2019-09-08

Tu identidad te hace tonto



¿Por qué fracasan las conversaciones sobre política y religión? Todo mundo sabe que, por educación, esos temas no se tocan a menos que, por los medios más indirectos y sutiles, sepamos que nuestro potencial interlocutor es de mente afín a la nuestra.

El programador, autor y emprendedor Paul Graham sugiere en su artículo, Keep Your Identity Small (2009) que la respuesta no está en la educación de los interlocutores, ni en su paciencia, ni mucho menos en su inteligencia. La clave está en que son incapaces de separar los temas de la política y la religión de su política y su religión: los asocian con su identidad.
Los ánimos se calientan en estas conversaciones porque inmediatamente los desacuerdos son percibidos como ataques personales. Un buen argumento, que bajo otro contexto sería bienvenido con curiosidad, perplejidad o asombro, en esos temas es tomado como un insulto a uno o a su honor. Crucialmente, estos debates se estancan no porque falten respuestas correctas—sí, todo mundo tiene sus propias opiniones, pero algunas realmente están mal. Lo que es distinto acerca de las discusiones sobre religión y política es que las personas sienten que no necesitan mucho conocimiento para poder opinar y ser tomados en cuenta. Después de todo, están hablando de sí mismas.

Asumiéndose como perteneciente a una comunidad X, uno necesariamente limita sus opiniones acerca de X a las positivas, aunque objetivamente haya cosas legítimas que se le pudiera criticar a X. Por identificarme como ateo, por ejemplo, inmediatamente me ciego a las críticas legítimas que pudiera haber hacia el ateísmo. Pero si meramente me describo como ateo, si logro un cierto desapego o indiferencia hacia la identidad y la convierto en una mera etiqueta, podría lograr “captar” lo que mis críticos me están diciendo, sin miedo a que pudieran tener razón. Y esto aplica para todas las identidades que pudiera asumir: ser mexicano, hombre, físico, programador, heterosexual o lo que sea.

Transicionando de identidades, que son necesariamente prescriptivas, a identificadores o etiquetas, que son meramente descriptivas, puedo desacoplar lo intelectual de lo emocional y pensar más claro. Después de todo, lo que me importa a fin de cuentas es creer cosas ciertas por buenas razones o, dicho de otro modo, si estoy equivocado en algo, pues quisiera saber en qué, para dejar de estar equivocado. El pensamiento “puro” o “iluminado”, entonces, consiste en llegar a un punto en el que ni siquiera se tienen dichas etiquetas y se puede considerar los argumentos en su estado “puro”.

Obviamente, esto es sumamente difícil y más bien es de carácter aspiracional. Pero solamente tener esta idea ejecutándose en el fondo de mi sistema operativo me ha resultado ya en mucho material aprendido que antes hubiera desechado inmediatamente solo por mi identidad o la identidad de quien lo proponía. Aún más, al parecer sí tengo posiciones defendibles no solo porque pertenecen a mi tribu, sino porque realmente tienen mérito buenas (como el ateísmo). Y si no lo he evitado, al menos sí he reducido lo que más preocupa a Graham: cada etiqueta que te pones te hace más tonto.