2019-12-30

120 millones de vecinos



Desde hace casi tres años participo en la mesa directiva de mi asociación de colonos. Bueno, es un decir, porque en casi tres años que la desarrolladora inmobiliaria nos cedió el control no hemos logrado que suficientes colonos paguen de manera constante para mantener vigilancia, alumbrado y mantenimiento, ni mucho menos para crear una asociación civil legal como se debe. Así que, por ahora, el “gobierno” de mi colonia es informal, patito, como casi todo en México.

Esta experiencia me ha servido para valorar más mi tiempo, del que cada vez soy más celoso y reniego más explícitamente en las juntas. Pero más, me ha dado una pequeña dosis de evidencia de que la gente que gobierna es, meramente, gente. Nuestros problemas son un microcosmos de los problemas de un gobierno nacional: la recaudación, la seguridad, la convivencia, la democracia o su ausencia.

De ciento treinta casas que abarca el fraccionamiento, contribuyen regularmente a las cuotas de mantenimiento unas treinta. No alcanza para pagar vigilancia, por lo que nos hemos visto limitados a solamente a mantener el alumbrado de la colonia y algunas reparaciones menores. Convocar a los vecinos a una asamblea urgente reúne a unas 15 personas a lo mucho, y la mitad somos los de la propia mesa directiva que los convocó. A pesar de las evidentes carencias de nuestra colonia, y de lo alcanzables que son las soluciones, no podemos vencer a la apatía y la morosidad. Hay quienes se escapan de pagar con el pretexto de que ellos solo están rentando y le toca pagar al dueño (lo cual es falso, porque le toca pagar al residente, sea dueño o no), o dicen que no quieren pagar hasta que paguen todos los demás, porque no quieren mantener a los morosos (los morosos son ellos). No hay manera de obligarlos a pagar si no tenemos la asociación civil en forma, para lo cual no hay dinero. Eso sí, no dejan de reclamar por la inseguridad, la jardinería, la recolección de la basura o el ruido de sus vecinos; comentan también, por cierto, que venden tamales y pizzas a domicilio, y que señalar que abusan del chat del fraccionamiento es intolerancia.

Dentro de nuestro pequeño “gobierno” tenemos también de todo: un presidente con mucha iniciativa pero ideas francamente ingenuas, una tesorera sumamente responsable pero que ya está harta y quiere dejar su puesto, varios vocales con participación caótica y yo, que formalmente soy secretario y segundo al mando, encargado de documentos e informes. Ya se imaginarán a un misántropo como yo escuchando el eterno debate izquierda-derecha pero al nivel de qué hacer sobre la jardinería y la caca de perro. En las juntas todos hablan menos yo, que miro al vacío pensando en que los robots ya se están tardando en aniquilarnos, excepto a la hora de votar, en cual caso yo hablo al último y, generalmente, con un breve resumen de por qué todos los demás están mal y mi voto es en contra de todas las propuestas que ellos expusieron. Generalmente cada junta solo sirve para ponernos de acuerdo en la fecha de la siguiente junta, donde lamentaremos nuestra situación con los mismos argumentos y propuestas y no llegaremos a nada más que acordar hacer otra junta.

Un país completo no es más que una grandísima asociación de vecinos. Hay buenos y malos vecinos, hay unos que solo quieren pagar su cuota y que los dejen en paz, hay otros que quieren autoridad para plantar sus girasoles a la entrada, estacionarse donde quieran o vender sus tamales, hay algunos extremadamente honrados y otros tramposos, unos con gustos musicales atroces, con cinco perros o, peor aún, cinco hijos, o que solo están rentando mientras se van a otro lado mejor. Puede haber gente valiosa y competente, pero generalmente llegan a la dirección solo por accidente. El presidente anterior, relativamente carismático y eficaz, acabó harto de todo y decepcionado por la apatía de sus vecinos; su entonces tesorera, antes meramente competente, es ahora una de las más notables morosas del fraccionamiento y aprovecha cada vez que puede para sabotear cualquier intento de hacer las cosas bien. Del secretario anterior casi nadie se acuerda, pues nunca participó después de su nombramiento inicial.

Se supone que mi periodo acaba en mayo y, en ese momento, espero finalmente pasar a ser un mero contribuyente más y salirme de todos los estúpidos chats de chismes, drama y caca de perro, para entregarle un montón de papeles inútiles al pobre tipo (o tipa) que me siga. Eso, si para entonces todavía no nos hemos convertido en un pequeño estado fallido. Con algo de suerte, quizá algunos imperialistas nos conquisten.