2017-08-29

¿Qué queda de la Izquierda?

Reseña de What's Left? de Nick Cohen
Londres, 2003
Crecí en países sin democracia, así que no me puedo dar el mismo lujo que tú. Tú creciste en libertad, y puedes escupirle a la libertad porque no sabes lo que es no tenerla.

Ayaan Hirsi Ali
No hay que subestimar las ventajas que tiene la ausencia de una agenda política de principios para los liberales e izquierdistas. Su filosofía—o falta de ella—se acomoda al consumismo moderno. No hace falta comprometerla a una visión social ni ponerla a prueba en elecciones. No es necesario tener camaradas qué defender cuando las cosas se pongan difíciles. Igual que en un centro comercial, no hay lealtades ni deberes y uno puede entrar a la tienda que se le antoje. Todo lo que uno tiene que hacer es estar en contra de su gobierno occidental local y sobre todo estar en contra de Estados Unidos. Como el gobierno de uno será tonto e injusto a veces, y como EU naturalmente atrae sospecha y resentimiento porque es la única superpotencia del mundo, y también puede actuar tonta e injustamente a veces, estos no son estándares altos para un consumidor de política.

—Nick Cohen, en What's Left
En 2006 apareció en la web un breve documento delineando la visión de lo que debería ser la Izquierda política, según una lista de académicos, reporteros y analistas políticos que se identificaban de algún modo con ella. El Manifesto de Euston, como fue bautizado, es una destilación de lo que Nick Cohen y otros izquierdistas consideraban incontrovertible y necesario creer (también está en español si así lo prefieren). Yo mismo lo leo y lo encuentro básicamente intachable—si esa es la Izquierda, pues que me digan dónde firmar y a qué número de cuenta depositar. Curiosamente, al mismo tiempo que estaba ayudando a editar y firmar ese documento, Cohen le explicó a los autores que no creía que éste fuera a ser tomado en serio sino lo contrario y, de hecho, estaba a punto de publicar un libro con las razones por las que esa noble visión de la Izquierda había fracasado e iba a seguir fracasando. Ese libro fue What's Left? y, diez años después, me atrevo a decir que su pesimismo inclusive se ha quedado corto. El mismo Cohen también ve que la situación va de mal en peor. La gente como yo permanece políticamente huérfana, con la sensación de ser los únicos sobrios en un auto manejado por ebrios que no se hacen a un lado. What's Left? es un diagnóstico y explicación de cómo y con qué se emborracharon esos conductores y los caminos que debieron haber tomado.

Una nota sobre terminología: en este artículo adoptaré la convención que usa Cohen de usar el término 'liberal' con la connotación americana, es decir, lo opuesto de 'conservador' o 'tradicionalista' y por lo tanto en la izquierda política, así con minúscula. En Europa el 'liberalismo' se refiere más bien a la defensa de libertades individuales que se originó en la Ilustración, con énfasis en que el individuo debe ser libre de su gobierno, y es considerada una posición centrista, apolítica o, en ciertos contextos, inclusive de derecha.
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Cuando digo que 'la situación' va de mal en peor, ¿a qué me refiero? El asunto es que cuanto más a la izquierda del espectro político se encuentre alguien, más tiende a creer algo como lo siguiente. Primero, las masas han rechazado a la Izquierda debido al lavado de coco que las grandes corporaciones mediáticas les han aplicado para que acepten la globalización y, aún peor, el neoliberalismo (la 'manufactura del consenso', según Chomsky). La democracia es realmente una estafa, todos los partidos políticos son iguales y los derechos humanos son arbitrarios. Lo que los tontos llaman libertad o democracia es en realidad una cortina de humo para esconder las maquinaciones de los verdaderos amos de este mundo, que quieren ante todo vender petróleo y Coca-Cola. El fascismo es el peor enemigo de la humanidad siempre y cuando los fascistas sean blancos; de lo contrario, es meramente una respuesta comprensible al imperialismo del poder hegemónico de Occidente, personificado ante todo por Estados Unidos e Israel. Solamente hay dos virtudes: ser víctima de Occidente y odiar a Occidente en nombre de sus víctimas. Las víctimas de Stalin, Hussein, Putin, Mao, Castro, Mugabe y Assad no cuentan, porque realmente ellos luchan por la libertad y la verdadera democracia. Cuanto más embrollado e incomprensible sea el razonamiento para llegar a estas creencias, mejor. Lo único que debe decirse claramente es que todo es culpa de los Masones y, por supuesto, los Judíos.

Pero vamos por partes.
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En el camino a la utopía se pueden lograr muchas cosas buenas, aún si el destino final es inalcanzable. Así, el mundo occidental es, hoy en día, un mundo en el que los valores liberales han triunfado o al menos se reconocen como ideales a alcanzar. Las mujeres tienen el voto y cada vez más autonomía sobre sus cuerpos y sus carreras. Las jornadas laborales son limitadas en cantidad y duración y, si tenemos suerte, pronto las máquinas harán todo el trabajo sucio y peligroso. La salud y educación públicas existen y, sean como sean sus deficiencias, son mejor que la nada que había antes en su lugar. Por otra parte, las minorías sexuales han ganado terreno que inclusive ellas mismas daban por utópico, como el matrimonio igualitario y la adopción. Las fuerzas retrógradas del cristianismo en todas sus variantes han sido reducidas a una versión homeopática de lo que alguna vez fueron, y los estragos que todavía causan son reconocidos como patadas de ahogado. El racismo sigue existiendo, pero en forma de esclavitud y colonialismo, nunca más. Los países desarrollados han logrado estándares de vida nunca antes vistos y el resto del mundo los alcanza poco a poco. No es perfecto, pero es cada vez mejor. Si se le hubiera dicho al socialista más radical de 1900 que estas cosas serían hechos mundanos en el mundo desarrollado un siglo después, quizá estaría dispuesto a reconocer que sería un mundo mejor.

Pero el pensamiento utópico, por definición, no está satisfecho con simples mejorías. Las democracias liberales siempre se quedarán cortas de una utopía socialista, así que siempre habrá algo más qué criticar. El problema para el marxismo fue que en lo económico y político fue sistemáticamente derrotado por la realidad y las evidentes mafufadas de su 'teoría'.  A medida que perdían la batalla intelectual, los 'teóricos' de esta disciplina comenzaron a diversificarse y así nació el Posmodernismo. Habiendo fracasado en llamar la atención de la clase obrera, el énfasis se movió hacia la clase media y de lo económico a lo cultural. La clase trabajadora que tanto habían adorado en tiempos anteriores los intelectuales se convirtió en la más odiada debido a sus actitudes sexistas, racistas y homofóbicas, por no decir nada de su ocasional patriotismo. La desigualdad económica pasó de moda a favor de las 'relaciones de poder', en las que la única virtud era ser una víctima.

Cuando la utopía socialista se alejó más hacia lo imposible y se acabaron las opciones para ser un hipster disidente serio, la estrategia constó en criticar a la democracia liberal, que era (es) vista como una forma de gobierno ilegítima y usurpadora, promotora del colonialismo y la represión en general. Cuando la oposición al liberalismo democrático provista por la Unión Soviética se esfumó cuando ésta cayó, lo más natural para los 'disidentes' fue adoptar la estrategia de 'el enemigo de mi enemigo es mi amigo' y se aliaron con otros regímenes y movimientos anti-liberales y anti-democráticos. Lo más importante, ante todo, era no sucumbir ante la hegemonía (neo)liberal. En palabras de Judith Butler, 'teórica' suprema de esta forma de 'pensar':
El movimiento desde un recuento estructuralista en el que el capital es entendido como la estructura de las relaciones sociales en formas relativamente homólogas hacia una visión de la hegemonía en la que las relaciones de poder son sujetas a repetición, convergencia y rearticulación, trajo en cuestión de temporalidad hacia el pensamiento de la estructura, y marcó un desplazamiento de una forma de teoría Althussiana que toma totalidades estructurales como objetos teóricos, a una en la que las pericias de la posibilidad contingente de la estructura inauguran una nueva concepción de la hegemonía como envuelta con los sitios contingentes y estrategias de la rearticulación del poder.

(citada por Cohen. Pueden ver ese y más ejemplos aquí.)
(Cuando piense que odia su trabajo, recuerde que hay gente que se dedica a traducir libros enteros de eso que acaba de leer.) Cuando se molestan en ser más claros, los posmodernistas dejan ver sus alianzas y prioridades más claramente. Por ejemplo, Michel Foucault, interrogado sobre el destino de las mujeres y los iraníes liberales (es decir, la Izquierda iraní) que quedarían subyugados por la Revolución Islámica de 1979, contestó que Irán "no se regía por el mismo régimen de la verdad que nosotros." Temo que la palabra 'verdad' no significa lo que Foucault cree que significa.
Foucault, culpable.
No todo es oscurantismo entre los intelectuales de la izquierda disidente. También cuentan con figuras que rechazan el posmodernismo y hablan con claridad y elocuencia, pero efectivamente llegan a las mismas conclusiones. En abril de mayo pasado, Bashar al-Assad le restregó en la cara al mundo que podía usar armas químicas contra su propia población y los medios de izquierda occidentales hicieron el trabajo sucio propagandístico por él. Más que eso, las cadenas de propaganda siempre pudieron contar con los 'intelectuales' de izquierda como Noam Chomsky para culpar a los propios sirios, que aparentemente se habían bombardeado solos para manchar el buen nombre de un 'presidente' que lleva en el poder desde 2000, en un país donde es el único candidato del único partido, y donde antes de él su padre hizo lo propio desde que tomó el poder por la fuerza en 1970. Democráticamente electos, mis huevos. Pero para Chomsky esos son detalles menores que desvían la atención del verdadero problema, que es alguna de varias teorías de conspiración que lleva literalmente décadas promoviendo.

A principios de los 90, cuando emergieron las imágenes del campo de concentración en Trnopolje y el mundo comprendió la magnitud de lo que pasaba en la desintegración de Yugoslavia, Chomsky se dedicó a promover la conspiración de que las imágenes eran un montaje, porque los prisioneros estaban, según él, del lado equivocado del alambre de púas(!). Los reporteros occidentales habían 'manufacturado el consenso' de que había campos de concentración en Serbia cuando, en realidad, decía Chomsky, solo eran Bosnios naturalmente delgados casualmente posando junto a un alambre de púas en un campo de refugiados, no de prisioneros. Mamando no estoy.

'Refugiados', según Chomsky.
Se pone peor la cosa. El caso más documentado de esta conducta por parte de Chomsky fue después de la masacre en Srebrenica durante la Guerra de los Balcanes (que finalmente terminó gracias a EU, y donde no había petróleo ni intereses estratégicos ni regionales ni nada). Chomsky argumentó primero que el asesinato de 8000 hombres y jóvenes musulmanes por parte de los fascistas serbios de Milósevic fue inventado por completo, luego que sí pasó pero eran combatientes, luego que la guerra era un asunto sucio y pues qué esperaban que pasara, y luego que sí había sucedido pero técnicamente no aplicaba el término 'genocidio' y... ¡miren allá, un imperialista!

No era la primera vez, y no estaba limitado meramente a comentar sobre conflictos donde EU estuviera activo. Por años después de la intervención y derrota de EU en Vietnam en los 60s y 70s, Chomsky siguió defendiendo al régimen comunista de Pol Pot en Cambodia, Vietnam y Laos, inclusive cuando exterminó a la quinta parte de su población. Junto con su colaborador, Edward Herman, dedicó las décadas de los 70s y 80s a difamar a reporteros de la región que lograron escapar con imágenes y datos del exterminio, por no decir con sus vidas. Cuando por fin concedió que las atrocidades habían sucedido, las describió como una reacción natural a la intervención imperialista de EU.

Cohen documenta cómo Chomsky siempre se puso del lado de fascistas y terroristas islámicos (que son fascistas también, solo que de otro color) cuando luchaban en intervenciones contra Estados Unidos. Al parecer el trauma de las bombas en Hiroshima y Nagasaki fue demasiado para el Noam Chomsky adolescente y nunca se recuperó. Chomsky pensaba que Japón estaba a punto de rendirse (falso) y que el uso de las bombas atómicas era inadmisible (cierto). Pero Chomsky, a pesar de su (aparente) erudición, nunca se detuvo a pensar en que el mundo es complicado y que simplemente odiar a tu país sobre todas las cosas no te da una visión coherente, sobre todo al encontrarte con cosas peores. En resumen,
[Chomsky] teme a las consecuencias psíquicas de admitir que hay cosas peores en el mundo que las que pudiera provocar la democracia occidental.

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¿Por qué [los liberales] no podían apoyar la democracia en Iraq, Siria, Irán y África del Norte—por no mencionar a China o Corea del Norte—junto con la retirada de las fuerzas y colonizadores israelíes? ¿Por qué ellos, al igual que los gobiernos occidentales en sus peores momentos, ignoran regímenes autoritarios y genocidas? Ningún izquierdista quisiera vivir en un país gobernado por al-Qaeda o la Hermandad Musulmana. Liberales, socialistas, mujeres, gays, librepensadores y cristianos no podrían prosperar en una Palestina Islámica, ni un Donde Sea Islámico. En vez de reflexionar sobre cómo sería la vida bajo la nueva extrema derecha, revivieron la vieja creencia racista de Izquierda de que lo intolerable para gente de piel blanca era aceptable para razas menores.
El 15 de febrero de 2003, un millón de personas marcharon en las calles de Londres para oponerse al derrocamiento de un régimen fascista. ¿Saben quiénes adoran el pacifismo? Los dictadores y genocidas, por supuesto. Saddam Hussein ordenó que su televisora estatal retransmitiera las protestas y que miles salieran dentro de su propio país a celebrar el consenso mundial de que El Gran Líder debía seguirlo siendo. Disidentes iraquíes refugiados en países occidentales no podían comprender lo que estaban viendo. Kanan Makiya, autor de Republic of Fear y activista pro-democrático iraquí, estaba devastado. Había pasado décadas de su vida documentando las atrocidades de Saddam Hussein y ahora todo su trabajo se estaba esfumando en una cacofonía contra el imperialismo y el petróleo.

En 2003, el régimen de Hussein era directamente responsable del exterminio de al menos 400 mil de sus propios ciudadanos, además de otro millón de iraníes durante la Guerra Iraquí-Iraní en los 80s. Kurdos, socialistas y todas las minorías políticas, étnicas y sexuales fueron brutalizadas durante décadas en el Iraq de Saddam con impunidad, y disidentes como Makiya eran asesinados y desaparecidos en sus países de exilio rutinariamente. La vida de los ciudadanos comunes consistía en constantemente mirar sobre su hombro y cuidar lo que decían. Padres eran obligados a aplaudir la ejecución de sus hijos por crímenes inventados (usualmente espionaje) y además recibían por correo una factura por las balas. Iraq violó prácticamente todas las normas internacionales en cuanto a armamento y derechos humanos múltiples veces, varias de las cuales justificaban intervención internacional. El momento ideal para remover a Hussein fue en 1990 cuando invadió Kuwait, pero se le permitió seguir bajo sanciones que causaron estragos en su población mas no en su régimen. Y ese día de febrero de 2003, entre 6 y 10 millones de personas alrededor del mundo salieron a protestar... a favor de Hussein.


Lo más temerario del libro de Cohen es lo mucho que usa la Guerra de Irak como un punto para criticar el comportamiento de la Izquierda. La abominable presidencia de Bush y Cheney, y la ineptitud con la que condujeron la guerra hasta 2006, cuando Cohen estaba escribiendo este libro, hacían que argumentar cualquier cosa a favor de la intervención fuera absolutamente tóxico. Aún así, Cohen le supo sacar mucho jugo y sus críticas permanecen válidas hasta hoy. Iraq era una oportunidad para la Izquierda de demostrar de lo que estaba hecha, y en general no paró de decepcionar (recuerden que, con todo y todo, Bush ganó una reelección en 2004). La Izquierda tenía dos opciones ante la inminente invasión de Iraq por EU y sus aliados:
La política de no abandonar a los iraquíes era tan claramente la única opción moral, que nunca se me ocurrió que pudiera haber otra opción. Sí me encontré con un liberal especialista en política externa muy eminente que me dijo que 'vamos a tener que olvidarnos de las víctimas de Saddam', pero pensé que no hablaba en serio. Desde el punto de vista liberal, el único terreno que tendrían que ceder si se apegaran a sus principios en Iraq hubiera sido un reconocimiento de que la guerra tenía cierto grado de legitimidad. Todavía hubieran podido decir que fue administrada catastróficamente, que era una provocación a al-Qaeda y todo el resto. Hubieran podido condenar las atrocidades de las tropas americanas, Guantánamo, y la defensa del uso de la tortura por parte de Bush. Quizá hubieran podido unir fuerzas con simpatizantes iraquíes, que querían apoyo internacional para resistir la insistencia americana de privatizar sus industrias, por ejemplo. Todo lo que tenían que hacer era aceptar que el intento de crear un Iraq mejor valía la pena y ellos podían hacer una contribución positiva.

Un precio pequeño por pagar. Un precio que sus principios liberales les obligarían a pagar. O eso parecía.

La segunda opción para los liberales era hacer lo equivocado por las razones correctas. Podían mirar a los civiles iraquíes y las tropas americanas y británicas muriendo en una guerra cuya premisa resultó ser falsa, y ponerse frenéticos; podían permitir que la ira justificada los llevara hacia 'atragantos de posicionamiento y ultra-radicalismo' como los liberales de los 60s habían hecho cuando ellos se descarrilaron. Como comentó un crítico, tendrían que hacer de cuenta que 'Estados Unidos era el problema e Iraq era problema de él'. Hubieran tenido que mantener que la guerra no era el intento de liberar a una región de la tiranía, sino el resultado sangriento de 'una manía financiera por lograr el control del petróleo de Medio Oriente, y la cruzada por apalear la Luna Creciente con la Cruz'.

Eligieron ponerse frenéticos.

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Los posmodernistas y nihilistas de izquierda no son, por mucho, los que más odian a Occidente, pero son aliados de los que sí: los islamistas. Aprovechándose de las libertades civiles que no pueden tener en sus propios países, como la libertad de asociación y expresión, grupos como la Hermandad Musulmana han sabido aprovechar el masoquismo liberal para instalarse cómodamente en Europa. A diferencia de los posmodernistas, los islamistas odian las cosas buenas de Occidente. Ven a Occidente con resentimiento por sus logros tecnológicos y buena calidad de vida a pesar de lo que consideran su supuesta decadencia moral, fallando ver que uno es resultado de lo otro. Al mirar a sus propios países y encontrarse con las peores sociedades del mundo, donde nada crece y vivir bajo dictaduras es el mejor de los casos, se convencen de que debe haber una conspiración en su contra. Después de todo, se dicen, están siguiendo las instrucciones de Alá a la letra.

Si la política externa de Occidente, en particular hasta el fin del colonialismo tras la Segunda Guerra Mundial, fuera la responsable de estos resentimientos, ¿por qué no hay ataques terroristas contra civiles por parte de latinos o africanos? ¿Cuántos chilenos claman 'Allende' antes de volarse en medio de un autobús de niños gringos? ¿Cuántos mexicanos arrollan transeúntes reclamando que California es tierra que siempre les ha pertenecido? Las culturas alrededor del mundo no solamente son distintas—también son mejores o peores. Si el Occidente es una civilización tan represiva y decadente, ¿por qué toda la migración internacional es en su dirección?  Es un gran mérito a reconocerle a disidentes de Izquierda como Makiya que admitieran que sus países pudieran ser mejores, y que la libertad y modernidad no son solamente para los blancos. Pero el legado de relativismo dejado por el posmodernismo ha dejado a la clase intelectual de Occidente lobotomizada, incapaz de ayudarles. No entienden que la libertad que tanta sangre les tomó ganar ante el cristianismo y el nacionalismo y que anhelan tantos en el mundo musulmán ahora la están cediendo, sin pelea, a los fascistas más viles del mundo moderno.

Londres, 2013
Los mismos fascistas islámicos lo admiten, pero antes de que puedan terminar llega algún liberal a arrebatarles el micrófono y disculparse por los crímenes de sus tatarabuelos y conceder demandas que los islamistas ni siquiera han hecho. Ven el odio de los islamistas y los hacen representantes de la lucha de todo lo que ellos odian de Occidente. Los homosexuales ateos socialistas serían los primeros ejecutados bajo la ley islámica, pero pues alguien tiene que luchar contra el imperialismo, ¿no? 

Y en EU:
Solo una facción en la política estadounidense se ha visto capaz de hacer excusas a favor del fanatismo religioso que nos amenaza en el aquí y el ahora. Y esa facción, me duele y enfurece decir, es la Izquierda. Desde el primer día de la inmolación del World Trade Center, hasta el día de hoy, una galería de pseudointelectuales ha resuelto presentar la peor cara del Islam como la voz de los reprimidos. ¿Cómo soporta esta gente leer su propia propaganda? Asesinos suicidas en Palestina—desheredados y denunciados por el nuevo líder de la OLP—descritos como víctimas de la 'desesperanza'. Las fuerzas de al-Qaeda y el Talibán representados como meros voceros contra la globalización. Los sádicos sangrientos de Iraq, que prefieren derrumbar un edificio lleno de gente antes que permitirles el voto, descritos como 'insurgentes' o inclusive, por Michael Moore, como el equivalente moral de nuestros propios Padres Fundadores.

—Christopher Hitchens, citado en WL?

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¿Y qué podemos hacer? Cohen no lo menciona explícitamente, pero algo así como seguir la ruta del Manifesto de Euston de manera consistente es lo que pude rescatar. Después de todo, el propósito de What's Left? era explicar los males de la Izquierda, no dar la receta de la cura.

En este tipo de polémicas contra la Izquierda, a veces queda la impresión que uno preferiría entonces a la Derecha; ni Cohen ni yo ni millones de personas liberales quisiéramos eso. De hecho, lo principal es precisamente evitar el impulso reaccionario de decir 'bueno, al menos los de derecha saben gobernar' (que además es falso). El camino de la humanidad hacia la prosperidad, imperfectamente distribuida como esté ahora, no se recorrió encogiéndose de hombros con la esperanza de que derribaran la puerta del vecino y no la de nosotros. La Izquierda ha logrado cosas buenas, y muchas. En varias categorías pudiera decirse que ganó y para bien. Pero la historia, aunque exhibe patrones, no es inexorable ni tiene una dirección bien definida hacia el progreso y la prosperidad. Bajar la guardia en este momento es exponerse a que siglos de trabajo y sangre se evaporen. Antes que identificarnos con un partido u otro, o con una ideología, raza o religión, deberíamos alzar la mano y llamarnos ciudadanos.


Nick Cohen en entrevista en el Rubin Report (1 hr):



Podcast de Ex-Musulmanes: Secular Jihadists from the Middle East

Revista Dabiq del Estado Islámico, número 15. Ver la página 30, Why We Hate You and Why We Fight You. (Ojo con las imágenes de decapitados.)

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