2016-12-28

Encarando Hechos Desagradables

Me he encontrado cada vez más y más con el desprecio de la supuesta 'izquierda' dirigida a las instituciones, a la cultura, a la ciencia y, sobre todo, a todo lo que se le pudiera concebir como 'imperialismo' o 'colonialismo'. También me he encontrado con que esta misma gente se despedaza entre sí, formando tribus irreconciliables basadas en alguna pureza ideológica indefinible y así asegurando su derrota (véanse los partidos de izquierda de cualquier país, especialmente México). Todo les parece mal, pero rara vez proponen hacer algo medianamente viable o provechoso. Constantemente regresan a ideas ya desacreditadas hace décadas y, para colmo, añoran tiempos de antaño cuando los dictadores 'buenos' como Castro o Chávez ponían orden o, al menos, retaban al susodicho 'neoliberalismo'—un término despectivo que no significa nada, pero aplica a toda la política que a la izquierda no le gusta.

Lo más frustrante de la situación es que en muchas cosas tienen razón, pero renuncian a los buenos argumentos que pudieran usar e inclusive dan la espalada a las vías que ya se sabe que funcionan y los pensadores que sí tienen o tenían razón, o que al menos proponen hacer algo (en México, contrasten a John Ackerman con Denisse Dresser para un ejemplo de la crítica inane a todo y la crítica que al menos propone algo). Eso es lo que resulta del relativismo: no se puede seguir un curso de acción porque es el mejor, sino simplemente porque a uno le gusta o por lealtad a la tribu, y cualquier intento de argumentación es inútil porque todo es relativo. Todo es propaganda, no hay democracias verdaderas, no hay periodismo confiable, no hay buenos ni malos, todos están financiados por supervillanos invisibles, todos los bandos en una guerra son moralmente equivalentes (bueno, los 'neoliberales' son peores, de algún modo) y es lo mejor quejarse mucho pero sin comprometerse a nada. Y lo peor de todo es que la derecha ha aprendido la lección y ha adoptado las mismas tácticas, resultando en el llamado momento de la post-verdad.

Y es en este contexto que me encuentro con un pasaje como este, escrito hace 75 años:
Sé que es la moda decir que la mayor parte de la historia es mentira de todos modos. Estoy dispuesto a creer que la historia es en su mayor parte inexacta y sesgada, pero lo que es peculiar a nuestro tiempo es el abandono de la idea de que la historia pudiera ser escrita con veracidad. En el pasado la gente mentía deliberadamente, o matizaba inconscientemente lo que escribía, o batallaban tras la verdad, bien sabiendo que debería haber errores; pero en cada caso creían que 'los hechos' existían y de algún modo se podían descubrir. Y en la práctica siempre había un cuerpo considerable de datos que serían reconocidos por casi todos.
El texto es del ensayo Looking Back on the Spanish Civil War de Eric Blair o, como todos lo conocemos, George Orwell (Recordando la Guerra Civil Española; la traducción desde el inglés es mía). En England Your England, Orwell hace el siguiente comentario sobre sus camaradas de izquierda:

La mentalidad de la inteligentsia inglesa puede ser estudiada en media docena de publicaciones semanales y mensuales. Lo que apantalla a uno inmediatamente es su actitud genéricamente confrontacional y negativa, y su falta total en todo momento de una sugerencia constructiva. No hay en ellos casi nada aparte de los berrinches de gente que nunca ha estado ni espera estar en el poder. Otra característica es la emoción superficial de gente que vive en un mundo de ideas y tiene poco contacto con la realidad física de las cosas [HM: Orwell vivió como vagabundo en Londres, lavó platos en París, luchó y fue herido en la guerra civil española y fue policía colonial en Birmania, entre otras cosas]. Muchos intelectuales de la Izquierda fueron pacifistas flácidos hasta 1935, luego belicosos histéricos contra Alemania en 1935-9, y convenientemente se callaron cuando la guerra comenzó.

[...]Durante los años críticos de la guerra, los de izquierda estaban erosionando la moral inglesa, tratando de diseminar una visión a veces de pacifismo blando, a veces violentamente pro-ruso, pero siempre anti-inglés.
Orwell fue un hombre de ideas, pero estas surgieron de ser ante todo un hombre de acción. Su autoridad moral viene, como dice George Packer en la introducción al volumen de ensayos Facing Unpleasant Facts, de la fórmula "yo estuve ahí—yo lo vi—yo sé." Este volumen está dedicado a ensayos narrativos, pero Orwell aprovecha para hacer crítica, meramente contando lo que pasa a su alrededor y en su mente. Todos los ensayos de la colección fueron escritos antes de 1984 y solo uno fue posterior a Rebelión en la Granja, y ninguno es ficción (aquí hay puntos extras para quienes nombren sus otras novelas). Aparte de la guerra civil española Orwell cuenta sobre la gente invisible de Marruecos, la ejecución de un prisionero en Birmania, su propia ejecución de un elefante incitado por una chusma, los bombardeos alemanes sobre Londres en la Segunda Guerra Mundial, la pobreza de las clases obreras en el Reino Unido, la miseria de ser internado en un hospital público en París, y el terror de la niñez en la educación privada. Pero no todo en la colección es suciedad e injusticia: también celebra los pequeños placeres naturales de la primavera, una buena chimenea, plantar un árbol, tomar un buen té, y vencer a los fascistas.

En Why I Write, escribe que "...cada línea de trabajo serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, en contra del totalitarianismo y a favor del socialismo democrático." Aunque 1984 y la Rebelión son los relatos que uno más asocia con este sentimiento, el ensayo Such, Such Were The Joys es la historia real de la educación totalitaria en las famosas prep schools, o colegios de preparación, a los que eran enviados los jóvenes de las familias pudientes y algunos afotunados(?) becarios de clase obrera como Orwell, para prepararse para entrar a universidades públicas prestigiosas. Estas escuelas tenían el propósito de asegurar la entrada de sus alumnos a instituciones de educación superior, haciéndolos pasar por una educación clásica que incluía griego, latín, historia y pedagogía cuestionable:
Recuerdo, en más de una ocasión, ser interrumpido en plena recitación de latín, llevado a un cuarto aparte, recibir una golpiza, y luego regresar al aula a seguir con la parte final de la oración, así tal cual. [...] Dudo que una educación en los clásicos haya sido lograda, o pueda lograrse, sin castigo corporal.
Todo lo que no estaba prohibido era obligatorio, y siempre había suficientes reglas con suficientes contradicciones para asegurar que en cualquier momento uno fuera culpable de algo, como si el plan de estudios hubiera sido diseñado por Stalin. Aún así, siempre había estudiantes con ciertos privilegios: aquellos hijos de padres ricos, nobleza o extranjeros. Todos eran iguales, pero algunos eran más iguales que otros, pues. A Orwell le tocó ser de los que 'le debían' al colegio la oportunidad de estar ahí y lo pagó muy caro.

Desde entonces Orwell identificó el espíritu totalitario y lo denunció, constante y consistentemente, hasta su muerte temprana en 1950. Reconoció que las revoluciones son traicionadas por los mismos revolucionarios y que los disidentes son exiliados o fusilados por sus supuestos liberadores. Denunció las atrocidades de los soviéticos y franquistas por igual, y esto le valió enemigos por la izquierda y derecha. Hasta el día de hoy, he oído decir de gente supuestamente inteligente que obviamente Orwell era financiado para desprestigiar a los pobrecitos soviéticos por—¿quién más?—imperialistas occidentales. Invariablemente, estas acusaciones vienen de gente que no ha leído una sola palabra de lo que Orwell escribió, y muchas veces hasta usan sus palabras sin saber de donde vienen ni cómo se originaron (orweliano, gran hermano, guerra fría, doblepensar, policía del pensamiento...).

La potencia de Orwell viene de su capacidad, como indica el título de la colección, de enfrentar verdades incómodas. A veces produce una explicación, otras muestra el camino a seguir para corregir el rumbo, y otras simplemente lamenta que las cosas sean como son, pero nunca les da la espalda. Orwell sabía que no era un genio ni un santo, pero eso no le impidió ver la realidad como es.