2015-12-20

El Suicidio de la Izquierda

Fue en la segunda mitad de la decada de los 2000 que vi, en tiempo real, cómo el así llamado Nuevo Ateísmo se formó. Christopher Hitchens, Sam Harris, Daniel Dennet y Richard Dawkins, los “Cuatro Jinetes del Antiapocalipsis” parecían aparecer todos los días con un nuevo libro, una nueva entrevista, un nuevo debate.  Fueron los años dorados de YouTube, cuando se encontraba en su punto óptimo entre la calidad de contenido y la falta de competidores.  Todas las noches ansiaba poder llegar a casa a ver más pseudointelectuales (entiéndase, teólogos y postmodernistas) ser demolidos por la contundencia de la lógica y la evidencia.

Al mismo tiempo, viejos héroes de mi otra faceta, la política, también se manifestaban en la web: Tariq Ali, Noam Chomski, Alexander Cockburn y Christopher Hedges, por nombrar algunos.  Naturalmente, me pareció obvio que era cuestión de tiempo que estas dos corrientes, la del racionalismo y el pensamiento progresista, se unieran de una vez por todas y lograran mover el centro de la discusión hacia delante y a la izquierda.  Era obvio que las mentes de unos y otros eran complementarias y juntos serían aplastantes.

Fui desabusado de este sueño guajiro precisamente por el más grande de los pensadores actuales de izquierda en Estados Unidos, y quizá el disidente más relevante de la actualidad: Noam Chomsky.  Al final de una charla en la que repasó los conocidos traspiés del imperio americano, hubo una sesión de preguntas.  Uno de los asistentes preguntó explícitamente acerca del llamado Nuevo Ateísmo, y la respuesta de Chomsky fue abismal: dijo (siendo él mismo ateo, por cierto) que Hitchens, Harris y compañía no eran en nada distintos de los fanáticos religiosos que tanto critican. Los acusó de fundamentalismo ateo y de ser poco estudiosos y sofisticados.

Si esto no te escandaliza, amable lector(a), me detengo un momento en ilustrar la magnitud de lo que pensé en ese momento: Chomsky cometió el mismo error que los demagogos religiosos de la derecha. El “fanatismo ateo” es un sinsentido absoluto; no hay tal cosa como ser demasiado razonable, o exigir demasiada evidencia para declaraciones fantásticas. Pero es peor que eso: el ateísmo es simplemente no creer en ningún dios.  Comparando con un pasatiempo, imagina cómo suena la idea de una persona que es fanática de no coleccionar estampas; un no-coleccionador militante.  Es absurdo, y demuestra que la persona que dice tal cosa no le ha dedicado neuronas a la cuestión.  En cuestiones de fe y ateísmo, esto se cubre en el kinder. Si Chomsky hubiera dedicado tiempo a leer a los autores ateos, y de escuchar lo que realmente decían y no lo que eran acusados de decir, no hubiera dicho semejante idiotez.  Y a partir de ese momento, pensé: si Chomsky puede cometer un error tan elemental, y si ha sido tan omiso en una cuestión tan fácil de investigar, ¿en qué más podría estar lleno de mierda?

Lo que vino en los siguientes años solamente acentuó mis titubeos cada vez que me identificaba a mí mismo como “de izquierda”.  El movimiento del ateísmo, si se le pudiera llamar movimiento a tal cosa, se fue deshaciendo poco a poco a medida que los participantes, casi todos en la izquierda, quedaron enfrentados por diferencias en torno a posiciones periféricas a la religión.  En particular, la agenda de los Social Justice Warriors (“Guerreros de Justicia Social”) que surgieron dentro del movimiento descarrilaron lo que pudo haber sido un empuje hacia la razón y la secularización del gobierno en Estados Unidos y el mundo.

Si suena paradójico que la justicia social acabara siendo un problema, es porque lo es.  Uno pensaría que la justicia social, bandera de la izquierda desde tiempos inmemoriables, es algo inobjetable.  Pero es que los SJWs tienen una idea de justicia social que es una perversión de lo que uno consideraría prioritario y razonable. En vez de buscar soluciones a la victimización real que muchos sectores de la población sufre, los SJWs crearon un culto de la victimización. Para que la opinión de uno contara, primero tenía que demostrar tener alguna agravancia: que si soy gay, que si soy negro, que si soy de una minoría religiosa (excepto el ateísmo, curiosamente eso no cuenta), que si soy trans, que si he sido acosado/a, que si soy indígena… la lista es interminable. Y entonces, los que quisieran participar en este juego de ganarse puntos sociales, tenían que demostrar su victimización o, en su defecto, adoptar a una minoría y defenderla dogmáticamente a toda costa.  El hombre blanco, heterosexual, de mediana edad y clase media se convirtió en el enemigo… aunque obviamente fuera de izquierda, y aunque este fuera el mismo comportamiento de racismo y dogmatismo que tanto denunciaban.  La política de identidad secuestró lo que antes era una discusión basada en el mérito de los argumentos y el contenido del carácter de los actores.

La combinación de lo anterior con el relativismo moral fue lo que acabó por darle el tiro de gracia a la posición intelectualmente fuerte de la izquierda.  Ya lo estamos viendo en México: si un diputado dice una barbaridad misógina, los medios y las redes sociales explotan hasta forzarlo a disculparse, renunciar, y/o tomar cursos de sensibilidad e infinidad de cosas más... ¡y así debe ser! Pero cuando los indígenas en Guerrero e Hidalgo venden a sus hijas cual Talibanes, solamente hay silencio.  Peor aún, surgen las voces de los hippies: déjenlos en paz, así es su cultura, son sus usos y costumbres. Esto es el prejuicio de las expectativas disminuidas: si alguien es bajito y prietito, parecen decir, no puede evitar ser un salvaje.

Demagogos, fascistas y religiosos ahora dominan las conversaciones, porque la gente racional de valores realmente liberales no quiere acercarse a los temas espinosos por temor a ser tachados de racistas, sexistas, islamofóbicos, o lo que sea.  Cuando más se necesita que se discutan todas las ideas de manera abierta y que se consideren todas las preguntas, los SJWs atacan a cualquiera que se atreva a desviarse de la agenda: ¿Cuál es el castigo en el Islam por dejar la religión? Eres islamofóbico. Cuando se presentan estadísticas de violación en las universidades, ¿qué definición de violación usan? Eres un cerdo sexista. ¿Tiene Israel el derecho a defender a sus ciudadanos? Eres un zionista racista. ¿Puedo vestirme de samurai en Halloween? Eso es apropiación cultural.  ¿No sería mejor integrar a los indígenas a la sociedad en vez de mantenerlos en marginación como en un zoológico? Eso es discriminante y ofensivo. ¿Y qué logros concretos tuvo el “gobierno legítimo” que estableció el Peje allá en el 2006?  Eres defensor del estatus quo. ¿Si los terroristas nos están diciendo que lo que hacen es por el Islam, por qué no les tomamos la palabra? Es que la política externa imperialista de occidente… Y así para todo.

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Teoría de la herradura política.
Pero parece haber esperanza: una nueva corriente de intelectuales, incluyendo algunos de los viejos líderes de izquierda, está luchando por recuperar el espacio que la discusión abierta e informada debería tener en una democracia moderna.  El médico y escritor Ali Rizvi ha bautizado a esta corriente como el Nuevo Centro.  Además, el reformista islámico Maajid Nawaz le ha devuelto la jugada a los demagogos de izquierda etiquetándolos a ellos como más les duele: son la Izquierda Regresiva. Una nueva ola de crítica a la demagogia parece estar tomando forma, e incluye un grupo más diverso: mujeres, hombres, minorías sexuales, minorías religiosas y gente de todas las razas y edades están diciendo basta.

Una contribución invaluable a este despertar son David Rubin y Joe Rogan, que han dado sus espacios en los nuevos medios para tener conversaciones honestas (y largas) con los principales actores.  Las redes sociales han sido invaluables para este movimiento: los medios masivos de televisión están aterrados de tocar estos temas.

Lo más importante que podemos hacer en este momento es hablar. Hablar de la religión y política, sobre todo. Hablar de como resolver los problemas, y no solamente de darle abrazos a las víctimas (que claro que las hay). Que se ofenda quien se tenga que ofender.  Que haya manifestaciones y discusiones y desacuerdos. Si la gente racional y abierta no llena los espacios de conversación, los fascistas y apologistas de la irracionalidad sí lo harán. 

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