2019-09-30

Proteger a la democracia



La libertad es una junta sin fin.
—Francesca Polletta

Decía el gran Christopher Hitchens que parecía que alguien en Corea del Norte le había dado una copia de 1984 a Kim Il-Sung en los 50’s y éste lo tomó como si fuera un manual. Eso sentí cuando leí The People Against Democracy de Jascha Mounk, respecto al actual presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su gobierno. No quiero que este sea un artículo demasiado enfocado al caso particular de México, por lo que trataré de mantener las referencias a la política mexicana escasas, pero es casi cómico cómo AMLO y sus partidarios siguen al pie de la letra todas las acciones que siguen los gobiernos antidemocraticos, según Mounk.

Hasta hace pocos años estaba entendido en las Ciencias Políticas que, una vez superado cierto umbral de progreso económico, político y educativo, un país se podría mantener como una democracia de forma indefinida. Más específicamente, se requerían unos $14,000 USD anuales per capita, una sociedad civil vibrante e instituciones independientes del estado para dar el diagnóstico de una democracia consolidada. Sin embargo, en los últimos años, y particularmente tras la crisis financiera de 2008, hemos visto cómo países considerados democracias consolidadas han tenido retrocesos significativos, como en Polonia y Hungría, que ahora son controlados por líderes y partidos populistas con todo y que son miembros de la Unión Europea.

También estaba entendido que el liberalismo y la democracia eran interdependientes. Pero ahora, están emergiendo países y alianzas de países con uno pero no con lo otro, escenario que antes parecía un sinsentido. Estamos viendo surgir a países que tienen liberalismo antidemocrático (derechos individuales pero sin democracia) y, por otro lado, democracias iliberales (democracia pero sin derechos individuales). Es en este sector que se ubican los gobiernos populistas, hasta que dejan de lado su cara democrática y descienden, casi siempre, al autoritarismo.

En este momento conviene repasar las definiciones que ofrece Mounk para entender de qué estamos hablando:

Democracia es un conjunto de instituciones con poder vinculante que traducen los puntos de vista mayoritarios en políticas públicas.

Instituciones liberales son aquellas que protegen el estado de derecho (Rule of Law) y garantizan los derechos individuales como la libertad de expresión, religiosa, de la prensa y de asociación, entre otras. El liberalismo es, dicho de otro modo, la idea de que el poder del gobierno debe tener límites, en particular en lo que se refiere al poder que puede tener sobre los individuos. (El neoliberalismo es, a grandes rasgos, la extensión de estas libertades para los mercados.)

Una democracia liberal, entonces, es un sistema político que es tanto liberal como democrático—traduce los puntos de vista populares a políticas públicas y también protege los derechos de los individuos.

El populismo es democrático (al menos por fuera) pero altamente iliberal, en cuanto a que pretende expresar las frustraciones del pueblo y a la vez sabotea las instituciones liberales del estado. Dice Mounk:
[Los populistas] afirman que las soluciones a la mayoría de los problemas que más nos preocupan en nuestros tiempos son mucho más directas que lo nos hace creer el establecimiento político, y que la mayoría de las personas ordinarias instintivamente saben qué se debe hacer. En el fondo, ven a la política como un asunto simple. Si tan solo la voz ‘pura’ del pueblo prevaleciera, las razones del descontento popular rápidamente desaparecerían.
Los populistas culpan a alguien, usualmente extranjeros o élites domésticas, por entorpecer o detener la voluntad del pueblo:
Primero, los populistas afirman que un líder honesto—uno que comparte la visión pura del pueblo y está dispuesto a luchar de su parte—debe llegar al poder. Segundo, una vez que el líder honesto esté al mando, necesita abolir las trabas institucionales que pudieran detenerlo al realizar la voluntad del pueblo.
En la mente de los populistas, los controles sobre el poder del estado y los acuerdos que se tengan con las minorías en un país estorban a la voluntad del pueblo, que debería ejecutarse sin filtros. Ellos ven a los controles institucionales como una forma de corrupción (para escuchas o lectores mexicanos ya será claro a qué me refería con que esto parece un manual operativo del actual gobierno; pero esperen, se pone peor).

Entre los primeros pasos del populista está el ataque a la prensa libre, porque la prensa podría demostrar que no existe un consenso sobre lo que quiere ‘el pueblo’, o inclusive podría demostrar que quiere algo contrario a las políticas del populista.

Después ocurre el ataque a las instituciones independientes, como centros de estudio, fundaciones, asociaciones civiles, sindicatos, organizaciones religiosas y otras organizaciones no gubernamentales (ONGs). La mayor furia es destinada a las instituciones del estado que no están bajo el control directo del gobierno populista. Estas instituciones son acusadas de traición para después ser “reformadas” o abolidas por completo. Durante todo este proceso los populistas se muestran como los “verdaderamente” democráticos, en contraste con las élites perversas que los precedieron.
[Si] las soluciones para los problemas del mundo son tan obvias como dicen los populistas, entonces las élites políticas deben estar fracasando en implementarlas por una de dos razones: o son corruptas, o secretamente están trabajando para intereses externos.
*   *   *

¿Pero qué hace que la gente considere a los populistas como una opción viable en primer lugar? ¿Por qué en países francamente prósperos como Polonia o Hungría, y ni se diga Reino Unido, Francia y Estados Unidos, las personas votan por gente autoritaria e incompetente a propósito? Teniendo la ruta a seguir ya trazada por estos países, ¿por qué los países en desarrollo se salen del camino hacia la ruta que siempre fracasa? En parte, dice Mounk, esto se explica como una reacción a tener derechos pero sin democracia, que es la condición opuesta al populismo.

En general la gente en los países prósperos e inclusive en los de media tabla está dispuesta a aguantar no ser tomados en cuenta si las cosas, a grandes rasgos, van mejorando. Pero hay malas situaciones que actualmente todo mundo puede ver, por más desconectado que se esté de los indicadores económicos y demográficos. Cuando éstas situaciones no mejoran o parecen incluso empeorar, el clamor—completamente justificado—por hacer algo es ignorado por los gobiernos que se habían dedicado a meramente administrar sin gobernar.

Tres factores importantes de descontento que identifica Mounk son:
  1. Estancamiento en los niveles de vida: a pesar del crecimiento económico estable, la vida diaria de muchas personas mejora poco, nada, o incluso retrocede. 
  2. Sociedades más heterogéneas: la migración introduce poblaciones nuevas en lugares que, por el estancamiento del punto 1, no quieren recibirlas. La mayoría de las personas perciben a la economía y a los recursos del estado como juegos de suma cero, en los que unos solo ganan si es a expensas de otros. Por lo tanto, quienes sean percibidos como beneficiarios ilegítimos de esos recursos serán demonizados.
  3. Redes sociales: paradójicamente, la democratización de los medios de comunicación masiva ha permitido que florezca la desinformación, la propaganda y el pensamiento conspiratorio. El ciudadano común, que en general quiere hacer bien y seguir adelante con su vida, es inundado con tanto “contenido” que se va por las explicaciones fáciles o desiste de informarse por completo. En la democracia de la información, la verdad siempre va en desventaja.
Todo esto no sería problema si los gobiernos fueran realmente democráticos en el sentido de responder al sentir de la población, que es donde entra la condición de tener derechos pero sin democracia. Esto ocurre de las siguientes maneras:
  • Para bien o para mal, (yo diría que generalmente para bien) mucha política es diseñada e implementada por tecnócratas que en gran medida no fueron electos.
  • También para bien o para mal (y también en general para bien) muchas políticas populares han sido detenidas por jueces, que tampoco son nombrados de manera democrática (al menos no directa).
  • Además, los acuerdos internacionales a los que una nación esté suscrita también pueden detener la voluntad de la gente, de nuevo para bien o mal. Inclusive cuando los líderes electos quisieran cambiar de rumbo, muchas veces encuentran que no pueden por los compromisos internacionales.
  • Aún en los casos cuando el proceso político está libre de las restricciones de los puntos anteriores, en ocasiones las instituciones electorales están capturadas por élites o grupos de interés (esto es sobre todo notable en Estados Unidos, por ejemplo, donde los representantes no hacen lo que quieran los votantes, sino los mayores donadores a sus campañas).
  • Finalmente, la clase política suele surgir de sectores usualmente desapegados de la sociedad en general, limitándose a gente salida del mundo de las leyes, finanzas y negocios.
Para los jóvenes nacidos en democracias liberales, su única experiencia con éstas ha sido, en el mejor de los casos, de estancamiento. Vieron en su adolescencia cómo una catástrofe financiera mundial terminó sin un solo culpable en la cárcel, al menos no en los países liberales donde se suponía que esto debería suceder. En la perspectiva histórica la humanidad está mejor que nunca, pero es difícil de entender para quienes no vivieron el comunismo ni el fascismo. Para los nacidos en los 90’s y más, el liberalismo ha representado una parálisis frustrante, en la que pareciera que los países más autoritarios (digamos China) ejecutan política pública mejor que los más liberales, que están atorados en embrollos eternos como Brexit o incomprensibles tratados internacionales.

Aunque la desigualdad económica global se ha reducido drásticamente en las últimas décadas, en el mismo periodo se han estancado las economías más liberales y desarrolladas, y la desigualdad dentro de éstas sí ha aumentado.

A lo largo del mundo podemos ver, sobre todo entre los más jóvenes, cómo el compromiso con los valores democráticos liberales va a la baja. El número de millenials que considera que la democracia es escencial disminuye en los últimos años; en Estados Unidos, solo 1 de cada 3 la considera necesaria, mientras que 1 en 4 la considera de plano la peor opción.

Entre los más jóvenes se encuentra cada vez más apoyo por dictaduras y partidos de extrema izquierda o derecha y podemos ver cómo los mismos candidatos extremos son cada vez más jóvenes también.
La mejor evidencia parece sugerir que los ciudadanos le son leales a un sistema político porque mantuvo la paz y le hizo bien a sus bolsillos, y no porque tuvieran un compromiso profundo con sus principios fundamentales.
Si bien en términos objetivos los habitantes de los países más desarrollados son los humanos con las mejores vidas de la historia, son las expectativas acerca del futuro las que los hacen considerar a los populistas. Ante esta circunstancia de escasez, sea real o percibida, el proteccionismo económico y la restricción a la migración se ven más atractivos. (Curiosamente, es en países y regiones donde hay menos migrantes donde el sentimiento antimigrante es mayor: no importa el estado de relativa abundancia actual, sino la percibida escasez futura.)
"¿Sería ____ una buena o mala opción para gobernar nuestro país?" (Pew Research)

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¿Y qué se puede hacer? Principalmente, hay tres áreas que se tienen que atender con cuidado para prevenir la descomposición democrática: la política-electoral, la nacionalista, y la económica.

Primero, los disidentes de gobiernos populistas deben organizarse para protestar pacíficamente cada que sea posible (de ahí la cita de la socióloga Francesca Polletta que abre este artículo, título de uno de sus libros). Los populistas deben ser derrotados por la vía de las urnas cuanto antes sea posible, para evitar que lleguen al poder en primer lugar y, en caso de que lo logren, para impedir que consoliden su mando. La oposición organizada y unida es vital:
En todos los casos en los que los populistas han tomado el poder o han sido reelectos, las divisiones profundas entre sus opositores han sido clave.
Los opositores deben enfocarse en un mensaje positivo en vez de recontar las fallas del populista obsesivamente, y deben diferenciarse claramente del status quo. No basta con oponerse a lo que el populista diga o haga; deben ofrecer su propio plan claro para el futuro.

En segundo lugar, es necesario domesticar al nacionalismo: debemos forjar un patriotismo nuevo e incluyente, libre del racismo de la izquierda y derecha. Debería construirse sobre la tradición de la democracia liberal y multiétnica para mostrar que los lazos que nos unen van más allá de la etnia y religión; esto es, debe centrarse en revitalizar el rol del ciudadano.
Si deseamos preservar la democracia liberal, no podemos exentar a las minorías de sus obligaciones.
Debemos reconocer los derechos de la gente que ya está en un país, así como el hecho de que una nación es una comunidad geográficamente delimitada que solo puede persistir cuando tiene control sobre sus fronteras. Son las fronteras, precisamente, las que hacen que las naciones no solamente sean distintas a otras, sino mejores. Si no fuera así, no habría migración.

Parafraseando a Bill Clinton, el tercer punto es la economía, estúpido. Si no podemos restaurar el desarrollo económico y, sobre todo, el optimismo económico, los populistas prometerán hacerlo.  La globalización y el desarrollo tecnológico son beneficios netos, pero los gobiernos han hecho que sus frutos estén distribuidos de manera injusta. Lo que agravia a muchos no es la desigualdad en sí: es la desigualdad injusta.

El primer paso para lograr esto es la recaudación eficaz e inteligente—cosa que se dice fácil. No será sencillo, pero hay que dejar sin opciones a los evasores de impuestos y presionar a los paraísos fiscales (sí se puede: Suiza, por ejemplo, ha prácticamente desmantelado su condición de paraíso fiscal).

(Los países desarrollados que estudia Mounk no tienen el problema generalizado de inseguridad que padecemos en el mundo en desarrollo, pero resolver eso sería una precondición para poder aumentar la productividad y hacer creíble que el futuro sea mejor.)

Un estado de bienestar moderno debería proteger a sus ciudadanos en caso de enfermedad u otra catástrofe. Deberíamos encontrar la manera de desacoplar los beneficios sociales del empleo tradicional, que tiene un futuro incierto. Si hacemos que la seguridad social sea solo para quienes trabajan, pronto nos encontraremos con que solo la tienen los robots. Un estado que protege a todos, y no solo a los que laboran, hace que todos estén en mejores condiciones de tomar riesgos.

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El trabajo de hacer sonar la alarma contra el populismo autoritario es malagradecido. Mounk empezó mucho antes de que se pusiera de moda y fue visto como un alarmista. Como él, muchos opositores se están enfrentando a esas acusaciones en México, Estados Unidos, Argentina y más. Lo ideal sería tener la visión perfecta, como oráculo, de cuáles líderes autoritarios o incompetentes simplemente pasarán y cuáles sí serán de cuidado. Pero no tenemos eso. Tenemos la opción de pecar de alarmistas exagerados y que las cosas resulten bien, o al menos no peor que antes; o podemos subestimar las señales claras de lo que viene y acabar como Rusia o Venezuela. Y usted, ¿cuál error preferiría cometer?


2019-09-21

Nuevos ejes políticos



Un tema recurrente en AutóMata será la teoría de la herradura política: esto es que, en sus extremos, la izquierda y derecha se juntan y son lo mismo, porque quieren muchas de las mismas cosas y recurren a las mismas tácticas para lograrlas. Crucialmente, se enfrentan férreamente no la una con la otra, sino ambas contra el centro, que es además el que ideológicamente y en la práctica les queda más lejos. Esta teoría no es nueva ni es perfecta, pero explica mucho más que el tradicional espectro lineal de izquierda a derecha y es muy útil para entender qué implican las etiquetas políticas que las personas se ponen (que ellas mismas las entiendan es otro asunto).

Tras la caída del Muro de Berlín, Francis Fukuyama se aventuró a usar la frase “el fin de la historia” para describir el momento. Es desafortunado que la escogiera no porque estuviera equivocado, sino porque los últimos 30 años ha tenido que defenderse de gente que no la leyó en contexto y que insiste en atribuirle posiciones que nunca tuvo. El punto general que estaba tratando de hacer sí es correcto y es lo que rápidamente discutiré hoy, con algunas extensiones.

En cuanto a los distintos modelos de país en el que uno pudiera vivir, existe uno, a grandes rasgos, que sí funciona y ya sabemos bien cuál es: consta de un capitalismo fuerte en conjunto con una república democrática, también fuerte, que le cobra impuestos para pagar salud, educación e infraestructura. Ése es el modelo. Los países donde la gente quisiera vivir todos son así. Los países de los que la gente se va nadando o cruzando alambres de púas y guardias armados son los que no son así. Podemos debatir si deberíamos adoptar un sistema más presidencial o más parlamentario; podemos discutir sobre cuántos diputados y senadores tener; estaremos en desacuerdo sobre cuántos jueces debería tener la suprema corte, que si cinco o siete o nueve; podemos probar con distintas tasas de impuestos marginales, o ingresos básicos universales o incluso tasas negativas; deberíamos considerar si el mandato del banco central autónomo será controlar la inflación o promover el crecimiento, o ambas cosas o ninguna. Pero si vamos a hablar de construir un país donde la gente sí quisiera vivir, no vamos a debatir que deberían existir esas cosas y muchas otras que las complementan.

Entonces, la cuestión importante no es la distinción izquierda o derecha (este ya soy yo argumentando, no Fukuyama). Lo relevante es la competencia o incompetencia para implementar el modelo que ya sabemos es por mucho el mejor, aunque no sea perfecto. Por supuesto, aunque la gente se coloca felizmente en la izquierda y a veces también en la derecha, nadie va a levantar la mano a decir que son orgullosos incompetentes. Por eso, es necesario crear dentro de nosotros un diccionario de sinónimos políticos para estas posiciones que, en tiempo real, esté traduciendo los debates obsoletos entre izquierdas y derechas a cuestiones de competencia e incompetencia para implementar El Modelo. Para lograr implementarlo, hay cosas que no funcionan actualmente y hay que cambiar, y hay otras que ya están funcionando bien y hay que conservar. En la medida en que izquierda y derecha sirvan para eso, uno puede votar por unos o por otros (o por ninguno).

Por supuesto, lo mejor sería que más personas que votan y son votadas optaran por simplemente implementar el modelo y ya, sin las etiquetas inútiles que solo distraen de la cuestión importante, que es la capacidad para hacer lo que sí funciona. A estas alturas, ya sabemos qué cosas definitivamente no funcionan: cientos de millones de muertos en el Siglo XX y otros miles más en lo que va del XXI son un recordatorio constante de lo que ha costado aprender esas lecciones. La labor ante nosotros no es poca cosa, porque requiere una gran cantidad de educación, sobre todo histórica y cívica. Por si fuera poco, hay que hacerlo entre la cacofonía de demagogia, propaganda y desinformación que inunda nuestros tiempos y en países, como México, en los que la mayoría de la gente no lee ni tres libros al año (y suelen ser burradas de autoayuda).

¿Y cuál es la alternativa? ¿Hacer nada? Eso es lo que, sin duda, llevaría al fin de la historia.

2019-09-13

Puritanos de derecha e izquierda



Puritanismo: El perturbador temor de que alguien, en algún lado, pudiera estar feliz.
—H.L. Mencken

La derecha social, es bien sabido, detesta que la gente pueda experimentar placer sin consecuencias. Actos perfectamente consensuales entre adultos, o por parte de un adulto por sí mismo, y en los que no hay ninguna víctima, son denunciados como faltas a la moral, al pudor o, clásicamente, como “libertinaje”. El libertinaje es solamente un insulto para la libertad que no les gusta de otras personas, por estar ellos, los derechosos, mentalmente castrados para poder ejercerla y, horror, quizá disfrutar de algo en la vida.

Esta privación de placer masoquista y casi siempre motivada por la superstición solamente solo se puede perpetuar por el lavado de coco desde la infancia, en la que supuestamente es una virtud privarse del placer porque, supuestamente, al ser supremo que lo creó no le gusta. Al contrario, el masoquismo inútil se glorifica y a cualquier señal de gozo, sobre todo corporal, se le demoniza. El ejemplo extremo de esto es el Islam más conservador, pero también se presenta en el judaísmo ortodoxo y varias ramas del cristianismo.

Como este asceticismo inane es imposible de mantener para un típico animal humano, inevitablemente produce derechosos hipócritas que, en cuanto pueden darse una escapada, se dejan llevar por placeres de la carne que no se ven ni en una orgía de hippies, y no pocas veces acaban incurriendo en francos delitos como pederastia o trata de personas. El mojigatismo es inevitable.

Esta actitud de horror, envidia o rencor ante el placer de los demás tiene su espejo del lado izquierdo del espectro político, donde los placeres económicos reemplazan a los carnales como objeto de desprecio. Quienes disfrutan—con razón—de hacer con su cuerpo lo que más les plazca mientras no haya consecuencias negativas para otros, frecuentemente denuncian a quienes se atreven a hacer con su propio dinero lo que quieren. El libertinaje económico es el peor pecado del que uno puede ser acusado desde la izquierda; no hay nada más deleznable para ellos que ser económicamente exitoso y disfrutarlo porque, al igual que en la derecha se considera un pecado disfrutar del cuerpo, en la izquierda se considera un pecado disfrutar del dinero. Análogamente, se hace de la pobreza una virtud—cuanto más fracasado sea uno, mejor. Hacer algo por sacar a la gente de la pobreza, no.

Y claro, hay mojigatos de izquierda también, porque igualmente son una consecuencia inevitable de negar la realidad. Hasta el Ché tenía que comer, carajo. Los ejemplos abundan entre políticos supuestamente socialistas y críticos del neoliberalismo que, oh sorpresa, tienen múltiples casas y departamentos en el extranjero, acciones en diversas empresas y se pagan sus sueldos en dólares—frecuentemente sin siquiera trabajar, para colmo.

Igual que para el placer físico, para el económico no existe alguna fuente limitada que, si algunos abusaran de ella, se agotaría. No existe un principio de conservación del placer, y el dinero es, a estas alturas, algo completamente inventado por los humanos a conveniencia para, aproximadamente, medir el mérito del trabajo de uno. De la misma manera que prohibirle a un individuo masturbarse no le traspasará su placer a otro por magia, ni en este mundo ni en otro, prohibir a otro comprarse el café que le gusta o un boleto VIP en el cine no se lo transferirá a otro que no lo puede o quiere pagar.

Las reglas de convivencia humana las inventamos, exclusivamente, los humanos. Al Universo no le importa. Esto es una magnífica oportunidad: hagamos las reglas que más nos gusten, basándonos en entender el mundo como es, para poder disfrutarlo mientras estamos aquí.

2019-09-08

Tu identidad te hace tonto



¿Por qué fracasan las conversaciones sobre política y religión? Todo mundo sabe que, por educación, esos temas no se tocan a menos que, por los medios más indirectos y sutiles, sepamos que nuestro potencial interlocutor es de mente afín a la nuestra.

El programador, autor y emprendedor Paul Graham sugiere en su artículo, Keep Your Identity Small (2009) que la respuesta no está en la educación de los interlocutores, ni en su paciencia, ni mucho menos en su inteligencia. La clave está en que son incapaces de separar los temas de la política y la religión de su política y su religión: los asocian con su identidad.
Los ánimos se calientan en estas conversaciones porque inmediatamente los desacuerdos son percibidos como ataques personales. Un buen argumento, que bajo otro contexto sería bienvenido con curiosidad, perplejidad o asombro, en esos temas es tomado como un insulto a uno o a su honor. Crucialmente, estos debates se estancan no porque falten respuestas correctas—sí, todo mundo tiene sus propias opiniones, pero algunas realmente están mal. Lo que es distinto acerca de las discusiones sobre religión y política es que las personas sienten que no necesitan mucho conocimiento para poder opinar y ser tomados en cuenta. Después de todo, están hablando de sí mismas.

Asumiéndose como perteneciente a una comunidad X, uno necesariamente limita sus opiniones acerca de X a las positivas, aunque objetivamente haya cosas legítimas que se le pudiera criticar a X. Por identificarme como ateo, por ejemplo, inmediatamente me ciego a las críticas legítimas que pudiera haber hacia el ateísmo. Pero si meramente me describo como ateo, si logro un cierto desapego o indiferencia hacia la identidad y la convierto en una mera etiqueta, podría lograr “captar” lo que mis críticos me están diciendo, sin miedo a que pudieran tener razón. Y esto aplica para todas las identidades que pudiera asumir: ser mexicano, hombre, físico, programador, heterosexual o lo que sea.

Transicionando de identidades, que son necesariamente prescriptivas, a identificadores o etiquetas, que son meramente descriptivas, puedo desacoplar lo intelectual de lo emocional y pensar más claro. Después de todo, lo que me importa a fin de cuentas es creer cosas ciertas por buenas razones o, dicho de otro modo, si estoy equivocado en algo, pues quisiera saber en qué, para dejar de estar equivocado. El pensamiento “puro” o “iluminado”, entonces, consiste en llegar a un punto en el que ni siquiera se tienen dichas etiquetas y se puede considerar los argumentos en su estado “puro”.

Obviamente, esto es sumamente difícil y más bien es de carácter aspiracional. Pero solamente tener esta idea ejecutándose en el fondo de mi sistema operativo me ha resultado ya en mucho material aprendido que antes hubiera desechado inmediatamente solo por mi identidad o la identidad de quien lo proponía. Aún más, al parecer sí tengo posiciones defendibles no solo porque pertenecen a mi tribu, sino porque realmente tienen mérito buenas (como el ateísmo). Y si no lo he evitado, al menos sí he reducido lo que más preocupa a Graham: cada etiqueta que te pones te hace más tonto.