2018-10-28

Crónica de una apostasía anunciada

Como si fuera un mal chiste sobre el colmo de un ateo, a mí me bautizaron dos veces. La primera fue en el hospital pocos días después de nacer, porque iba a entrar a cirugía para corregir un píloro intestinal cerrado, y se tenía que hacer de emergencia y por si acaso (el bautizo, no la cirugía—esa era de rutina inclusive en 1982—). La segunda, ya formal, ocurrió unos meses después. Aparte de eso, ya no tuve contacto más con la fe católica, sino apenas por lo que oía de compañeritos en la escuela. Yo nací ateo como todos pero, a diferencia de la mayoría, yo así me quedé.

Así que imaginarán mi indignación unos años después cuando, al preguntarme mi madre si quería ir al catecismo y hacer mi primera comunión, yo, el ateo de ateos de siete años, contesté que obviamente no, y que era ridícula la pregunta dado que yo ni era creyente y ni siquiera estaba bautizado. Entonces ella me contó la triste historia del párrafo anterior y me indigné tanto como puede un chamaco de aquella edad. De todos modos mis padres honraron mi decisión y no tuve que hacer ningún sacrificio de mi infancia en el catecismo.

Muchos años después haría presencia en algunas pocas misas al año por acompañar a alguna novia, pero mi relación con la iglesia era solamente eso, presencial y bajo cierta coerción. En aquellas ocasiones, supuestamente por respeto, me sometía al humillante ritual de sentados-parados-sentados-hincados-parados... (en la iglesia nadie piensa en respetar a los feligreses, al parecer), pero ya de adulto solamente me quedaba sentado en silencio, lo que me valió uno que otro codazo femenino en las costillas. En fin, mi disimulo llegó a tal habilidad que, cuando lo encontré conveniente, pude disimular ser sumamente pendejo y hacer mi comunión y confirmación a la tierna edad de 28 años, para casarme (ese es otro artículo ya antiguo y lo pueden consultar aquí).

Dice la Ley de Poe que, entre un creyente sincero, alguien que está fingiendo, y alguien que meramente está insano, no hay manera de distinguir. También dice Woody Allen que lo bueno de ser inteligente es que cuando te conviene te puedes hacer pendejo, mientras que al revés es imposible. Hacerse pasar por católico es una combinación de estos dos preceptos, y sospecho que es común en otras religiones. Uno pensaría que la eterna salvación requeriría algo más de compromiso y sinceridad que lo que tuve que hacer yo, pero supongo que si subieran los estándares rápidamente se quedarían sin gente en el cielo. Así que pendejo me hice.

*   *   *

A casi diez años de ese acto de disimulo, por alguna razón—tal vez por la edad—me encuentro cada vez menos y menos dispuesto a hacerme pendejo. Para incomodidad de la gente a mi alrededor, me he dedicado a pequeños actos de heroísmo ético, como contestar honestamente en encuestas sobre el kinder de mi hijo que la directora es una estúpida; o recordarle calmadamente a vendedores por teléfono que la vida es corta y deberían buscar otro empleo después de que les cuelgue en 3,2,1...; mandar a mis vecinos fotos de sus perros cagando en jardines ajenos; y dar pláticas de divulgación en las que le recuerdo a la gente que dios no existe, entre otros actos de misantropía virtuosa.

Desde hace algunos años había escuchado un rumor—bueno, leído, más bien—en internet, respecto a cómo abandonar formalmente a la Iglesia Católica. El trámite se llamaba apostasía latae sententiae (algo así como "ya consumada") y era un trámite que uno podía hacer, al menos en Europa. En aquel tiempo me había parecido un trámite difícil, pues mencionaba la gente que uno necesitaba ir al templo donde lo habían bautizado por primera vez. Viviendo en Guadalajara, no veía manera de trasladarme a Ciudad de México para hacer el trámite, y además necesitaba sacar cita con los del arzobispado de allá, o tal vez los de aquí, o tal vez todos, y encontrar mi fe de bautizo original o una reciente o ambas. En fin, no estaba clara la información de cómo hacer el trámite y me parecía más difícil hacerlo que hacerme pendejo.

Pero ya no más.

Gracias a la atención que ganó el trámite de apostasía en Argentina hace unos meses en respuesta al voto fallido para legalizar el aborto, me puse a investigar y, para mi alegría, la apostasía ya es una realidad en México y en principio ya tenía todo lo necesario para tramitar la mía. Seguí las instrucciones que me encontré en varios sitios web, empezando por buscar mi fe de bautizo original (la tenía a la mano gracias a que la usé unos años antes cuando me casé) y luego hice algunas llamadas. Pensando que tendría que hacer el trámite en la Ciudad de México, llamé a la notaría del arzobispado de allá. Yo iba a ir a CDMX de todos modos por un par de semanas, así que estaba preparado para aprovechar, pero la mujer que me atendió me dijo que era posible hacer el trámite en Guadalajara, aunque mi bautizo no hubiera sido ahí.

Tras algo de investigación fui a dar con el teléfono del Pbro. Jesús García Zamora, Vicario General del Arzobispado de Guadalajara, con quien tuve una breve conversación por teléfono:

 —Hola, ¿Jesús García Zamora?

 —Sí, a sus órdenes.

 —Quiero hacer un trámite y todo parece indicar que es con usted.

 —Sí, ¿qué trámite?

 —Quiero tramitar mi apostasía.

 —Ah sí... eso. Bueno, pues tráete tus documentos y vente de lunes a jueves para platicar un rato, de 10:00 a 13:30...

Me explicó que la fe de bautizo sí debía ser reciente y que la podía pedir por paquetería llamando a la parroquia donde me bautizaron. Decidí aprovechar mi viaje a CDMX para acudir en persona por el documento. Quedé de aparecer en su despacho en tres semanas.

 —Ándele pues, aquí lo esperamos.

* * *

San Jacinto, San Ángel, Ciudad de México.

La parroquia de San Jacinto en San Ángel es un lugar bonito, si se deja de lado que es una parroquia. Tras algunas vueltas por fuera, al fin encontré la entrada a la notaría, donde una mujer bizca me preguntó en qué me podía ayudar. Le dije que necesitaba un acta de bautizo reciente y que traía la original con los datos.

 —¿Para qué trámite la quiere?

¿Para qué le importa? es lo que le iba a contestar, pero lo pensé mejor. En el registro civil uno pide un acta de nacimiento y no le preguntan para qué es. Pensé que sería así, pero meterse en la vida de las personas es la chamba de esta gente. Rápidamente busqué el nombre del trámite en mi teléfono y se lo mostré:

 —Es para una apostasía—dije, acercando el teléfono a ella—, se escribe en latín, mire...

Era evidente que no tenía idea de lo que era una apostasía ni sabía nada de latín, pero eso nunca había detenido a un católico de hacer lo que se le dicía antes, así que lo anotó en la solicitud.

 —¿Para qué parroquia es?

 —Es para el Vicario General en Guadalajara, Jesús García...

A la salida, me encontré en un edificio cuadrado con un bonito jardín en el centro, con pilares sosteniendo los pisos de arriba. Como mal guión de cine, encontré los clichés apropiados esperándome:

De qué sirve al hombre ganar todo el mundo, si al fin pierde su alma? Mateo 16:26.
El que es incrédulo, no tiene dentro de sí una alma justa. El justo, pues, en su fe vivirá. Habacúc 2:4. Curiosamente, el primer enunciado no está en el original, sino que se lo inventaron, supongo, los de la parroquia.  
Creo que el justo preferiría a sus niños sin violar, gracias. Yo me voy de aquí.

*   *   *

Junto con la fe de bautizo, a uno le piden llevar a la entrevista una copia de su identificación oficial (porque quizá un impostor podría darlo de baja de la Santa Iglesia, ha de saber usted) y una carta explicando los motivos para abandonar la iglesia.  Reproduzco íntegro el texto de la carta que llevé:

Pbro. Jesús García Zamora, Vicario General

Me dirijo a usted para manifestar mi deseo de formalizar mi apostasía de la Iglesia Católica, siendo que nunca he creído en ninguno de sus preceptos pero aún así fui bautizado, sin mi consentimiento, en mi infancia. Recaigo en los cánones 381.1 y 393 del Código de Derecho Canónico, con el objeto de solicitarle iniciar mi proceso de excomunión latae sententiae.

Esta es una decisión que he tomado y ratificado, mas no ejecutado, desde que tengo memoria. Yo nací ateo como todos pero, a diferencia de muchos más, así permanecí. Nunca he creído en ningún dios, la salvación, el pecado, ni nada más allá de lo material. Siempre he considerado a la Iglesia Católica una reliquia oscurantista del pasado supersticioso de la humanidad y, además, promotora de ideas altamente nocivas para nuestra sociedad.

Las revelaciones cada vez más frecuentes del encubrimiento deliberado de pederastas han sido lo que me ha llevado a, por fin, alinear mis acciones con mis convicciones. Dentro de muchos años, cuando la gente me pregunte qué hice mientras niños eran violados y sus victimarios protegidos, quisiera poder contestar con algo mejor que encoger los hombros. Habiendo ya hecho mi parte al no participar en el catolicismo en lo práctico, lo último que me queda es manifestar mi desacuerdo de manera oficial, terminando así con más de una treintena de años de desidia y conflicto interno. Haga lo que haga la Iglesia de aquí en adelante, no será a mi nombre.

El sustento legal de mi petición lo menciono por formalidad, ya que usted seguramente ya lo conoce. Primeramente se encuentran las normas nacionales e internacionales a las que está suscrito nuestro país y que declaran y protegen la libertad de creer o no según se desee, como por ejemplo el Artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas y el Artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas. Nuestra propia Constitución en su artículo 24 garantiza la libertad de credo. Entonces, ratifico que no deseo pertenecer a la Iglesia Católica Apostólica Romana, ni estar vinculado a ella de manera alguna, ni autorizar a esa institución a que lleve registro alguno sobre mis creencias ni mucho menos que me cuente entre los suyos.

Hasta aquí se cubre a lo que yo tengo derecho, pero además la Ley Federal de Protección de Datos Personales en Posesión de los Particulares indica qué procede de su parte, ya que protege los datos personales asentados en archivos, registros, bancos de datos, u otros medios técnicos de tratamiento de datos, informatizados o no, y considera datos personales sensibles a aquellos que revelen las convicciones religiosas, filosóficas o morales de las personas. Por esto, siendo no más un miembro de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, tengo pleno derecho de solicitar la cancelación mis datos en posesión de dicha institución.

Agradeceré su respeto y atención para completar este trámite de forma expedita.

Pablo Héctor Mata Villafuerte
Tras más de dos horas de hacer fila, por fin me recibió el vicario en su oficina. Se había retrasado y ya eran más de las dos, por lo que yo tenía mucha hambre y estaba algo malhumorado, pero me comporté lo mejor que pude. Fue muy amable, me invitó a sentarme con calma a pesar de que ya era mucho más tarde que su hora de salida, y comenzamos a platicar mientras leía el texto anterior. Empezó por preguntarme varias veces si estaba seguro y me recordó todos los sacramentos a los que perdería derecho y todo eso. Yo dije que sí a todo. Luego preguntó:

 —Dime, ¿qué te llevó a querer hacer este trámite por escrito? Es decir, tú no crees ni nada, ¿no te basta con eso?

La misma pregunta harán muchos lectores e inclusive ateos: ¿Si no crees en la iglesia, por qué sí crees en su trámite? Y respondo lo que le contesté al vicario en ese momento y a lo que alude parcialmente la carta: no creo que escribir unas palabras en latín junto a mi nombre en alguna lista vaya a tener efecto en mi salvación o falta de ella. Pero la iglesia sí. Por eso lo estoy haciendo. Para llamarle la atención a ellos. Dentro de años, cuando mi propio hijo me pregunte qué hice yo mientras miles de niños eran violados y sus victimarios protegidos, quisiera poder contestar con algo mejor que decir "Uuu, pues yo qué hacía, al cabo no creía en eso." La iglesia sí cree que las palabras en latín son mágicas y, si no se reforma, la gente como yo usaremos esas palabras y otras para obligarla.

Quiso entonces el vicario cambiar de tema, preguntándome que qué era peor, si la pederastia o el aborto. Pensé por un momento en todos los argumentos al respecto, pero opté por la salida diplomática y dije:

 —Mire, podemos entrar en todos los argumentos uno por uno si quiere, pero ya es muy tarde y me quiero ir a comer, seguramente usted también. Pero órale, si quiere podemos empezar con algunos escenarios hipotéticos. Imagínese que...

Movió la mano, en ademán de decir "basta" y, a continuación, me despidió invitándome a buscar la verdad y reconsiderar (en esto se tardó varios minutos, explicando que debía ponerme a investigar y aprender más sobre el tema; logré contenerme y lo dejé terminar—por eso soy ateo, idiota, quería decir—). Finalmente, me firmó de recibido y reiteró que, si cambiara de opinión, sería bienvenido de regreso:


*   *   *

Lo que pasa a continuación es esperar al documento "oficial" en el que quedo formalmente excomunicado de la Iglesia Católica. Por lo que investigué esto puede tomar varias semanas (supongo que para darme oportunidad de reconsiderar). En cierto modo está fuera de mis manos el trámite de aquí en adelante, aparte de llamar o ir en persona a hacer presión. Cuando tenga ese documento lo agregaré a este artículo como una actualización. Aún así, espero que mi experiencia hasta este punto sirva a otros para tomar la iniciativa y hacer al mundo un poco mejor. Es más lío, al menos en México, sacar una licencia de conducir o tramitar el pasaporte.

Leí en algún lado a la gente del arzobispado en CDMX diciendo que eran cada vez más los que hacían este trámite, unos 10 o 15 al año. Para mí eso es escandalosamente bajo: deberían ser 10 o 15 diarios en cada parroquia en todo el mundo. Eso sí que los haría reaccionar. Pero no vamos a llegar a ese nivel encogiéndonos de hombros.