2020-11-28

Libertad de Expresión


Hay una confrontación total entre la mente irónica y la literal: entre todo tipo de comisario e inquisidor y burócrata y aquellos que saben que, cualquiera que sea el rol de las fuerzas sociales y políticas, las ideas y los libros deben ser formuladas y escritos por individuos.

—Christopher Hitchens, For the Sake of Argument

El respeto es el enemigo de la tolerancia.

—Nick Cohen, You Can’t Read this Book

Si tienes la razón acerca de alguna cuestión y te encuentras con alguien que está equivocado, puede que te sientas confundido, frustrado, o incluso ofendido. Si estás equivocado acerca de esa cuestión y te encuentras con alguien que tiene la razón, puede que te sientas confundido, frustrado o incluso ofendido también. Incluso si estás equivocado y discutes con otra persona equivocada de un modo distinto te sentirás confundido, frustrado u ofendido. Por lo tanto, los sentimientos que provoquen los puntos de vista de los demás son irrelevantes para determinar qué tan correctos son los puntos de vista en sí. Además, si tienes la razón acerca de algo, ¿no quisieras poder contarlo, para poder persuadir a quienes están equivocados? Si estás equivocado acerca de algo, ¿no quisieras poder saberlo, para poder dejar de estar equivocado? Cuando no está disponible la vía de la persuasión, solamente queda la de la imposición. ¿Acaso es necesario, a estas alturas, explicar por qué esto es indeseable?

Los argumentos a favor de la libertad de expresión no son difíciles pero, a pesar de que ésta ha demostrado su superioridad con resultados concretos desde hace cientos de años en las sociedades donde se practica, requiere una defensa constante. Ya sabemos que los países que más limitan o prohíben la expresión son los países fallidos donde nadie quiere vivir—ni siquiera los populistas, islamistas, comunistas o fascistas que los crearon—. Las sociedades cerradas no pueden mantenerse salvo parasitando a las sociedades libres, aprovechándose de los recursos, derechos y libertades que éstas protegen pero que los tiranos prohíben en casa. Y saben que pueden hacerlo porque la naturaleza humana es tal que siempre habrá gente, incluso en las sociedades más libres y exitosas de la historia, que añore la sumisión: idiotas útiles que se desinforman solitos para defender a Trump, Putin o Maduro; impostores intelectuales que se dediquen a justificar o negar genocidios; alquimistas del lenguaje que inventen crímenes imaginarios agregando “-fobia” al final de “ruso” o “islam”; charlatanes relativistas que quieren “descolonizar” la ciencia o las matemáticas; fascistas, anarquistas o comunistas que buscan “derrocar al sistema” que les da la libertad de decir sus idioteces; todos estos enemigos del progreso y la modernidad, y muchos más que no alcanzo a citar por cuestión de espacio, existen y se expresan incluso en las sociedades más avanzadas.

Y, en cierto modo, así debe ser. Porque el costo que paga una sociedad que da libertad de expresión a todos sus miembros—incluso los más equivocados e indeseables—es menor que el costo que se paga al censurar. Decir que los nazis tienen puntos de vista indeseables y prohibirlos es fácil. Donde se pone interesante es cuando consideramos que todos los avances intelectuales y morales que nos han llevado a la modernidad fueron considerados extremos, obscenos o radicales en algún momento. Consideren, por ejemplo, que las mujeres no pudieron votar en muchos países (incluyendo México) incluso años después de que se derrotara rotundamente a los nazis. Y consideren, también, que ese logro fue el resultado de mucho debate y no de una guerra.

La libertad de expresión es la madre de las demás libertades, porque nos permite discutir cuáles deberían ser las demás libertades. Es el valor que permite definir y defender a los demás valores, o cuestionar si deberían ser valores en primer lugar. Sin la libertad de expresar y criticar a quienes se expresan, estamos a la merced de la imposición y la arbitrariedad. 

Por esto, el costo que pagan las sociedades cerradas no es solamente en desaparecidos, prisiones secretas o alambres de púas, sino en desarrollo. Una vez que un régimen totalitario se consolida y se asume como correcto por definición, necesariamente se estanca o retrocede porque no permite que sus errores sean siquiera señalados—mucho menos corregidos—. El mismo mecanismo que permite aplastar los puntos de vista indeseables, incluso suponiendo que fueran de los casos fáciles, necesariamente aplasta también a la curiosidad y la innovación, porque en los regímenes totalitarios éstas son indeseables por definición. Por otro lado, el costo que pagan las sociedades abiertas es tener que lidiar con las opiniones de algunos tontos incómodos.

Hablando de tontos incómodos, ¿a quién se le daría el trabajo de decidir qué podemos ver, leer o escuchar los demás? ¿Qué especie de burócrata sería el indicado para realizar esta labor? ¿Acaso debería haber un comité, o un politburó? ¿Deberíamos dejarlo a votación, quizá, y que decida “el pueblo” qué películas se pueden verse, libros leerse, u oradores escucharse? Incluso si pudiéramos llegar a un consenso de qué contenido sería permitido y prohibido, ¿cuántos recursos habría que destinar en aplicar dicha ley? ¿No tienen mejores cosas qué hacer las fuerzas del orden—particularmente en países en desarrollo—que andar confiscando pinturas, música, libros y películas, arrestando a quienes se resisten y combatiendo un mercado negro intelectual y artístico?

El lente totalitario/autoritario también es útil para entender dónde poner los límites a la expresión, si acaso. Aquí es sumamente útil la distinción entre lo público y lo privado, y la observación de que el totalitarismo es la abolición de los límites entre éstos, notada en distintas formas por gente como Hannah Arendt y George Orwell. Este análisis tiene el beneficio adicional de empatar con nuestras intuiciones sobre la privacidad y la propiedad privada: por más que uno crea en la libertad de tránsito y de asociación, nadie quiere que un extraño lo siga a todos lados, ni que transite hasta y dentro de la casa de uno. Con un mínimo de imaginación, podemos extender esta consideración hacia otros también y concluir que nadie quiere vivir en un mundo así. Con la expresión es lo mismo: lo que la gente decida exponer de sí para el mundo es cancha reglamentaria; lo que mantenga en privado, no. El daño de cualquier cantidad de críticas o insultos públicos a una persona (que ya vimos es irrelevante para el mérito de los puntos de vista) es trivial comparado con el daño que puede ocasionar divulgar su domicilio o su lugar de trabajo, que bien puede terminar con su vida.

La mayor parte de la historia humana careció de la libertad para expresarse. Es un fenómeno reciente y, me parece, indebidamente controversial en nuestros tiempos. Tristemente, todavía son muchos los países del mundo que aún no la han conocido y no hay ninguna ley de la Historia que diga que la vayan a conocer. Los argumentos y los resultados a favor de la libre expresión son fáciles de entender y apreciar, y sin embargo requieren defensa constante incluso donde ésta existe. Algo así pasa con la evolución, el materialismo o el liberalismo democrático en general; los debates decisivos ya ocurrieron, e incluso hace mucho, aunque tantos siguen sin enterarse. Habrá que decirles.

2020-11-24

Fascismo?

Hace apenas unos días se conmemoraron los aniversarios de Kristallnacht y la caída del Muro de Berlín. Marcaron una especie de comienzo y fin de un ciclo, apuntalando la realidad destructora del fascismo y el fin de su terrible contraparte, el comunismo. Ahora los términos siguen en el aire e incluso cada vez más, siendo que no existen eventos actuales que se les puedan comparar en la magnitud de su destrucción. 

Me parece que el lenguaje es un reflejo del pensamiento y, más aún, que es un precursor a él. No podemos pensar con claridad si no hablamos con claridad, y si nuestras palabras cambian de significado tanto o tan seguido que pueden significar lo que sea. Los términos “fascista” y “comunista” son ejemplos sobresalientes de esto (es un tema recurrente aquí en AutóMata que realmente se refieren a lo mismo). 

Es una excelente noticia que Trump, con todo y sus berrinches, vaya de salida. El tipo es un narcisista sumamente limitado, incapaz de la menor introspección o autocrítica, y francamente peligroso. Ha llevado a la democracia estadounidense al límite, todo el tiempo con un tipo que le sigue a todos lados cargando los códigos nucleares. 

Pero no es un fascista. Y los eventos de la Kristallnacht conmemorados el 9 de noviembre pasado dejan claro que esa palabra es especial. En aquella noche fueron destruidos miles de negocios y sinagogas judías, murieron y fueron violadas docenas de personas, y 30 mil hombres judíos fueron enviados directo a los campos de concentración años antes de que empezara formalmente la 2a Guerra Mundial. Fue el mayor de los pogroms hasta entonces, y estuvo flanqueado antes y después por detenciones de opositores políticos, asesinatos, torturas, violaciones y exilios. 

Nada remotamente parecido sucedió en la gestión de Trump. Como ya dije, el tipo es un narcisista, mentiroso y sumamente incompetente, pero es autoritario solamente en el sentido de que está quiere que se haga lo que él diga—cosa que rara vez logra, por cierto—. En el sentido político del término, es un autoritario muy pobre pues, como no le importa la vida de nadie más que la de él, no mostró el menor interés en acumular poder para controlar la vida de nadie más. Doscientos tarados neonazis se reunieron en Charlottesville en 2017, y una joven murió atropellada por uno de ellos al día siguiente. Terrible, pero no Kristallnacht. El año siguiente, en la supuesta marcha masiva de supremacistas blancos en Washington, acudieron apenas una veintena. Todos los días arrestan a más vándalos de Antifa tan solo en Portland. 

Trump demostró plenamente su desinterés por ser un tirano durante la crisis del COVID, que historiadores de renombre como Timothy Snyder o Jason Stanley señalaron como el Incendio del Reichstag en el que se avecinaba un golpe autoritario. Aprovechando una crisis así, el playbook fascista es claro: toque de queda, ley marcial, atribución de poderes de especiales, disolución del congreso y arresto de políticos incómodos de la oposición y cualquiera que se oponga, para empezar... Pero en vez de hacer eso... ¡Trump se fue a jugar golf! Cada vez que tuvo la oportunidad de hacerse de más poder, simplemente se hizo pendejo: le echó la culpa a otros, dijo que el virus se iba a quitar solo, que qué querían que hiciera, y a jugar golf… algo me dice que un Hitler hubiera hecho más. (Como ya han notado muchos, Hitler sí hubiera podido echar para atrás el Obamacare.) 

Y si estiramos la definición de fascismo para que cubra a Trump, por sus insultos a la prensa, su trato indigno de los migrantes, su falta de empatía y competencia en general, ciertamente esa nueva definición cubre también a Maduro, ¿no? ¿Erdogan? ¿Putin? ¿Orbán? ¿Assad? ¿Los chinos? ¿Los iraníes? ¿Los cubanos? Todos éstos tienen a sus opositores presos, perseguidos, exiliados o muertos. Los chinos tienen campos de concentración, tal cual, y Corea del Norte literalmente tiene una frontera de minas y alambre de púas. Si de falta de pericia y empatía se trata, de la destrucción de las instituciones democráticas y el maltrato de la prensa, por no decir de autoritarismo, incluso AMLO entra a ese club fácilmente... y todos sabemos que AMLO es tan estúpido que ni siquiera es comunista. 

Esta gente es nefasta, pero ¿deberían estar en la misma categoría que Hitler, Mussolini, Stalin, Pol Pot, Mao o Franco? Tal vez me la pensaría con los casos de Putin, Hussein o Assad, ¿pero a los tarados de AMLO o Maduro? ¿De qué sirve una clasificación política que aplica a lo que sea? 

Si Trump era un dictador, ¿por qué perdió una elección? Caray, ¿por qué siquiera hubo una elección? Es un golpista muy raro el que acude a instancias judiciales a disputar los resultados, pierde y, ahora, coopera con el equipo de transición de su opositor, ¿no? Seamos honestos: llamar fascista a un enemigo político es una manera fácil de autoproclamarse parte de la heroica resistencia desde la comodidad de tu teclado. Es un insulto exagerado, nada más; activismo de Starbucks. Y trivializa y diluye las duras lecciones que se aprendieron (espero) en el siglo XX, acerca de lo que los verdaderos fascistas y comunistas son capaces de hacer. Nadie en el mundo desarrollado, y casi en ningún lado en general, enfrenta nada como los pogroms Nazis, y ni qué decir de la Segunda Guerra Mundial o la red de campamentos y calabozos soviéticos. Estos fueron eventos completamente fuera de proporción con los que nos enfrenamos ahora. Las palabras tienen significados, y estos importan.

2020-09-08

Instituciones y automatización

Estos tiempos en que la descomposición política domina nuestras noticias se habla mucho sobre la importancia (o no) de las instituciones. Los politólogos hablan de la necesidad de fortalecer a las instituciones porque son una parte importante del andamiaje democrático que, se supone, estamos de acuerdo que queremos construir. Creo que mucha gente escucha el habla de instituciones fuertes o débiles y simplemente no entiende de qué se está hablando. Aun suponiendo que demos por hecho la necesidad de tener instituciones fuertes, no está claro cómo se mide esta fortaleza.

Los politólogos hablan de contrapesos, de independencia y autonomía, lo cuál me parece bien pero creo que sigue sin capturar, para la persona común, de qué se trata el asunto. Tengo una visión algo distinta de qué es y para que sirve una institución democrática, y creo que quizá puede esclarecer por qué éstas son algo deseable. Sospecho que no soy el único al que se la haya ocurrido esto pero hasta ahora no me he puesto a investigar a fondo. Es más fácil empezar con un ejemplo.

Desde que llegó a la presidencia Donald Trump en EEUU, varios de los departamentos y agencias de estado se han visto seriamente debilitados o corrompidos por sus funcionarios o por él mismo. Pero llama la atención que el Departamento de Energía, que está a cargo entre otras cosas de supervisar no solamente las plantas nucleares del país, sino también las armas nucleares del país, ha seguido operando prácticamente con normalidad. Esto es especialmente sorprendente si se toma en cuenta que Trump designó para dirigirlo a Rick Perry, un cavernícola evangélico que no tiene ni la más mínima idea de casi nada, mucho menos energía nuclear o de cualquier otro tipo. 

Curiosamente, durante su gestión no solamente se ha mantenido operativa y segura la infraestructura nuclear civil y militar, sino que también ha continuado el avance en energías limpias, particularmente la solar. El antecesor de Perry fue Ernest Moniz, físico nuclear nominado por Obama. Perry es un genuino tarado, probablemente asignado a esa agencia con la intención de orientarla más a los hidrocarburos y/o sabotear las energías limpias. Y sin embargo, uno no nota una diferencia en el buen desempeño del Departamento de un periodo a otro. ¿Por qué?

En una democracia funcional hay muchas cosas que quisiéramos mantener funcionando bien independientemente de quién esté gobernando. Las instituciones automatizan funciones del gobierno. Son mecanismos hechos de personas. Cuando el mecanismo es robusto, no es tan importante quién esté al frente, porque el sistema corre en piloto automático y se requiere un gran esfuerzo por una persona muy competente para descarrilarlo. La física nuclear impone restricciones muy severas que requieren un alto grado de automatización, verificación, optimización y redundancia, pero no hay razón para que éstas no se puedan aplicar a la educación, salud y otras áreas. Cuando las instituciones desempeñan funciones que quisiera tener un tirano potencial, es imperativo para él lanzarse contra ellas y destruirlas, pues representan gobernanza que está fuera de su control.

Para evitar el estancamiento o la captura, las instituciones deben incluir mecanismos de corrección que les permitan ajustarse en caso de tener fallas. No basta con que la institución funcione bien; es necesario que funcione cada vez mejor. La institución misma debe tener sus propios procesos para detectar y corregir errores de manera mecánica, sin que sus integrantes tengan que proponerse mejorarla. En una institución fuerte y sana, el simple trabajo cotidiano de sus trabajadores resulta en la mejora continua.

Una institución es más débil cuanto más depende de las personas que la trabajan: de su capacidad, de su honestidad, de su transparencia. Es crítico asignar gente adecuada a ellas, empezando desde la dirección. Incluso cuando la gente ideal las trabaja, el desempeño de la instituciones débiles sufre en cada cambio de gobierno porque, como casi no hay mecanismos implementados, los nuevos frecuentemente llegan para destruir todo y empezar de cero, mermando su desempeño. Suena contrario a la intuición, pero en una democracia sana las instituciones fuertes son útiles para la quitarle importancia al gobierno recién electo. 

El ejemplo del Departamento de Energía estadounidense no es el más puro pues, gracias a que su sector energético es privado en su totalidad, las políticas regresivas de su dirección no pueden imponerse tan fácilmente.  Vale la pena contrastar con el caso de la homóloga de Rick Perry en México, Rocío Nahle, que nos está haciendo pagar muy caro su ineptitud, arrastrando a la Secretaría de Energía completa (y con ella al país) a la ruina. 

2020-08-02

Así que quieres hacer Ciencia

Lo que se puede medir acaba siendo administrado—incluso cuando es inútil medirlo y administrarlo, y aun cuando daña el propósito de la organización hacerlo—.

Cuanto más se use un indicador social para la toma de decisiones, éste será sujeto a más presiones corruptoras, y será más apto para distorsionar y corromper los procesos que pretende medir.
¿Cómo se mide qué tan productivo es un científico? Es fácil identificar a los grandes en retrospectiva pero, ¿cómo identificas quién será un buen científico antes de que sea famoso por algún gran descubrimiento? ¿Con qué criterio se hubiera contratado al joven Einstein en una universidad en vez de una oficina de patentes?

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Ya es un cliché la imagen del niño genio que desde la primaria arma robots con sus propias manos, aunque en algunos casos sea acertada. Richard Feynman sí aprendió cálculo (y muchas cosas más) por sí mismo para a los quince años, John von Neumann también lo logró a los ocho, y Michio Kaku sí construyó un acelerador de partículas en su cochera cuando estaba en la secundaria—y dejó sin luz a toda la cuadra cuando lo encendió—.  Sin embargo, por cada prodigio así, hay muchos otros "genios" que difícilmente terminan la escuela o cualquier otra cosa.  He tratado de cerca a la física y química, otro poco a la computación y, aunque la mayoría de la gente destacada ciertamente es inteligente, parece ser que los más excepcionales poseen una combinación de inteligencia y otras cualidades de personalidad más que de capacidad. En el largo plazo, la formalidad, constancia y disciplina le ganan al talento, como quiera uno definirlo.

También hay que recordar que los casos anteriores y muchos más son de gente que hizo el trabajo; es decir, Feynman realmente estudió muchos libros de cálculo, reprodujo las demostraciones e hizo los ejercicios, aunque hubiera sido por su cuenta y a corta edad.  von Neumann aprovechó al máximo un pequeño ejército de tutores privados que cultivaron la facilidad que tenía para tantas cosas. Las variables relevantes en estos y tantos casos más parecen ser la obsesión y la curiosidad tanto como la inteligencia.  Por supuesto que no toda la gente aguanta tanta práctica, y las mismas horas de entrenamiento no dan los mismos resultados en todos. Es ahí donde entra lo que pudiéramos llamar talento o aptitud "natural". Me desviaría mucho del tema que quiero hablar ahora si sigo por esta tangente, pero mucho de lo que la gente llama "talento" o "genio" es el resultado de miles de horas de trabajo oculto. Como lo explicó Thomas Edison, el genio es 1% inspiración y 99% perspiración.

El Instituto de Estudios Avanzados de Princeton

En algunos casos la visión romantizada de la vida del científico sí se cumple. Cuando eres uno de los grandes que mencioné antes, o su equivalente en otras áreas, probablemente sí te puedes dedicar a tomar café y escribir en tu pizarrón personal todo el día, o atender las creaciones de tu laboratorio, o pensar sobre el universo mientras sales a caminar por tu campus arbolado en el inter entre un seminario y una entrevista. Claro que en algún momento tienes que sentarte y hacer la talacha de calcular, construir o programar, pero es agradable y emocionante porque es por tu ciencia.  Sin embargo, los científicos "de a pie"—y muchos de los grandes también—, ya quisieran que su tiempo y esfuerzo estuvieran divididos en esa proporción, o incluso en la que propuso Edison.

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¿Y cómo hace uno para hacerse científico "oficialmente"? Empezar es sencillo y es como uno empieza en muchas otras profesiones: te inscribes a la licenciatura de la ciencia que te interesa, pasas el examen y, si hay cupo, ya estás. La licenciatura es básicamente un curso de introducción integral a la disciplina e incluye algo de clases remediales para corregir las carencias de los alumnos entrantes y emparejarlos. Idealmente, los alumnos terminarán por conocer las distintas ramas de su ciencia y tendrán habilidades básicas para escoger alguna si quieren seguir con más. Usualmente las habilidades adquiridas en una típica licenciatura en una ciencia "dura" son suficientes para buscar otros trabajos en el sector privado o educativo también.

Para los que siguen adelante está el posgrado, cuyo formato depende del país en el que se estudie. Generalmente hay un nivel de maestría de dos o tres años seguido por la opción de otros tres o cuatro de doctorado. En países anglos usualmente se pegan los dos grados en un solo PhD "todo incluido" de cinco a siete años. En esos sistemas, las maestrías generalmente solo están disponibles para especialidades administrativas y son de paga, mientras que los doctorados "completos" son pagados por los contribuyentes y los estudiantes incluso reciben un pequeño pago de manutención.

Con la gran excepción de EEUU, la mayor parte de la investigación científica mundial se hace en instituciones públicas. El alumno debe cumplir con ciertos requisitos académicos en cuanto a un núcleo de conocimiento, o "tronco común", a la vez que se acerca a algún investigador o investigadora especialista en algo de su interés. Los estudiantes generalmente terminan la licenciatura con cierta orientación que siguen en su posgrado, pero pudieran cambiarla si quisieran. Los cambios de especialidad entre la maestría y el doctorado son menos comunes pero no imposibles, e incluso hay gente que se cambia de área por completo (de física a matemáticas o química, digamos).

Tomando a una típica alumna de física como ejemplo, ella tendría que cubrir sus requisitos en cuanto a cursar las materias de tronco común, algunos cursos elegidos por su asesora, y su trabajo de investigación. Dependiendo de la universidad en la que estudie esta alumna, y dependiendo del potencial que demuestre, su asesora pudiera alentarla a buscar publicar su trabajo. A nivel de maestría esto suele ser un proyecto que la investigadora podría hacer por su cuenta si quisiera, pero lo delega a su alumna para que aprenda y aplique habilidades básicas o intermedias de su especialidad de investigación.

Un típico tronco común orientado a Relatividad General y Teoría de Campo.

Lo interesante comienza en el nivel de doctorado, si nuestra hipotética alumna quisiera continuar. Contrario a la percepción popular, el doctorado no es la cima de una escalerita de conocimiento y prestigio que uno va escalando hasta que "termina". En realidad, es una prueba básica de competencia para poder iniciar una carrera como investigador. La estudiante debe pasar de acumular conocimiento a generarlo. La manera de lograrlo es familiarizándose profundamente con el estado de la investigación en su área, los problemas que quedan por resolver, las dificultades que otros han encontrado y posibles oportunidades para avanzar. Con ayuda de su asesora (o quizá por su propia iniciativa), debe escoger un problema suficientemente interesante pero alcanzable, aplicar lo que sabe, aprender lo que no sabe y, si todo sale bien, publicar sus resultados. Un efecto secundario es que sí, nuestra alumna hipotética acumulará mucho conocimiento y experiencia que le merecerá respeto y admiración, pero ese no es el objetivo.


El día-a-día de nuestra alumna modelo dependerá de su especialidad. Sus cursos incluirán el tronco común pero esta vez a nivel de posgrado: Mecánica Clásica, Electrodinámica, Mecánica Cuántica, Física Estadística y probablemente algunos cursos matemáticos suplementarios. Dependiendo de su orientación, podría pasar más o menos tiempo en laboratorios, observatorios, o simplemente en su cubículo o biblioteca. De lo que no se va a salvar, haga lo que haga, es de leer y escribir mucho (casi todo en inglés), y de pasar una parte sustancial de su tiempo frente a la computadora. Esto es lo mismo en todas las ciencias "duras" y cada vez más en las "blandas" también. Su trabajo principal no será con aparatos o ecuaciones sino con documentos y, si no usa la programación ella misma, colaborará con gente que sí. Su agenda diaria dependerá de su institución y la relación con su asesora, que pudiera ser distante, tiránica, o genuinamente inspiradora y constructiva. Lo más estresante y angustiante probablemente no serán sus exámenes o incluso su trabajo de tesis, sino los seminarios en los que pasará al frente a explicar su trabajo ante otros estudiantes y profesores ansiosos de presumir cuánto saben.

Así que si uno busca alejarse de leer y escribir, de trabajar en una computadora o de hablar ante un público hostil, elegir la ciencia es probablemente mala idea. En el mejor de los casos, tras algunos años de trabajo, desvelos y presión constante, tendrá un problema solucionado y documentado en forma de artículos publicados y una tesis de doctorado que presentará (y defenderá) ante un panel de profesores. Y tan-tán.

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Hay muchas variantes del trayecto anterior. En algunas instituciones se busca que los alumnos publiquen lo antes posible como parte de su trabajo desde el nivel de licenciatura, aunque sean cosas relativamente básicas. También hay alumnos brillantes que producen material realmente bueno mucho antes de llegar al doctorado. Es raro, pero ocasionalmente también llegan al nivel de posgrado personas que no tienen nada qué andar haciendo ahí, aunque esto lo dejaré para después, cuando retomemos la administración y los incentivos a los que aluden las citas introductorias. Por lo pronto, basta decir que la ruta estándar básica a la ciencia es licenciatura-maestría-doctorado. Algunas rarísimas excepciones, como el recién fallecido físico teórico Freeman Dyson, han logrado aportaciones monumentales sin contar con un doctorado.

Ah, pero para el resto de los mortales están los postdoctorados.

Hace unos cincuenta años hubiera sido suficiente la ruta básica anterior. Con un buen trabajo de doctorado y algunas cartas de recomendación estratégicas, lo demás era cuestión de cuánto se estaba dispuesto a viajar. Hoy en día la parte de viajar es prácticamente obligatoria pero, en parte por buenas y por malas razones, se ha adoptado la figura del postdoc como una especie de limbo entre el fin del doctorado y la contratación en algún centro de investigación. En los casos más benignos el postdoc sirve efectivamente como una extensión del doctorado pero con otro asesor y en otra universidad. Este segundo asesor arma un proyecto de investigación en el que incluye a uno o más postdocs como asociados, usualmente por un periodo de uno o dos años (se le dice postdoc tanto a la estancia como a la persona que la hace). En los casos exitosos el postdoc logra producir suficiente trabajo impresionante para ser contratado en alguna institución académica cuando termine.

Son muy pocos los casos en los que esto sucede. Usualmente se requieren dos, tres, o más estancias de postdoctorado para encontrar una oportunidad de trabajo estable como investigador.  En cada ocasión la joven investigadora tiene que despedirse, empacar, posiblemente aprender otro idioma, y volver a empezar en otro lado sin más continuidad que la de su investigación. Como la vida es complicada y no se detiene, algunas personas forman relaciones y familias mientras están en esta etapa de inestabilidad, o incluso las tenían desde sus días de doctorado. Para muchos es demasiada la incertidumbre y abandonan la ciencia definitivamente, incluso si están por su cuenta. Todavía tendrán muchas opciones, pero se encontrarán con una década de desventaja en cuanto al mundo no-académico se refiere.

Solo algunos pocos llegarán a ser contratados como investigadores (generalmente no pueden darse el lujo de escoger dónde). Un estudio de 2014 encontró que en Reino Unido 30 de cada 100 doctores en ciencias buscan postdoctorados, y solo 4 logra una contratación como investigador. Cada vez son más comunes los contratos temporales con renovaciones constantes en vez de puestos definitivos. La mayoría de las instituciones ha creado un sistema de castas académicas, que abarcan profesores asistentes, asociados, adjuntos, titulares, o con el  famoso tenure en EEUU, una especie de inmunidad académica cada vez más difícil de obtener.  En la práctica todos investigan y enseñan, pero la letra chiquita de sus contratos permite despedir a unos fácilmente y a otros no, o asignarles responsabilidades administrativas distintas.

A diferencia del caso romantizado, o incluso de la perspiración que mencionaba Edison, la mayoría de los investigadores dedican el grueso de su tiempo a la tramitología. Los documentos con los que más trabajan no son artículos científicos, sino informes, reportes, solicitudes, justificaciones, evaluaciones (de sus alumnos y de ellos mismos) y, por supuesto, pilas virtuales de correo electrónico. Si además son coordinadores de su departamento o posgrado estas responsabilidades administrativas se duplican. Entre todo esto deben encontrar tiempo para seguir con su investigación y atender a sus alumnos, tanto de clases grupales como discípulos de posgrado.

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Al modelo de medir la productividad de un científico por medio de sus publicaciones y cuánto éstas son citadas se le conoce como publish or perish (publica o muere). Cuando el mundo era suficientemente pequeño para que los investigadores y alumnos de un área de investigación se conocieran entre todos, la publicación en revistas científicas se usaba exclusivamente para una cosa: comunicar resultados a los colegas. Aunque la revisión anónima de los artículos como control de calidad apareció desde el siglo XVIII, en el mundo científico moderno no se adoptó hasta después de la Segunda Guerra Mundial. El crecimiento en el número de investigadores y artículos, junto con la proliferación de subespecialidades más allá del alcance de cualquier editor, produjeron la necesidad de asegurar la calidad de las publicaciones delegando la edición a otros investigadores, proceso conocido como peer review o revisión por pares. Una tangente más que no voy a explorar aquí es la eficacia de la revisión por pares: basta por ahora decir que es útil pero imperfecta.

Lo que definitivamente sí lograron las medidas de aseguramiento de calidad en la investigación científica fue generar cuantiosas métricas. No es fácil cuantificar el prestigio de un científico, pero sus publicaciones sí. No se puede medir la influencia de un artículo, pero cuántas veces es citado por otros artículos sí. La excelencia pedagógica de un profesor es algo que cualquiera puede reconocer cuando la ve, pero si tienes que ponerle un número entero lo que acabas midiendo es cuántos alumnos ha titulado. La captura de información editorial en formato digital ha hecho de estas mediciones un ejercicio de cómputo trivial. Tan trivial, que hasta puede hacerlo gente que no sabe nada de ciencia, ni le interesa. Es algo tan trivial que no requiere más que una conexión a internet y una hoja de cálculo. Es algo tan trivial que hasta lo puede hacer un administrador.

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Por supuesto que administrar es necesario. Uno tiene que saber cómo va, a dónde y con qué costo. El problema es que el producto de la investigación científica no es un bien tangible. Es, fundamentalmente, conocimiento. Puedes tomar los insumos y resultados del conocimiento, meterlos a una caja y enviarlos por paquetería, pero al conocimiento mismo no. Aunque se puede transmitir, esto no se hace poniéndolo en una botella que alguien pueda tomar y ya. Más bien, esto se logra a través de comportamientos que la gente ejecuta, como enseñar, pensar, leer o experimentar. Las actividades que generan conocimiento pueden dejar rastros físicos en forma de artículos, libros, dispositivos, títulos o destacados premios, pero es un error equipararlos, tal como es un error equiparar las huellas de un animal con el animal.

Y entonces llegamos al fin a las métricas y los incentivos corruptores. La presión por publicar conduce a que se inunden las publicaciones con trabajos frívolos,  mediocres u ociosos, que son aceptados porque los mismos investigadores saben que sus propios resultados frívolos, mediocres u ociosos pudieran ser lo que los salve a ellos cuando llegue su siguiente periodo de evaluación. A pesar de que casi toda la investigación se hace con dinero público, y de que el trabajo de revisión y edición lo hacen gratis los propios científicos, las revistas cobran fortunas por dar alojamiento a estos trabajos y efectivamente esconderlos del público que pagó por ellos. Universidades buenas y no tan buenas pagan subscripciones a estas revistas porque su prestigio—el número de artículos de los suyos que están ahí—depende de ello.

Como es difícil medir la calidad del conocimiento, las administraciones universitarias mejor miden sus huellas: cuántos alumnos entran, cuántos se titulan, cuántos artículos se producen. Cada que sea necesario—si algún político amenaza con un recorte de presupuesto, por ejemplo—cualquiera de esas cantidades se puede aumentar a conveniencia: admites más personas, reduces los estándares para titularlas, las mandas a publicar lo que puedan y ¡pum!, tienes un posgrado de calidad. Los investigadores mismos tienen poca opción mas que cooperar: algo tienen que escribir en sus informes, y más cuando su sueldo o empleo mismo dependen de ello.

La obsesión por elevar las métricas ha creado gente ultra-preparada sin oportunidad de ejercer lo que sabe, porque simplemente no alcanzan los empleos académicos para desquitar su década de estudio técnico ininterrumpido.  El mercado de investigadores estrella está tan saturado que los pocos que encuentran trabajo están felices de hacerlo por malos sueldos y contratos abusivos. También se ha propiciado la producción de alumnos "de relleno", con credenciales auténticas pero de pocas habilidades reales, porque pues a alguien había que admitir al posgrado para poder elevar los números y, una vez adentro, pues ni modo de no titularlos.

Todos los involucrados saben que así funciona el sistema y todos lo quisieran cambiar. Pero el costo de hacerlo es demasiado grande: de por sí tienen poco tiempo para su investigación y sus alumnos como para ponerse a hacer política, palabra sucia entre científicos. Algunos cuantos todavía usan el sistema "como si", tomándole la palabra y haciendo lo mejor por publicar solo resultados importantes y evaluando a sus pares con rigor. Poco a poco han surgido algunas medidas para mitigar los efectos de los incentivos perversos, como la pre-publicación de artículos en versiones "no oficiales" o iniciativas de open science, en las que se le apuesta al libre acceso y transparencia. Algunos incluso han optado por salirse del sistema por completo, como el físico teórico Garret Lisi, quien prefirió establecer compañías privadas para autofinanciar su investigación. En vez de arreglar el sistema se han creado otros sistemas paralelos, que pudieran o no superar algún día al tradicional. A estas alturas es demasiado pronto para saber qué va a prevalecer, e incluso no descartaría una coexistencia incómoda permanente entre los sistemas.

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Hace algunos años el economista Bryan Kaplan escribió The Case Against Education, donde argumenta que el sistema de educación superior es un caso particular de señalización, no de preparación para la vida profesional. Entre otras cosas interesantes, según Kaplan los posgrados no sirven para formar sino para filtrar: seleccionan a las personas que pueden aguantar años de trámites inútiles que se interponen a sus pasiones más preciadas. Ese es el valor del título de posgrado, dice Kaplan, y no el conocimiento que se acumuló o generó. Su argumento es más sofisticado que esto y no alcanzo a explicarlo todo aquí, pero de todos modos estoy en desacuerdo.

Sí, ciertamente los investigadores modernos aguantan mucho en cuanto a tramitocracia, pero también saben un montón de cosas que resuelven problemas del mundo real. Creo que Kaplan comete el mismo error que los administradores, que es confundir los efectos y métricas que deja la producción del conocimiento con el conocimiento en sí y, a un paso más, con los productos del conocimiento. A pesar de todo, en general la ciencia sigue (por ahora) gracias a la inteligencia, curiosidad y obsesión de quienes realmente la practican. No es fácil de arreglar, pero seguramente lo pueden hacer si pueden hacer aceleradores de partículas en su cochera.

2020-06-14

Religión, pseudociencia e ideología




Tras verse acorralado por las críticas irrefutables de George Orwell, un estalinista trató de justificarse diciendo que ni modo, los campos de concentración, las hambrunas, los fusilados y los exiliados eran parte del un sacrificio necesario para finalmente establecer la utopía. Había que romper algunos huevos para poder hacer un omelet. Orwell asintió ligeramente y simplemente dijo: “Bien, ¿y dónde está tu omelet?”

Quienes hayan pasado por tan solo un poco de estudio y debate sobre la existencia o no existencia de dios se habrán topado con el argumento (es un decir) de que el ateísmo es solo otra religión. Si su estudio fue tan solo un poco más allá, también conocerán la simple refutación de esto, que es que decir que el ateísmo es una religión es como decir que “apagado” es un canal de televisión, o que sentarse en el sillón es un deporte. Las palabras tienen significados, y la ausencia de una religión no es una religión. No es difícil, aunque a mucha gente le cuesta trabajo entenderlo todavía.

También es posible no practicar, ni creer en, ninguna pseudociencia. Si uno es crítico e intelectualmente honesto, enterarse de uno que cree algo siquiera sospechoso de ser charlatanería lo pone en alerta. Entender cómo funciona la ciencia y sus diferencias con su impostora nos deja perfectamente preparados para vivir con una y sin la otra. No son lo mismo, ni mucho menos son equivalentes, la astronomía y la astrología.

He mencionado en algunas ocasiones que la pseudociencia tiene su análogo político en la ideología. Creo que la ideología no recibe la suficiente crítica, y me parece que se debe a que tantos creen que uno no puede evitar tener ideología, de la misma manera que creen que el ateísmo es solo otra religión o que la diferencia entre ciencia y pseudociencia es cuestión de percepción personal. Creen, en resumen, que no tener ideología es una ideología. Por supuesto, están equivocados.

Religión, pseudociencia e ideología siguen un mismo patrón de irracionalidad que las agrupa bajo la misma categoría mayor de superstición :
  1. Son internamente inconsistentes.
  2. No comparan lo que creen con la realidad.
  3. No admiten errores, ni mucho menos tienen un mecanismo para corregirlos.
  4. Si cambian lo hacen solamente por presión externa pero nunca lo reconocen (“nosotros siempre habíamos dicho que...”).
  5. Fabrican conspiraciones en su contra.
  6. Los conflictos internos son irresolubles y llevan a denuncias, cismas y cacerías de brujas. 
 Cuanto más ideologizada esté una rama de conocimiento humano, más inmadura es. Existen físicos de izquierda, centro o derecha, pero no existe física de izquierda, centro o derecha.  Lo mismo no puede decirse, todavía, de la economía o la política. Si éstas pretenden describir y entender la realidad, como dicen hacerlo, esto es preocupante. Hay un núcleo de conocimiento que todos los politólogos y economistas comparten, pero es todavía muy pequeño y sigue muy contaminado por las supersticiones prevalentes en cada una, como la física del siglo XVIII que todavía buscaba lugares para Dios en las ecuaciones. Hay pioneros y honrosas excepciones que buscan entender al mundo como es, pero todavía tienen que luchar contra los ideólogos (teólogos/charlatanes) que quedan en sus universidades, institutos y gobiernos.

Nadie quiere poner su salud en manos de un medicamento falso, ni regalarle su dinero a un predicador falso (sí, es redundante). Nadie cree, tampoco, que sea inevitable o aceptable caer en semejantes fraudes, o que dé igual elegir una opción auténtica que una falsa. ¿Por qué nos conformamos, entonces, con los fraudes de estafadores marxistas, anarquistas u objetivistas? De los lugares donde uno sí quisiera vivir, ¿alguien puede nombrar uno solo que funcione como dicen ellos? Si están hablando de la realidad, ¿dónde está su omelet?

2020-05-10

Pandemónium


pandemónium: 1) lugar en el que hay mucho ruido y confusión.
2) capital imaginaria del reino infernal.
pandemia: enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a la mayoría de los habitantes de una población.
Lo que ha logrado el COVID-19 es fusionar, trágicamente, los distintos significados y etimologías de estas palabras. Lo que hace una enfermedad así es igualar al demos con el daemonium ; a obligarnos a suponer, hasta que se demuestre lo contrario, que nuestros conciudadanos son portadores del mal. Al tiempo que el mundo frena casi por completo, el ruido y la confusión se propagan y aceleran.

El diluvio de información o desinformación no es lo nuevo; lo nuevo es que, a diferencia de antes, las dosis de realidad que uno se podía administrar saliendo ya no están disponibles. Antes uno vivía el ruido y confusión pero, desde el tráfico o haciendo fila en el súper, o comiendo con la familia o en centros comerciales, se podía poner en contexto y minimizar o enfatizar según mereciera. Ahora, que la vida sigue es algo que no se comprueba sino meramente se supone.

*   *   *

Yo trabajaba desde casa antes de que fuera necesario. Me daba unas dosis de tráfico y juntas presenciales dos veces a la semana, pero generalmente hacía lo mismo que podía hacer desde el estudio en mi casa, que es programar. Mis tiempos libres también los pasaba aquí, donde ahora escribo y grabo esto, leyendo, estudiando, o de ocioso también. No solo tenía dominado el confinamiento en mi casa: estaba acostumbrado a confinarme en un solo cuarto entre 8 y 10 horas al día.

Las pocas veces que salía de casa, o incluso cuando me encontraba físicamente en la oficina, ya procuraba evitar a la gente. Puedo convivir, o aparentar convivir, por periodos cortos en los que puedo emular a una persona "normal", cosa que me costó muchos años de práctica. He experimentado con pequeños actos de vandalismo de la etiqueta, como no decir nada cuando alguien más estornuda o, si estornudo yo y alguien dice "salud", contestar nada o "sí". Generalmente paso mi tiempo profundamente concentrado o al menos intentando estarlo, y me molesta que se considere buena educación interrumpirme con una superstición medieval y que además se espere de mí que esté agradecido. Al virus no le importan los buenos deseos de la gente.

Ah sí, el virus. Contrario a lo que uno pudiera pensar por lo anterior, o por tanto más que he dicho aquí en AutóMata, yo estoy a favor de la humanidad. Ni creo que "el virus somos nosotros", ni que ésta sea una "venganza de la naturaleza" ni nada así. Rescatando algunas de las lecciones de David Deutsch en el episodio pasado, la humanidad es, objetivamente, un fenómeno raro y especial en el universo. Casi cualquier punto que uno escoja al azar en el cosmos está vacío y muerto; aun donde hay materia, es demasiado fría o demasiado caliente para que pudiera albergar vida. La vida parece ser extremadamente escasa en el universo, al menos por unidad de volumen. Y el conocimiento es generado solamente por una especie en el universo conocido: nosotros. En nuestros laboratorios podemos crear elementos que ningún colapso ni colisión astrofísica puede crear; medimos distorsiones en el espaciotiempo diez mil veces más pequeñas que un protón; usamos las propiedades de partículas subatómicas para enviar y almacenar energía e información; superamos los límites de nuestra naturaleza para resolver problemas que los humanos primitivos—ya no se diga nada de animales y otros bichos—no podrían siquiera imaginar. Ningún virus va a construir, nunca, una catedral gótica o un acelerador de partículas. El coronavirus es uno más de muchos problemas que la humanidad puede resolver y que nada más en el universo puede.

Puedo pensar en algunos humanos en particular que quisiera que quedaran extintos, como cualquiera. No que murieran, necesariamente: islamistas, fascistas, comunistas y anarquistas pudieran desaparecer muriéndose, pero también si tan solo entendieran un poco mejor cómo funciona la realidad. La presencia de humanos tan destructivos es en sí un problema que podemos resolver como lo hemos hecho antes: generando y aplicando conocimiento. Como el virus del VIH-SIDA, los virus mentales que aquejan a tantos individuos quizá no se pueden eliminar por completo, pero sí se podrían controlar y podríamos vivir con ellos indefinidamente.

Así que siempre he estado a favor de la humanidad. Solamente que de lejecitos, por favor.

*   *   *

Entonces la primer reflexión que valdría la pena hacer es sobre cómo se ha logrado contener, parcialmente, al virus que nos aqueja ahora. Incluso los chinos, tan sumergidos en sus supersticiones tecno-comunistas y de medicina "tradicional", recurrieron a soluciones de la realidad objetiva para contener la pandemia: laboratorios, antirretrovirales, cuarentenas. No medicina tradicional, no acupuntura. Es por la omisión, negación e incompetencia del régimen chino que estamos en esta situación en primer lugar, pero es alentador que incluso en la dictadura más grande del mundo la realidad se imponga.

Hablando de incompetencia china, a la OMS también se le impuso la realidad. Toda credibilidad que hubiera tenido antes la perdió por convertirse, básicamente, en un aparato de propaganda china. Primero dijeron que no había evidencia de transmisión del virus entre humanos. Luego, que sí la había pero China ya tenía todo bajo control. Después, que las mascarillas no eran efectivas contra el virus, aunque curiosamente los médicos y enfermeros sí las necesitaban. Finalmente, que siempre sí, que cubrirse es mejor que no hacerlo. Y por supuesto, el colmo de la situación lo aportó el Dr. Bruce Aylward, asesor de la OMS, en una entrevista con la cadena RTHK de Hong Kong. Con poquísimos casos y muertos, Taiwan es una provincia casi completamente autónoma y democrática separada de China, que la considera como su propiedad y no reconoce a su gobierno independiente. Cuestionado sobre la excelente respuesta de Taiwan a la pandemia, Aylward simplemente se hizo el loco:
Eso es lo que pasa cuando los compromisos ideológicos y políticos chocan con la realidad.

*   *   *

Vivo al fondo de una pequeña calle cerrada que es a su vez tributaria de una avenida a las afueras de la ciudad, prácticamente carretera. Afortunadamente, a cinco minutos caminando y todavía dentro de mi calle, hay un minisúper relativamente bien abastecido. Salgo de mi casa solo para comprar ahí y pasear al perro, excepto cada tres o cuatro días que voy al cajero más cercano manejando tres minutos (porque no tienen pago con tarjeta en ese changarro, que gracias a los vecinos ha podido funcionar como siempre). También he retomado el ejercicio, procurando salir a correr temprano dos o tres veces por semana, simplemente de ida y vuelta por los trescientos metros de mi calle recta.

Es interesante observar el comportamiento de mis vecinos cuando salgo. La mayoría parecen seguir como si nada, aparte de que algunos están en casa cuando usualmente no estaban. Un porcentaje importante sigue saliendo a trabajar, pero no sé bien si sean la mayoría. El minisúper tiene un letrero a la entrada pidiendo que entre solo una persona por familia o grupo y que usen mascarilla, lo que la mayoría de los clientes sí cumple. Por otro lado, frecuentemente hay fiestas y reuniones, infantiles y de adultos; no se nota ninguna diferencia con los tiempos antes de la pandemia. Todos los niños que veía salir por las tardes lo siguen haciendo igual. Los primeros días usaban cubrebocas, pero hace semanas que ya no.

Cuando salgo caminando procuro mantenerme alejado de otros que estén afuera, cruzándome la calle si es necesario. Cuando camino voy con cubrebocas; cuando corro no, pero solo corro temprano cuando no hay gente. Pero en general no le he visto ese comportamiento a otros vecinos, que parecen pasearse por la calle, saludarse y abrazarse como si todos los días fueran domingo por la tarde,  solo que en pants o shorts (y sin cubrebocas). Por supuesto que esto es un efecto de auto-selección: la gente mordiéndose las uñas de la angustia está encerrada donde no la veo.

En casa mis días pasan como antes, con trabajo entre semana e incluso más juntas que antes. Se supone que una de las lecciones de la pandemia era que al fin se entendería que tanta junta no era necesaria, pero cuando uno está en una industria que (afortunadamente) puede seguir operando de manera físicamente distribuida, ocurre lo contrario. Hace poco notó el autor y profesor de ciencias computacionales, Carl Newport, que el trabajo remoto disminuye la cantidad de señales indirectas a los demás de que estamos ocupados. Cuando alguien no está en su lugar, o tiene aspecto agobiado, o pasa de manera apurada de un lado a otro en la oficina, es más difícil que nos animemos a interrumpirlo. Pero por medios digitales esas señales de fricción desaparecen por completo y se nos hace fácil enviar un mensaje, invitación o correo que—ignoramos—es inoportuno. Todo mundo pone su estatus en "ocupado" cuando no lo está de todos modos, pensamos, así que ahí va la invitación a la junta o el correo preguntando cuándo va a estar listo aquello.

Pero uno mismo sabotea su tiempo también. Ahora que no tengo que ganarle al tráfico ni terminar antes de que llegue mi familia a la casa a hacer ruido y exigir atención, se me hace fácil estirar o recorrer el tiempo dedicado al trabajo. No hay una señal clara de inicio o corte de actividades: todo es urgente y todo lo puedes hacer a la hora que sea porque todas las horas son iguales. Puedo estar en una junta y comer al mismo tiempo; puedo ejecutar un programa que tarda veinte minutos y jugar en el celular mientras termina. El otro día me llamaron para una reunión al momento que iba camino a la tienda con mi perro, y de regreso me encontré además con un repartidor de paquetería esperándome afuera de mi casa. Recibí, firmé, me metí y acomodé las cosas en el refri, todo mientras seguía en la junta. Todo está revuelto.

*   *   *

En 2018 México se subió a la ola populista y autoritaria que ha afectado a tantos otros países, notablemente en Europa y Estados Unidos. Al igual que en aquellos países, la realidad está desnudando a los populistas: la incompetencia cuesta, sea la de Trump, Johnson, o Bolsonaro. Por ahora el descenso en la aprobación de AMLO es todavía modesto, pero la tendencia es claramente a la baja desde al menos el inicio del año. Casi todos los días nos regala unas dos horas de evidencia de lo orgulloso que está de su limitado intelecto y, trágicamente para quienes vivimos bajo su liderazgo (es un decir), de su desapego de la realidad.

Ya dediqué un episodio detallado a AMLO y su gestión, por lo que no quisiera abundar demasiado en eso aquí. Pero sí quiero rescatar otra lección importante de estos días de pandemia motivado por algo que él dijo hace unos días: "La pandemia solo ha puesto en evidencia el fracaso del modelo neoliberal en el mundo." Ya no queda claro a qué le llama él neoliberal—de hecho, ya no me queda claro de qué habla nadie que use ese término—. Sí puedo, sin embargo, tomarle la palabra a AMLO, rescatar algunas definiciones que he usado antes aquí en AutóMata, y concluir que, para variar, no tiene la más remota idea de nada de lo que dice. (Un par de días después lo volvió a decir, pero ahora agregó que la economía del mundo iba mal desde antes del coronavirus, debido al modelo neoliberal. No especifica de qué mundo está hablando.)

El virus se originó y se propagó, como mencioné antes, desde China, dictadura completa con todo y censura total y campos de concentración para quienes la desafían. Después pegó durísimamente en Irán (una teocracia medieval militarizada) y los países europeos con gobiernos populistas. Italia, España y Reino Unido negaron la epidemia, luego la administraron pésimamente, y ahora se dedican a contar muertos. En Rusia, supuesto paraíso anti-neoliberal, los doctores saltan de las ventanas. Con dos meses de tiempo para prepararse, la administración de Trump, Tarado Antisistema en Jefe,  observó estos eventos y decidió hacer, precisamente, nada. Ahora llevan 80 mil muertos y contando, y eso que la pandemia todavía no llega del todo a los estados rurales. En México la respuesta ha sido, hasta ahora, igual o peor a la de estos otros países.



Obviamente países con gobiernos no populistas se han visto afectados también (notablemente Francia) pero sus respuestas han sido, en algunos casos, inmejorables. Nueva Zelanda ha logrado bajar el número de casos nuevos a cero, tras un total de menos de 1500 casos y 21 muertos. Corea del Sur, Australia y Alemania ya están levantando sus confinamientos. Como quieran llamarle a los gobiernos de estos países, no son populistas. No sé qué cree AMLO que está haciendo, pero no es lo mismo que hicieron estos países, ni Taiwan o Singapur.

El deseo de volver a un mundo "desglobalizado", una especie de "cadena de fortalezas", como la llama Yuval Noah Harari, es simplemente infantil. Ya intentamos eso y sabemos que no funciona: era el mundo pre-moderno, donde casi todos eran pobres. Caray, lo podemos ver hoy en Corea del Norte, Venezuela y Cuba. El aislamiento solo beneficia a los tiranos. Y si de pandemias se trata, ¿cómo creen que se propagó la peste bubónica, cuando todo era feudalismo rodeado de muros? ¿Cómo lo hizo la influenza española en 1918? Aislarse no es deseable ni factible. No todos los países, medievales ni modernos, tienen los mismos recursos. No todos tienen petróleo, uranio, una salida al mar, turismo o siquiera agua potable. Los países pobres se benefician, por mucho, de comerciar con los ricos; así es como la pobreza extrema se ha reducido de 94% en 1820 a menos de 5% hoy.  La obsesión por la soberanía, autosuficiencia y autodeterminación, invocadas casi siempre para defender dictaduras, simplemente no funciona.


La muerte del neoliberalismo, la globalización y el capitalismo en general, ha sido pronosticada ya incontables veces desde tiempos del mismo Marx hace 150 años. Profetas socialistas la proclamaron apenas en 2008, cuando insistían que, ahora sí, ahí viene el colapso. No ha sucedido. Además sabemos lo que pasa, con lujo de detalle estadístico,  cuando se provoca el colapso a propósito. Ya lo hemos comentado mucho en AutóMata pero vale la pena repetir:  el modelo que funciona es una república democrática fuerte que administra un capitalismo, también fuerte, al que cobra impuestos para pagar un estado de bienestar. Los países que rechazan ese modelo, se llame como se llame, son los países de los que la gente literalmente se sale nadando. Y cuando lo hacen, nadan hacia los países que sí implementan el modelo. En todo caso el problema no es el modelo, sino que no le ha llegado a suficiente gente y, por su naturaleza que da primacía a la libertad y la democracia, no se puede imponer.

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Hablando de capitalismo, aislamiento y choques con la realidad, me ha llamado enormemente la atención la confusión moral que tiene tanta gente cuando trata de hablar de la intersección de estos temas. En particular hay una tendencia, importada de los resentidos posmodernos franceses de los 60s, de llamarle "privilegio" al resultado del mérito, casualidad, o incluso a lo que es simplemente un derecho. Dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo: que es una tragedia que millones de personas no puedan quedarse en casa por la naturaleza de su trabajo, y que esto no sea culpa ni responsabilidad de las que sí pueden.

Hay una especie de puritanismo económico que parece decir que, si no se puede ayudar a todos, entonces no se debe ayudar a nadie. El puritanismo social, que hace de la privación física una virtud, tiene su equivalente en el económico, que hace lo propio con la pobreza. Esto lleva a conclusiones trivialmente inmorales. Viridiana Ríos, doctorada en politología por Harvard y supuestamente inteligente, proporcionó un ejemplo casi al mismo tiempo que yo empezaba a escribir este artículo:
("Eso ya se acabó" es algo que tendría que ser demostrado, por cierto.) La lógica parece ser algo así como que "ya que algunos están jodidos, ahora a los que no lo están hay que joderlos también." En todo caso, ¿por qué no proponer ayudar a los jodidos y ya? Si saben sacar cuentas, sabrán que "rescatar" a algunos es mejor que rescatar a nadie, ¿no? ¿Y quiénes creen que trabajan en las empresas grandes? Cuando llamo al servicio técnico de Telmex, no es Carlos Slim el que me atiende, que yo sepa. Un país con 50 millones de pobres es terrible; uno con 100 millones es peor. Si un barco con 100 personas se hunde y solo tengo lanchas para cincuenta, ¿mejor no salvo a nadie, porque sería injusto? Si un barco con 100 personas se hunde y cincuenta saben nadar, ¿deberíamos amarrarles los brazos para que no puedan? Si su idea de "hacer justicia" aumenta el total de gente jodida, es momento de reconsiderar lo que creen que significa esa palabra.

Otro ejemplo, también reciente, lo dio el economista del ITESO, Nacho Román, en el podcast Cuentas Claras. Es sorprendente como una mente ágil, que sabe de números y estadísticas, pierde la cabeza por completo cuando su ideología choca con la simple aritmética de que ayudar a unos es mejor que ayudar a nadie.
Su contraparte, el también economista del ITESO, Sergio Negrete, lo lleva de la mano con suma gentileza y empatía pero, aun así, semana tras semana, Román colapsa en un torbellino de histeria soviética. Si el barco se va a hundir, es imperativo asegurarse de que se ahoguen todos.

El coronavirus ha acentuado la característica principal de los marxistas-leninistas y, ahora, bolivarianos y morenistas: son resentidos sin mérito que no saben contar, ya sean muertos, pobres, desempleados, barriles de petróleo o lo que sea. La igualdad—cosa que para variar nunca definen explícitamente—es propuesta automáticamente como la meta suprema a pesar de que, en el mundo real, ni somos todos iguales ni quisiéramos serlo. Algunos son más atractivos, más inteligentes o más atléticos; hay quienes no pueden bajar de peso y quienes no pueden subir, y otros que suben y bajan según convenga; nadie escoge a sus padres, ni cuáles genes de cada uno le van a tocar; nadie escoge su temperamento, ni las enfermedades congénitas que va a tener o no.  Nadie escoge ninguna de estas cosas y vaya que son importantes. Por otro lado, las personas pueden superar sus limitaciones naturales a través de las decisiones que toman en sus vidas, algo de suerte, y sí, apoyo deliberado de otros. También pueden perder o desperdiciar sus atributos de muchas maneras. Todas éstas cosas se combinan para formar el mérito que va acumulando la gente para sí, que en cada una es distinto.

Y entonces, si entendiéramos "justicia" como "cada quién obtiene lo que se merece", entonces en un mundo perfectamente justo habría desigualdad, porque las personas no tienen los mismos méritos. Mientras las personas sean distintas, la igualdad y la justicia serán fundamentalmente incompatibles. Al mismo tiempo, diseñar una sociedad en la que los menos afortunados no la pasen tan mal no implica, ni remotamente, castigar a los que la pasen bien. La meta, perfectamente alcanzable, es que todos la pasen bien en la medida posible. Sabemos que es alcanzable porque ya se logró en los países que implementan el modelo que mencioné antes.

Creo que el origen de esta confusión y su fracaso moral es que en el pensamiento populista la economía es un juego de suma cero, donde unos ganan a expensas de otros y el dinero proviene de la acumulación de recursos naturales finitos. Pero la realidad no es así. Puedo comprar una casa, y luego construir otra y rentarla, sin quitarle un solo ladrillo a la casa de nadie más. No hay una cantidad fija de riqueza, esperando ser repartida entre todos. Simplemente se crea y se destruye a conveniencia según los recursos disponibles, incluyendo el recurso del conocimiento, que es inagotable y se puede repartir entre todos sin que se degrade ni se devalúe. Sin el recurso del conocimiento, el petróleo, el litio o el uranio son inservibles; pero con suficiente conocimiento se puede superar la escasés de cualquier recurso natural. Si esto no es claro, comparen los recursos naturales disponibles, y los resultados que producen, en países como Venezuela y Singapur, o incluso México y Corea del Sur.

En fin, reprocharle a quienes sí pueden quedarse en casa o trabajan en una empresa formal, sea grande o no, no ayuda en nada a los demás. Si los morenistas consideraran también el hecho de que son los primeros quienes principalmente pagan impuestos, y si agregaran algo de esa justicia económica que tanto dicen valorar, verían que no es una estrategia que les conviene. Si aun así insistieran en dejar a la deriva a las empresas "grandes", pudieran entonces empezar con la mayor de todas y que rescatamos millonariamente todos los días con nuestros impuestos (quienes sí los pagamos) y que es, por supuesto, PEMEX.

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Afortunadamente, aparte del trabajo, mi desconexión física de la gente se ve reflejada en mi comunicación electrónica. No estoy en grupos de chat y generalmente pasan días o semanas sin que alguien me llame o escriba por asuntos personales. Así que no tengo que lidiar con la desinformación, conspiración y simple estupidez de la gente más allá de la que yo busque observar, desde lejos, por mi cuenta. Por lo que veo, las cosas van mal.

Ya está muy agotado, aunque sigue siendo importante, el tema de las noticias falsas y conspiraciones. Lo que me interesa más a mí es que hay una abrumadora cantidad de información cierta que, si uno trata de digerir, también lleva a la confusión y desesperanza, especialmente en lo nacional. Realmente no nos habíamos enfrentado a algo así antes, o al menos no en tiempos modernos. Tantas cosas están pasando tan rápidamente que la confusión es inevitable. En tiempos de la pre-pandemia, uno podía dejar de ver las noticias por una semana y ponerse al corriente en una hora, si sabía dónde buscar. Ahora las noticias importantes son diarias y por lo general más de una, a nivel nacional e internacional.

El coronavirus me preocupa, pero no tanto como la situación política de México, que se degrada cada vez más. Otros países ya están empezando a reactivarse, algún día habrá un medicamento o vacuna efectivo para esto, y la humanidad seguirá adelante. No será una vuelta a la normalidad de antes, pero será otra normalidad. Sin embargo, en México estamos atorados con un régimen de ineptos autoritarios y sus idiotas útiles al menos hasta 2024, y ya íbamos en recesión desde antes de la epidemia. La recuperación económica que experimentará el resto del mundo, me temo, no la veremos aquí.

Fuente: México ¿cómo vamos? ESTIMACIÓN OPORTUNA DEL PIB

Paradójicamente, entonces, mi aislamiento informativo en cuanto a personas se refiere no me ha salvado de perder gran parte de mi tiempo libre siguiendo las distintas noticias, tramas y sub-tramas (o "narrativas", como les dicen ahora). Los muertos e infectados por el virus, el petróleo, la economía, los populismos, las democracias, el desastre que es nuestra política nacional; cada una por sí sola tiene eventos e implicaciones que lo mantendrían a uno fascinado o perplejo. Todas revueltas, lo dejan a uno paralizado. Y sí, algo tuvo que ver eso con el atraso de este episodio (y con su cambio de tema, yo que hace un mes pensaba hablar de la estructura fundamental de la realidad).

Esto fue lo que me motivó, desde hace como una semana, a hacer ejercicio, retomar la lectura, bajarle a las noticias, rechazar una que otra junta y, por supuesto, rededicarme a AutóMata. He procurado apegarme a un horario de oficina, así como a usar el tiempo recuperado del tráfico para actividades realmente provechosas. Por ejemplo, he aprendido lo básico de algunos paquetes multimedia, como OBS Studio y Shotcut, y también logré grabar el sonido de mi piano eléctrico directamente en la compu. Es muy pronto todavía, por lo que no puedo negar ni confirmar que esto tenga alguna aplicación para AutóMata en este momento. También me he inscrito a un curso gratuito de economía en la Marginal Revolution University, del genial economista y polímata Tyler Cowen, y retomé un curso de certificación como Administrador de Sistemas Linux, que me será muy útil si México completa su venezuelización y debo emigrar. Solo espero que no sea nadando.

2020-04-06

El comienzo del infinito


Siempre que ha habido progreso, ha habido pensadores influyentes que negaron que fuera genuino, que fuera deseable, o incluso que el concepto fuera significativo. Debieron saber que no es así. Sí hay, de hecho, una diferencia objetiva entre una explicación falsa y una cierta, entre el fracaso crónico al resolver un problema y su solución, y también entre lo malo y lo bueno, lo feo y lo bello, el sufrimiento y su alivio—y por lo tanto, entre el estancamiento y el progreso en su más amplio sentido—.
—David Deutsch
The Beginning of Infinity
Comparado con otros físicos, sé bastante más sobre—y valoro mucho más—la filosofía de la física y de la ciencia en general. Comparado con los expertos en el tema, creo que soy todavía un principiante pasando a nivel intermedio. Entender cómo es que la ciencia funciona es de suma importancia porque ésta es el motor de la civilización y, para bien o para mal, nos da cada vez más poder sobre nuestro entorno y sobre nosotros mismos.

El libro The Beginning of Infinity (El comienzo del infinito), del físico teórico David Deutsch, me pone en una posición algo incómoda: es tan deslumbrante y contundente, que pareciera que Deutsch ya explicó todo lo que había que explicar sobre el conocimiento y cómo la ciencia lo genera. Como todavía no he pasado por el canon completo de literatura especializada sobre el tema, pudiera ser que simplemente estoy apantallado por lo novedoso que me parece su visión, dada mi ingenuidad; por otro lado, pudiera ser que Deutsch realmente tiene tanta razón que, de aquí en adelante, todo lo que lea sobre el tema me parecerá obvio, ocioso, equivocado o, como decimos en la física, ni siquiera equivocado. Eso sería terrible dada una que otra docena de libros que pensaba leer sobre el tema y que temo que ahora sean, simplemente, una pérdida de tiempo.

Me preocupa que el tronco sobre el que se sostiene mucha de la filosofía de Deutsch viene de Karl Popper que, si bien fue uno de los grandes pensadores en epistemología y filosofía de la ciencia, esto fue hace casi medio siglo. Sabemos mucho más de lo que sabíamos hace 50 años, y me preocupa que en alguno de esos libros que siguen en mi lista se encuentre la falla mortal de la visión de Popper y que toda la bella construcción de Deutsch se desmorone. En cambio, me tranquiliza que Deutsch tiene a su nombre varias publicaciones en revistas serias de filosofía de la ciencia y de la física, que el tipo es una leyenda en lo que se refiere a la teoría de la computación cuántica (él la fundó) y, por lo que he leído y escuchado de él en artículos, pláticas y entrevistas, el tipo es claramente un genio y sumamente bien leído y culto.


Dí con El comienzo del infinito por una serie de recomendaciones que le he escuchado a intelectuales y científicos en diversos podcasts y artículos. Siempre había una cierta reverencia por Deutsch y su libro, y eso me bastó para procurarlo (ahora también conseguí su obra anterior, The Fabric of Reality, pero apenas lo voy a empezar). Una vez que el impacto de los primeros capítulos de Deutsch se me fue pasando ya me pude detectar en cierto desacuerdo en algunas cosas, que mencionaré cuando lleguemos a ellas. Pero definitivamente es un libro impactante—modulo las reservas que mencioné antes—y que volveré a leer, probablemente muchas veces.

Siendo alguien que trata de entender y explicar cosas lo mejor posible, este es el tipo de libro que me hace sentir sumamente incompetente. Deutsch es tan claro, brillante y extraño que pareciera que bajó un extraterrestre a finalmente explicarlo todo con manzanas a los tontitos como yo. A partir de lenguaje sencillo y definiciones sin rodeos, Deutsch construye toda una teoría del conocimiento—una epistemología–y de paso la despliega no solamente para explicar qué es la ciencia y cómo funciona, sino que también la aplica a la política, la ética y aun a la estética.

En el Episodio 11 revisamos The Big Picture de Sean Carroll, también físico teórico, y que abarca muchos de los mismos temas desde el "naturalismo poético"; ha sido sumamente provechoso para mí comparar y contrastar a Carroll con Deutsch. Incluso aproveché que soy suscriptor al podcast de Carroll y en su episodio más reciente de "pregunta lo que sea" le pregunté (43:10 o 43:35 acá) sobre una de sus discrepancias con Deutsch, acerca de la validez del pensamiento bayesiano. Carroll contestó que no esta seguro de entender la crítica de Deutsch por completo, así que no puede defenderse de Deutsch tan bien como quisiera aparte de decir que el razonamiento bayesiano le parece tan incontrovertible que no entiende cómo Deutsch pudiera estar en desacuerdo (Deutsch lo rechaza como una extensión del induccionismo, que es deducir conclusiones lógicas a partir de regularidades en patrones de la naturaleza; regularidades que se pueden interrumpir). Curiosamente, en las cosas en las que ellos están de acuerdo es en donde yo difiero de ambos, específicamente, la Teoría de Muchos Mundos de la mecánica cuántica. Pero ya llegaremos a eso.

Como Carroll, ayuda que Deutsch es un gran escritor, aunque el tono conversacional y amigable de Carroll se convierte en uno más declarativo y extremadamente sutil con Deutsch. Es fácil, dado el lenguaje relativamente sencillo, leer declaraciones absolutamente radicales o geniales, no darse cuenta, y tener que regresar. Para esto me fue de gran ayuda el podcast del australiano Brett Hall, TokCast, dedicado a repasar el libro capítulo por capítulo, aunque él todavía no lo ha terminado de repasar.

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Para Deutsch, el conocimiento es un acto creativo que proviene de la construcción de mejores y mejores explicaciones sobre el mundo, donde una explicación es una aseveración acerca de qué hay en el mundo y cómo se comporta. Las explicaciones, que ya desarrolladas y agrupadas se llaman teorías, se construyen a partir de un ciclo de conjeturas y críticas. Esto es, las explicaciones se adivinan y luego se ponen a prueba. Todas las teorías son consideradas potencialmente equivocadas, por lo que seguramente se les encontrará un error en algún punto, dada la crítica suficiente. A la idea de que no existen fuentes autoritativas de conocimiento ni justificaciones inapelables se le conoce como falibilismo. El falibilismo es lo que permite que las mejoras a las teorías siempre sean posibles, porque ninguna es definitiva. El falibilismo contrasta especialmente con la definición platónica de conocimiento, creencia justificada y cierta, pues niega que existan justificaciones suficientes para cualquier cosa (porque siempre se puede cuestionar la justificación de la justificación).

Además, los conflictos entre distintas ideas—distintas teorías—son la fuente de problemas que hay que resolver. Solucionar un problema significa crear explicaciones que no tengan estos conflictos y así se logra el progreso.

En el falibilismo la evidencia no sirve para inducir o deducir teorías. Sirve para que, dadas las teorías (que fueron obtenidas por conjetura), podamos elegir entre ellas. Las mejores teorías son las que mejor explican la evidencia. ¿Y en qué consta, precisamente, decir que una teoría es mejor que otra? Para empezar, una buena explicación es difícil de variar, porque cada elemento de ella tiene una función específica ligada a la evidencia. Además, las teorías tienen alcance pues, si explican algo suficientemente fundamental, serán aplicables a muchas situaciones aparte de la que buscan aclarar inmediatamente. Va un ejemplo, tomado del mismo Deutsch:

¿Qué provoca las estaciones? En la antigüedad, el clima se creía ligado a los poderes de los dioses. Hacía frío o calor, soplaba el viento o llovía, porque de alguna manera los dioses y sus acciones estaban ligados al clima. En la mitología griega, el invierno era provocado por la tristeza de la diosa Deméter ante la ausencia cada año de su hija, Perséfone, que había sido raptada por Hades, dios del inframundo y, como parte del acuerdo para su liberación, estaba obligada a visitarlo cada año. Pero los roles de los dioses se podrían cambiar, e incluso los dioses mismos, sin afectar la explicación. Pudiera ser que Perséfone y Hades tuvieran sus propios poderes y que cada año uno caliente la tierra y el otro la enfríe, y que Deméter ni siquiera participe. Pudiera ser, por otro lado, que el dios nórdico Freyr, dios de la primavera, estuviera en guerra con las fuerzas del frío y la oscuridad y las estaciones reflejaran su éxito o derrota. Podemos hacer tantas variantes sobre los componentes de estas explicaciones como queramos porque ninguno es necesario: cualquier regularidad en el comportamiento de cualquier dios da igual. Los detalles de cada uno de estos mitos están apenas conectados a los fenómenos que buscan explicar y por eso son tan fáciles de modificar (y por eso hay tantos mitos distintos).

Ahora consideremos una explicación mejor: la Tierra es redonda y su eje está inclinado respecto al Sol. A medida que la Tierra transita su órbita alrededor del Sol, sus hemisferios reciben cantidades distintas de luz, y por lo tanto experimentan más o menos calor. Los días se hacen más largos y calurosos en un hemisferio al mismo tiempo que en el otro se hacen más cortos y fríos, mientras que hay zonas en la Tierra que por su latitud no notan gran diferencia en la luz que reciben cada año. Estos desequilibrios de energía recibida y emitida por distintas regiones de la Tierra son lo que percibimos como el cambio en las estaciones.

Si modificamos cualquier elemento de la explicación, ésta se desmorona. Si la Tierra no es redonda, o si no está en órbita alrededor del Sol, de nada sirve que esté inclinada. Además, la teoría tiene un gran alcance: cualquier planeta en órbita de cualquier estrella tendrá estaciones si es redondo y si su eje está inclinado, y las estaciones necesariamente son contrarias en sus distintos hemisferios. Dada suficiente inclinación, habría regiones del planeta en las que nunca se ponga el Sol, o donde nunca salga. Si uno quiere construir un reloj solar, de alguna manera tendrá que tomar en cuenta estas variables, aunque no le interese saber sobre las estaciones ni el clima. Y así. El alcance de esta explicación es, muy literalmente, cósmico.

Ambas explicaciones, la mitológica y la geológica, se pueden poner a prueba mediante observaciones o experimentos. Pero, dado que la mitología está solamente superficialmente ligada a lo que busca explicar, se puede cambiar a gusto. Si los antiguos se hubieran dado cuenta que en lugares lejanos era invierno cuando ellos tenían verano, pues hubieran inventado que sus dioses mágicamente podían viajar y ya. Sus explicaciones se pueden variar fácilmente y por eso son malas. Ante cualquier evidencia inconveniente, simplemente agregan otro dios que hace otra cosa caprichosa y ya, el resto es magia. Cuando las malas explicaciones son contradecidas por la evidencia y se modifican fácilmente, quienes las creen no se acercan más a la verdad. Pero cuando una buena explicación no cuadra con la evidencia, sus proponentes no tienen opción más que crear otra fundamentalmente distinta y, dadas suficientes iteraciones, llegarán a una mejor.

Es importante que, si una explicación es mala, no hace falta ponerla a prueba para descartarla. Desde que uno ve que es fácil de variar y por lo tanto tiene poco o nada de poder explicativo se puede dar por inútil. En la ciencia la mayoría de las explicaciones son desechadas así, borradas del pizarrón o lanzadas al bote de la basura, mucho antes de que tengan la madurez necesaria para que ameriten diseñar algún experimento. La pseudociencia se caracteriza, como la mitología y la religión, por constar de malas explicaciones que están acopladas solo superficialmente a los hechos que buscan explicar, por lo que no se corrigen y no progresan.

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Existe la idea entre muchos intelectuales que quizá haya cuestiones que simplemente estén más allá de la comprensión humana. De la misma manera que es inútil enseñarle cálculo incluso al simio más inteligente—ya no digamos relatividad—habría fenómenos que simplemente estarían fuera del alcance aun de un genio humano. Las fronteras de la física, el estudio de la conciencia y la creación de inteligencia artificial pudieran simplemente ser inaccesibles para nosotros.

Pero esto pasa por alto la capacidad de los humanos de generar conocimiento explicativo, que por definición tiene alcance potencialmente infinito porque es recursivo: si un hecho del universo tiene una explicación y no la entendemos, siempre podemos buscar explicar la explicación. Esto contrasta con el conocimiento no explicativo que tienen los seres vivos, quienes se han adaptado a sus ambientes por el proceso de evolución, y que ha resultado en adaptaciones buenas que son difíciles de variar. Esto les da un cierto conocimiento, codificado en su ADN, que les ha optimizado para su entorno. Tomemos el caso de un castor, que "sabe" que tiene que recoger madera de sus alrededores, y "sabe" cómo acomodarla para construir una presa sobre un arroyo. Pero el castor no puede explicar para qué hace lo que hace—está solamente programado para hacerlo muy bien—. En el momento en que su entorno cambie lo suficiente, el castor estará perdido.

El conocimiento explicativo, sin embargo, que también es difícil de variar sin echarlo a perder, es mucho más profundo porque es abstracto y fundamental. Si el castor pudiera explicar por qué hace lo que hace, entonces podría identificar los objetivos detrás de ello y encontrar otra manera de cumplirlos. Podría buscar otros materiales, o emigrar, o cambiar su estilo de vida de algún modo. Las adaptaciones biológicas no son explicativas y tienen poco alcance; pero el conocimiento sí es explicativo y tiene un alcance potencialmente ilimitado. Como toda teoría es ilimitadamente mejorable, cualquier fenómeno es explicable. Cualquier explicación puede ser alcanzada, dados suficientes ciclos de conjetura y crítica, por una cadena de explicaciones de explicaciones. Como dice Deutsch:
La idea de que pudiera haber seres que son a nosotros lo que nosotros somos a los animales es una creencia en lo sobrenatural.
Una persona es, en el sentido amplio, un ser con capacidad universal para explicar. Diseñar una inteligencia artificial equivale entonces a diseñar una persona en este sentido amplio, que pudiera incluir una máquina. La prueba crucial para determinar si una máquina está "pensando" es tener una explicación para su comportamiento, pero esa explicación debe venir de la máquina. Es la máquina la que debe explicar su propio funcionamiento, tal como lo hacemos las personas de carne y hueso.

Y hablando de castores que construyen presas, el conocimiento explicativo es el que les permitiría construir cualquier cosa a partir de cualquier materia prima. Un ser que posee conocimiento explicativo sobre los procesos físicos encontrará que hay dos alternativas para cualquier transformación de la materia: 
  • o es imposible, porque está prohibida por las leyes de la naturaleza
  • o posible, dado el conocimiento necesario.
En la terminología de Deutsch, un constructor universal es una persona que posee el conocimiento para pasar cualquier materia prima a través de cualquier transformación física posible, dado el conocimiento necesario.
...la materia, la energía y la evidencia son los únicos requisitos que debe cumplir un ambiente para que se pueda crear conocimiento en él.
Si quedáramos varados en medio de un típico cubo de espacio interestelar, podríamos, con el conocimiento suficiente, recoger todos los átomos de hidrógeno cercanos y fusionarlos para generar otros materiales. Ninguna ley de la física prohibe hacerlo; bastaría con tener el conocimiento necesario de cómo. Ya sabemos cómo usar la fusión nuclear, y podemos crear elementos nuevos en laboratorios. Cualquier sitio del universo está, desde este punto de vista, repleto de recursos. El arsenal completo de transformaciones que una persona o civilización tiene a su disposición es lo que Deutsch llama su riqueza.

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La epistemología de Deutsch es lo más impactante de su libro. Su ontología—qué es lo existe—es donde yo empiezo a tener discrepancias. Estoy dispuesto a aceptar su criterio para decir que algo existe como un axioma, aunque me provocó disonancia constante en las secciones en las que le saca provecho. Para Deutsch, existen aquellas cosas que juegan un papel fundamental en una buena explicación de un fenómeno. Hasta ahí suena inocente el concepto, pero después pasa a decir que por lo tanto existen cosas físicas y no-físicas, y ahí es donde yo me altero. Las abstracciones existen porque, dice Deusch, son una parte necesaria de las buenas explicaciones que las usan.

El ejemplo que usa Deutsch es explicar cómo llegó un átomo de cobre a la punta de la nariz de una estatua de Winston Churchill. Una explicación reduccionista, a partir de partículas fundamentales y sus interacciones, sería necesariamente embrollada e impráctica (hasta ahí estoy de acuerdo). Es mucho mejor usar abstracciones y entidades emergentes: hubo una ola de fascismo en la primer mitad del siglo XX, que culminó en un enorme conflicto que ahora llamamos la Segunda Guerra Mundial. Entre los países "buenos" estaba Reino Unido, cuyo líder victorioso fue Winston Churchill. Dada la costumbre de muchas culturas de eregir monumentos a sus grandes personalidades, terminada la guerra se construyó una estatua de bronce, que es una aleación de cobre y estaño, para homenajear al personaje.

Creo que lo que me provoca disonancia es el intercambio indiscriminado de las categorías de lo existente y lo no existente con las de lo funtamental y lo emergente, y de lo práctico o impráctico. En principio, todo fenómeno se pudiera recuperar, dado el conocimiento suficiente y capacidad de cálculo, a partir de partículas fundamentales y sus interacciones (esto es conocido usualmente como reduccionismo). Hablar de abstracciones o fenómenos emergentes es un atajo para describir lo que está pasando, más no es un sustituto para lo que "realmente" sucede. Que algo sea útil o parte fundamental de una explicación es irrelevante para la cuestión de que "realmente" exista. Ahora, yo soy un fisicalista de hueso colorado y quizá me estoy perdiendo de algo, pero creo que el criterio fisicalista de existencia es claro y consistente: existe aquello que tiene permanencia a través del espaciotiempo. El fascismo existe en la medida en que ciertos patrones ocurran en los cerebos de seres hechos de partículas fundamentales, provocando que se comporten de ciertas maneras, que en principio se pudieran calcular. Sería una descripción terriblemente embrollada aun si se pudiera obtener—pero sería una descripción correcta—. Tiene la ventaja, además, de que las cosas no comienzan o dejan de existir según el conocimiento o la ignoranica de algún homínido. Lo explico fácilmente: pueden existir partículas fundamentales sin que exista el fascismo, pero al revés no.

En fin, como dije antes, puedo aceptar estas definiciones como axiomas, dejar mis propias definiciones a un lado momentáneamente, y sí, todo lo demás que propone Deutsch parece seguir lógicamente de ellas. Aún así me provocan disonancia. Si me viera obligado a resolver esta disonancia, haría una distinción entre lo existente, lo emergente y lo fundamental. El fascismo es algo emergente y real, porque se manifiesta físicamente y obviamente existe, pero no es fundamental. Deutsch no hace estas distinciones, pero yo estoy acostumbrado a sí hacerlas y me parece que son importantes, al menos para mí, para poder pensar claramente.

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Dejando la ontología a un lado, el alcance de la epistemología de Deutsch es sorprendente. La virtud del falibilismo en cuanto a conocimiento se refiere es que permite la corrección de errores. De hecho, la considera algo deseable e inevitable. Esta es la parte más impactante del libro, creo yo, porque Deutsch liga la epistemología con la política, la ética y la estética a través de la corrección de errores. También se las ingenia para incluir el sentido técnico de este concepto, ampliamente explotado dentro de la electrónica, el cómputo e incluso la física teórica. Lo explica Deutsch:
Aunque la conjetura es el origen del conocimiento, también es una fuente de error, y por lo tanto es crucial lo que pase con una idea después de ser adivinada.
Voy a citar un pasaje un poco largo, pero creo que vale la pena porque ilustra la aplicabilidad del falibilismo fuera de la epistemología:
Considere también a los utópicos revolucionarios, quienes típicamente logran solo destrucción y estancamiento. Aunque son optimistas ciegos, lo que los define como utópicos es su pesimismo de que su supuesta utopía, o sus propuestas violentas para lograrla y atrincherarla, pudieran mejorarse. Además, son revolucionarios en primer lugar porque son pesimistas de que otras personas pudieran ser persuadidas de la verdad final que creen tener.

Las ideas tienen consecuencias, y enfocarse en "¿quién debería gobernar?" dentro de la filosofía política no es solamente un error de análisis académico: ha sido parte de todas las malas doctrinas políticas de la historia. Si el proceso político es visto como un motor para llevar al poder a los gobernantes correctos entonces justifica la violencia, pues ningún sistema es legítimo y ningún mandatario tampoco hasta que se ponga a los "correctos"; y una vez que se ha implementado el sistema, y que sus líderes estén a cargo, toda oposición a ellos es considerada oposición a lo correcto.
Deutsch expande la visión popperiana de la sociedad abierta: lo importante no es meramente llevar al "gobierno correcto" al poder, sino tener la capacidad de remover a un gobierno incorrecto. Poco a poco, a través de varias iteraciones de implementar políticas y corregirlas, se llega a un gobierno cada vez mejor y que, como antes, es difícil de variar. Por eso es que tantas revoluciones fallan y acaban por implementar algo peor a lo que quisieron derrocar.

Los regímentes autoritarios necesariamente se estancan porque no tienen un mecanismo de corrección de errores. El gran acierto de la Ilustración fue el rechazo a la autoridad como fuente de conocimiento y, por lo tanto, como fuente de buena gobernanza también. Sobre la Ilustración, Deutsch comenta que
Pudiera ser que la Ilustración "intentó" suceder incontables ocasiones, quizá remontándose a la prehistoria. Si es así, esas mini-Ilustraciones ponen a nuestro escape afortunado reciente en una sombría perspectiva. Puede ser que hubo progreso en cada ocasión—un breve fin al estancamiento, un breve destello del infinito, siempre terminando en tragedia, siempre aplastado, usualmente sin dejar rastro—. Excepto este.
Vivimos en un tiempo realmente excepcional de progreso sostenido en el que los problemas son inevitables pero solubles. La capacidad de reconocer y corregir errores nos ha llevado a superar problemas que nos mantuvieron estancados por miles de años. En la ética, Deutsch sugiere que
¿Pudiera ser que el imperativo moral de no destruir la capacidad de corregir errores es el único imperativo moral? ¿Que todas las verdades morales siguen de éste?
Los sistemas éticos como el consecuencialismo, deontología o ética basada en virtudes no sirven como teorías o explicaciones de la ética en sí, sino como medios de crítica. Para cualquier solución ética a un problema desde uno de estos marcos, uno puede preguntar qué haría alguien ubicado en otro y mejorar la solución. Deutsch deja abierta la cuestión de cuál pudiera ser un marco ético "correcto" porque, como en las otras áreas de conocimiento, esa es una pregunta abierta. Pero que no se pueda tener una teoría ética completa y definitiva no significa que todas den igual: algunas son mejores que otras, como lo son las que rechazan a la autoridad como fuente de la ética, al igual que en la epistemología.

El resumen de la visión ética de Deutsch es un elegante enunciado que él llama el Principio del Optimismo:
Todos los males se deben a una falta de conocimiento.
Fundamentalmente, no existe una barrera que detenga el progreso. Siempre que tratemos de mejorar las cosas y fallemos, se deberá no a que los dioses nos estén castigando, o porque hemos llegado al límite de nuestra capacidad para razonar e inventar, o porque sería mejor que falláramos. Todas las fallas—todas—se deben a que no supimos lo suficiente a tiempo.

Igual que en política o ética, la estética surge de la creación de estructuras difíciles de variar:
Existen verdades objetivas en la estética. El argumento estándar de que no puede haberlas es una reliquia del empirismo. Las verdades estéticas están ligadas a verdades empíricas a través de explicaciones, y también porque los problemas estéticos pueden emerger de hechos y situaciones físicas.
Una sinfonía de Mozart es bella porque hay un cierto criterio que satisface y es, por lo tanto, difícil de variar. Basta comparar esto con el "criterio" que satisfacen el reggaetón o la banda para comprender por qué la primera es objetivamente mejor que los otros.

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Mencioné antes mi discrepancia con el concepto del multiverso cuántico al que Deutsch suscribe (al igual que Carroll), pero los detalles los dejaré para un episodio completo dedicado a la mecánica cuántica. Lo que sí vale la pena es rescatar la crítica que hace a la llamada Interpretación de Copenhage, que también describiré a fondo cuando ese episodio esté listo. Por ahora, basta apuntar que sobre ella Deutsch dice que
Su combinación de ambigüedad, immunidad a la crítica y el prestigio y autoridad percibidas de la física fundamental han abierto la puerta a incontables sistemas de pseudociencia y charlatanería supuestamente basados en teoría cuántica. Su descalificación de la crítica y la razón como vestigios "clásicos", y por lo tanto ilegítimos, le ha dado ilimitado comfort a aquellos que quieren desafiar a la razón y acoger modos irracionales de pensamiento. Así la teoría cuántica—el descubrimiento más profundo de las ciencias físicas—ha adquirido una reputación por apuntalar prácticamente todas las doctrinas ocultas y místicas jamás propuestas.
La teoría cuántica es una teoría sumamente profunda de física, no de misticismo. Es una versión subatómica, fundamental, de las poleas, resortes y planos inclinados que estudiamos en la secundaria o la preparatoria. Como es un tema recurrente aquí en AutóMata, el mundo físico es mucho más fascinante que cualquier fantasía sobrenatural o mística, con la desventaja que la gente ignorante piensa que si algo es fascinante entonces debe ser místico o sobrenatural. Por ahora dejaré este tema hasta aquí, prometiendo que el clavado profundo ya viene.

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Quisiera terminar reiterando mis reservas iniciales: Deutsch me parece genial y deslumbrante, pero en cuanto a epistemología no soy un gran experto (por ahora, pero ya verán). El libro sí es un tour de force de ciencia y filosofía, por lo que no me extrañaría si en unos años se considere un clásico. El optimismo perfectamente racional de Deutsch es contagioso, así como su irreverencia y excentricidad. A uno le dan ganas de mencionarlo cada vez que pueda, tan solo para presumir que ya es parte del club de quienes lo han leído (¿disculpe, tiene usted un minuto para hablar sobre epistemología popperiana?). En cierto modo, eso es este episodio.




Pláticas de Deutsch en TED (en orden cronológico):




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