2019-09-21

Nuevos ejes políticos



Un tema recurrente en AutóMata será la teoría de la herradura política: esto es que, en sus extremos, la izquierda y derecha se juntan y son lo mismo, porque quieren muchas de las mismas cosas y recurren a las mismas tácticas para lograrlas. Crucialmente, se enfrentan férreamente no la una con la otra, sino ambas contra el centro, que es además el que ideológicamente y en la práctica les queda más lejos. Esta teoría no es nueva ni es perfecta, pero explica mucho más que el tradicional espectro lineal de izquierda a derecha y es muy útil para entender qué implican las etiquetas políticas que las personas se ponen (que ellas mismas las entiendan es otro asunto).

Tras la caída del Muro de Berlín, Francis Fukuyama se aventuró a usar la frase “el fin de la historia” para describir el momento. Es desafortunado que la escogiera no porque estuviera equivocado, sino porque los últimos 30 años ha tenido que defenderse de gente que no la leyó en contexto y que insiste en atribuirle posiciones que nunca tuvo. El punto general que estaba tratando de hacer sí es correcto y es lo que rápidamente discutiré hoy, con algunas extensiones.

En cuanto a los distintos modelos de país en el que uno pudiera vivir, existe uno, a grandes rasgos, que sí funciona y ya sabemos bien cuál es: consta de un capitalismo fuerte en conjunto con una república democrática, también fuerte, que le cobra impuestos para pagar salud, educación e infraestructura. Ése es el modelo. Los países donde la gente quisiera vivir todos son así. Los países de los que la gente se va nadando o cruzando alambres de púas y guardias armados son los que no son así. Podemos debatir si deberíamos adoptar un sistema más presidencial o más parlamentario; podemos discutir sobre cuántos diputados y senadores tener; estaremos en desacuerdo sobre cuántos jueces debería tener la suprema corte, que si cinco o siete o nueve; podemos probar con distintas tasas de impuestos marginales, o ingresos básicos universales o incluso tasas negativas; deberíamos considerar si el mandato del banco central autónomo será controlar la inflación o promover el crecimiento, o ambas cosas o ninguna. Pero si vamos a hablar de construir un país donde la gente sí quisiera vivir, no vamos a debatir que deberían existir esas cosas y muchas otras que las complementan.

Entonces, la cuestión importante no es la distinción izquierda o derecha (este ya soy yo argumentando, no Fukuyama). Lo relevante es la competencia o incompetencia para implementar el modelo que ya sabemos es por mucho el mejor, aunque no sea perfecto. Por supuesto, aunque la gente se coloca felizmente en la izquierda y a veces también en la derecha, nadie va a levantar la mano a decir que son orgullosos incompetentes. Por eso, es necesario crear dentro de nosotros un diccionario de sinónimos políticos para estas posiciones que, en tiempo real, esté traduciendo los debates obsoletos entre izquierdas y derechas a cuestiones de competencia e incompetencia para implementar El Modelo. Para lograr implementarlo, hay cosas que no funcionan actualmente y hay que cambiar, y hay otras que ya están funcionando bien y hay que conservar. En la medida en que izquierda y derecha sirvan para eso, uno puede votar por unos o por otros (o por ninguno).

Por supuesto, lo mejor sería que más personas que votan y son votadas optaran por simplemente implementar el modelo y ya, sin las etiquetas inútiles que solo distraen de la cuestión importante, que es la capacidad para hacer lo que sí funciona. A estas alturas, ya sabemos qué cosas definitivamente no funcionan: cientos de millones de muertos en el Siglo XX y otros miles más en lo que va del XXI son un recordatorio constante de lo que ha costado aprender esas lecciones. La labor ante nosotros no es poca cosa, porque requiere una gran cantidad de educación, sobre todo histórica y cívica. Por si fuera poco, hay que hacerlo entre la cacofonía de demagogia, propaganda y desinformación que inunda nuestros tiempos y en países, como México, en los que la mayoría de la gente no lee ni tres libros al año (y suelen ser burradas de autoayuda).

¿Y cuál es la alternativa? ¿Hacer nada? Eso es lo que, sin duda, llevaría al fin de la historia.