Estos tiempos en que la descomposición política domina nuestras noticias se habla mucho sobre la importancia (o no) de las instituciones. Los politólogos hablan de la necesidad de fortalecer a las instituciones porque son una parte importante del andamiaje democrático que, se supone, estamos de acuerdo que queremos construir. Creo que mucha gente escucha el habla de instituciones fuertes o débiles y simplemente no entiende de qué se está hablando. Aun suponiendo que demos por hecho la necesidad de tener instituciones fuertes, no está claro cómo se mide esta fortaleza.
Los politólogos hablan de contrapesos, de independencia y autonomía, lo cuál me parece bien pero creo que sigue sin capturar, para la persona común, de qué se trata el asunto. Tengo una visión algo distinta de qué es y para que sirve una institución democrática, y creo que quizá puede esclarecer por qué éstas son algo deseable. Sospecho que no soy el único al que se la haya ocurrido esto pero hasta ahora no me he puesto a investigar a fondo. Es más fácil empezar con un ejemplo.
Desde que llegó a la presidencia Donald Trump en EEUU, varios de los departamentos y agencias de estado se han visto seriamente debilitados o corrompidos por sus funcionarios o por él mismo. Pero llama la atención que el Departamento de Energía, que está a cargo entre otras cosas de supervisar no solamente las plantas nucleares del país, sino también las armas nucleares del país, ha seguido operando prácticamente con normalidad. Esto es especialmente sorprendente si se toma en cuenta que Trump designó para dirigirlo a Rick Perry, un cavernícola evangélico que no tiene ni la más mínima idea de casi nada, mucho menos energía nuclear o de cualquier otro tipo.
Curiosamente, durante su gestión no solamente se ha mantenido operativa y segura la infraestructura nuclear civil y militar, sino que también ha continuado el avance en energías limpias, particularmente la solar. El antecesor de Perry fue Ernest Moniz, físico nuclear nominado por Obama. Perry es un genuino tarado, probablemente asignado a esa agencia con la intención de orientarla más a los hidrocarburos y/o sabotear las energías limpias. Y sin embargo, uno no nota una diferencia en el buen desempeño del Departamento de un periodo a otro. ¿Por qué?
En una democracia funcional hay muchas cosas que quisiéramos mantener funcionando bien independientemente de quién esté gobernando. Las instituciones automatizan funciones del gobierno. Son mecanismos hechos de personas. Cuando el mecanismo es robusto, no es tan importante quién esté al frente, porque el sistema corre en piloto automático y se requiere un gran esfuerzo por una persona muy competente para descarrilarlo. La física nuclear impone restricciones muy severas que requieren un alto grado de automatización, verificación, optimización y redundancia, pero no hay razón para que éstas no se puedan aplicar a la educación, salud y otras áreas. Cuando las instituciones desempeñan funciones que quisiera tener un tirano potencial, es imperativo para él lanzarse contra ellas y destruirlas, pues representan gobernanza que está fuera de su control.
Para evitar el estancamiento o la captura, las instituciones deben incluir mecanismos de corrección que les permitan ajustarse en caso de tener fallas. No basta con que la institución funcione bien; es necesario que funcione cada vez mejor. La institución misma debe tener sus propios procesos para detectar y corregir errores de manera mecánica, sin que sus integrantes tengan que proponerse mejorarla. En una institución fuerte y sana, el simple trabajo cotidiano de sus trabajadores resulta en la mejora continua.
Una institución es más débil cuanto más depende de las personas que la trabajan: de su capacidad, de su honestidad, de su transparencia. Es crítico asignar gente adecuada a ellas, empezando desde la dirección. Incluso cuando la gente ideal las trabaja, el desempeño de la instituciones débiles sufre en cada cambio de gobierno porque, como casi no hay mecanismos implementados, los nuevos frecuentemente llegan para destruir todo y empezar de cero, mermando su desempeño. Suena contrario a la intuición, pero en una democracia sana las instituciones fuertes son útiles para la quitarle importancia al gobierno recién electo.
El ejemplo del Departamento de Energía estadounidense no es el más puro pues, gracias a que su sector energético es privado en su totalidad, las políticas regresivas de su dirección no pueden imponerse tan fácilmente. Vale la pena contrastar con el caso de la homóloga de Rick Perry en México, Rocío Nahle, que nos está haciendo pagar muy caro su ineptitud, arrastrando a la Secretaría de Energía completa (y con ella al país) a la ruina.
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