2016-06-17

Sobre la paternidad

This be the verse
Phillip Larkin

They fuck you up, your mum and dad. 
They may not mean to, but they do. 
They fill you with the faults they had 
And add some extra, just for you. 

But they were fucked up in their turn 
By fools in old-style hats and coats, 
Who half the time were soppy-stern 
And half at one another's throats. 

Man hands on misery to man. 
It deepens like a coastal shelf. 
Get out as early as you can, 
And don't have any kids yourself.
La anterior es una de las pocas piezas de poesía que retengo de memoria, no porque ésta última sea necesariamente mala, sino porque he dejado abandonado al género casi por completo—leer (y memorizar) más poesía está en mi creciente lista de cosas que tengo por hacer. Es sumamente conveniente, entonces, que se me hubiera ocurrido un tema para escribir en el que estos versos resultaran apropiados.

Y así como la poesía pareciera ser un género puramente emotivo y romántico, y en la manera en como llegara Larkin a usarla para todo lo contrario a la cursilería en This be the verse; es así, precisamente, que quiero aprovechar este Día del Padre para escribir lo siguiente: ser papá no lo hace a uno ser feliz.

Aquí vale la pena hacer aclaraciones, aunque ya muchos pudieran haber dejado de poner atención después de leer las últimas nueve palabras del párrafo anterior. Por supuesto que amo a mi hijo—lo que estoy diciendo es que esa es una declaración distinta e independiente de la declaración de que ello me haga feliz. Habría que hacer algo más sistemático que recopilar anécdotas y buscar en internet, pero estoy bastante seguro de que mi experiencia, por más peculiar misántropo que soy, no es única. Por ejemplo, cada vez aparecen más artículos y estudios documentando que, aunque la gente no quiera admitirlo en los días festivos apropiados, inclusive los padres (y madres) más entusiastas son frecuentemente miserables.

Realmente no debería ser algo tan impactante, si se considera que inclusive en los ámbitos más populares de la cultura el hecho de casarse ya es reconocido como algo que no es para todos (¡Ah, te vas a casar! ¿Ya te cansaste de ser feliz? ¿No tienes suficientes problemas?). Pero, a pesar de la evidencia en su contra, el romanticismo en torno a la paternidad persiste en un modo en que el del matrimonio ya no. Ya podemos tener una conversación honesta en cuanto a las ventajas y desventajas del matrimonio, pero todavía es un tabú hablar de las ventajas y desventajas de tener hijos.

Y lo más sorprendente es que esto de la felicidad o miseria que formar una familia conlleva ni siquiera es una conversación reciente. Consideremos, por ejemplo, el siguiente extracto de una meditación que data de 1838 (mi traducción):
Esta es la cuestión:
Casarse
Hijos—si le place a Dios—Compañera constante (y amiga en la vejez) que se sentirá interesada en uno—objeto para jugar y amar.—mejor que un perro, al menos—Hogar, y alguien que se encargue de la casa.—Encantos de la música y charla femenina.—Estas cosas son buenas para la salud de uno.—pero terrible pérdida de tiempo.
Dios mío, es intolerable pensar en pasar la vida de uno como una abeja neutra, trabajando, trabajando y luego nada después de todo.—No, eso no bastará.—Imagina vivir todo el día solitariamente en una casa ahumada y sucia en Londres.—Solo visualízate con una linda y suave esposa en un sofá a la luz de fuego, y libros y música quizás—compara esta visión con la realidad austera de la calle Marlboro.
No Casarse
Libertad para ir a donde uno quiera—elección entre sociedad o poco de ella.—Conversación con gente inteligente en clubes – No forzado a visitar parientes, ni a ceder en toda disputa.—Tener el gasto y la ansiedad de los hijos—quizá discutir—Pérdida de tiempo.—No se puede leer por las Noches—sobrepeso y ocio.—Ansiedad y responsabilidad—menos dinero para libros etc.—si muchos hijos, obligado a ganarse el pan.—(Pero es muy malo para uno trabajar demasiado). Quizá a mi esposa no le guste Londres; entonces, la sentencia será el destierro y la degradación hacia un tonto, indolente y ocioso—
Lo anterior proviene de las notas en el diario de Charles Darwin, meses antes de que sí se casara con Emma Wedgwood. Acabaron teniendo diez hijos y permanecieron casados hasta la muerte de Darwin casi 50 años después—al menos mejor que solo tener un perro, supongo.

Y en cierto modo, coincido con las cosas que inquietaron al buen Charles, como la evaporación—no, es realmente una confiscación—del tiempo que estaba dedicado a leer, escribir, estudiar, hacer ejercicio o, antes de la llegada del Matita, a convivir con mi esposa. Y es que no es opcional: un ser indefenso puede vomitar y presentar fiebre a cualquier hora de la madrugada, y alguien tiene que ir a la farmacia por los insumos necesarios. Quedándonos por un momento más con el vómito, considere el olor que queda cuando una de estas erupciones sucede sobre la tapicería del auto—e imagine que esto pasa al final del día, cuando uno ha pasado las últimas dos horas manejando y lo que más quiere es llegar a cenar y subir los pies en casa. Pero no: alguien tiene que limpiar eso inmediatamente—no hacerlo implicaría pagar un precio olfatorio altísimo todo el día siguiente (porque, además, ahora uno pasa incontables horas manejando, usualmente desde antes de que salga el Sol).

Aparte de esto están las fechorías propias del que es prácticamente un pequeño hooligan: libros, puertas y paredes rayadas; comida y bebida lanzada por todos lados; electrodomésticos y focos prendidos a todas horas; pelotas y carritos tirados estratégicamente para que uno por la noche los pise; colecciones de piedras, ramas, hojas y basura bajo la mesa; espejos y tablero del auto embarrados de quién sabe qué…

Y esto es, debo admitir para mi alivio y vergüenza, con todo y que mi esposa ha absorbido la mayor parte del cuidado directo de nuestro retoño, muy a costa de su vigor y tiempo también. Puedo hablar por ella cuando digo que por supuesto que ama a nuestro hijo, y que quisiera pasar aún más tiempo con él—pero también puedo certificar que las cosas que disfrutaba hacer antes con su tiempo han sido totalmente canceladas o, en el mejor de los casos, pospuestas para fechas indefinidas.

Claro que hay momentos felices al cuidar a una criaturita tan injustamente inocente y, como dirían los gringos, cute. Sus primeros pasos, sus primeros encuentros con chorros de agua, su descifrar de cómo se prenden y apagan las luces y aparatos electrodomésticos. Todo ese deleite—que sobre todo noto además en los abuelos del chiquillo—proviene, creo yo, de un gusto de poder revivir nuestras propias infancias vicariamente a través del niño. Para mí pareció ser como si, un día, me hubiese levantado de la cama ya con tres años y medio, sin recuerdo alguno de cómo llegué a donde estaba, pero sabiendo quiénes eran mamá y papá, y los abuelos y los tíos y los niños buenos y malos de la cuadra. Mis juguetes los había tenido desde siempre, y no podía recordar cómo fue que aprendí las palabras que sabía ni los nombres de las personas, ni cuáles perritos eran amigables y a cuáles había que sacarles la vuelta.

Ahora puedo ver estos procesos desarrollarse cada día en mi hijo. Pero así como disfruto de mi asombro ante la formación de la mente de un humanito con mi apellido, también proyecto sobre él mis temores e inseguridades, por no decir nada de los peligros—reales o imaginados—del mundo al que se enfrenta y se enfrentará. Creo que esto fue lo quiso decir Christopher Hitchens con que tener un hijo lo sometía a uno a “ver tu corazón latiendo en el cuerpo de otro.”  Todo es preocupante, y todo es peligroso: los cuchillos, los enchufes, las escaleras, las esquinas de los muebles, la comida, los otros niños…

Y es que buena parte de la paternidad consta de pasársela preocupado—por el entorno, por la educación, por la colonia, por la familia política, por el financiamiento de todo, por el futuro; por darle una vida mejor a la que tuvo uno, pero sin malcriarlo; por apoyarlo en todo lo que quiera, pero sin hacerlo dependiente; por no mutilar sus sueños, pero sin permanecer pasivo cuando su sueño sea tirar su vida a la basura; porque sea feliz con alguien, sabiendo que esto implicará sufrimiento casi por definición. Aquí entran todos los clichés acerca de que nadie es experto y no hay un manual y todo eso, pero también entra el hecho de que algunos padres son incontrovertiblemente ineptos, y uno no quiere acabar así.

Las parejas jóvenes deberían tener estas cosas y muchas otras peores en cuenta antes de aventurarse a tener siquiera un solo hijo. Ser padre o madre es probablemente lo más difícil que un humano moralmente competente puede hacer. Caray, yo voy al doctorado ocho o diez horas al día para estudiar formas diferenciales y tensores sobre variedades, y eso lo considero mi descanso. Lectores que hayan seguido mis escritos desde el principio en mi blog anterior (creo que hay como dos de ustedes) habrán notado que el número de publicaciones ha descendido, sobre todo los últimos dos años. Y es que todo queda subordinado al nuevo integrante de la familia, que está bajo el resguardo de uno hasta que pueda resguardarse él solito.

Si hubiera una sola frase que pudiera resumir el punto de este ensayo es esta: todo lo que quieras hacer con tu vida lo puedes hacer con o sin hijos, pero con hijos todo es mucho, pero mucho más difícil. Puedes aprender un instrumento, escribir, estudiar o viajar, pero va a ser más desgastante. Una pregunta completamente aparte de la felicidad o miseria, y del esfuerzo o facilidad de la paternidad, es si vale la pena. Me da curiosidad investigar qué hubiera dicho Larkin acerca de esa cuestión. La respuesta varía en cada caso, y supongo que pudiera escribir otras mil palabras al respecto. Por ahora, dejo solo una imagen:

Oscarito

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