2020-02-22

Elitismo del bueno


Lo único peor que un político profesional es un político no profesional. Le escuché esta frase al autor e historiador Héctor Aguilar Camín hace mucho, pero creo que él estaba citando a alguien más. En el momento populista que vive el mundo, y en particular México, creo que es oportuno hacer una pequeña desambiguación del término "élite". He escuchado gente de distintas persuasiones políticas usar el término tanto para criticarlo como para defenderlo y me parece que suelen equivocar el significado a conveniencia.

Por un lado está referirse al alto desempeño como una señal de élite: lo mejor de lo mejor, como pudiera decirse de fuerzas armadas de élite, o un maratonista de élite y así. Cuando uno busca a un doctor para un asunto crítico, uno se vuelve sumamente elitista en este sentido. Queremos pilotos de élite volando nuestros aviones y maestros de élite enseñando en nuestras escuelas. El elitismo en este sentido es algo deseable y a lo que uno debería aspirar siempre.

Por otro lado, los discursos políticos—predominantemente los provenientes de populistas y sus idiotas útiles—denuncian incansablemente a "las élites". Pero lo que el electorado objetivo de estos discursos entiende no es "lo mejor de lo mejor", sino que ve en el término "élite" un sinónimo para "aristocracia". Se refiere a un grupo pequeño de personas acomodadas y/o privilegiadas, sean cuales sean sus méritos. Este sentido de la palabra también se usa en otros contextos económicos y sociales, como cuando se habla de "la élite financiera", "la élite partidista" o "la élite clerical".

Para complicar las cosas, algunas veces una élite lo es en ambos sentidos, como pudiera pasar con miembros de la élite intelectual o la deportiva. Un deportista profesional de élite tiene tanto méritos como estatus: un ejemplo fácil es Michael Jordan, quien gracias a ser el más grande basquetbolista de la historia también es considerado básicamente realeza.

La trampa de la que hay que cuidarse en el contexto político es que los populistas, a propósito o no, se oponen por igual a las élites aristocráticas que a las competentes. Le llaman igual al alto estatus que al alto desempeño—sobra decir que son incapaces de considerar que a veces una cosa pudiera deberse a la otra—y arrasan con todo. Por supuesto que no queremos una aristocracia o, al menos, quisiéramos que hubiera un alto índice de movilidad desde y hacia ella. Pero es obvio que lo que sí queremos son políticos competentes, tanto como quisiéramos doctores o maestros competentes. Tenemos muchos ejemplos inspiradores y trágicos, históricos y contemporáneos, de la diferencia entre dejar la política en manos competentes o incompetentes.