiar de opinión en vista de nueva evidencia. Una manera de poner a prueba la apertura de un creyente a cambiar de parecer es pedirle que imagine una situación que, de cumplirse, demuestre que su creencia es falsa. Aquí, la gente de fe da todo un rango de respuestas, pasando desde fe inquebrantable (en cual caso se diagnostican como epistémicamente cerrados) hasta escenarios muy específicos: el cuerpo de Cristo (no resucitado), por ejemplo, acompañado de la documentación antigua por parte de los romanos en donde se certifique su identidad, sería el fin de la fe de muchos cristianos.

En correspondencia, a los ateos se les ha pedido que produzcan sus propios escenarios en los que cambiarían de parecer acerca de su no-creencia. Tal vez un solo incidente sería insuficiente para que un Christopher Hitchens o Lawerence Krauss se hinquen y acepten a Cristo, pero hay escenarios hipotéticos que les darían razón para dudar. Entre estos se encuentra el descubrimiento de que las estrellas se han alineado para escribir "Yahvé" en hebreo, o el sonido de una voz épica desde el cielo declarando "¡YO SOY CRISTO!". Entonces, se dice, el ateo tendría razón en reconsiderar.

Pero hay una dificultad en este enfoque, como lo percibe el otro lado. El asunto es que a lo largo de los últimos años, los pensadores ateos se han movido a una nueva posición en la que, aún si las estrellas formaran un mensaje de Dios, eso no significaría que lo divino estuvo involucrado; tal vez la cuestión es que no comprendemos la mecánica celeste tan bien como habíamos pensado. En el caso de la voz desde el cielo, la explicación siempre pudiera ser que somos esquizofrénicos, o que alguien más nos ha engañado por medios más convencionales. Esto está bien, en cuanto al lado ateo, pero los creyentes lo ven diferente: les pedimos a ellos que cambien sus creencias según la evidencia, e inclusive les pedimos que piensen en esa evidencia de antemano. Pero cuando es nuestro turno, al parecer movemos la portería y decimos que no, no hay evidencia que cambie nuestro parecer, y entonces los creyentes perciben esto como injusto e hipócrita.

Por supuesto, están equivocados, y la razón de ello es el detalle que quiero mencionar ahora. Ha estado implícito, pero nunca se dicho con todas sus letras, que lo sobrenatural no está bien definido. Pero alguien tiene que decírselo a los creyentes: la religión no es una buena teoría. Como decimos en la física, ni siquiera está mal. Por teoría, quiero decir un conjunto de ideas que embonan, son consistentes, auto-contenidas, y que se derivan de ciertas premisas. Las conclusiones que se puedan derivar de estas premisas, y pudieran considerarse como los "teoremas" de la teoría, están en armonía entre ellas y se complementan bien. Una teoría exitosa es aquella que además logra pasar de esta estructura lógica al mundo real y sobrevivir.

En el caso del monoteísmo de Abraham, por ejemplo, una de las premisas es que Dios es omnipotente—pero eso ya pone al creyente en problemas. El ateo, enunciando lo que parece solo un juego de palabras inocente, pregunta: "Si Dios puede hacer lo que sea, ¿puede hacer una piedra tan grande que ni siquiera él pueda levantarla? Si la respuesta es sí, entonces no es omnipotente, porque no la puede levantar. Si la respuesta es no, entonces no es omnipotente porque no puede hacerla." En términos simples (entiéndase, matemáticos), el concepto de la omnipotencia muere justo ahí. Si fuera una teoría física, en ese momento se iría al basurero. Dios no está bien definido. No puede ser verdad que exista, porque lo incoherente no existe, por definición (a esta postura se le llama ignosticismo).

El siguiente paso para el creyente es contestar: "Tu concepto de omnipotencia es ingenuo. Obviamente, Dios tiene muchos otros atributos que hacen que tu ejemplo con la piedra sea bobo. Si fueras más teológicamente sofisticado, sabrías que Dios es perfectamente lógico, y por lo tanto no estaría en su naturaleza molestarse con piedras tontas, ni círculos cuadrados, ni subir hacia abajo, ni cualquier otra tontería ilógica así. Siempre opera dentro de lo lógico."

Pero al hacer esto se dan un tiro en el pie, porque el ateo puede contestar con lo siguiente: "Pues en ese caso, no hay milagros, porque qué es un milagro si no la suspensión del órden natural, esto es, del órden lógico: entonces, Dios no interviene. Si no puede hacer un círculo cuadrado, ¿cómo se supone que va a impregnar a una virgen, o resucitar un cadáver después de tres días? ¿Cómo es que haría cualquier cosa que lo divina, si siempre tiene que mantenerse dentro de la línea que le pinta la lógica? ¡Eso hasta lo puedo hacer yo!" Así, la omnipotencia muere por segunda vez, con el agradable pilón de que Dios acaba siendo más bien impotente. En este punto, los creyentes usualmente cambian de tema o recurren a insultos.

Lo mismo pasa cuando se abordan otros aspectos divinos, como la omnisciencia (¿si Dios lo sabe todo, él mismo tiene libre albedrío? ¿Si Dios lo puede y lo sabe todo, puede cambiar de opinión?), valores éticos absolutos (recordar el dilema de Eutifrón), y todos los otros argumentos que los ateos nos sabemos de memoria. El punto es: antes de pensar en la evidencia que te convecería de aceptar una teoría, primero tienes que asegurarte que la teoría está bien planteada en primer lugar. Entonces, lo que quisiera que dijeran más ateos prominentes cuando se les pregunte qué les haría cambiar de opinión, es que se necesita una mejor teoría de Dios antes de considerar cualquier evidencia. Si me preguntaran a mí qué me haría reconsiderar, contestaría: "Quiero una buena teoría de Dios, para empezar."

No importa cuántas veces escuche la voz de Cristo en mi cabeza, no me haré cristiano. No es porque pueda ser que esté alucinando, o que haya sido engañado por alguien, o que tenga la mente cerrada, sino que Cristo no tiene sentido. Lo que digan las estrellas es irrelevante si apuntan a una teoría que es solo basura. Puedo descartar que la voz que escuche sea la de Cristo, porque Cristo es incoherente y absurdo. De la misma manera que deberíamos descartar la homeopatía por su mera imposibilidad teórica desde antes de gastar en hacer estudios para ver si funciona, también deberíamos rehusarnos a perder tiempo buscando evidencia para un dios que no tiene sentido y, por lo tanto, no puede existir.

Hay un segundo y último punto que decir al respecto de todo esto: no es suficiente que una teoría de Dios sea bien planteada. De hecho, una vez que se ha logrado la consistencia, todavía permanece la cuestión de cómo distinguirla de otras teorías de Dios que pudieran estar bien planteadas, o de la teoría de Ningún Dios. Es aquí donde las supuestas nociones sofisticadas de Dios, como un "sustento de la existencia", fracasan: se confunden unas con otras, y todas son guillotinadas por la Navaja de Ockham antes de poder despegar.

En conclusión: la evidencia para un sinsentido no es evidencia. Los creyentes, sofisticados o no, tienen que arreglar sus teorías antes de molestar a otros a considerar cualquier evidencia que crean tener.

Este artículo apareció primero acá, en inglés:
God is not a good theory

2015-12-20

El Suicidio de la Izquierda

Fue en la segunda mitad de la decada de los 2000 que vi, en tiempo real, cómo el así llamado Nuevo Ateísmo se formó. Christopher Hitchens, Sam Harris, Daniel Dennet y Richard Dawkins, los “Cuatro Jinetes del Antiapocalipsis” parecían aparecer todos los días con un nuevo libro, una nueva entrevista, un nuevo debate.  Fueron los años dorados de YouTube, cuando se encontraba en su punto óptimo entre la calidad de contenido y la falta de competidores.  Todas las noches ansiaba poder llegar a casa a ver más pseudointelectuales (entiéndase, teólogos y postmodernistas) ser demolidos por la contundencia de la lógica y la evidencia.

Al mismo tiempo, viejos héroes de mi otra faceta, la política, también se manifestaban en la web: Tariq Ali, Noam Chomski, Alexander Cockburn y Christopher Hedges, por nombrar algunos.  Naturalmente, me pareció obvio que era cuestión de tiempo que estas dos corrientes, la del racionalismo y el pensamiento progresista, se unieran de una vez por todas y lograran mover el centro de la discusión hacia delante y a la izquierda.  Era obvio que las mentes de unos y otros eran complementarias y juntos serían aplastantes.

Fui desabusado de este sueño guajiro precisamente por el más grande de los pensadores actuales de izquierda en Estados Unidos, y quizá el disidente más relevante de la actualidad: Noam Chomsky.  Al final de una charla en la que repasó los conocidos traspiés del imperio americano, hubo una sesión de preguntas.  Uno de los asistentes preguntó explícitamente acerca del llamado Nuevo Ateísmo, y la respuesta de Chomsky fue abismal: dijo (siendo él mismo ateo, por cierto) que Hitchens, Harris y compañía no eran en nada distintos de los fanáticos religiosos que tanto critican. Los acusó de fundamentalismo ateo y de ser poco estudiosos y sofisticados.

Si esto no te escandaliza, amable lector(a), me detengo un momento en ilustrar la magnitud de lo que pensé en ese momento: Chomsky cometió el mismo error que los demagogos religiosos de la derecha. El “fanatismo ateo” es un sinsentido absoluto; no hay tal cosa como ser demasiado razonable, o exigir demasiada evidencia para declaraciones fantásticas. Pero es peor que eso: el ateísmo es simplemente no creer en ningún dios.  Comparando con un pasatiempo, imagina cómo suena la idea de una persona que es fanática de no coleccionar estampas; un no-coleccionador militante.  Es absurdo, y demuestra que la persona que dice tal cosa no le ha dedicado neuronas a la cuestión.  En cuestiones de fe y ateísmo, esto se cubre en el kinder. Si Chomsky hubiera dedicado tiempo a leer a los autores ateos, y de escuchar lo que realmente decían y no lo que eran acusados de decir, no hubiera dicho semejante idiotez.  Y a partir de ese momento, pensé: si Chomsky puede cometer un error tan elemental, y si ha sido tan omiso en una cuestión tan fácil de investigar, ¿en qué más podría estar lleno de mierda?

Lo que vino en los siguientes años solamente acentuó mis titubeos cada vez que me identificaba a mí mismo como “de izquierda”.  El movimiento del ateísmo, si se le pudiera llamar movimiento a tal cosa, se fue deshaciendo poco a poco a medida que los participantes, casi todos en la izquierda, quedaron enfrentados por diferencias en torno a posiciones periféricas a la religión.  En particular, la agenda de los Social Justice Warriors (“Guerreros de Justicia Social”) que surgieron dentro del movimiento descarrilaron lo que pudo haber sido un empuje hacia la razón y la secularización del gobierno en Estados Unidos y el mundo.

Si suena paradójico que la justicia social acabara siendo un problema, es porque lo es.  Uno pensaría que la justicia social, bandera de la izquierda desde tiempos inmemoriables, es algo inobjetable.  Pero es que los SJWs tienen una idea de justicia social que es una perversión de lo que uno consideraría prioritario y razonable. En vez de buscar soluciones a la victimización real que muchos sectores de la población sufre, los SJWs crearon un culto de la victimización. Para que la opinión de uno contara, primero tenía que demostrar tener alguna agravancia: que si soy gay, que si soy negro, que si soy de una minoría religiosa (excepto el ateísmo, curiosamente eso no cuenta), que si soy trans, que si he sido acosado/a, que si soy indígena… la lista es interminable. Y entonces, los que quisieran participar en este juego de ganarse puntos sociales, tenían que demostrar su victimización o, en su defecto, adoptar a una minoría y defenderla dogmáticamente a toda costa.  El hombre blanco, heterosexual, de mediana edad y clase media se convirtió en el enemigo… aunque obviamente fuera de izquierda, y aunque este fuera el mismo comportamiento de racismo y dogmatismo que tanto denunciaban.  La política de identidad secuestró lo que antes era una discusión basada en el mérito de los argumentos y el contenido del carácter de los actores.

La combinación de lo anterior con el relativismo moral fue lo que acabó por darle el tiro de gracia a la posición intelectualmente fuerte de la izquierda.  Ya lo estamos viendo en México: si un diputado dice una barbaridad misógina, los medios y las redes sociales explotan hasta forzarlo a disculparse, renunciar, y/o tomar cursos de sensibilidad e infinidad de cosas más... ¡y así debe ser! Pero cuando los indígenas en Guerrero e Hidalgo venden a sus hijas cual Talibanes, solamente hay silencio.  Peor aún, surgen las voces de los hippies: déjenlos en paz, así es su cultura, son sus usos y costumbres. Esto es el prejuicio de las expectativas disminuidas: si alguien es bajito y prietito, parecen decir, no puede evitar ser un salvaje.

Demagogos, fascistas y religiosos ahora dominan las conversaciones, porque la gente racional de valores realmente liberales no quiere acercarse a los temas espinosos por temor a ser tachados de racistas, sexistas, islamofóbicos, o lo que sea.  Cuando más se necesita que se discutan todas las ideas de manera abierta y que se consideren todas las preguntas, los SJWs atacan a cualquiera que se atreva a desviarse de la agenda: ¿Cuál es el castigo en el Islam por dejar la religión? Eres islamofóbico. Cuando se presentan estadísticas de violación en las universidades, ¿qué definición de violación usan? Eres un cerdo sexista. ¿Tiene Israel el derecho a defender a sus ciudadanos? Eres un zionista racista. ¿Puedo vestirme de samurai en Halloween? Eso es apropiación cultural.  ¿No sería mejor integrar a los indígenas a la sociedad en vez de mantenerlos en marginación como en un zoológico? Eso es discriminante y ofensivo. ¿Y qué logros concretos tuvo el “gobierno legítimo” que estableció el Peje allá en el 2006?  Eres defensor del estatus quo. ¿Si los terroristas nos están diciendo que lo que hacen es por el Islam, por qué no les tomamos la palabra? Es que la política externa imperialista de occidente… Y así para todo.

*   *   *

Teoría de la herradura política.
Pero parece haber esperanza: una nueva corriente de intelectuales, incluyendo algunos de los viejos líderes de izquierda, está luchando por recuperar el espacio que la discusión abierta e informada debería tener en una democracia moderna.  El médico y escritor Ali Rizvi ha bautizado a esta corriente como el Nuevo Centro.  Además, el reformista islámico Maajid Nawaz le ha devuelto la jugada a los demagogos de izquierda etiquetándolos a ellos como más les duele: son la Izquierda Regresiva. Una nueva ola de crítica a la demagogia parece estar tomando forma, e incluye un grupo más diverso: mujeres, hombres, minorías sexuales, minorías religiosas y gente de todas las razas y edades están diciendo basta.

Una contribución invaluable a este despertar son David Rubin y Joe Rogan, que han dado sus espacios en los nuevos medios para tener conversaciones honestas (y largas) con los principales actores.  Las redes sociales han sido invaluables para este movimiento: los medios masivos de televisión están aterrados de tocar estos temas.

Lo más importante que podemos hacer en este momento es hablar. Hablar de la religión y política, sobre todo. Hablar de como resolver los problemas, y no solamente de darle abrazos a las víctimas (que claro que las hay). Que se ofenda quien se tenga que ofender.  Que haya manifestaciones y discusiones y desacuerdos. Si la gente racional y abierta no llena los espacios de conversación, los fascistas y apologistas de la irracionalidad sí lo harán. 

2015-12-11

El Nuevo Ateísmo

La religión comenzó cuando el primer charlatán encontró al primer tonto.
-Voltaire

Y seguramente, el ateísmo comenzó con la primer persona que se dio cuenta de lo que estaba pasando. Entonces, la incredulidad sobre la dimensión divina ha estado con la humanidad desde tiempos inmemoriables. Y es así, tras milenios de señalar lo obvio, que finalmente se llega en la última década a un movimiento conocido como el Nuevo Ateísmo. Curiosamente no tiene posturas nuevas en sí, en cuanto a que sigue siendo una reacción a los intentos de los creyentes, sofisticados o corrientes, de articular conocimiento acerca de cosas que no pueden saber. Más bien el movimiento, si se le pudieran llamar así, es una cuestión de actitud más que de lógica o evidencia: los “nuevos” ateos se distinguen por no lamentar, en lo absoluto, su incredulidad. Lejos de disculparse, esta nueva estirpe de intelectuales critica las malas ideas sin piedad ni compasión—tal como debería ser, diría yo.

Uno de los intelectuales más asociados con el Nuevo Ateísmo es el filósofo y neurocientífico Sam Harris, que hizo la inauguración de facto de esta nueva corriente con el libro The End of Faith (El Fin de la Fe) en 2004. Convenientemente, el mensaje puede resumirse en un documento de su misma autoría, el Manifesto Ateo (2005). Si tuvieran que resumirse todos los argumentos para entender por qué ningún dios existe y, además, de por qué vale la pena hacer algo por corregir el problema de la fe en sí; y si tuviera que hacerse ese resumen en menos de diez páginas, este documento sería por mucho el más indicado.

Harris revisa ejemplos de problemas clásicos que los creyentes fracasan en resolver, como el Problema del Mal y la obvia incompatibilidad de los distintos credos. Esto es el procedimiento usual en un tratado ateo, pero Harris también da un paso adicional que faltaba hasta entonces: la crítica de la moderación religiosa. A considerar:

Aunque es suficientemente fácil para la gente inteligente criticar el fundamentalismo religioso, algo llamado “moderación religiosa” todavía disfruta de un inmenso prestigio en nuestra sociedad, aún en las torres de marfil. Esto es irónico, al ser los fundamentalistas los que tienden a hacer un uso más consistente de sus cerebros que los “moderados”. Mientras que los fundamentalistas justifican sus creencias religiosas con evidencia y argumentos extraordinariamente pobres, al menos intentan la justificación racional. Los moderados, por otro lado, generalmente no hacen más que citar las buenas consecuencias de la creencia religiosa. En vez de decir que creen en Dios porque ciertas profecías bíblicas se han cumplido, los moderados dicen que creen porque eso le “da significado a sus vidas”. Cuando un tsunami mató a unos cientos de miles de personas el día después de Navidad, los fanáticos rápidamente interpretaron este cataclismo como evidencia de la Ira de Dios. Al parecer, Dios estaba enviando a la humanidad otro mensaje oblicuo acerca de los males del aborto, la idolatría y la homosexualidad. Aunque sea moralmente obscena, esta interpretación de los eventos es más razonable, dadas ciertas (ridículas) suposiciones. Los moderados, por otro lado, se rehúsan a llegar a cualquier conclusión acerca de Dios a partir de sus obras. Dios permanece como un misterio perfecto, una mera fuente de consuelo que es compatible con la maldad más desoladora. En cara de desastres como el tsunami asiático, la piedad liberal es apta para producir los sinsentidos más untuosos y estupefacientes que se puedan imaginar. Y aún así, hombres y mujeres de buena voluntad naturalmente prefieren tales vacuidades a la odiosa moralización y profetización de los verdaderos creyentes. Entre catástrofes, es ciertamente una virtud de la teología liberal que enfatiza la misericordia sobre la ira. Pero vale la pena notar que es la misericordia humana la que entra en acción—no la de Dios—cuando los cuerpos hinchados de los muertos son recuperados del mar. En los días en que miles de niños son arrancados de los brazos de sus madres y ahogados casualmente, la teología liberal debe ser expuesta por lo que es: la pretensión moral más pura. Incluso la teología de la ira tiene más mérito intelectual. Si Dios existe, no es inescrutable. Lo único inescrutable en estos eventos terribles es que tantas personas neurológicamente sanas puedan creer lo increíble y pensar que es la cima de la sabiduría moral.

[…]

Aquí podemos ver por qué la Apuesta de Pascal, el Salto de Fe de Kierkegaard y otros esquemas Ponzi epistémicos no sirven. Si Dios existe y se manifiesta de algún modo, la razón para creer es esa manifestación. Tiene que haber alguna conexión causal, o la apariencia de una, entre el hecho en cuestión y la aceptación de ella. De este modo, podemos ver que las creencias religiosas, si son creencias acerca de cómo es el mundo, deben ser empíricas en su espíritu como cualquier otra creencia. Con todos sus pecados contra la razón, los fundamentalistas entienden esto; los moderados—casi por definición—no.
Lamentablemente, es obligatorio en un tratado de esta naturaleza hacer un alto en los supuestos crímenes del ateísmo a través de la historia. Primero, esto es porque los acusadores invariablemente no entienden qué es el ateísmo en primer lugar. El ateísmo por si solo no puede ser motivación para nada, porque es simplemente la falta un creencia en un dios. No hay un camino lógico que se pueda seguir partiendo de “no creo que tu dios exista” y que termine en “por lo tanto te voy a exterminar”. Decir que el ateísmo motiva cualquier cosa es como decir que no leer libros lleva a uno a escribir reseñas. Harris de nuevo:
El ateísmo no es una filosofía; ni siquiera es una visión del mundo. Es simplemente un rechazo a negar lo obvio. Desafortunadamente, vivimos en un mundo en el que lo obvio es ignorado por cuestión de principio. Lo obvio debe ser observado, re-observado y argumentado. Este es un trabajo malagradecido. Lleva consigo un aura de irritabilidad e insensibilidad. Es, sobre todo, un trabajo que el ateo no quiere.
Sobre las atrocidades del siglo XX, Harris repasa algunos mitos comunes acerca de las ideologías de los regímenes involucrados. Los Nazis fueron muchas cosas, pero ateos o laicos no. En el caso del comunismo, aún cuando pudiera ser explícitamente anticlerical, no se distinguía por ser precisamente sensato. Además, estos regímenes deben contraponerse a las sociedades altamente ateas actuales como Suecia, Finlandia, Noruega, Islandia, Alemania, Japón, Bélgica y otras más, que son de las más prósperas según cualquier métrica que se quiera escoger.
Auschwitz, los gulags y los campos de muerte no son ejemplos de lo que pasa cuando la gente se vuelve demasiado crítica de las creencias injustificadas; por el contrario, estos horrores testifican sobre los peligros de no pensar críticamente acerca de ciertas ideologías seculares específicas. Sobra decir que un argumento racional en contra de la fe no es un argumento a favor del ateísmo como un dogma. El problema que el ateo expone no es más que el problema del dogmatismo en sí—del cual toda religión tiene más que su debida parte. No hay sociedad registrada en la historia que haya sufrido porque sus habitantes se hicieran demasiado razonables.
Enumerar los conflictos religiosos y sus orígenes es relativamente sencillo, para lo cuál basta a uno ver cualquier sección de noticias en cualquier día. Los creyentes tienen mucho en juego si creen que su salvación eterna depende de creer en el dios correcto y seguir las reglas que él (¿ella?) les ha desplegado. Como la razón y la evidencia están descartados como método para determinar quién tiene la razón, los creyentes de distintos bandos resuelven sus diferencias por otros medios. Es el ateo quien se detiene a señalar que los emperadores de todos los reinos están desnudos. El problema de fondo es la fe como una epistemología que usurpa a la razón y la evidencia:
Cuando tenemos buenas razones para lo que creemos, no necesitamos la fe; cuando no tenemos razones, o tenemos razones malas, hemos perdido nuestra conexión con el mundo y con los demás. El ateísmo no es más que un compromiso con el estándar más básico de honestidad intelectual: las convicciones de uno deberían ser proporcionales a la evidencia que tenga uno. Fingir certeza cuando uno no la tiene—de hecho, pretender estar seguro acerca de cosas por las que la evidencia ni siquiera es concebible—es fracaso tanto moral como intelectual. Solo el ateo se ha dado cuenta de esto. El ateo es simplemente una persona que ha detectado las mentiras de la religión y se ha negado a hacerlas suyas.