No existe lo sobrenatural ni mucho menos lo divino. Decir que existe algo inmaterial es en el mejor de los casos un atajo del lenguaje y en el peor una incoherencia. No existe el propósito o significado de la vida, ni mucho menos alguna dirección moral en la que se mueva el Cosmos. Vivimos en un mundo amoral, puramente mecánico, y nosotros mismos somos robots hechos de carne. Todas estas son buenas noticias.
A excepción de la última frase, todas las anteriores son consecuencias directamente derivadas de lo que se conoce como naturalismo (no confundir con naturismo) que discutimos extensamente en los episodios 7 y 11 de AutóMata, y que se puede resumir como la postura de que no existe más que el mundo natural. A veces al término naturalismo se le intercambia con fisicalismo, que es algo más específico, o con materialismo, que es equivalente pero tiene otra connotación en el lenguaje popular, fuera de la filosofía y ciencia, como sinónimo del consumismo. En esta ocasión voy a hablar del materialismo como la postura de que no existe más que el mundo material; ya habrá oportunidad para hablar de consumismo y su papá, el capitalismo, más tarde en AutóMata.
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No tengo recuerdo de haber creído en nada sobrenatural en mi vida, pero sí recuerdo haber creído que era al menos una cuestión debatible. Eso fue hace muchos años y, muchos libros, artículos, ensayos, debates, documentales y horas de cavilación después, ya no me parece que valga la pena tomar en serio la posición dualista de que existe algo aparte de lo material. Como mencioné antes, los argumentos a favor de que el mundo es puramente material los pueden encontrar en otros episodios. En esta ocasión quisiera enfocarme en las consecuencias de que esos argumentos sean correctos, desde mi propia experiencia como alguien que ha vivido asumiéndolos así desde siempre.
Sobra decir que mi posición es, y siempre ha sido, minoritaria. Recuerdo cuando era niño que siempre estaba confundido por tanto dios, espíritu y fantasma que todos veían menos yo. No solamente otros niños, sino adultos alrededor de mí, en persona o en los medios, hablaban de estas cosas como si fueran algo tan obvio. No sabía nada de lógica ni epistemología aparte de la que ya tenía programada de fábrica en mí, pero podía detectar que algo no cuadraba. Pocas veces me animé a decir lo que pensaba en voz alta—de por sí no hablaba de casi nada con nadie—y el resultado siempre fue... subóptimo. Incluso cuando encontraba a alguien que simpatizara con mi posición (casi siempre era específicamente con mi ateísmo) sus motivos para no creer eran ortogonales a los míos, pues solían estar motivados por la conspiración más que por la verdad. Que la religión sirviera para controlar a la gente o pagar los abogados de pederastas no me interesaba tanto como saber si era cierta, que es algo muy distinto y, curiosamente, relativamente más fácil de contestar (la respuesta es no).
Más frustrante para mí era la palabra "espiritual". Nunca entendí qué quería decir la gente que la usaba y me confundía más que ellas tampoco. Una cosa era que otras personas supieran algo que yo no y otra era que no lo supieran pero le pusieran nombre de todos modos. Hasta ahora no he encontrado un solo ejemplo del uso de esa palabra que caiga en el primer caso. En la mejor de las situaciones, la palabra "espiritual" colapsa a términos puramente terrenales como "reconfortante" o "recreativo". Para no decepcionarme de la gente, cuando dicen "hacer X es una actividad espiritual para mí" en mi mente lo traduzco como "hacer X me gusta"; no hay diferencia efectiva. Sin embargo, muchas veces la palabra designa un cúmulo de supersticiones y sinsentidos que me indican que la conversación va a ser muy corta, muy frustrante, o ambas. Ahora simplemente escucho lo mínimo necesario por educación y en cuanto puedo cambio de tema o me voy. La mayoría de las veces me voy.
Entre los artículos más antiguos aquí en AutóMata está uno sobre la inexistencia del libre albedrío, que próximamente grabaré en audio también y que tiene que ver con el título de este proyecto. Esta es otra cosa en la que mucha gente cree (incluso algunos ateos y otros materialistas) que a mí me parece, cuando mucho, una discusión sobre semántica. El argumento completo de que el libre albedrío no existe lo encuentran en aquel artículo y en muchos lados más; el resumen de mi postura es que tenemos albedrío en cuanto a que somos los autores de nuestas decisiones, pero éstas no son "libres" en el sentido de que estén mágicamente exentas de las reglas del mundo natural, porque la magia no existe. La palabra "decisión" es un atajo para procesos puramente mecánicos que, por más complicados y desconocidos que sean por ahora, no controlamos voluntariamente. La distinción entre mente y cuerpo no me es más significativa que la que hay entre software y hardware en una computadora.
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Me levanto cada mañana por la mismas razones que todos: el sueño no me alcanza para suprimir la incomodidad de un estómago vacío y una vejiga llena, suena mi alarma o, más recientemente, un perro me mordisquea y me lame la cara o el pie. Incluso los admiradores más fanáticos de los existencialistas o nihilistas, esos que tienen pósters de Albert Camus y Nietzche en su cuarto, se levantan de la cama cada mañana por las mismas razones físicas. A estas alturas la gente como yo numeramos en los cientos de millones alrededor del mundo, y cada día nos levantamos a enfrentarlo como los demás. Si estuviéramos en la desesperación existencial, cometiendo actos de vandalismo y suicidio colectivo, ya se hubieran enterado. Basta con ver las noticias para notar que la mayor parte de los desmanes que sufre la humanidad es cometida por la gente que más cree en la magia. En palabras del neurocientífico Sam Harris, ninguna sociedad ha caído en la tiranía y el caos porque sus habitantes se volvieron demasiado razonables.
Una vez que ya me levanto de la cama sigo con la búsqueda de café y alimento y, dependiendo del día de la semana, me preparo psicológicamente para el tráfico que me espera. Hago cosas porque me gustan, porque me gusta suficiente lo que me pagan por hacerlas, o ambas. No necesito un amigo imaginario con un látigo que me diga que tengo que hacer estas cosas y otras más, como hacer una donación mensual a Save the Children o simplemente tirar la basura en su lugar. Es precisamente porque creo que este mundo es el único que procuro cuidarlo y mejorarlo. Si hago las cosas porque me gustan o me convienen eso es suficiente: de todos modos las hice y sus consecuencias son igual de reales. No gano nada con decir que estoy cumpliendo con mi propósito al hacerlas, en primer lugar porque no hay tal cosa y en segundo porque es innecesario. Decir que estoy haciendo mi deber sería todavía peor, porque no se puede ser virtuoso si solamente se está siguiendo órdenes, aparte de que no se puede seguir órdenes de un ser imaginario.
Cuando escucho música como Muerte y Transfiguración de Strauss o el final de la Segunda de Mahler se me pone el pelo de punta igual que a cualquier creyente, y tamborileo los dedos y hasta canto con una rola de Creedence. Disfruto del cine y del deporte, y he tenido mis momentos de felicidad, sublime o sencilla, por enorgullecer a mis padres o acariciar a mi perro. Nada de esto requiere nada más allá de lo mecánico y lo material.
Esta observación tiene un corolario importantísimo: lo material es mucho más interesante que cualquier superstición dualista que se le haya ocurrido a un humano "espiritual". La profundidad que ofrece no solamente es mayor que la de cualquier místico, sino que además tiene la ventaja de ser real y autoconsistente. Hay cosas que no sabemos, pero eso es muy distinto a decir que creemos cosas incoherentes o de plano falsas. De todas las preguntas que ha tenido la humanidad, sobre sí misma y su mundo, todas las que han sido respondidas han tenido una respuesta natural. No ha habido una sola explicación material de un fenómeno—ni una, en toda la historia—que haya sido desbancada por otra explicación sobrenatural mejor.
Esta es una visión, además, profundamente optimista: si el mundo es un mecanismo, lo podemos comprender. Si lo podemos comprender, lo podemos manipular a nuestra conveniencia. Sin dioses ni espíritus que nos impongan sus reglas somos libres de definir lo que nos conviene.
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Hay una complicación menor, que son las personas psicópatas que realmente quieren destruirlo todo al estilo Joker, por diversión, porque por qué no. Afortunadamente, entre los demás podemos ponernos de acuerdo para tratar a estos individuos de manera humana al mismo tiempo que los relegamos a instituciones o los ayudamos a aprender a convivir, de modo que todos ganamos o al menos no todos perdemos. El problema real son las personas que tienen creencias dañinas a pesar de que no son psicópatas, porque sufren la patólogía (curable) del pensamiento mágico, al que consideran una especie de virtud. Para efectos prácticos da igual si éste se manifiesta como Esoterismo, Ley de la Atracción, Islam o Comunismo: es una incomprensión del mundo que ve fuerzas y motivos sobrenaturales o al menos sobrehumanos donde no los hay. Los argumentos son miles y muy interesantes, pero para llegar a la conclusión basta con ver la evidencia de la realidad: si esta gente pudiera realmente divinar el futuro, ya se hubiera ganado la lotería; si estuvieran construyendo paraísos terrenales y utopías la gente no se les saldría nadando.
Es precisamente porque los resultados del pensamiento materialista dan resultados materiales que cualquiera, sea de la religión, superstición o ideología que sea los puede ver. Hay solo una realidad y tiene solo un conjunto de reglas, que son las mismas que hacen que la física nuclear funcione y el comunismo no, sin importar lo que crean quienes los practiquen. Obviamente la política o la economía no se van a estudiar con física fundamental o biología, pero sí deben al menos ser consistentes con ellas. Fundamentalmente, no puedes crecer tu economía solamente imprimiendo billetes por la misma razón que no puedes doblar cucharas solamente pensando. Algunas cosas sí son realmente absurdas.
El hambre y el dolor son reales porque son fenómenos físicos. También lo son la saciedad y el placer. Como no hay nada metafísico que nos lo impida, podemos ponernos de acuerdo y procurar tener menos de los primeros y más de los segundos, para lo cual necesitamos resolver problemas como ya lo hemos hecho hasta ahora. Nungún problema que ha solucionado la humanidad—ni uno—ha tenido una solución inmaterial. Por otro lado, las preguntas que supuestamente no tienen una respuesta natural ni siquiera son coherentes, como el significado de la vida y otras tarugadas pseudoprofundas similares.
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El filósofo y neurocientífico Joshua Greene tiene una analogía muy útil para el razonamiento moral que se dedica a estudiar. Una cámara fotográfica moderna tiene varios modos automáticos predefinidos que permiten configurar la cámara rápidamente para muchas situaciones comunes: un modo nocturno, retratos, interiores y cosas así. Por otro lado, si uno quisiera también se puede usar la cámara en modo manual, en el que uno mismo define una docena de variables cuidadosamente con los controles de la cámara y quizá recursos adicionales como iluminación o vestuario especial. Es más complicado que usar el modo automático pero a veces se requiere y puede dar resultados geniales en manos de un experto. De la misma manera, los humanos navegamos de una situación a otra pasándonos de modo automático a manual según sea conveniente, no solo en el razonamiento moral, sino en nuestras vidas profesionales y personales. Para la mayoría de las cosas el modo automático es suficiente, pero a veces tenemos que detenernos, poner el modo manual, y pensar cuidadosamente.
Si me preguntan cómo deberíamos tratar a un psicópata que ha cometido un crimen horrendo, entonces me paso a modo manual y recuerdo que nadie "escoge" ser un psicópata, con todo lo que eso implica en cuanto a encarcelamiento y rehabilitación. Lo mismo va para la legalización de drogas, política energética, violaciones a derechos humanos o mi voto en elecciones. Entonces sí, me paso a modo manual ultramaterialista y hago lo mejor que puedo por pensar en términos claros sobre qué existe y qué no, qué es una cuestión empírica y para dónde apunta la evidencia, qué suposiciones se están haciendo a escondidas y todo lo demás.
Pero la mayor parte del tiempo la paso en modo automático. Pienso sobre mi vida en muchos de los mismos términos que todos, incluyendo propósitos, logros, decisiones y deberes (aunque sin nada de religión ni espiritualidad). Si tuviera que calcular y justificar todo en términos de partículas fundamentales y sus patrones realmente no podría levantarme cada mañana. Cuando me invitan a comer y me preguntan qué quiero, lo digo; no me pongo a pensar sobre la incoherencia del libre albedrío. Si veo una película de horror o fantasía no me pongo a tratar de hacer una teoría de la ectoplasma. Simplemente me quedo en modo automático y disfruto la comida y la película como cualquiera.
Esta flexibilidad es permitida, precisamente, porque a la materia no le importa cómo viva uno su vida. Que la vida sea en sí un mecanismo permite imaginar que la podemos entender, ajustar y mejorar como queramos, cosa impensable bajo los dogmas y supersticiones de la religión. Sí, algunas cosas son imposibles pero, dentro de lo que sí es posible, tenemos mucho más control de lo que cualquier sacerdote o ideólogo pensaría. Y eso es una excelente noticia.